La escucho largo rato sin decir nada, escuchaba y escuchaba. Aquella mujer creyente, le explicó todos los problemas que sufría. Sus hijos en el paro, su marido enfermo y una economía familiar que empezaba a caer en barrena. La mujer afirmaba llorando:
-Cada vez veo a Dios más lejos de mí. En estos momentos difíciles quería verlo a mi lado, sentir su ayuda, tener certeza de que todo se arreglará. Pero Dios se me esconde cada día más.
El abad tardó largo rato en hablar, dejando que la mujer llorara en silencio. Luego dijo:
-La desgracias la injusticia,los fracasos en la vida, hacen que mucha gente se cuestione la existencia de Dios; al menos de un Dios que nos ama. ¿Cómo puede permitir la injusticia? ¿Cómo puede permitir el sufrimiento del inocente? ¿Por qué parece que abandona a sus seguidores? La miró con ternura a los ojos y le dijo:
-Lo siento. No tengo una respuesta. Quizá no hay respuesta para la mente humana. Yo sólo pienso en el niño que se siente desgraciado porque sus padres le prohíben algo que sería perjudicial para él y que no es consciente de ello, por que no le dejan hacer lo que quiere. Pero claro, nosotros no somos niños, somos adultos y el ejemplo no nos sirve.
Sonrió mientras hacía una pausa:
-En esos momentos sólo cabe una gran confianza. Dejarse caer en manos de Dios. Sí, no entendemos nada, pero confiamos en Él. Hemos de tener la seguridad que con una mirada confiada, cualquier acontecimiento de nuestra vida puede transformarse en un encuentro con Dios....
Cuando la mujer marchó, dejo el abad al Prior:
-Quizá debería haberme limitado a escuchar. Cada vez que me encuentro en una circunstancia parecida, creo que sobran las palabras. Que lo único que debería de haber hecho, es escuchar y tomar con ternura sus manos entre las mías...
fr. bernardo yoel.valencia