Entregártelo todo con corazón de niño. Abandonarse a ti. Confiarte lo que contraría al corazón, o los proyectos, rezar por quienes se nos oponen. Y después, llegar hasta a gritar a veces su pena cuando se acumulan las dificultades. Osar un lenguaje fuerte y brusco, y que tú comprendes, mientras que los hombres no pueden captarlo.
Confiarte una vez más y a cada instante lo que te inquieta y atenacea. Y también guardar silencio en tu presencia.
Entonces, poco a poco, la labanza de tu amor se convierte en lo esencial. Tocad, órganos y cítaras. Flautas, cantad en mí. Voz sorda y a la vez estridente: que nada detenga la indispensable alabanza de tu amor.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza (ahora desde Málaga)