A estas horas hace una semana estaba recorriendo los muros de la Cartuja de Aula Dei junto a dos “peregrinos o buscadores del Dios de la Vida”. Personalmente para mí fue uno de los regalos más bonitos que me han hecho en el día de mi Santo ya que hacía muchos años que tenia el deseo de recorrer los pasillos y respirar el aire de la Cartuja.
A las 11 en punto atravesamos la puerta por donde antaño solo estaba reservada para los monjes o quienes tenían deseo de ingresar en la Cartuja. En su patio interior donde antes se oian el ruido del tractor, toques de campana o el susurro del canto de vísperas ahora se oye risas de los niños, el murmullo de los que ahora la habitan y los flases de las cámara de fotos.
Tras una breve explicación del porque allí habitaba una comunidad Cartujana nos adentramos en las majestuosa pero a la vez austera Iglesia. Allí estaba el coro vacio en el que antaño fuere ocupado por hombres que solo deseaban una cosa: el alabar a Dios y cumplir su voluntad. En la Iglesia se pueden ver las catequesis que por medio de los cuadros nos presenta la figura de la virgen como una mujer que con su si cambio la historia.
Después nos adentramos en un pequeño claustro de las capillas en donde los monjes sacerdotes celebraban individualmente la eucaristía. Tras cruzar un breve corredor nos adentramos en la Sala Capitular donde se reúnen la comunidad para entorno al Prior para escuchar sus enseñanzas o para vivir en día a día.
Y posteriormente atravesamos el ave maría donde con una imagen de la virgen el monje rezaba un avemaría antes de salir y entrar a su celda. Entramos en una estancia sencilla, austera pero llena de vida y sobre todo de Dios.
Y asi sin darnos cuenta terminamos la visita, con el pensamiento de que estos hombres que han sido capaces de “construir” este oasis no son más que hombres que se han enamorado de su vocación y sobre todo de Dios.