LA MIRA: UNA MARCHA POR GREDOS.
Este fin de semana, huyendo del ajetreo de Madrid, de sus aglomeraciones y ritmo frenético hemos decidido mi pareja y yo retirarnos a un lugar más tranquilo donde el tiempo transcurre más lentamente y menos desenfrenado: el pueblo de mis padres, y el mío también porque aunque soy de Ávila capital mis raíces se sitúan en un pequeño pueblo castellano.
Allí el tiempo no pasa; la emigración ha sido masiva; el envejecimiento de la población es alarmante y la poca gente que queda, desde su vida sencilla y arduo trabajo, construye una forma de vida que en muchas ocasiones echo de menos, pues en las pequeñas cosas de cada día, en la vida cotidiana y pequeños detalles, se encuentra el origen de la sabiduría y la raíz de la felicidad.
El sábado, al estar cerca de la Sierra de Gredos, lugar de mi retiro, de mi desierto, de mi autodescubrimiento y lugar de encuentro conmigo mismo, nos decidimos a hacer la marcha de la Mira desde la que se contemplan los Galayos, vertiente sur, con cimas que presiden el bello Valle del Tiétar; y al norte, el Macizo Central de la sierra. La perspectiva desde allí es bella. Por la parte norte el Macizo Central (que ya Unamuno lo comparaba con la catedral de Castilla), por el sur, los picos de los Galayos: moles de granito, piedra, aridez, naturaleza agreste, dura y recia como son sus gentes, pero a la vez de gran belleza y espectacularidad.
Desde lo alto, hay que salir de uno mismo, ver la realidad desde fuera para mirar la vida y valorar lo que tenemos, descubrir la belleza y la grandeza de la naturaleza.
Teresa de Ahumada en su libro Las Moradas (estamos en vísperas de su festividad) describe cuales eran las distintas moradas ( lugares por los que se pasa para el encuentro con Dios), me sugiere esta marcha que para subir a lo alto, el lugar en el que reposa el alma, en el que se encuentra amado con amada ,como dice esa canción: “Huye amado mío como una gacela al monte de la Balsamera” hay que hacerlo con esfuerzo, en algunas ocasiones llegar al límite de las propias fuerzas; otras gozando de los paisajes del recorrido; y otras, venciendo la desmotivación que el esfuerzo físico provoca, pero al llegar, descubres que ha merecido la pena, que te encuentras con la belleza y grandeza de la Creación, queriendo cantar al unísono con San Juan de la Cruz por el siguiente descubrimiento: “ Mil gracias derramadas paso por estos sotos con premura, con sólo mirarlos, vestidos los dejó de su hermosura “
Hermanos el autodescubrimiento, la aceptación de uno mismo, el gozo de ser una persona individual, el saberse cómo es uno con sus limitaciones, sus talentos…
El descubrimiento de uno mismo se logra saliendo de sí y desde el otro. Desde lo alto logramos amarnos tal y como somos y hacer un proyecto de vida desde nosotros mismos y desde los otros y no alienante, desde el egoísmo, la fanfarronería y el no ser.
Un saludo
HIlario