“También es mi Dios y su Iglesia es casa de puertas abiertas.”
Históricamente a nosotros los homosexuales no solo se nos han negado nuestros derechos condenándonos a una vida oscura y de puertas cerradas, sino que se nos ha robado la esperanza de un cielo para nuestra eternidad. Se nos ha hecho sentir extranjeros en este mundo material y se nos ha recetado fuego y azufre en la inmortalidad. Lo más triste es que lo hemos aceptado al guardar silencio y al renunciar tácitamente a nuestro Dios.
Estas posiciones humanas han calado tanto en nuestro inconsciente colectivo como en muestro subconsciente que por nuestra condición de homosexuales hemos tendido a apartarnos de nuestro Creador llevando una vida disipada y vacía.
Nos negamos la oportunidad de conocer a ese Dios amoroso, todopoderoso, eterno, inmutable, al que no logramos ni lograremos comprender si nos apoyamos en nuestra limitada sabiduría; conformándonos con el Dios al que la sociedad y la iglesia le han atribuido estructuras de privilegio y dominación completamente humanas: inaccesible sin mediador, prejuicioso, egoísta, discriminativo, vengativo, dictador, que condiciona su amor, sus favores y su gracia.
Si analizamos brevemente la historia de la Iglesia, ésta jamás ha ocultado su apetito voraz por el poder, que ha concretado a través de sus instrumentos de dominación como el temor y la culpa, cuando estos no han funcionado, ha acudido a la fuerza así lo demostró durante el período de las Cruzadas; y más tarde cuando decidido construir esa máquina xenófoba de muerte llamada Inquisición. En el siglo pasado, la religión católica estuvo al lado de los regímenes fascistas y dictatoriales más oscuros del planeta - callando ante uno de los episodios más tristes y negros de la humanidad, el holocausto judío donde se encarnizaron también contra los homosexuales - , y se ha mantenido por más de dos mil años homofóbica.
No estoy acá para juzgar simplemente para ilustrar, detrás de aquel universo lleno de pompa y lujo, el mundo católico se ha movido en un ambiente lujurioso, entre sus filas siempre se ha ocultado un ejército de pedófilos, del que todo el mundo sabe pero que nadie quiere reconocer. Para los católicos, musulmanes y el sinnúmero de iglesias de garaje que hoy proliferan en el mundo, la felicidad es prohibida para sus fieles, pero no para sus dirigentes. Sus miembros deben diezmar, ofrendar y sufrir en este mundo; mas no ellos; los fieles no deben desear a la mujer del prójimo, deben abstenerse de fornicar o masturbarse. En cambio, los líderes de Dios en la Tierra tienen derecho a todo esto y a algo más.
La sociedad y la iglesia han esgrimido contra nosotros los homosexuales sus armas más poderosas de dominación: los sentimientos de culpa y de vergüenza. “En nuestra condición de homosexuales carecemos de la dignidad intrínseca para aspirar al amor de Dios”. Siglos de práctica en esta tarea de discriminación y de marginación han brindado experiencias que convalidan su efectividad, se nos dice: vive como quieras si es que tu conciencia te lo permite. Porque cuando les conviene tenemos conciencia, siempre y cuando esta actué a su favor para lograr que vivamos conforme a sus cánones.
Los religiosos atribuyen este supuesto caos espiritual donde nos encontramos sumidos los homosexuales a dos demonios que dominan el ámbito espiritual llamados “Rechazo” y “Rebeldía”. Explicación de una seudo psicología espiritual donde el homosexual no nace en esa condición, sino que se hace al ser una atadura producto: de una herencia espiritual que lo lleva a actos homosexuales; de prácticas abusivas o consensuadas contra natura, o porque su entorno hace despertar sus sentidos a experiencias ilícitas. Fortaleciéndose en el rechazo social que sufre y que no logra asimilar, desembocando en una posición de rebeldía para sobrevivir. Ante esta explicación simplista el homosexualismo es curable a través de terapias y sesiones de liberación espiritual. Aunque testimonios de homosexuales abstemios señalen lo contrario, ya que dejan las prácticas homosexuales pero no se liberan de su sentir y ni de sus deseos, argumentando que por amor a Dios sacrifican su sexualidad.
El bombardeo de tesis, de argumentos que condenan las prácticas homosexuales son innumerables. En este contexto nos desarrollamos los homosexuales asumiendo una actitud de sedición ante la sociedad y ante Dios, nos abandonamos a los placeres de la carne sin comprometernos día con día para la construcción de una vida productiva. Y muy fácil, al cabo del tiempo nos victimizamos ante la sociedad, como único mecanismo para sobrellevar las amarguras, los sentimientos de culpa y los resentimientos, producto de los señalamientos, de la discriminación, de la marginación y de una vida desperdiciada en excesos, discotecas, risas, sexo, moda y libertinaje. No nos engañemos la fiesta dura lo que una cometa, y como dice el cantautor Arjona “en medio de Sodoma, soledad”, llegamos a viejos solos, vacíos y sin continuidad.
Tú Creador te daría una naturaleza para pedirte la auto castración de tu sentir, te condicionará su amor a la renuncia de una vida plena que es su regalo?
El ser humano fue creado para guardar una comunión con su autor y lograr un crecimiento espiritual que le permita una vida de realización. ¿Por qué -en el mejor de los casos- no alcanzamos plenitud a pesar de estar emocional -pareja- y económicamente -trabajo, patrimonio- equilibrados?
Lo emocional y lo material no colman ese vacío que experimentamos todos los seres humanos independientemente de nuestra orientación sexual. No solo somos seres físicos sino espirituales, por lo tanto este espacio solo puede ser llenado por el amor de Dios, independientemente de la concepción que tengamos de Éste.
Mi propósito no es trasmitirles un discurso con visos de fanatismos sino concientizar sobre la necesidad que como seres espirituales tenemos de Dios para lograr crecer, superar las pruebas que conlleva el vivir un día a la vez en este mundo y alcanzar la plenitud para la que fuimos creados.
Por mi humilde experiencia el mayor pecado no es lo que hacemos en la cama - como se nos ha hecho creer-; es dudar de la misericordia de Dios, en mi caso de Jesús. Personalmente he logrado vencer sentimientos de culpa, de vergüenza, sanar heridas emocionales, superar pruebas, principalmente alcanzar plenitud, de la mano de ese Dios vivo, poderoso, amoroso, misericordioso; que en mis peores momentos de angustia, soledad y desesperación me abraza haciéndome sentir su amor y esa aprobación que todo ser humano necesita.
He aprendido que mi Dios no me juzga, mi Dios me ama tal como soy, si los hombres me piden renuncias para ser acepto, Él solo me solicita tiernamente que abra mi corazón y lo deje entrar, lo reconozca como mi Señor, Él hará lo que deba hacer. Yo solo debo tener humildad para reconocer que sin Él no soy nada y entregarle el control de mi vida. Les aseguro, es la experiencia más dulce y maravillosa; las amarguras, los resentimientos, los temores, las dudas, se van; es fácil perdonar y dejar ir, todo cobra sentido en nuestro existir
Dios no te pide que traiciones a tu conciencia, ni que renuncies a tu naturaleza, ya que Él te la dio, solo espera que te rindas, le entregues tus heridas, tu pasado, tu presente y que confíes en Él para que dirija tu futuro, le des tus sueños y que aceptes su amor. Él sabe que el dolor es un desperdicio de tiempo, es tu pasado obstruyendo tu presente y limitándote tu futuro.
Al lado de tu Dios comprenderás que la Iglesia no puede ser un coto cerrado de santos, el lugar de los perfectos. La Iglesia por esencia es una casa de puertas abiertas, en la que todos los seres humanos se sientan bien recibidos y formen parte de la comunidad desde su realidad. El interactuar en esa Iglesia es necesario para fortalecerse, apoyarse y crecer.
Nosotros en nuestra condición de homosexuales somos parte de su Iglesia, que nadie te engañe y te prive de la experiencia más importante de tu vida el sentirse aceptado y amado por tu Padre Celestial, quien te dio un lugar dentro de su creación.
Procúrate una Iglesia inclusiva donde puedas asistir y crecer espiritualmente y vive a plenitud esa existencia que te ha obsequiado tu Dios.