En cada uno existe una parte de soledad que ninguna intimidad humana puede colmar.
Sin embargo no estás nunca solo. Déjate sondear hasta tu propio corazón (Rm 8, 27): descubrirás que en lo más profundo del ser, allí donde nadie se parece a nadie, Cristo te aguarda. Y surge lo inesperado.
Cristo no ha venido " abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5, 17). Al escuchar, en el silencio de tu corazón, comprendes que, lejos de humillar al ser humano, Cristo viene a transfigurar en ti incluso lo más inquietante.
El descubrimiento de tu persona, ¿provocará en ti un malestar interior? Pero, ¿quién podría condenarte cuando Jesús ora por ti (Rm 8, 34)? Si intentaras acusarte de todo lo que te habita, ¿te bastarían tus días y tus noches?
Cuando sobrevienen las pruebas interiores o las incomprensiones del exterior, no olvides que de la herida por donde penetra la inquietud nacen también fuerzas creadoras. Se abre así un sendero que va de la duda a la confianza, de la aridez a la creación.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza