Nada conduce tanto a la comunión con el Dios vivo como una oración comunitaria meditativa, con esa cumbre de la oración: el canto que se prolonga y que continúa en el silencio del corazón cuando estamos solos. Cuando el misterio de Dios se hace perceptible en la belleza sencilla de los símbolos, cuando no está ahogado bajo una sobrecarga de palabras, entonces la oración comunitaria, lejos de destilar la monotonía y el aburrimiento, abre a la alegría del cielo en la tierra.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza