Dios no es el autor del mal. Él ha aceptado un riesgo inmenso, ha querido que seamos creadores con Él. No ha querido que el ser humano sea autómata pasivamente insumiso, sino un ser libre para decidir personalmente el sentido de su vida, libre para amar o no amar.
La oración humilde viene a curar la herida secreta del alma. Y se transfigura el misterio del dolor humano. El Espíritu del Dios vivo sopla sobre lo frágil y desprovisto. En nuestras heridas él hace surgir un agua viva, Por él, el valle de lágrimas se convierte en un lugar de manantiales.
¡Que se alegre el corazón sencillo! De la paz del corazón puede nacer, espontáneamente, una alegría de Evangelio.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza