Jesús se califico a sí mismo como "luz del mundo", y esta propiedad suya queda muy patente en aquellos momentos de su vida, como la Transfiguración y la Resurrección, en que su gloria divina resplandece con claridad. En la Eucaristía, en cambio, la gloria divina está velada. Pero a través del misterio de su total ocultación, Cristo se hace misterio de luz, por el cual nosotros nos vemos introducidos en las profundidades de la vida divina.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza