No imaginan cuanto disfruto el salir y encontrarme con esta generación de homosexuales orgullosos de sentir como sienten, de ser como son; exhibiendo su identidad, su amor a la luz del día, tomados de la mano de sus parejas, prodigándose caricias y besos, en las calles, en las plazas, en los parques, en los autobuses, en los centros comerciales, en los pasillos de los centros educativos, en las afueras de sus lugares de trabajo, en todo el entorno de su accionar cotidiano.
Jóvenes experimentando un despertar sexual sano, sin remordimientos, sin temores, libres de prejuicios, despreocupados del pensar y del que dirán. Educando a sus congéneres con su actuar libre, rescatando los espacios que por derecho les pertenecen, sin disculparse por no ser lo que otros pretenden, celebrando la vida y esa etapa única, definitoria, formativa, de la adolescencia y de adulto joven.
Han descubierto que los términos descalificativos que les profieren, los señalamientos de que son objeto, que todo el compendio de estratagemas sociales que pretenden contener a sus espíritus, nos los alcanzan, ni hieren en la medida que su seguridad y aceptación personal los permeen. Que están por encima de las etiquetas, de las conceptualizaciones del bien y del mal, utilizadas para dominar y discriminar.
Esta actitud valiente y beligerante vislumbra la oportunidad de plantear un nuevo pacto social donde las libertades y los derechos sean los mismos para todos sin tener que negociarse. Constituye un enfrentar a ese leviatán que han logrado reinterpretar, comprendiendo que no es más que un coloso, que se reinventa, con pies de barro, que ya no espanta con su homofobia, que tuvo poder en tanto hubo alguien con temor, que se auto marginara, que aceptara la exclusión sin cuestionar y sobre todo que permitiera que el miedo lo paralizara y lo invisibilizará.
Generación empoderada que asume su realidad, que ha concientizado que los fantasmas dejan de espantar cuando los asumimos; que el autoritarismo confesional y machista acaba cuando el actuar, la voz de uno se convierte en la de muchos. Cuando no requerimos de la aprobación de otros para ser, hacer y crecer, que no necesitamos de cuatro paredes como templo para alcanzar la comunión con nuestro Creador, que la visibilización natural y positiva aunada a nuestra voz son las principales armas de que disponemos.
Que las guerras, rara vez, se ganan en una batalla, la victoria conlleva paciencia, que el mundo que conocemos está en constante evolución, que las oportunidades se deben aprovechar como y cuando llegan, que soplan vientos de cambios y si sabemos leer los tiempos y sus estaciones aprenderemos a agitarlos, llevándose con su fuerza las malas conceptualizaciones dominantes sobre la naturaleza humana.
Hemos concientizado que no somos diferentes al resto de los seres humanos, tras habernos pasado generaciones acomplejados, que como dice un amigo español “las famosas plumas que nos han atribuido eran en realidad de Águilas Reales y no de Palomos”. Que somos tan normales como el que más y que lo que hace la auténtica diferencia está en la confianza que tenemos en nosotros mismos, y en el poder de ser quienes realmente somos sin que nadie nos diga lo que tenemos que escoger para lograr nuestra plenitud.
Pleguemos nuestras alas, no dejemos pasar los nuevos vientos, surquemos los cielos disfrutando la libertad que traen… ¡Basta de ahogarnos en un mar de apariencias ocultando lo que somos…. .Aprovechemos esta ola de cambio que los sectores más jóvenes de nuestra comunidad LGTB han logrado generar…!