Los cristianos que se ensucian por la simplicidad de su vida centrada en el conocimiento de su propio corazón, sus sueños, deseos, realidades concretas de su propio cuerpo encuentran al Dios que se abaja y nos reconcilia.
Debemos bajar a nuestro barro sin pretender dormir embarrados en él.
Hemos de acoger la gracias sin olvidar nuestra postración y agradecer que nos diga "coge tu camilla y echa a andar" siendo verdaderamente tú mismo.
No se trata de verse libre de pasión o faltas, sino de alcanzar la armonía del alma que lleva la paz.
El tigre con el que convivimos no podremos matarlo, pero tampoco él nos debe devorar.
Quizá habrá que alimentarlo para que no nos devore, como decía San Benito con discreción en su Regla al hablar del vino: "Aunque leemos que el vino no es nada propio de monjes, sin embargo, como en nuestro tiempo es imposible hacérselo entender, convengamos al menos en no beber hasta la saciedad, sino con moderación, por que el vino hace claudicar incluso a sabios. No se trata de pactar con el pecado, sino de marcar el territorio al tigre con el que vamos haciendo un largo recorrido por el ancho mar de la vida, sin olvidar que, paradójicamente, él es el que nos mantiene vivos y atentos, evitando que nos durmamos en un sueño demasiado prolongado que nos ponga en peligro. Las pasiones negadas aumentan su presencia. Las pasiones reconocidas y orientadas nos mantienen vivos sin dañarnos verdaderamente.
fr. Bernardo YOEl. cg. Valencia.España