Un creyente escribía, un siglo después de Cristo: "Vístete de alegría... purifica tu corazón de la tristeza y vivirás para Dios." (Hermas, El Pastor, precepto 42, 1 y 4).
Quien vive para Dios elige amar. Asumir esta elección exige una vigilancia constante.
Un corazón decidido a amar puede irradiar una infinita bondad.
Si una tiniebla interior nos separa de la confianza y de la fe, Cristo no nos abandonará. Nadie está excluido de su amor ni de su perdón (1 Tim 2, 4).
Si nos llegan desánimos e incluso dudas, no por ello nos amará menos. Él está ahí. Ilumina nuestro pasos... Su llamada resuena: "¡Ven, sígueme" (Mc 10, 21).
Un abrazo
D.G.;Zaragoza