Hace un tiempo, una buena amiga perdió a su padre. Pasó la última cuaresma cuidándolo, y poco antes de comenzar la Semana Santa él falleció. Un tiempo después escribió esto, a propósito del ayuno. Sus palabras recogen con verdadera humanidad la hondura y la profundidad del encuentro de las personas vulnerables.
CUARENTA DIAS DE AYUNO
El primero de esos cuarenta días recibió una llamada que le dijo que sería cuestión de meses. El día cuarenta, la llamada revelaba que ya solo sería cuestión de horas.
Y asi padre e hija se vieron en la tesitura de elegir de qué ayunar y con qué saciarse en esa cuaresma. El padre enfermo ayunó de casi todo: de soberbia, de responsabilidad, de trabajo, de hacer la compra, de conducir, de decidir, de autonomía... Se hizo obediente en la enfermedad. La hija, pretendiendo ser Marta y María, ayunó de tiempo para sí, de compomisos adquiridos, de voluntariados, de misas, de reuniones, de su lugar habitual de trabajo... Ayunó de excusas y de distancias, de largos tiempos sin verle, de indeferencia... Se hizo hija en la enfermedad.
Todo aquello de lo que ayunaron dejó un vacío inmenso que solo el amor podría llenar. La exigencia del amor (y no otra) se impuso entre estas dos vidas que tanto se habían buscado apasionadamente y que por fin se encontraban. Los cuidados de ella encontraron respuesta en los besos de él. Las miradas de él encontraron respuesta en los brazos de ella.
Ayunaron hasta la muerte y se saciaron de amor para la VIDA
* La Pasión en contemplaciones de papel
José María Rodríguez Olaizola, SJ
Sal Terrae
D.G.;Zaragoza