El derecho a soñar no está reconocido en la Declaración Universal de las Naciones Unidas como un derecho que todos tenemos. Probablemente, en un mundo como el nuestro, que parece olvidar las grandes causas como reliquias del pasado.Hoy no se sueña,se vive el momento.
Los sueños tienen derecho a ser conductores de la vida humana en cualquier edad. Suprimirlos es condenar a la persona a vivir con desencanto, sin horizontes. Cuando muere la ilusión y las ganas de iniciar algo nuevo, desaparece la magia de la vida.
Evidentemente hay sueños que no son beneficiosos, son sueños evasivos, que nos alejan de la realidad y acaban produciendo frustración y aquello de " que cualquier tiempo pasado fue mejor" nos lleva al desierto y la amargura.En este grupo se encuentran muchos Cristianos Gays, no solo católicos, los ortodoxos lo tienen mas crudo y las iglesias protestantes muy semejantes a la católica. estos Cristianos, nadando contracorriente llega un momento que agotados tiran la toalla y ! a vivir que son dos días¡ borran de su alma Cristianos y se quedan sólo con gay.Son muchos y muchas que atacan la religión que no les ha dado la paz que pidieron. Son los que se burlan al escuchar soy " Cristiano Gay".
Los sueños creadores parten de la realidad, pero la alejan, la coloreamos, hay que infundirle un espíritu nuevo. Estos sueños nos caldean el corazón. Nunca se realizan en plenitud, pero sí está permitido que degustemos sus primicias. Hacen permanecer al soñador durante toda la vida en una tensa espera y en un compromiso irrenunciable por hacerlos realidad.
Sin los sueños creadores nos habríamos estancado y no habríamos alcanzado las metas a las que hemos llegado. Para que sean motor de cambio hemos de alimentar los sueños continuamente y llegará un tiempo que serán realidad.
Cuando soñemos para hacer realidad los sueños, hemos de estar dispuestos a asumir las críticas, la incomprensión incluso la persecución y el desprecio. Claro que hemos de salir del gueto y mostrar la cruz allá donde vayamos y las personas que vayamos.
Bernardo Yöel. Valencia