Me gusta pensar que la Pasión empezó con una fiesta. A veces hacemos tanto hincapié en lo solemne del momento, en la tragedia en ciernes (que lo es), en lo sublime de la institución de la Eucaristía (que también lo es), o en los conflictos que asomaban en aquel escenario, que es difícil recordar que se juntaron a cenar, a compartir un momento especial de amistad, de encuentro.
Es curioso que a menudo nuestras eucaristías, memoria viva de aquella Última Cena, también las cargamos de solemnidad, de densidad, de trascendencia. Pero a veces les falta ese recordatorio de que son un tiempo para encontrarse y celebrar juntos.
Celebrar la vida en su complejidad. Celebrar que no estamos solos. Que nos reconocemos hermanos, aunque sea con toda nuestra limitación y fragilidad. Celebrar el amor como punto de encuentro. Un amor que es, quizás, el ámbito donde confluyen lo más humano y lo más divino que hay en nosotros.
Un abrazo
D.G.;Zaragoza