Queridos amigos:
Después de haber hecho este recorrido acompañando a Jesús triunfante en su entrada a Jerusalén el Domingo de Ramos, celebrar su cena de despedida ayer, hoy quiero proponerles tres ideas. Pero antes, permítanme recordarles algo muy importante: Dios siempre nos está salvando por medio de su Palabra.
Por medio de una palabra, Dios es capaz de sanar a una persona.
Por medio de una palabra, Dios puede salvar a una familia de una tragedia.
Por medio de una palabra, Dios puede restaurar un matrimonio.
Por medio de una palabra, Dios puede dar dirección a quien no encuentra salida a sus problemas o dificultades.
Por eso, quisiera pedirle que tengamos los oídos bien atentos.
Una niña le decía a su abuelita:
Abuelita, le pido a Dios que gane mi equipo de fútbol… y le meten una goleada.
Le pido a Dios que me ayude a pasar el examen de matemáticas… y lo pierdo.
Le pido a Dios que se mejore mi mamá… y cada vez está más enfermita.
Abuelita, ¡si Dios tuviera orejas como las de un elefante…!
Y yo quiero pedirles que todo tengamos orejas de elefante, oídos grandes y abiertos, porque estoy seguro de que Dios algo les quiere decir.
Primera idea:
Hemos escuchado la triste historia de la pasión de Jesús.
Padre, ¿qué es la pasión de Jesús?
La respuesta es simple: es la pasión de los hombres.
Lo que vivió Jesús lo siguen viviendo muchas personas hoy. Piensen por un momento si no es así: juicios injustos, condenas, personas descartadas, excluidas, cruces impuestas, muertes decretadas…
Al mirar nuestra vida o la de alguien cercano, nos damos cuenta de que alguien puede estar viviendo su propia pasión, su propio calvario.
He pensado mucho en estos días en lo que ocurrió con Sara Millerey, una joven trans que murió asesinada el pasado 4 de abril en Bello-Antioquia. ¿Acaso no es eso lo mismo que le pasó a Jesús? La pasión no está lejos de nosotros.
A ella la persiguieron, la abusaron, le quebraron las manos y los pies, la tiraron a un río… y la dejaron morir.
Díganme ustedes, ¿la pasión no está cerca?
Cuando en casa tenemos a alguien en una cama, con llagas, dolores, desvelos, impotencias… ahí también está la pasión de Cristo.
Cuando en una familia hay insultos, indiferencia, desprecio… eso también es parte de la cruz.
La pasión no es solo un texto que se lee en Semana Santa.
Es una realidad que se actualiza cada día, en nuestras calles, en nuestros barrios, en nuestra propia casa. Donde hay dolor, hay cruz. Donde hay abandono, hay pasión.
Segunda idea:
Me llama profundamente la atención lo que dice el Evangelio:
“Muchos estaban mirando”.
Qué fácil es mirar desde el balcón, desde el palco, la vida sufriente de los demás.
Las noticias contaban que mientras Sara Millerey moría en el río, alguien la filmaba con el celular.
¡Qué tristeza! ¡Qué manía la de grabar el dolor del otro!
Filmar cómo golpean, cómo matan, cómo sufren…
Y uno se pregunta:
¿Qué le pasa al mundo que vive en una absurda indiferencia?
¿Qué nos pasa que el dolor del otro ya no nos toca?
¿Qué sucede en nuestro interior que el otro nos resulta un desconocido?
Sara Millerey no es solo una mujer trans.
Sara Millerey está en tu casa, puede ser tu compañero de oficina, tu hijo, tu padre, tu esposo…
Y a veces los tratamos con la misma indiferencia.
Alguien me preguntaba:
—Padre, ¿qué es la indiferencia?
Y yo les digo: la indiferencia es pasar de largo.
Es no escuchar.
Es no hacer nada.
Es quedarse callado.
Es darle la espalda al otro.
La indiferencia es complicidad.
Por eso, repítanlo conmigo:
¡No necesitamos más indiferencia, necesitamos marcar la diferencia!
Una vez más:
¡No necesitamos más indiferencia, necesitamos marcar la diferencia!
Y alguien me dice:
Padre, ¿cómo se marca la diferencia?
Se marca haciendo algo por el otro, comprometiéndonos, enseñándole a nuestros niños que el dolor del otro también es nuestro, que la causa del otro es nuestra causa, y que la vida del otro vale tanto como la nuestra.
Tercera idea:
Somos invitados a meditar en la pasión de Jesús, una historia que nos puede pasar a cualquiera.
Nunca olvidaré una parroquia donde serví, y donde conocí a Marleny, una mujer que llevaba 37 años en cama.
Yo tenía la misma edad que ella llevaba postrada.
Cuando le preguntaba:
Marleny, ¿cómo estás?
Ella, sin poder moverse, me respondía con una sonrisa:
Padre, todos los días, mejor.
Tres cosas aprendemos de la cruz:
Primero: El dolor construye la vida.
En el dolor, una persona se hace más persona, aprende a agradecer lo que tiene, y se dignifica. El dolor es una gran escuela.
Segundo: La cruz no se tira.
Jesús no bajó la cruz diciendo “vuelvo mañana”. Él la abrazó. La cruz no se abandona, se asume, porque está hecha a nuestra medida.
Tercero: Detrás de la cruz, siempre hay resurrección.
Detrás de la prueba, se oculta una bendición. Hay que aprender a buscarla.
Para terminar, quiero compartirles una historia:
Cuando yo era más joven, mi madre me preguntó:
¿Cuál es la parte más importante del cuerpo?
Yo respondí:
Los oídos.
No, hijo. Hay muchas personas sordas.
Luego le dije:
Los ojos.
Tampoco, hay personas ciegas.
Pasó el tiempo. El día que murió mi abuelo materno, yo estaba destrozado. Entonces mi madre me dijo:
Hoy vas a aprender la respuesta. La parte más importante del cuerpo son los hombros.
Intrigado, le pregunté:
¿Por qué?
Porque en ellos puede apoyar su cabeza alguien que necesita llorar. Todos necesitamos un hombro para llorar en algún momento.
Tres conclusiones:
En algún lugar del mundo alguien necesita tu hombro. Es hora de actuar.
Vencer la indiferencia es ayudar a alguien a cargar su cruz.
No busques lejos. La persona que lo necesita puede estar más cerca de lo que crees.
Cierra tus ojos.
Hazte esta pregunta:
¿A qué me trajo Dios hoy a este lugar?
Y la respuesta es sencilla:
Alguien muy cerquita de ti está viviendo su pasión… y tú no estás haciendo nada.
Alguien a tu lado está sufriendo… y tú no estás haciendo nada.
Señor Jesús, gracias por traerme a esta celebración, por recordarme que tengo que vencer la indiferencia, que debo marcar la diferencia, y que debo ocuparme de aquellos a quienes he ignorado.
Amén.
En un gesto histórico de humildad y solidaridad, el cardenal Luis José Rueda Aparicio, arzobispo de Bogotá y primado de Colombia, lavó los pies a mujeres transgénero y en condición de prostitución durante la liturgia del Jueves Santo, en un acto que busca enviar un mensaje de inclusión y respeto hacia la población diversa del país.
El evento, realizado en la Catedral Primada de Colombia, se enmarca en la tradición católica que rememora el lavatorio de pies que Jesús realizó a sus discípulos como símbolo de servicio y amor al prójimo. Sin embargo, este año cobró especial relevancia al incluir a mujeres trans, una comunidad históricamente marginada y víctima de violencia en Colombia.
Por su parte, las participantes del acto agradecieron el gesto, destacando su significado en una sociedad que las ha estigmatizado. “El evento fue para nosotras, las chicas trans, para hacernos conocer y entender que, aunque seamos trans, no somos diferentes a nadie”, compartió una de las asistentes.
La comunidad trans de Bogotá resaltó la importancia de que la Iglesia católica las haya incluido en un ritual tan significativo. “Ha sido muy bonito, entre nervios, emoción y preocupaciones, incluso vergüenza, porque en una sociedad donde se nos ha señalado, es inevitable sentirla. Pero el amor del cardenal nos refuerza”, expresó una de las mujeres.
Este no es el primer acercamiento del cardenal Rueda con esta población, lo que refuerza su mensaje de que “Dios no discrimina, sencillamente acoge y acompaña”.
Este acto de lavado de pies ha generado amplias reacciones, reafirmando la necesidad de construir una sociedad más inclusiva y respetuosa con la diversidad.
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