¿Cómo queremos que nos visibilicen?
Me agrada hacer el ejercicio de sentarme en un lugar concurrido a observar pasar a la gente, imaginar acerca de sus vidas. La apreciación que me formo de quienes miro es muy subjetiva al estar basada en los detalles perceptibles de su personalidad: forma de vestir, caminar, gesticular, hablar, ademanes, expresión, comportamiento y hasta de sus acompañantes.
Si alguien hiciera lo mismo con quien escribe, podría conjeturar al observar mi actitud indolente, mi forma desenfadada de vestir que quizás soy un vago, un gay en busca de una aventura, un pillo al acecho de una víctima desprevenida, y si fuera benevolente, presumir que soy un simple mortal matando tiempo mientras llega la hora de entrar a mi lugar de trabajo, o que fije con alguien ese lugar como punto de encuentro.
Todos miramos a través del mismo calidoscopio, que refleja infinidad de combinaciones de una sola figura al girar la lente, cada quien presta atención a los detalles singulares que capta su ojo.
Momento a momento en nuestro andar cotidiano estamos al libre escrutinio de quienes nos miran, no olvidemos los seres humanos somos por naturaleza ligeros para juzgar y lo hacemos basados en lo que nos permiten mirar, y no en el conocimiento profundo producto de un interactuar con nuestros semejantes.
Lo lamentable es que nos atrevemos a externar juicios de valor sustentados en apariencias y el bagaje de conocimiento que cargamos producto de nuestras vivencias, fobias, temores, valores, dogmas, estereotipos sociales, todo calado en nuestras mentes por los procesos de socialización ejecutados por agentes del entorno en que nos hemos desarrollado (familia, sistema educativo, medios de comunicación, adoctrinamiento religioso, entre otros.)
Irónicamente esta comunidad diversa e igualitaria a que aspiramos se encuentra con el obstáculo de la etiqueta que a partir de nuestra historia contemporánea nos endosaron y nuestros predecesores no objetaron. El término “gay” con sus acepciones peyorativas y connotaciones de seres superficiales que hemos reproducido y convalidado con un “estilo de vida” que nos identifica a nivel mundial, aunque muchos no lo practiquen.
En cualquier parte del mundo, donde haya una marcha, una manifestación o celebración de la diversidad hacemos presencia exhibiendo plumas, piel aceitada, maquillaje exagerado, vestimenta estrafalaria, ademanes excedidos, travestismo, coreografías soeces y groseras, comportamiento desenfrenado.
Honestamente no critico estas expresiones, si a quienes las ejecutan los hace felices, si así entienden su libre albedrío, aunque considero que son propias de un carnaval y no de una lucha por espacios y derechos. Pero la vida no es un carnaval, ni la constante son los excesos, no debemos confundir libertad con libertinaje ni herir susceptibilidades con vulgaridad gratuita. Esto no es tener un mundo diverso ni igualitario es transgredir los espacios de otros.
Lo triste es que estas manifestaciones nos han polarizado, no alcanzamos integración como comunidad porque nos hemos establecido en los extremos de un continuo sin dar lugar a una gama diversa de posibilidades dentro de ese continuo. En un extremo encontramos los que han logrado escalar socialmente ubicándose en los sectores productivos de la economía y la política, donde tienen voz, voto y reconocimiento, pero que no se atreven a hacer pública su orientación sexual porque el temor a perder lo alcanzado los paraliza y los mantiene con una doble vida y una doble moral, continuando en la oscuridad para no sufrir discriminación y el bloqueo a ciertos puestos de toma de decisiones y de poder. En el otro extremo encontramos a los homosexuales declarados, marginados con una actitud beligerante, visibilizando lo negativo y repudiado por la sociedad preestablecida (promiscuidad, adicciones, ligereza en el actuar, comportamientos ambiguos y demás.) Siendo objeto de vejaciones, escarnio y abierta discriminación cerrando puertas para su inserción social.
No obstante existen homosexuales seguros de que su fortaleza no radica en su sexualidad sino en sus valores, formación académica, conocimientos, experiencia, respeto a los espacios y derechos de los demás; que su dignidad no se negocia y no ocultan su orientación. Que por su esfuerzo y merito se atreven a incursionar exitosamente en las contiendas electorales para alcanzar el poder, logrando aceptación gracias a la transparencia de su historial personal. Hombres ávidos de cambios, de respeto e igualdad.
Hoy es más común escuchar que figuras reconocidas de la farándula y los deportes deciden salir del closet, confiando en que sus destrezas tan apreciadas no están ligadas a su orientación y de que tienen derecho a una vida plena.
Llegó el momento de tomar la decisión de visibilizarnos positivamente confiando que nuestra fortaleza radica en los aportes que hacemos - a las artes, las letras, las ciencias y a la política - de ser reconocidos como agentes generadores de cambio que ocupamos el lugar que nos corresponde en el engranaje de desarrollo de la humanidad.
Empecemos a visibilizarnos como ciudadanos de primera clase, orgullosos de la sexualidad que nos regaló el Creador, respaldados por la ley en igualdad de derechos, respetuosos de la sociedad en general, conscientes de que el respeto genera respeto.
Respóndeme, ¿cómo deseas tu visibilizarte?