Adentrarnos en nuestro propio desierto nos lleva a despojarnos de todo aquellos que nos turba inútilmente, de aquello que no somos nosotros. Así podremos tener esa experiencia de Dios que habita en la "marginalidad", marginales para muchos creyentes y hombres de poder en las iglesias, pero para nosotros lugar de encuentro con Dios.
El que ha hecho de su vida un don de sí mismo deja que la sabia del Espíritu vivifique su existencia. Al habernos marginado y sentirnos marginados, nos encontramos con todo ser viviente, también los marginados de la sociedad, reconociéndolos como algo nuestro.
bernardo YOEL.cg. Valencia.España