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Palabra clave: ‘Thomas Merton’

La hora de ser trapense (Thomas Merton y Teresa de Lisieux)

Viernes, 24 de noviembre de 2023
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IMG_1174Del blog de Amigos de Thomas Merton:

“Era a finales de noviembre. Todos los días eran cortos y oscuros. Finalmente, el jueves de esa semana, por la noche, me sentí de pronto presa de una intensa convicción:

– Me ha llegado la hora de ir a ser trapense.

¿De dónde había venido el pensamiento? Todo lo que sabía era que repentinamente estaba allí. Era algo poderoso, irresistible, claro.

Tomé un librito titulado La vida cisterciense, que había comprado en Gethsemaní, y volví las páginas, como si tuvieran algo que decirme. Me parecían estar todas escritas con palabras de llama y fuego.

Fui a cenar y volví a mirar el libro. Mi mente estaba literalmente colmada con esta convicción. Y, sin embargo, en medio, se mantenía la vacilación: aquella cuestión de siempre. Pero ahora no podía haber dilación. Debía acabar con eso, una vez para siempre, y obtener una respuesta. Podía conseguirse en cinco minutos. Y era la hora. Ahora.

¿A quién consultaría? El padre Filoteo estaba probablemente en su habitación de abajo. Bajé las escaleras y salí al patio. Sí, había una luz en la habitación del padre Filoteo. Muy bien. Entra y oye lo que tiene que decirte.

Pero, en lugar de eso, salí de golpe a la oscuridad y me dirigí al soto.

Era la noche del jueves. La Sala del Alumno empezaba a llenarse. Iban a pasar una película. Pero apenas lo observé: no se me ocurrió que acaso el padre Filoteo iría al cine con los demás. En el silencio del soto mis pasos resonaban en la grava. Caminaba y rezaba. Estaba muy oscuro junto a la capilla de la Florecita. “¡En nombre del Cielo, ayúdame!”, murmuré.

Regresé hacia los edificios. “Muy bien. Ahora realmente voy a entrar allí a preguntarle. He aquí la situación, padre. ¿Qué piensa usted? ¿Debería ir yo a ser trapense?”

Había aún una luz en la habitación del padre Filoteo. Entré valientemente en la sala, pero cuando hube llegado a unos seis pies de su puerta sentí como si alguien me hubiera detenido y me retuviera donde me encontraba con manos físicas. Algo interfería en mi voluntad. No podía dar un paso más, aun cuando quería. Di como un empujón al obstáculo, que era acaso un demonio, entonces me volví y salí corriendo de la casa una vez más.

IMG_1175De nuevo me encaminé hacia el soto. La Sala del Alumno estaba casi llena. Mis pies resonaban en la grava. Me encontraba en el silencio del soto, entre árboles húmedos.

No creo que jamás hubo un momento en mi vida en que mi alma sintiera una angustia tan apremiante y especial. Había rezado todo el tiempo, por lo que no puedo decir que empezara a rezar cuando llegué allí donde estaba la capilla: pero las cosas se iban precisando.

– Por favor, ayúdame. ¿Qué voy a hacer? No puedo continuar así. ¡Tú puedes verlo! Mira el estado en que me encuentro. ¿Qué debo hacer? Muéstrame el camino. ¡Como si necesitara más información o alguna clase de signo!

Pero dije esta vez a la Florecita:

– Muéstrame lo que he de hacer.

– y añadí:

– Si entro en el monasterio, seré tu monje. Ahora enséñame lo que he de hacer.

Estaba peligrosamente cerca del camino equivocado para rezar … haciendo promesas indefinidas y pidiendo una especie de signo.

De repente, tan pronto como hube dicho esa plegaria, me sentí consciente del bosque, los árboles, las colinas oscuras, el viento húmedo de la noche, y luego, más distintamente que cualquiera de estas realidades obvias, en mi imaginación, empecé a oír la gran campana de Gethsemaní, tocando en la noche … la campana de la gran torre gris, tocando y tocando, como si sólo estuviera detrás de la primera colina. La impresión me dejó sin aliento, tuve que pensar detenidamente para darme cuenta de que era sólo en mi imaginación que oía la campana de la abadía trapense tocando en la oscuridad. Pero, como después calculé, era alrededor de la hora que la campana toca cada noche para la Salve Regina, hacia el final de Completas.

La campana parecía decirme cuál era mi sitio … como si me llamara a casa.

Esta fantasía ejerció tal determinación en mí que inmediatamente regresé al monasterio … desandando el camino, pasando por la capilla de Nuestra Señora de Lourdes y el final del campo de fútbol. Con cada paso que daba mi mente se decidía más firmemente en que ahora yo habría acabado con todas estas dudas, vacilaciones, preguntas y todo lo demás, y resolvería este asunto, e iría a los trapenses, donde estaba mi lugar.

Cuando entré en el patio, vi que la luz de la habitación del padre Filoteo estaba apagada. En realidad, todas las luces estaban apagadas. Todos habían ido al cine. Mi corazón desfalleció.

IMG_1176Pero había una esperanza. Fui directamente a la puerta, penetré en el corredor y doblé hacia la sala común de los frailes. Nunca me había acercado a aquella puerta. No me había atrevido nunca. Pero ahora subí, golpeé la vidriera, abrí la puerta y miré al interior.

No había nadie allí, excepto un solo fraile, el padre Filoteo.

Le pregunté si podía hablarle y fuimos a su habitación.

Era el fin de toda mi ansiedad, de toda mi vacilación. Tan pronto como le expuse todas mis vacilaciones y preguntas, el padre Filoteo dijo que no podía ver ninguna razón para que yo no entrara en un monasterio y me hiciera sacerdote.

Puede parecer irracional, pero en aquel momento sucedió como si tendiesen un puente ante mis ojos y, repasando todas mis preocupaciones e interrogaciones, pude ver con claridad cuán vacías y vanas habían sido. Sí, era evidente que era llamado a la vida monástica: todas mis dudas acerca de ello habían sido principalmente sombras”.

*

Thomas Merton,
La montaña de los siete círculos

***

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Thomas Merton y Teresa de Lisieux (La Pequeña Flor)

Viernes, 10 de noviembre de 2023
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“El gran regalo que se me dio, ese octubre, en el orden de la gracia, fue el descubrimiento de que la Florecita era realmente una santa, y no santa muda como una muñeca en las imaginaciones de muchas ancianas sentimentales. No sólo era santa, sino una gran santa, una de las mayores: ¡tremenda! Le debo toda clase de disculpas y reparación por haber ignorado su grandeza durante tanto tiempo; pero para hacer tal cosa necesitaría un libro entero, y aquí sólo puedo disponer de unas pocas líneas.

Descubrir un nuevo santo es una maravillosa experiencia. Pues Dios se magnifica grandemente y se hace maravilloso en cada uno de Sus santos. No hay dos santos iguales; pero todos ellos son como Dios, como El de un modo diferente y especial. De hecho, si Adán nunca hubiese caído, toda la raza humana habría sido una serie de imágenes magníficamente diferentes y espléndidas de Dios, cada uno de todos los millones de hombres exponiendo Sus glorias y perfecciones de un modo asombrosamente nuevo, cada uno brillando con su santidad particular, una santidad destinada a Él desde toda la eternidad como la perfección sobrenatural más completa e inimaginable de su personalidad humana.

 Si, desde la caída, este plan nunca se realizara en millones de almas, millones frustrarán ese destino glorioso suyo, ocultarán su personalidad en una corrupción eterna de deformidad, sin embargo, reformando Su imagen en almas desfiguradas y medio destruidas por el mal y el desorden, Dios hace las obras de Su sabiduría y amor lo más sorprendentemente bellas por razón del contraste con el medio en que Él no desdeña operar.

Nunca fue, ni pudo ser, sorpresa para mí que se encontraran santos en la miseria, dolor y sufrimiento de Harlem, en las colonias de leprosos como Molokai del padre Damián, en los barrios bajos del Turín de Juan Bosco, en los caminos de Umbría de la época de San Francisco, o en las ocultas abadías cistercienses del siglo doce, o en la Cartuja Mayor, o la Tebaida, la cueva de Jerónimo (con el león haciendo guardia a su biblioteca), o el pilar de Simón. Todo esto era evidente. Estas cosas eran reacciones fuertes y poderosas en edades y situaciones que exigían heroísmo espectacular.

Pero lo que me asombraba completamente era la aparición de una santa en medio de la fealdad y mediocridad hinchada, aterciopelada, superdecorada y cómoda de la burguesía. Teresa del Niño Jesús era carmelita, es verdad; pero lo que llevó al convento consigo fue una naturaleza formada y adaptada al fondo y mentalidad de la clase media francesa de finales del siglo diecinueve, más complaciente y aparentemente inmutable, de lo cual nada podía imaginarse. Lo que parecía más o menos imposible para la gracia era penetrar en la costra espesa y elástica de la presunción burguesa y asir reamente el alma inmortal de debajo de aquella capa, a fin de hacer algo de ella. En el mejor de los casos, pensaba yo, tales gentes pudieran resultar inocuos pedantes, ¿pero de gran santidad? ¡Nunca!

En realidad, un pensamiento tal era un pecado contra Dios y mi prójimo. Era una subestimación blasfema del poder de la gracia, un juicio extremadamente poco caritativo sobre toda una clase de gente, con fundamentos poco meditados, generales y algo nebulosos: ¡aplicando una gran idea teórica a cada individuo que cae dentro de una cierta categoría!

Primero me interesé en Santa Teresa de Lisieux, leyendo el sentido libro de Ghéon sobre ella: un afortunado principio. Si hubiese dado con alguna otra literatura de la Florecita que anda circulando, la débil chispa de devoción potencial en mi alma se habría apagado al momento.

Merton

No obstante, apenas tuve una débil impresión del carácter real y de la real espiritualidad de Santa Teresa, cuando inmediata y fuertemente me sentí atraído a ella … una atracción que era obra de la gracia, puesto que, como digo, me hizo franquear de un salto miles de obstáculos y repugnancias psicológicas.

Y he aquí lo que me sorprende como lo más fundamental de ella. Llegó a santa no desertando de la clase media, no abjurando, despreciando y maldiciendo la clase media, o el ambiente en que había crecido; por el contrario, se pegó a él en tanto puede pegarse una persona o tal cosa y ser una buena carmelita. Conservó todo lo que era burgués en ella y todavía no incompatible con su vocación: su afecto nostálgico por una graciosa quinta llamada “Les Buissonnets”, su gusto por el arte completamente almibarado, por los angelitos de azúcar y santos de pastel jugando con corderos tan suaves y vellosos que literalmente crispan los nervios a la gente como yo. Escribió una serie de poemas que, sin importar lo admirable de sus sentimientos, se basaban ciertamente en los modelos populares más mediocres.

Para ella habría sido incomprensible que alguien pensara que estas cosas eran feas o extrañas, y nunca se le ocurrió que tuviera que abandonarlas, aborrecerlas, maldecirlas o enterrarlas bajo un montón de anatemas. Y no sólo llegó a ser santa, sino la mayor santa que ha tenido la Iglesia en trescientos años… Aun mayor, en ciertos aspectos, que los dos tremendos reformadores de su orden: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila.

El descubrimiento de todo esto fue, en verdad, una de las humillaciones más grandes y saludables que he tenido en mi vida. No digo que cambiara mi opinión de la presunción de la burguesía del siglo diecinueve, ¡Dios no lo quiera! Cuando algo es repulsivamente feo, es feo, y así es. No me encontré llamando bello lo exterior de esa cultura fantasmagórica. Pero tenía que admitir que, en cuanto a santidad se refería, toda esa fealdad exterior era, per se, del todo indiferente. Y, más aun, como todos los males físicos del mundo, podía servir muy bien, per accidens, de ocasión o hasta de causa secundaria de un gran bien espiritual.

El descubrimiento de un nuevo santo es una experiencia tremenda, tanto más porque es completamente distinto del descubrimiento peliculero de una nueva estrella. ¿Qué puede hacer fulano con su nuevo ídolo? Mirar su fotografía hasta que le dé vértigo. Eso es todo. Pero los santos no son objetos inanimados de contemplación. Se hacen nuestros amigos, participan de nuestra amistad, la corresponden y nos dan inequívocas muestras de su amor por nosotros mediante las gracias que recibimos a través de ellos. Así, ahora que tenía esta gran amiga nueva en el cielo, era inevitable que la amistad empezara a tener su influencia en mi vida.

Lo primero que Teresa de Lisieux podría hacer por mí era encargarse de mi hermano, a quien puse bajo su tutela rápidamente, porque ahora, con vertiginosidad característica, había cruzado la frontera del Canadá, y me había dicho por correo que se encontraba en las Reales Fuerzas Aéreas Canadienses.

No era una gran sorpresa para nadie. Como se le acercaba el tiempo de ser reclutado, empezaba a hacerse claro que iría a donde fuere con tal de no entrar en la infantería. Finalmente, cuando estaba a punto de ser llamado, se había ido al Canadá, a alistarse voluntariamente de aviador. Puesto que el Canadá ya hacía tiempo que estaba realmente en la guerra, y sus aviadores entraban rápidamente en acción, donde eran grandemente necesitados, en Inglaterra, era muy evidente que las probabilidades de John Paul para sobrevivir una guerra larga eran muy escasas. Por lo que yo podía colegir, él entraba en las fuerzas aéreas como si pilotear un bombardero no fuera más peligroso que conducir un coche.

 Ahora estaba acampado en algún lugar cerca de Toronto. Me escribió, con alguna esperanza vaga de que, como él era fotógrafo, pudieran mandarlo de observador para sacar fotos de las ciudades bombardeadas, hacer mapas y demás. Pero entretanto, hacía servicio de guardia, a lo largo de una gran valla de alambre. Y envié a la Florecita de centinela para que cuidara de él. Cumplió bien el encargo.

Pero las cosas que sucedieron en mi vida, antes de que hubiesen transcurrido dos meses, también llevaban la huella de su intervención…”.

*

Thomas Merton

(Fragmento de “La montaña de los siete círculos”)

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“”Me entrego a tu Amor” (Oración de Thomas Merton)

Viernes, 9 de junio de 2023
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Señor, no he vivido como un contemplativo. Me falta lo esencial. Me limito a decir que confío en Ti, pero mis obras demuestran que en realidad solo confío en mi, y que aún tengo miedo de Ti.

Toma mi vida en Tus manos de una vez, y haz con ella lo que quieras. Me entrego a Tu amor, y quiero seguir entregándome a Tu amor, sin rechazar ninguna de las realidades duras o agradables que tengas reservadas para mí.

Me basta con que Tú recibas gloria. Todo cuanto Tú hayas previsto está bien.

Todo es amor. El camino que Tú has abierto ante mí es un camino fácil, comparado con el arduo camino de mi propia voluntad, que me conduce de nuevo hacia Egipto y los adobes sin paja.

Si permites que la gente me alabe, no me importará. Y menos todavía si permites que me censuren; por el contrario, estaré alegre.

Si me envías trabajo, lo aceptaré con alegría, y será un descanso para mí, porque es Tu voluntad. Y si me envías descanso, descansaré en Ti.

Sólo te ruego que me salves de mí mismo. Sálvame de mi egoísta y ponzoñoso afán de cambiarlo todo, de actuar sin motivo, de moverme por el placer de hacerlo, de alterar todo lo que Tú has ordenado.

Permíteme descansar en Tu voluntad y vivir en silencio. Así, la luz de Tu alegría caldeará mi vida. Su fuego arderá en mi corazón y brillará para gloria Tuya. Para eso es para lo que vivo. Amén, amén”.

*

Thomas Merton

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Thomas Merton: un monje contemplativo comprometido con La Paz

Martes, 31 de enero de 2023
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635786917632061025-lcjbrd2-04-11-2015-ky-1-a004-2015-04-10-img-img-img-merton1-jpg-1-1-1eafj3va-l593958368-img-img-img-merton1-jpg-1-1-1eafj3vaHoy se cumplen 108 años del nacimiento de Thomas Merton. 

Thomas Merton es un autor norteamericano que admite múltiples lecturas. Es un monje trapense, un maestro espiritual, un hombre de diálogo, un humanista de hondas raíces cristianas, un pensador  que desafió las certezas de su tiempo, un promotor de la paz y la no-violencia, muy crítico consigo mismo y con cuanto le rodeaba.

Desde muy pronto se compromete con la lucha por la paz.  Su madre era pacifista y se opuso a que su padre fuera a la guerra, afirmando que eso sería asesinar. Vive años convulsos. Nace en plena Guerra mundial, 1915, en un pueblo del pirineo francés, Prades, y muere en Bangkok en 1968. Su madre muere cuando tiene seis años y diez años más tarde muere su padre dejando en él un gran vacío y orfandad. Vive la II Guerra Mundial, la llamada Guerra Fría, la Guerra del Vietnan (1955-1975), las luchas raciales entre blancos y afroamericanos, el llamado problema negro, y la lucha por los derechos civiles. Admira a Martín Luther King y considera el movimiento dirigido por él como el mayor ejemplo de fe cristiana en acción en toda la historia social de Estados Unidos. 

Estudia en la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde se incorpora al movimiento comunista juvenil, participa en mítines y huelgas, pero termina desengañado. Su juventud va a estar caracterizada por la típica bohemia estudiantil pero también participa en todas las publicaciones estudiantiles de la universidad, mostrando que la escritura va a ser una dimensión esencial de su personalidad. Es aquí, en la Universidad de Columbia, donde el Espíritu le mostrará su luz a través de amigos, profesores y lecturas. Lee las Confesiones de San Agustín y la Imitación de Cristo por recomendación de un monje hindú, y otros autores espirituales y autores ingleses como William Blake, Joyce, Gilson y Jacques Maritain. Todos le abren el camino de la fe y contribuyeron a su conversión y su bautismo en la iglesia católica. A los 27 años ingresa en la Abadía trapense de Getsemaní en Kentucky, US (1941), donde vivirá como miembro de la comunidad hasta su muerte. En mayo de 1949 recibe la ordenación sacerdotal.

Desde el silencio y la soledad del monasterio, desde su oración contemplativa, y su gran capacidad para escribir, Merton se convierte en la voz profética que denuncia la injusticia, los falsos dioses: el dinero, el poder, la mentira, la violencia… y clama por la paz en un mundo amenazado por la guerra fría y la guerra nuclear. En el silencio de su celda le asalta la pregunta que Dios hizo a Caín, ¿Dónde está tu hermano? ¿Cómo puedo ser un hombre de paz? ¿Qué es la paz? ¿Qué es la justicia? Busca respuestas a la II Guerra Mundial y observa el mundo en que vive con la mirada crítica del Evangelio.

No se desentendió de los problemas de su tiempo, lo que le ocasionó más de un conflicto con sus superiores, que se preguntaban qué pintaba un monje hablando del peligro nuclear. Intentó comprender lo que sucedía a su alrededor y abrir los ojos a sus contemporáneos. “Estoy de parte de la gente que está harta de la guerra y quiere paz para levantar su país… La tragedia del hombre moderno es que su creatividad, su espiritualidad y su capacidad contemplativa están sofocados por un súper ego que se ha vendido a la tecnología”.

Tras una primera etapa en la abadía en la que escribe textos maravillosos de meditación espiritual y su autobiografía La montaña de los siete círculos a los 33 años, con un éxito extraordinario de best-seller, Merton va a afirmarse en que escribir para él, es el único camino hacia la santidad y escribir se convertirá en un oficio divino y en su segunda naturaleza. En el silencio descubrirá que ser monje es una vocación preeminentemente social, convicción que creció aún más después de 1951 cuando recibe la ciudadanía americana y es nombrado maestro de novicios. El crecimiento social y espiritual de Merton es constante. 

A partir de los años sesenta, comienza a involucrarse cada vez más en los temas sociales y en las protestas contra la guerra del Vietnan y la escalada nuclear, la discriminación racial y la lucha por los derechos civiles. Su voz fue una de las de mayor influencia. La gente le escuchaba para encontrar luz en la oscuridad y claridad en medio de la confusión. Escribe sobre la necesidad de la paz frente a la guerra y la violencia. Clama proféticamente por la paz en el mundo y escribe: “Ser contemplativo no supone desentenderse del mundo y de sus problemas. El armarse hasta los dientes, no garantiza la paz (…) Hago de mi silencio monástico una protesta contra las mentiras de los políticos, de los propagandistas y de los agitadores”. 

Merton anhelaba un mundo nuevo y poner sus talentos a sanar las heridas de ese mundo y lo llevará a cabo desde la Abadía de Getsemaní en Kentucky. En Semillas de destrucción escribe sobre la lucha pacífica contra la segregación y discriminación racial liderada por Martin Luther King. “El negro le ofrece al blanco un mensaje de salvación, pero el blanco está tan enceguecido por su autosuficiencia y su presunción que no reconoce el peligro que corre al ignorar la oferta”.

Gandhi y la no violencia es un dialogo entre dos maestros espirituales, Gandhi y Merton. Ambos están de acuerdo en afirmar que “el camino de la paz es el camino de la verdad, y la mentira, la madre de la violencia. La mentira introduce violencia y desorden en nuestra propia naturaleza. Nos divide contra nosotros mismos, nos hace enemigos de nosotros mismos y de la verdad que está en nosotros. Es de esta división de la que surge el odio y la violencia…”.

Para Merton, la tarea de construir un mundo pacífico es la tarea más importante de su tiempo, pero también la más difícil. “La violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. El fin de la no violencia no es el poder sino la verdad”.

Ve la guerra como una tragedia evitable y cree que el problema de resolver el conflicto internacional sin violencia masiva se ha convertido en el problema número uno de su tiempo. Y citando a Kennedy afirma: “Si no terminamos la guerra, la guerra terminará con nosotros”.

En 1962 intenta publicar Paz en tiempos de oscuridad, pero fue vetada por sus superiores. Viene a ser su testamento profético sobre la paz y la guerra. Mucho de lo que se le había prohibido decir, comenzó a decirlo por aquel entonces el papa Juan XXIII y culminó con la publicación de la encíclica Pacem in Terris, en 1963. En ella se manifiesta contra la carrera armamentística y defensor del derecho a la vida como el derecho humano más elemental.

Merton se expresa así: “Me gustaría insistir por encima de todo en una verdad fundamental; que toda guerra nuclear, y, de hecho, la destrucción masiva de ciudades, poblaciones, naciones y culturas, independientemente del medio por el que se lleva a cabo, supone un crimen gravísimo que nos está prohibido, ya no únicamente por ética cristiana, sino por cualquier código moral sensato y serio”.

Merton hizo llegar textos mecanografiados de la obra prohibida a personas importantes e intelectuales de su época como el papa Juan XXIII, el cardenal Montini, Martin Luther King, Kennedy… y a personas participantes en sesiones conciliares. Es llamativo que la única condena especifica promulgada por el Vaticano II en la Gaudium et Spesse exprese en términos semejantes. “Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras…es un crimen contra Dios y contra la Humanidad que es preciso condenar con fuerza y sin vacilaciones”.

En 1962 es invitado a hacer una oración por la paz en la Cámara de los Representantes de los Estados Unidos en la que entre otras cosas dice: “Señor Omnipotente… escucha compasivo esta oración que asciende a Ti, desde la confusión y la desesperación de un mundo en el que has sido olvidado, en el que no se invoca tu nombre, no se respetan tus leyes y se ignora tu presencia. Ayúdanos a controlar las armas que amenazan con dominarnos. Ayúdanos a emplear nuestra ciencia para la paz y el progreso, no para la guerra y la destrucción. Enséñanos a utilizar la energía nuclear para bendecir a los hijos de nuestros hijos, no para arruinarlos…”.

Le duele la indiferencia y la fe superficial de muchos norteamericanos que viene a ser un ligero barniz bajo grandes apariencias, sin compromiso ni rechazo de la violencia. “Nos guste o no, escribe, tenemos que admitir que ya estamos viviendo de hecho en un mundo postcristiano, es decir, en un mundo en el que los ideales cristianos y las actitudes cristianas se están viendo cada vez más relegados a una minoría. Es inquietante advertir ( …) que ya no solo los no cristianos sino incluso los propios cristianos tienden a pasar por alto la ética evangélica de la no-violencia y el amor, tachándola de sensiblera”.

Y desde una postura de responsabilidad cristiana pregunta, “¿a dónde nos está llevando la carrera armamentística nuclear? ¿Qué queremos hacer con la bomba atómica la menguante minoría cristiana de occidente? ¿Deshacernos de ella o utilizarla contra Rusia?”. Activista por la paz y los Derechos Humanos, Merton intentó abrir los ojos a sus contemporáneos y apoyó el movimiento pacifista y antirracista. Durante sus 20 años en la abadía de Getsemaní, se convirtió en un escritor contemplativo, crítico y en un monje atípico comprometido con la paz. Fue un hombre de fronteras: retirado del mundo, participó al mismo tiempo en la protesta antirracista y anti-Vietnam; místico cristiano y seguidor de Jesús, trata de ser un buen budista.

1968

Thomas Merton y el Dalai Lama en 1968

Durante el último tramo de su vida, crece su interés por las tradiciones orientales de meditación y espiritualidad budista, que influyeron mucho sobre su pensamiento y escritos de los últimos años. Estudia la fe islámica, el misticismo sufí y el budismo zen, enriqueciendo a unos y a otros con su amplio conocimiento de la mística y espiritualidad católicas. Sus exploraciones interreligiosas, no fueron ejercicios académicos sino algo esencial a su apertura a Dios en todo momento, apertura al cambio y a la conversión allí donde pudiera tener lugar. Su apertura a las tradiciones orientales culminó con su viaje a Asia en 1968. Tuvo la oportunidad de visitar al Dalai Lama con quien aprendió técnicas de concentración. Muere en Bangkok (Tailandia) donde asistía a un encuentro interconfesional de superiores monásticos de Oriente. 

Hoy, Merton es el máximo exponente del acercamiento entre ascetismo cristiano y la filosofía oriental. Su voz profética es de gran actualidad. Nos recuerda la necesidad vital de cultivar el mundo interior; que la paz es un don y una tarea; que la violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. Un buscador de Dios que intentaba descubrir el misterio de su existencia. Su voz profética nos hace conscientes de que en estos tiempos de crisis espiritual y de división entre los pueblos, el diálogo interreligioso es una necesidad urgente, que las religiones están llamadas a construir puentes, recomponer la unidad y a tejer una nueva humanidad fomentando la cultura del dialogo y la solidaridad.

Pilar Concejo

Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Cincinnati, Ohio y Licenciada en Historia Moderna por la Universidad de Valladolid. Ha ejercido la docencia en el Instituto de España en Londres, la Universidad de Ohio Wesleyan en USA y en la universidad San Pablo CEU, de Madrid.

Fuente Revista Crítica

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Adviento en Thomas Merton

Viernes, 16 de diciembre de 2022
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Para el hombre en Cristo, el ciclo de las estaciones es algo enteramente nuevo. Se ha convertido en un ciclo de salvación. El año no es simplemente un año más, es el año del Señor, un año en el que el paso del tiempo mismo no sólo nos trae la natural renovación de la primavera y la fecundidad de un verano terrenal, sino también la fecundidad espiritual e interior de la gracia” (55).

El año litúrgico… santifica nuestras vidas… nos llama la atención hacia la gran verdad de la presencia de Cristo en medio de nosotros… renueva nuestra redención en Cristo… nos muestra que, aunque estemos captados todavía en la batalla entre carne y espíritu, la victoria ya es nuestra.

“Para el creyente que vive en Cristo cada día nuevo renueva su participación en el misterio de Cristo. Cada día es un nuevo amanecer de esa “lumen Christi”, la luz de Cristo que no conoce poniente” (57).

“La liturgia es la gran escuela de la vida cristiana y la fuerza transformadora que vuelve a dar forma a nuestras almas y a nuestros caracteres en la semejanza de Cristo” (57).

Año de salvación, año de iluminación, año de transformación.

“Nunca podemos trepar hasta Él; Él ha de bajar hasta nosotros. Eso es lo más importante en el misterio del Adviento: el descenso de Dios a nuestra bajeza, por puro amor, no por ningún mérito propio” (71).

“Veló su claridad para acomodarla a nuestros débiles ojos… No hemos de ir muy lejos para encontrarle, está dentro de nosotros” (72).

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Tomado de : “Tiempos de celebración”.

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Thomas Merton: un monje contemplativo comprometido con La Paz

Lunes, 31 de enero de 2022
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Desde muy pronto se compromete con la lucha por la paz.  Su madre era pacifista y se opuso a que su padre fuera a la guerra, afirmando que eso sería asesinar. Vive años convulsos. Nace en plena Guerra mundial, 1915, en un pueblo del pirineo francés, Prades, y muere en Bangkok en 1968. Su madre muere cuando tiene seis años y diez años más tarde muere su padre dejando en él un gran vacío y orfandad. Vive la II Guerra Mundial, la llamada Guerra Fría, la Guerra del Vietnan (1955-1975), las luchas raciales entre blancos y afroamericanos, el llamado problema negro, y la lucha por los derechos civiles. Admira a Martín Luther King y considera el movimiento dirigido por él como el mayor ejemplo de fe cristiana en acción en toda la historia social de Estados Unidos. 

Estudia en la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde se incorpora al movimiento comunista juvenil, participa en mítines y huelgas, pero termina desengañado. Su juventud va a estar caracterizada por la típica bohemia estudiantil pero también participa en todas las publicaciones estudiantiles de la universidad, mostrando que la escritura va a ser una dimensión esencial de su personalidad. Es aquí, en la Universidad de Columbia, donde el Espíritu le mostrará su luz a través de amigos, profesores y lecturas. Lee las Confesiones de San Agustín y la Imitación de Cristo por recomendación de un monje hindú, y otros autores espirituales y autores ingleses como William Blake, Joyce, Gilson y Jacques Maritain. Todos le abren el camino de la fe y contribuyeron a su conversión y su bautismo en la iglesia católica. A los 27 años ingresa en la Abadía trapense de Getsemaní en Kentucky, US (1941), donde vivirá como miembro de la comunidad hasta su muerte. En mayo de 1949 recibe la ordenación sacerdotal.

Desde el silencio y la soledad del monasterio, desde su oración contemplativa, y su gran capacidad para escribir, Merton se convierte en la voz profética que denuncia la injusticia, los falsos dioses: el dinero, el poder, la mentira, la violencia… y clama por la paz en un mundo amenazado por la guerra fría y la guerra nuclear. En el silencio de su celda le asalta la pregunta que Dios hizo a Caín, ¿Dónde está tu hermano? ¿Cómo puedo ser un hombre de paz? ¿Qué es la paz? ¿Qué es la justicia? Busca respuestas a la II Guerra Mundial y observa el mundo en que vive con la mirada crítica del Evangelio.

No se desentendió de los problemas de su tiempo, lo que le ocasionó más de un conflicto con sus superiores, que se preguntaban qué pintaba un monje hablando del peligro nuclear. Intentó comprender lo que sucedía a su alrededor y abrir los ojos a sus contemporáneos. “Estoy de parte de la gente que está harta de la guerra y quiere paz para levantar su país… La tragedia del hombre moderno es que su creatividad, su espiritualidad y su capacidad contemplativa están sofocados por un súper ego que se ha vendido a la tecnología”.

Tras una primera etapa en la abadía en la que escribe textos maravillosos de meditación espiritual y su autobiografía La montaña de los siete círculos a los 33 años, con un éxito extraordinario de best-seller, Merton va a afirmarse en que escribir para él, es el único camino hacia la santidad y escribir se convertirá en un oficio divino y en su segunda naturaleza. En el silencio descubrirá que ser monje es una vocación preeminentemente social, convicción que creció aún más después de 1951 cuando recibe la ciudadanía americana y es nombrado maestro de novicios. El crecimiento social y espiritual de Merton es constante. 

A partir de los años sesenta, comienza a involucrarse cada vez más en los temas sociales y en las protestas contra la guerra del Vietnan y la escalada nuclear, la discriminación racial y la lucha por los derechos civiles. Su voz fue una de las de mayor influencia. La gente le escuchaba para encontrar luz en la oscuridad y claridad en medio de la confusión. Escribe sobre la necesidad de la paz frente a la guerra y la violencia. Clama proféticamente por la paz en el mundo y escribe: “Ser contemplativo no supone desentenderse del mundo y de sus problemas. El armarse hasta los dientes, no garantiza la paz (…) Hago de mi silencio monástico una protesta contra las mentiras de los políticos, de los propagandistas y de los agitadores”. 

Merton anhelaba un mundo nuevo y poner sus talentos a sanar las heridas de ese mundo y lo llevará a cabo desde la Abadía de Getsemaní en Kentucky. En Semillas de destrucción escribe sobre la lucha pacífica contra la segregación y discriminación racial liderada por Martin Luther King. “El negro le ofrece al blanco un mensaje de salvación, pero el blanco está tan enceguecido por su autosuficiencia y su presunción que no reconoce el peligro que corre al ignorar la oferta”.

Gandhi y la no violencia es un dialogo entre dos maestros espirituales, Gandhi y Merton. Ambos están de acuerdo en afirmar que “el camino de la paz es el camino de la verdad, y la mentira, la madre de la violencia. La mentira introduce violencia y desorden en nuestra propia naturaleza. Nos divide contra nosotros mismos, nos hace enemigos de nosotros mismos y de la verdad que está en nosotros. Es de esta división de la que surge el odio y la violencia…”.

Para Merton, la tarea de construir un mundo pacífico es la tarea más importante de su tiempo, pero también la más difícil. “La violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. El fin de la no violencia no es el poder sino la verdad”.

Ve la guerra como una tragedia evitable y cree que el problema de resolver el conflicto internacional sin violencia masiva se ha convertido en el problema número uno de su tiempo. Y citando a Kennedy afirma: “Si no terminamos la guerra, la guerra terminará con nosotros”.

En 1962 intenta publicar Paz en tiempos de oscuridad, pero fue vetada por sus superiores. Viene a ser su testamento profético sobre la paz y la guerra. Mucho de lo que se le había prohibido decir, comenzó a decirlo por aquel entonces el papa Juan XXIII y culminó con la publicación de la encíclica Pacem in Terris, en 1963. En ella se manifiesta contra la carrera armamentística y defensor del derecho a la vida como el derecho humano más elemental.

Merton se expresa así: “Me gustaría insistir por encima de todo en una verdad fundamental; que toda guerra nuclear, y, de hecho, la destrucción masiva de ciudades, poblaciones, naciones y culturas, independientemente del medio por el que se lleva a cabo, supone un crimen gravísimo que nos está prohibido, ya no únicamente por ética cristiana, sino por cualquier código moral sensato y serio”.

Merton hizo llegar textos mecanografiados de la obra prohibida a personas importantes e intelectuales de su época como el papa Juan XXIII, el cardenal Montini, Martin Luther King, Kennedy… y a personas participantes en sesiones conciliares. Es llamativo que la única condena especifica promulgada por el Vaticano II en la Gaudium et Spesse exprese en términos semejantes. “Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras…es un crimen contra Dios y contra la Humanidad que es preciso condenar con fuerza y sin vacilaciones”.

En 1962 es invitado a hacer una oración por la paz en la Cámara de los Representantes de los Estados Unidos en la que entre otras cosas dice: “Señor Omnipotente… escucha compasivo esta oración que asciende a Ti, desde la confusión y la desesperación de un mundo en el que has sido olvidado, en el que no se invoca tu nombre, no se respetan tus leyes y se ignora tu presencia. Ayúdanos a controlar las armas que amenazan con dominarnos. Ayúdanos a emplear nuestra ciencia para la paz y el progreso, no para la guerra y la destrucción. Enséñanos a utilizar la energía nuclear para bendecir a los hijos de nuestros hijos, no para arruinarlos…”.

Le duele la indiferencia y la fe superficial de muchos norteamericanos que viene a ser un ligero barniz bajo grandes apariencias, sin compromiso ni rechazo de la violencia. “Nos guste o no, escribe, tenemos que admitir que ya estamos viviendo de hecho en un mundo postcristiano, es decir, en un mundo en el que los ideales cristianos y las actitudes cristianas se están viendo cada vez más relegados a una minoría. Es inquietante advertir ( …) que ya no solo los no cristianos sino incluso los propios cristianos tienden a pasar por alto la ética evangélica de la no-violencia y el amor, tachándola de sensiblera”.

Y desde una postura de responsabilidad cristiana pregunta, “¿a dónde nos está llevando la carrera armamentística nuclear? ¿Qué queremos hacer con la bomba atómica la menguante minoría cristiana de occidente? ¿Deshacernos de ella o utilizarla contra Rusia?”. Activista por la paz y los Derechos Humanos, Merton intentó abrir los ojos a sus contemporáneos y apoyó el movimiento pacifista y antirracista. Durante sus 20 años en la abadía de Getsemaní, se convirtió en un escritor contemplativo, crítico y en un monje atípico comprometido con la paz. Fue un hombre de fronteras: retirado del mundo, participó al mismo tiempo en la protesta antirracista y anti-Vietnam; místico cristiano y seguidor de Jesús, trata de ser un buen budista.

 

1968

Durante el último tramo de su vida, crece su interés por las tradiciones orientales de meditación y espiritualidad budista, que influyeron mucho sobre su pensamiento y escritos de los últimos años. Estudia la fe islámica, el misticismo sufí y el budismo zen, enriqueciendo a unos y a otros con su amplio conocimiento de la mística y espiritualidad católicas. Sus exploraciones interreligiosas, no fueron ejercicios académicos sino algo esencial a su apertura a Dios en todo momento, apertura al cambio y a la conversión allí donde pudiera tener lugar. Su apertura a las tradiciones orientales culminó con su viaje a Asia en 1968. Tuvo la oportunidad de visitar al Dalai Lama con quien aprendió técnicas de concentración. Muere en Bangkok (Tailandia) donde asistía a un encuentro interconfesional de superiores monásticos de Oriente. 

Hoy, Merton es el máximo exponente del acercamiento entre ascetismo cristiano y la filosofía oriental. Su voz profética es de gran actualidad. Nos recuerda la necesidad vital de cultivar el mundo interior; que la paz es un don y una tarea; que la violencia no cambia nada, pero el amor lo transforma todo. Un buscador de Dios que intentaba descubrir el misterio de su existencia. Su voz profética nos hace conscientes de que en estos tiempos de crisis espiritual y de división entre los pueblos, el diálogo interreligioso es una necesidad urgente, que las religiones están llamadas a construir puentes, recomponer la unidad y a tejer una nueva humanidad fomentando la cultura del dialogo y la solidaridad.

Pilar Concejo

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Cristo en Thomas Merton

Miércoles, 20 de marzo de 2019
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Al hacerse hombre, Dios se convirtió no solo en Jesucristo, sino también, potencialmente, en cada hombre y mujer que han existido. En Cristo, Dios no se convirtió tan solo en este hombre, sino también, en un sentido más amplio y más místico, aunque no por ello menos verdadero, en todo hombre”.

La concepción de Merton acerca de Dios es fuertemente apofática, pero puede decirse que su cristología es claramente catafática: Cristo es el revelador y la manifestación del Dios escondido. La cristología de Merton es luminosa.

“Sin figura, sin belleza… Cristo vino a la tierra no para revestirse de la fría belleza de una santa imagen, sino para ser contado entre los malhechores, para morir como uno de ellos, condenado por los puros… Si Cristo no fuera realmente mi hermano con todas mis penas, con todas mis cargas sobre sus hombros y toda mi pobreza y tristeza en su corazón, entonces no habría habido redención”.

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Thomas Merton fotógrafo

Jueves, 31 de enero de 2019
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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La fotografía se convirtió en uno de las cosas que más le interesaron a Thomas Merton durante los tres o cuatro últimos años de su vida. La colección de sus fotografías conservada en los archivos del Thomas Merton Center se compone de más de mil doscientas imágenes.

Las anotaciones de sus diarios desde principios de los años sesenta presentan ya indicios de que este interés se desarrollaría más tarde. Se han publicado dos importantes colecciones de fotografías de Merton, y aparecen sus fotos en varios de sus libros publicados.

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(Diccionario de Thomas Merton).

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Horas de silencio y encuentro con Thomas Merton

Lunes, 10 de diciembre de 2018
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10 de diciembre 2018 – 50º aniversario de la muerte de Thomas Merton

GUillermo Oroz; Mari Paz López Santos
Navarra; Madrid

ECLESALIA, 10/12/18.- “No son las reflexiones lo que importa, sino las horas de silencio”, escribía Thomas Merton en su Diario, el 10 de diciembre de 1960. Efectivamente, no es su reflexión ni que todo lo que dejó escrito nos haga reflexionar; es el silencio y la quietud con la que nos predisponemos al encuentro con el hombre, el monje, y ahora sabemos que también el profeta. Como tal, fue un adelantado a su tiempo y es patrimonio de la humanidad para siempre.

Merton fue escritor antes de entrar en la vida monástica y aunque su opción era dejar la palabra, incluyendo la escrita, al traspasar la puerta del monasterio cisterciense de Getsemani (Estados Unidos), fue su abad el que le puso de nuevo la pluma en la mano.

Su obra es tan extensa que podría dudarse que tal diversidad de temas sobre espiritualidad y vida monástica y, especialmente, lo referente a las luchas y controversias del mundo en que vivió, hayan salido de un monje contemplativo.

Si el legado que Thomas Merton nos ha dejado en palabras de sabiduría es tan inmenso, cuantas habrán sido las horas de silencio y oración que propiciaron tal testimonio escrito; que nació para ser compartido con quien se anime a un encuentro con este monje que permanece vivo, activo, cercano y que, con sus propias palabras, se presenta así:

“Si quieres saber quién soy yo,
no me preguntes dónde vivo,
o lo que me gusta comer, o cómo me peino;
pregúntame, más bien, por lo que vivo,
detalladamente,
y pregúntame
si lo que pienso
es dedicarme a vivir plenamente
aquello por lo que quiero vivir.”

Aquí estamos dos escribiendo junto a Thomas Merton. Dos que hicimos inmersión en sus libros y, buceando en la intensa espiritualidad que destilan, encontramos a la persona, al creyente, al monje, al escritor y, en definitiva, al buscador que nos invita, como un hito en el camino, a adentrarnos en un encuentro mayor, definitivo: Dios.

Con un atrevimiento similar al de los niños le hemos invitado a dar un “paseo” por escrito y celebrar juntos el 10 de diciembre de 2018, fecha del 50º aniversario de su muerte.

Resultaría presuntuoso por nuestra parte pretender decir algo más ni mejor de lo mucho que se ha dicho de Thomas Merton desde una óptica monástica. Su figura, inmensa, se agranda día a día con los estupendos trabajos que se vienen publicando y que iluminan detalles o aspectos de su persona que habían pasado desapercibidos hasta ahora. Nuestro humilde escrito no aspira a sumarse a esa bibliografía. Quizá pudiera catalogarse en la categoría de testimonio. Aunque sólo quizá.

Testimonio de dos personas laicas, un hombre y una mujer, con diferentes circunstancias individuales, cuyas vidas se han visto iluminadas por la experiencia y las palabras de este monje. Conscientes de todo ello, queremos centrarnos y hacer hincapié en una visión de Merton que nace desde lo laico. Laicas son nuestras circunstancias, nuestra educación, nuestra vida y nuestro punto de vista.

Sabido es que Thomas Merton inspiró a muchas personas laicas a lo largo de su vida. Podríamos traer aquí un sinfín de nombres entre los que le trataron personalmente. La inspiración que ha vertido sobre quienes no tuvimos la dicha de conocerlo es incuestionable.

Archiconocida es su “iluminación en la esquina de la calle 43”, que podríamos calificar como una “iluminación laica” por sus circunstancias.

¿Quién no desearía haberse encontrado junto a Merton en el cruce de la Cuarta y Walnut en su momento clave de iluminación? Pero nadie acompaña en ese instante mínimo y sobrecogedor que lleva a una comprensión que es don gratuito.

Si la iluminación te sorprende en pleno centro comercial, como le pasó a Merton, nadie lo nota, sólo quien vive la experiencia única e inolvidable, de la que ya no se podrá desprender y a la que siempre podrá volver con la certeza de que vuelve al camino conocido.

Para el monje Thomas Merton que tantas horas de silencio y oración llevaba en su vida debió ser un shock maravilloso comprender en un instante que, toda aquella gente que le rodeaba y a la que no conocía, estaba iluminada por una luz que emanaba de un Amor que no se contabiliza porque se da de forma tan gratuita que nadie se puede esconder de él, aunque la mayoría nunca llegue a enterarse.

Reconocerse como uno más, sin privilegios, sin la etiqueta de una identidad privilegiada e ilusoria, fue parte de la liberación de ese instante de comprensión interior. La otra parte fue sentirse un destello más sumado a cada uno de los destellos que salen de cada ser humano, sea consciente de ello o no lo sea; se encuentre donde se encuentre y siga la vocación concreta a la que Dios le ha llamado.

Si nos encontráramos en lo que él llamaba le point vierge, ese punto interior que permanece intacto; estancia de Dios en lo escondido de cada uno, efectivamente no habría ni guerras, ni violencia, ni egoísmo, ni corrupción. Si nos reconociéramos a la luz de la semilla que plantó el Sembrador en el origen y que permanece oculta a nuestra comprensión y sensibilidad por capas de miedo, rodeada de muros y alambradas, olvidada por las distracciones del exterior que nos hacen perder el norte y el centro vital, diríamos con Merton: “Ellos no son ellos, sino mi propio yo. ¡No son extraños!”

No tiene nada de ilusoria la comprensión de un yo comunitario que abarca toda la humanidad desde que Dios quiso encarnarse en lo humano.

Dios y Merton tenían una cita en la esquina de la calle 4ª con Walnut aquel 18 de marzo de 1958. Pero Merton aún no lo sabía. Se llevó una buena sorpresa. Sorpresa y batacazo.

Dios le dio un buen revolcón. Revolcón trinitario: en tres partes. Tres estacazos que fueron sólo uno: un gran instante de luz, capaz de alimentar su vida entera y cuyo resplandor aún nos alcanza a nosotros hoy.

Primero lo despojó –en realidad lo liberó, como él mismo sintió- de toda su vanagloria. Tomó su ego hinchado, como la barriga de una oveja muerta, y lo pinchó.

Nuestros egos cuando se pinchan son como el globo de un niño que se le escapa y protesta con esa pedorreta larga y absurda que da risa. Así se queja nuestro ego. “Casi me eché a reír en voz alta” dice Merton. Hay que ser muy grande para reírse del ego de uno mismo.

Pero ¿con qué aguja pinchó Dios el ego de Merton? ¿Qué fue lo primero que sintió el monje? Que “amaba a toda aquella gente” escribe casi con sorpresa. El amor fue la aguja. El amor pincha nuestro ego. En nuestro espíritu no caben los dos: o tenemos el ego o ponemos el amor. Toda la ascesis debe conducir a ir reduciendo el espacio del ego para ir dando espacio al amor. Que el amor vaya creciendo y yo menguando…

El segundo destello fue el ver la realidad del ser humano. Todo hombre y toda mujer vistos por los ojos de Dios; y desde ahí, experimentar que a los ojos de Dios, él era un hombre más, tan amado por Él como todos los demás. Y que en esa oleada de amor, él los amaba también a todos.

“La alegría de ser hombre, dice, el glorioso destino de ser de la raza humana, que Dios eligió para encarnarse, para ser uno de nosotros. Si los hombres pudieran verse como realmente son, dice. Deambulan por el mundo brillando como el sol”.

Y una incontrolable sensación de unidad con todos ellos. Desde su soledad, irrenunciable y destinada, pero unido a todos. Cuando el amor se instala –se instale- en nosotros, los egos se retiran: somos uno. Pero no lo sabemos. Merton, sí.

El desierto, su desierto, no es un lugar de otro mundo sino de éste. Sólo hay un mundo, que todos compartimos. La soledad del monje es la otra cara del espejo del bullicio del mundo.

El tercer y último resplandor: el punto de la nada, de la pura verdad; su nombre escrito en nosotros. Dios en nosotros. Tomar contacto con este punto es la clave de todo, y lo cambia todo.

Queremos destacar sus tres últimas frases que concretan la verdad de ese momento: “No tengo programa para esa visión. Se da, simplemente. Pero la puerta del cielo está en todas partes”.

Si estamos abiertos a ello, cada paso que damos en nuestra vida, conduce a Dios. Cada una de las calles de nuestro mundo conduce a Dios, si queremos. No necesitamos ir a buscarlo a ningún lugar extraño o lejano, sólo hemos de recorrer el camino a nuestro corazón.

No es patrimonio de nadie, de ningún estilo de vida. No hay programa que conduzca a él, ni método ni guía. Es un don. Es dado. Y es simple. Simplicidad, esencia de lo cisterciense. Despojo de todo, apertura a Dios. Al Dios que vive en nuestras vidas como amor. Esa única realidad con miles de rostros, que son un solo Rostro.

Da igual dónde estemos, en la oficina, en la fábrica, en el supermercado, en la parada del autobús, el próximo paso que demos puede conducirnos a Dios. Más aún: o nos conduce a Dios o nos aleja de él. Cada paso cuenta. Así de simple. Lo único que importa es la dirección que tomemos, no los paisajes por los que atravesamos.

¿Qué diferencia a un laico de un monje? No es su mundo interior, sino las circunstancias externas en que vive. A grossomodo, uno vive apartado del mundo y el otro en medio del mismo. La misión del monje pasa por encontrar a Dios y vivirlo desde el apartamiento y la soledad. La misión del laico implica encontrar a Dios y vivirlo en medio del mundo, de la sociedad, de sus prójimos. Esta diferencia es sólo cuantitativa, no cualitativa.

La única forma que tiene el laico de poner a Dios en medio del mundo, no es una manera litúrgica, sacramental o sacerdotal, sino llevarlo allí, porque antes lo haya puesto en el centro de su corazón y a flor de piel de sus manos. Es decir, en el amor.

El monje vive en un mundo regulado, homogéneo, entre hermanos con los que comparte no sólo lugar, sino un mundo cultural, conceptual y vital. El monje vive en comunidad.

El laico, por el contrario, vive en un mundo diverso, entre gentes que unas veces comparten sus valores y otras no. Y a todos ha de amar. Gentes que unas veces aceptarán su presencia y otras la rechazarán y perseguirán. Entre gentes que, a través de las leyes injustas que a menudo rigen el mundo, la sociedad y los trabajos, por ejemplo, se aprovecharán de él y lo explotarán. Entre gentes de otros cultos a los que respetar.

Vive en una realidad cuyas implicaciones sociales, laborales, políticas, económicas, etc. lo interpelan y a las que ha de responder, con una palabra y desde el amor. Es un compromiso ineludible con la realidad. Un contemplativo no puede cerrar los ojos o mirar para otro lado. Ve a Dios en todo y ve todo en Dios.

Desde lo más abstracto a lo más concreto, un laico ha de crear su mundo: horarios, ropas, comidas, aficiones, uso del tiempo… En un monasterio, todo ello viene dado y al monje le queda la ardua tarea de amoldarse a ello. Pero un laico tiene todo eso por hacer. Y cada uno lo ha de hacer a su modo, según sus posibilidades. Otra de las características de lo laico: no hay recetas fijas.

Un monje quizá sea un experto en estabilidad, en firmeza de vida. Un laico es experto en fluir con las circunstancias que la vida le va poniendo: crianza de hijos, primero pequeños, luego adolescentes, mayores, los nietos, etc.; responsabilidades laborales crecientes o menguantes, solidaridades más comprometidas, verdadera entrega a una causa u otra. Si el monje es una montaña, el laico quizá sea regato, viento o… ¿será el valle?

Hoy vienes, hno. Thomas Merton, a preguntarnos sobre lo que vivimos o intentamos vivir en este tiempo, cincuenta años después de tu muerte. Y te contestamos tomando algunas de tus palabras pero puestas en plural: “Por aquí vamos decididos a “dedicarnos a vivir plenamente aquello por lo que queremos vivir” junto a otros, monjes, monjas, laicos y laicas, haciendo el camino del corazón, al encuentro con Dios.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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1968 y Thomas Merton

Lunes, 10 de diciembre de 2018
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MertonEn el 50 aniversario de su muerte, que hoy se cumplen:

Hay años que quedan especialmente grabados en la memoria colectiva. ¿Qué aconteció en el año 1968 que quedó plasmado en el recuerdo? Muchas cosas ocurrieron ese año y muchas más han quedado olvidadas para la historia.

He “recolectado” algunas para ubicarnos en el tiempo de hace cincuenta años, son pocas, pero seguro que muchos recordamos y otros podrán investigar.

1968 fue declarado Año Internacional de los Derechos Humanos por la ONU. La  Declaración de la Carta de Derechos Humanos cumplía veinte años. El próximo 10 de diciembre del año en curso el cumpleaños de este importante documento cumplirá setenta. Me queda una extraña sensación, un no sé qué de tristeza. Habría que revisar qué se está haciendo en el mundo si avanzar o retroceder.

El 5 de enero comienza la Primavera de Praga, que llegó hasta el 20 de agosto cuando los tanques soviéticos entraron en Checoslovaquia y acabaron con las ansías de liberación política.

La Guerra de Vietnam seguía su sangriento curso. En marzo, la matanza de MyLai, masacre de civiles a cargo del ejército de los Estados Unidos. Las fotos hablaban y siguen hablando por sí mismas.

El 4 de abril murió asesinado Martin Luther King, se llevó su sueño de ver a blancos y negros vivir en paz y concordia. ¿Qué diría hoy?

El 6 de abril, España ganó Eurovisión con Massiel y el “La,la,la”. También fue el año de los primeros atentados de ETA. De un pequeño logro femenino: las mujeres casadas podían ser elegidas concejales.

En el mes de mayo, manifestaciones, protestas y una huelga general, en Francia. Se conoce como el “Mayo Francés”.

El 25 de julio, el Pablo VI publica la “Humanae Vitae”, en la que no se aprueban los anticonceptivos.

El 26 de agosto, Los Beatles lanzan “Hey Jude”.

Ese mismo día en Medellín (Colombia) se inicia la 2ª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano bajo el lema “La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II”.

El 2 de octubre, matanza de Tlalcoco, en la Plaza de las Tres Culturas, de la Ciudad de México, contra un grupo de manifestantes la mayoría estudiantes.

Diez días después, el 12 de octubre, se inauguran en esa misma ciudad, los XIX Juegos Olímpicos.

Durante todo el año, mes sí… mes también, siguen las pruebas atómicas de Estados Unidos en el territorio de Las Vegas.

El Premio Nobel de la Paz de 1968 fue para René Cassin, jurista y juez francés, “por toda una vida consagrada a la paz, la justicia y los derechos humanos y por sus trabajos como redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.

El 10 de diciembre de 1968, fallecimiento de  Thomas Merton. A esta fecha es a la que quería llegar para ubicarme en este mítico año, cuando se cumple el 50º aniversario de su muerte. Aprovechemos para recordarle y seguir contando quien fue y quien sigue siendo.

¡Ardua tarea e inabarcable tarea “contar” a Merton! Con lo que dejó escrito y lo que se ha escrito sobre él, no sé qué cantidad de metros cuadrados de biblioteca se llenarían. Con las posibilidades que tenemos ahora y “buceando” por Internet (que no ocupa metros cuadrados) quien quiera se podrá  adentrar en la persona, historia, publicaciones, etc.

Por tanto lo más sensato y coherente será compartir quién es Thomas Merton para mí.

“¿Conoces a Thomas Merton?”, me preguntó un amigo irlandés en Taizé en 1994. Le contesté que no. “Es un escritor de espiritualidad y, según lo que hemos hablado estos días, creo que te puede interesar lo que escribe. Mira a ver, cuando vuelvas  a España, si hay publicados libros en español”. Dos palabras: Thomas y Merton, regalo del amigo irlandés que no cayeron en saco roto. En mi país en la librería religiosa donde era y soy habitual, me dijeron que tuvieron en otros momentos, pero que habían dejado de reeditarse. Durante dos años, cada vez que volvía a por algún libro, preguntaba si ya tenían algo de Merton. Nada.

¡Qué tiempos aquellos, no podía brujulear como ahora por Google, las Redes…! Pero tampoco olvidé la recomendación. Hasta que, por fín, un día tuve en mis manos un libro del tan esperado Thomas Merton: “La oración contemplativa” (1).

Entusiasmada por ver satisfecho mi deseo, llegué a casa y me adentré con ansia en su lectura. No era mi momento. Lo dejé en la estantería y, como el libro no tenía datos concretos tipo curriculum, seguí sin saber quién era Merton.

Pero sí me interesó el texto de la contraportada: “El curioso estado de alienación y confusión del hombre en la sociedad moderna es quizá más ‘soportable’ porque no se vive en común, con una multitud de distracciones y evasiones, y también con oportunidades para una acción fructífera y un genuino olvido cristiano de sí mismo. Pero oculto en toda vida se encuentra el fundamento de la duda y de la pregunta personal que más tarde o más temprano debe enfrentarnos cada a cara con el último significado de nuestra vida. Esta pregunta a uno mismo nunca puede darse sin un cierto ‘pavor’ existencial, un sentido de inseguridad, de pérdida, de exilio, de pecado. Un sentido de que uno de alguna manera ha sido infiel no tanto a las normas morales o sociales, sino a su propia verdad interior”.

Lo volví a intentar en el 1998… una ojeada. Leí otra vez la contraportada y vuelta a la estantería. Allí “durmió” algunos años más. Seguía sin ser mi momento. Así son las cosas en la vida espiritual… pasito a pasito. ¡Ah… y seguía sin saber quién era Thomas Merton más allá de uno de los maestros espirituales del siglo XX, como decía la contraportada del libro.

En 1999 aparecí, con aires de despistada y sin ninguna pretensión de hacer amigos, en el monasterio cisterciense de Santa Mª de Huerta. Desde el primer momento algo dentro de mí me estaba haciendo comprender que lo que vivía en el monasterio tenía un mensaje para mi persona, y para los que vivimos fuera de los claustros.

En otra estancia en el monasterio, en el 2001, vi un tríptico informativo en la sala de la hospedería que decía: “I Retiro Mertoniano en España, 14 al 17 de septiembre 2000”, Viaceli, The Thomas Merton Center Foundation… ¡Thomas Merton es un monje!

Sí, monje cisterciense, como los que tenía preparados en la capilla del monasterio cuando tocó la campana para la oración de la tarde.

Fue el pistoletazo de salida. Poco a poco me adentré en sus libros, artículos, cartas, etc., Pedí información en el monasterio y ellos me ayudaron a “encontrar” a Merton. Me facilitaron libro (de ediciones antiguas) me fotocopiaron artículos, oraciones, etc. Hice inmersión en el “océano Merton”, tan inmenso que no se puede abarcar, se necesitaría otra vida.

Sé que hay muchos a los que no les va Merton, pero también sé cuántos se acercaron a él para pedirle una palabra y mucha escucha. Sé que tiene detractores pero también verdaderos enamorados de su obra para su vida espiritual. Sé que no era perfecto ni como monje, ni como ser humano, pero qué levante la mano quien crea que ya alcanzó la perfección como persona o en la vocación a la que haya sido llamado.

¿Quién eres para mí, Thomas Merton?

El desconocido que se convirtió en hermano y, con la herencia me dejó, pude beber de una espiritualidad que con palabras que entiendo, me traduce la búsqueda de Dios en el día a día y el encuentro con los demás. Me sigue sorprendiendo ver que como monje contemplativo se adentró en la vida de los laicos, en los problemas del mundo, en la denuncia de la injusticia, las guerras (Guerra Fría, guerra nuclear…), diálogo interreligioso, en ese tiempo –recién acabado el Vaticano II- tema complicado y conflictivo; en la defensa de los derechos humanos, etc.

 Me acercó a los valores de la vida monástica como el silencio, la oración, la soledad, la acogida al otro, la escucha y el permanente discernimiento en la vida espiritual para avanzar en el camino de la propia vocación.

Murió en Bangkok el 10 de diciembre del mítico año 1968, después de impartir su última conferencia en el Encuentro Ecuménico de Monjes de Asía, al que había sido invitado. Al final de la conferencia dijo: “Creo que todas las preguntas sobre las conferencias de esta mañana están previstas para la reunión de la tarde… So I go disappear from you. Thank you very much! (2).  “Desaparezco. Me retiro. Muchas gracias”. Fueron sus últimas palabras. A las pocas horas murió electrocutado en su habitación.

Quiero también traer aquí las palabras del Papa Francisco en su visita al Congreso de los Estados Unidos de América el 25 de septiembre de 2015, año en que se celebraba el centenario del nacimiento de Merton:

“Al inicio de la Gran Guerra (…) nace el monje cisterciense Thomas Merton (3enero 1915). Él sigue siendo fuente de inspiración espiritual y guía para muchos. En su autobiografía escribió: «Aunque libre por naturaleza y a imagen de Dios, con todo, y a imagen del mundo al cual había venido, también fui prisionero de mi propia violencia y egoísmo. El mundo era trasunto del infierno, abarrotado de hombres como yo, que le amaban y también le aborrecían. Habían nacido para amarle y, sin embargo, vivían con temor y ansias desesperadas y enfrentadas». Merton fue sobre todo un hombre de oración, un pensador que desafió las certezas de su tiempo y abrió horizontes nuevos para las almas y para la Iglesia; fue también un hombre de diálogo, un promotor de la paz entre pueblos y religiones.Resalta también el Papa en la personalidad de Merton “la capacidad de diálogo y la apertura a Dios” (3).

Sea cual sea el año de nuestro nacimiento o de nuestra muerte, hermano Thomas Merton me demuestras con su vida, compleja, contradictoria y tantas veces incomprendida, que caminamos en el anhelo de encuentro con Dios, mientras nos vamos encontrando con los hermanos en quienes, si me mantengo abierta, expectante, pacífica, confiada y libre, veo el reflejo de Dios en sus corazones, y me adhiero a lo que decías en tu momento de iluminación:  “En Louisville, en la esquina de la calle Cuarta (Fourth) con Walnut (…) no hay manera de hacer ver a los humanos que todos ellos deambulan por el mundo brillando como el sol” (4).

Mari Paz López Santos

Fuente Fe Adulta

General, Iglesia Católica ,

Dos libros de Thomas Merton, una recensión … y otro escrito sobre él.

Miércoles, 31 de octubre de 2018
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Para comprender mejor la vida de un místico de nuestro tiempo

514uyveglul-_sx321_bo1204203200_La  Experiencia interior:

Este libro de Thomas Merton explora el significado y la práctica diaria de la contemplación, el corazón de la experiencia monástica y religiosa, y constituye su obra más completa sobre el tema.

Editada con toda fidelidad por un experto en Merton, tiende un puente entre las primeras obras del autor sobre la contemplación, de clara inspiración católica, y las posteriores, en las que adopta una postura más ecléctica.

Este libro pone de manifiesto su creciente interés por las tradiciones orientales de meditación y espiritualidad, sobre todo por la tradición budista, que influyeron notablemente sobre su pensamiento y escritos en la última década de su vida.

La experiencia interior no sólo supone una trascendental presentación de la mejor enseñanza que existe sobre la contemplación y la meditación, sino que además muestra cómo se practica la contemplación en la vida cotidiana.

(Colección El Viaje Interior, ONIRO, 228 páginas).

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86904Reflexiones sobre Oriente:

Esta breve obra consta de cinco capítulos dedicados a otras tantas corrientes de la filosofía y la religión orientales: taoísmo, zen, hinduismo, sufismo y varias modalidades poco conocidas del budismo.

Al final del libro, el autor habla de sus memorables entrevistas con el Dalai Lama, que lo recibió tres veces en audiencia privada.

El monje trapense Thomas Merton es el máximo exponente contemporáneo del acercamiento entre el ascetismo cristiano y la filosofía oriental. Su interés por el budismo y el taoísmo le llevaron hasta las fuentes de estas milenarias “religiones sin Dios”: viajó a la India y al Tibet y se entrevistó con algunos de sus maestros espirituales, entre ellos el Dalai Lama.

En este libro se recogen las experiencias y reflexiones de Merton a raíz de sus iluminadores encuentros con la filosofía oriental. Con palabras sencillas y profundas, el autor logra transmitir al lector occidental la oculta sabiduría de las religiones y filosofías más antiguas del mundo-

(Colección El Viaje Interior, ONIRO, 128 páginas).

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9789876404150_tgEn REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, conocida publicación carmelitana de ciencia y vida espiritual, con fecha abril-septiembre de 1962, encuentro la presentación de un libro de THOMAS MERTON, “Dirección espiritual y meditación”, escrita por el muy conocido y malogrado carmelita descalzo CRISÓGONO DE JESÚS. Como una curiosidad, y también por su sencillez y claridad, la comparto

“El conocido y benemérito cisterciense de la abadía de Getsemaní trasciende una vez más su austero retiro para suscitar inquietudes de vida divina entre el gran público de habla inglesa. Obra breve pero sustanciosa. Sus páginas están sembradas de ideas y consejos de mucha utilidad tanto para seglares como para sacerdotes y religiosos, sobre todo su primera parte. No busca el autor presentarnos una obra completa. Espera solamente ayudar a quienes no hayan encontrado lo que necesitan en otros libros de la misma materia.

La obra contiene dos partes como indica el título de la misma: Dirección espiritual y Meditación. En la primera parte, el autor se propone:

1. Ayudar a las almas que buscan o tienen ya dirección, para que consigan el máximo provecho espiritual de esta gracia.

2. Estimular a los sacerdotes demasiado tímidos para considerarse posibles directores espirituales para que, confiando en la ayuda de Dios, se animen en la empresa de estimular y dar consejo a las almas en el confesionario, cuando esto es posible.

3. Finalmente, disipar algunas ideas erróneas acerca de la dirección espiritual.

En la segunda parte no se propone enseñar a meditar. Pretende dar los consejos oportunos para evitar errores y dificultades en el camino de la meditación.

Crisógono de Jesús, OCD.

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43425723_388709721871854_9174849983130632192_nLa sinfonía femenina (incompleta) de Thomas Merton,

Por María Cristina Inogés Sanz:

En la vida de Thomas Merton hubo muchas mujeres.

Están su madre y otras mujeres de su familia; aquellas que conoció, en el más amplio sentido del término, durante su alocada juventud; la madre de su hijo; aquellas que formaron parte, más adelante, de su círculo de amigos; aquellas otras con quienes mantenía correspondencia y que le ayudaron a ver otros puntos de vista o profundizar en los suyos, y, finalmente, M –como él la llama–, el amor de su vida, siendo ya monje.

Las mujeres y Merton parece un tema que no se evita, pero del que se prescinde en cuanto hay oportunidad.

La historia de la Iglesia está salpicada de parejas que le han aportado mucho. Lo único que hace falta es una mirada limpia y una lengua contenida cuando se desconocen las circunstancias.

(Colección  Sauce de PPC. 160 páginas)

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“Thomas Merton lo vio hace tiempo”, por Mari Paz López Santos.

Miércoles, 3 de octubre de 2018
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rusia-prueba-con-exito-nuevo-misil-balistico-intercontinental-696x461ECLESALIA, 17/09/18.- Buscando un libro entre mis muchos libros, uno se hizo encontrar (no era el que yo buscaba) y en la página noventa y cinco me echó el anzuelo: “En la sociedad tecnológica, en la que los medios de comunicación se han hecho tan fabulosamente versátiles…”*. Ya no lo pude dejar.

Él lo vio y lo contó hace tiempo: profeta de nuestro tiempo, siglo XX, con visión de largo alcance para el XXI y más.

“… y están a punto de un desarrollo aún más prolífico, gracias al ordenador con su inagotable memoria y su capacidad de inmediata absorción y organización de datos, el uso de las comunicaciones se hace inconscientemente simbólico”. En esto estamos.

A nuestro alcance tenemos la mayor capacidad de comunicación de todos los tiempos, la posibilidad de llegar a los lugares más remotos e inaccesibles en otras épocas, con un suave toque de pantalla, por ejemplo.

Vamos a ver que nos sigue diciendo la página noventa y cinco del libro que atrajo mi atención:

surprise_icon-icons-com_67807“Aunque el hombre dispone de la capacidad de comunicarlo todo, en cualquier lugar, a cualquier hora y de modo instantáneo, se encuentra con que no tiene nada que decir. No es que no haya suficientes cosas que podría comunicar, o que debería intentar comunicar”. Aquí, ahora, yo pondría ese “emoticono” redondo y amarillo con ojos de sorpresa y desconcierto, es decir, un símbolo, con el fin de expresar la comprensión profética del autor de este pensamiento, dicho antes de 1968, y hecho realidad en nuestros días.

1fb74455a668b00b9ec2ab7d3092008b-emoticon-emoji-triste-by-vexelsInsiste: “Debería, por ejemplo, ser capaz de encontrarse con sus congéneres y discutir el modo de construir un mundo en paz. Pero es incapaz de este tipo de confrontación. Seguimos igual… esta vez el “emoticono” llevaría una lagrimita azul y mueca de tristeza.

Continua el autor: “En vez de eso, dispone de misiles balísticos intercontinentales que pueden llevar la muerte nuclear a decenas de millones de seres humanos en pocos momentos. Éste es el mensaje más sofisticado que el hombre moderno tiene que exponer y discutir con su colega”. ¿Qué más se puede decir?… que la capacidad de matar es ahora infinitamente mayor y que se puede concretar con un whatsapp.

Y sin pelos en la lengua sigue: “Es desde luego, un mensaje sobre sí mismo, sobre su alienación y su falta de habilidad para entenderse con la vida”.

Aquí seguimos, hermano Thomas Merton, sin dar una respuesta contundente y profunda sobre nosotros mismos. Sólo podrá ser dicha dejando que crezca la vida interior en lo hondo de cada uno para poder transmitirla al exterior (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Este año 2018 se cumplen 50 años de la muerte de Thomas Merton, (1915-1968),  monje cisterciense de la Abadia de Getsemani (USA)

*Nota: Los textos en negrilla están tomados del libro “AMAR Y VIVIR – El Testamento espiritual de Merton”, (Ediciones Oniro), pág. 95

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Espiritualidad

Algunas ideas de Thomas Merton que aparecen en sus cartas a Jean Leclercq

Viernes, 18 de mayo de 2018
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Del blog de Amigos de Thomas Merton:

Luego de defender a capa y espada su vocación de solitario, le escribe Merton a Leclercq el 3 de diciembre de 1955:

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“¡Resulta que ahora soy maestro de novicios! De hecho, soy más cenobita de lo que suponía. Pueden suceder cosas muy extrañas en la vocación de cada uno… ¿Me concederá Dios algún día llevarme después de todo a la perfecta soledad? No lo sé. Una cosa es segura, he hecho tantos esfuerzos en esa dirección como uno puede hacer sin traspasar los límites de la obediencia. Mi única tarea ahora es mantenerme en calma, abandonado, y en las manos de Dios. He encontrado una sorprendente soledad interior entre mis novicios, y hasta cierta soledad exterior que no esperaba… Por eso doy gracias a Dios por colmar mucho de mis deseos cuando parecía ignorarlos. Sé que estoy muy cerca de él, y que todas las pruebas y dificultades pasadas este año forman parte de sus planes. Estoy en paz con su voluntad… y my feliz explicando a Casiano. Aunque no puedo vivir como el Abba Isaac, Nesteros o Poemén, siento que son mis padres y mis amigos”.

Luego continúa hablando de su nueva experiencia en una carta del 6 de febrero de 1956:

Mi nueva vida como maestro de novicios progresa cada día. Es una existencia poco habitual, en la que tengo aun dificultades de adaptación. A veces me siento abrumado de puro horror por tener que hablar tanto y aparecer ante los demás como un ejemplo. Pienso que Dios está probando la calidad de mi deseo de soledad, en el cual quizá había un componente de escapar de responsabilidades; con todo, el deseo sigue siendo el mismo, el conflicto está ahí, aunque yo no puedo hacer nada sino ignorarlo y mirar hacia adelante para cumplir lo que es evidentemente la voluntad de Dios. He abandonado completamente toda escritura por el momento. Pida, por favor, al Señor que me guíe en la nueva etapa de desierto que Él ha abierto delante de mí”.

LECLERCQ le escribe a Merton el 26 de octubre de 1963:

Por todas partes he encontrado jóvenes que le deben a usted su vocación”.

Merton, el 11 de mayo de 1965:

En muchos aspectos mi vida y mi trabajo son ciertamente muy equívocos, y si alguien quisiera medirme con parámetros normales sería muy fácil descubrir que me faltan requisitos, como a cualquier otra persona, porque, a la larga, ¿cuáles son los parámetros normales, y quién los satisface, salvo superficialmente? Y, por supuesto, también yo soy un Geheimnis [misterio] incluso para mí mismo. Y he dejado de esperar cualquier otra cosa. Tampoco abrigo ninguna secreta esperanza de encontrar pleno sentido a mi existencia, que debe seguir siendo paradójica. Así, pues, a fin de cuentas, debo hacer lo que todo el mundo hace y acogerme a la misericordia de Dios y tratar, en la medida en que me sea posible, de no defraudarle en su amor por mí. Ciertamente, si tratase de agradar a todos, le defraudaría, y si lo que quiero es agradarle, inevitablemente debo desagradar a mucha gente seria y bienpensante. Continúo pues, haciendo esto sin escrúpulos”.

LECLERCQ a MERTON, desde el continente africano (Tanzania):

Usted es muy conocido aquí, como en todas partes
(29 de mayo de 1965).

Trappist Father Thomas Merton, one of the most influential Catholic authors of the 20th century, is pictured in an undated photo. Devotees of the monk, who died in 1968, have planned various observances of the 100th anniversary of his birth, Jan. 31. (CNS photo/Merton Legacy Trust and the Thomas Merton Center at Bellarmine University) See MERTON Jan. 28, 2015.

MERTON a LECLERCQ, el 17 de febrero de 1967:

Con Roma, siendo como es, la renovación será siempre una lucha lenta… Las ideas muertas continuarán un tiempo usurpando el lugar de las que pertenecen a la vida… Vamos todos a confiar en que podremos manejar las cosas de modo que seamos al mismo tiempo obedientes y libres. No es fácil. Pero Dios es fiel, y es mi única esperanza”.

LECLERCQ a MERTON, el 21 de enero de 1968:

La Iglesia le necesita a usted para progresar y que pueda compartir su experiencia con otros, no sólo escribiendo. Su propia personalidad (y algunos dicen lo mismo de mí, pero, por supuesto, yo no soy un gigante) es un testimonio de libertad en Cristo, y esto debe ser mostrado”.

MERTON A LECLERCQ:

Tengo un gran problema para seguir viviendo en América (USA), lo mismo que para seguir identificado con una sociedad que me parece está bajo el juicio de Dios y en cierto sentido bajo una maldición por los crímenes de la guerra de Viet Nam. Pero otra parte, tampoco me parece que sea muy honesto dejar el país… Si es que esta sociedad está bajo el juicio de Dios, yo también me debería quedar y aguantarlo como todo el mundo, puesto que después de todo yo no soy muy diferente de los demás”.

LECLERCQ a MERTON:

Acabo de regresar de una gira por los monasterios ingleses. En Caldey [monasterio de Gales] y en otras partes, una sola voz: ¡Tráiganos a Tom! No hay nadie que no haya sentido su influencia”.

El 23 de junio de 1968 Merton se prepara para su viaje a Asia y escribe a LECLERCQ:

La vocación del monje en el mundo moderno, especialmente el marxista, no es supervivencia sino profecía. Estamos demasiado ocupados tratando de salvar nuestro pellejo”.

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Jean Leclercq y Thomas Merton

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Leyendo a Thomas Merton

Viernes, 16 de febrero de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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En los diarios de Merton (17 de noviembre de 1941), mientras se debate discerniendo sobre su vocación y su futuro (Colegio de Buenaventura, Harlem, los franciscanos y los trapenses; escribir, abrazar la pobreza), comenta sobre la importancia de estar o no en un lugar determinado para crecer espiritualmente. Varias ideas:

  1. A menudo no existe razón alguna para preferir un lugar antes que otro. Metafísicamente, importa poco en qué ciudad te haya tocado vivir. Sea cual sea, en ella puedes trabajar por tu salvación y encontrar la paz, si tal es tu deseo, porque para la paz que necesitamos hemos de mirar dentro de nosotros mismos.
  2. Sin embargo, psicológicamente hay grandes diferencias entre unos lugares y otros. Los límites que tales diferencias imponen a tu propia espiritualidad son a menudo muy significativos.
  3. Tal vez algunos lugares tengan un determinado valor: te permiten buscar y encontrar determinadas cosas en tu propia alma. Cuando las has encontrada, empiezas a saber que el lugar te ha ayudado: que el lugar sea agradable y hermoso no significa demasiado. Solo tiene un valor ulterior: el valor de un sacrificio.
  4. La única cosa buena que se puede hacer con el lugar, el tipo de vida, es abandonarlo. Vence la tentación de conservar lo que has logrado como si fuese propiedad tuya y de aferrarte a ello por inercia.

De las ideas anteriores tengo la impresión de que Merton, que vive su etapa de converso con mucho entusiasmo, participa de una formula muy común en la espiritualidad tradicional: cuanto más difícil resulta una cosa, más agrada a Dios. Por eso escribe días antes:

Seguir suplicando que yo esté dispuesto a poner mi espíritu totalmente en Sus manos, lo que significa hacer, al mismo tiempo, lo que es mejor y más duro, más santo y menos ventajoso, más compasivo y menos encantador. Hacer todas esas cosas en las cuales yo soy el último y el más pequeño. Someter mi voluntad…” (Diario I, página 68).

Otra idea en la que me detengo tiene que ver con la diferencia entre paz e inercia: “La inercia no se identifica nunca con la paz: paz es un tipo de orden o armonía activa. Es algo vital, no inerte” (Diarios I, página 70). Me gustaría seguir encontrando otras ideas suyas acerca de la paz.

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Pentecostés en los diarios de Thomas Merton

Jueves, 26 de mayo de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“14 de mayo de 1967. Pentecostés.

Relámpagos, truenos y lluvia a intervalos toda la noche, y ahora, al amanecer, lo mismo. El valle encantador entre gris y verde, ahi afuera hacia el sur, nubes brumosas desplazándose a baja altura por encima de las colinas y los bosques y, por encima de estas, pesadas nubes de color metálico oscuro. La semioscuridad lluviosa poblada de lirios de color amarillo pálido y el blanco nuboso haciendo florecer masas verdes del seto de rosales. Salí hace un momento y un halcón emprendió su raudo vuelo: había estado esperando sobre la cruz o en el álamo grande.

La vuelta a la unidad, al fundamento, el espacio sagrado interno paradisíaco donde mora el hombre arquetípico en paz y en Dios. El viaje hacia ese espacio, a través de una esfera de aridez, dualismo, sequedad, muerte. La necesidad de valor y de deseo. Por encima de todo, fe, alabanza, obediencia a la voz interior del Espíritu, rechazo del abandono o del compromiso.

Lo que hay de ‘erróneo’ en mi vida no es tanto una cuestión de ‘pecado’ (aunque también es pecado) sino de inconsciencia, confusión, flojedad, relajación, desaparición del deseo, falta de valor y decisión, de suerte que me dejo arrastrar por un movimiento extraño y me someto a sus dictados. El curso del ‘mundo’ que yo conozco no es el mío. Continuamente me veo desviado hacia un camino que no es el mío y no conduce hacia donde yo estoy llamado. Solo si voy por el camino que debo seguir puedo serle de alguna utilidad ‘al mundo’.

Como mejor puedo servir al mundo es manteniendo la debida distancia y salvaguardando mi libertad.”

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Thomas Merton
Diarios (1960-1968)
Tomas Sanchez

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Las tres pasiones de Thomas Merton.

Martes, 23 de febrero de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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…”En la vida de Merton hubo claramente dos pasiones: la contemplación y la escritura o, por decirlo más categóricamente, el silencio y la palabra. Desde muy joven, Merton experimentó la pasión por callar y, más que eso, por silenciarse y escuchar; y desde muy joven, también, antes aún, la pasión por escribir y comunicar, por explorarse a sí mismo y al mundo por medio de la prosa, por arrancar a las palabras, frase a frase, su verdad.

Hay muchos autores en quienes la pasión mística y la literaria se cruzan. Ahí están Novalis, por ejemplo, o Tolstói, Stifter, Hesse, Kafka, Lindgren, mi querida Simone Weil o nuestro Unamuno… La lista es casi infinita, y en alguna ocasión he jugado a confeccionarla. Pero esta conjugación del arquetipo espiritual con el artístico, tan sanjuanista, esta confluencia de la experiencia estética con la extática es particularmente elocuente en el caso de Merton, como demuestra su patente actualidad y la continua reedición de sus libros. La pregunta es por qué.

Dice Evelyn Underhill que el silencio «no envuelve a sus iniciados en una calma aislada y sobrenatural, ni los aísla del dolor y el esfuerzo de la vida cotidiana», sino que «más bien les otorga una renovada vitalidad, administrando al espíritu humano no -como algunos suponen- un bálsamo sedante, sino el más poderoso de los estimulantes». Valga esto para casi todos los contemplativos, pero muy en especial para Merton, quien desarrolló en los últimos años de su vida, junto a la pasión por el silencio y la palabra -y claramente derivada de ellas-, una pasión por el gesto y la acción.

En efecto, Merton no fue ni mucho menos sólo un orante que, a fuerza de contarnos y de contarse su relación con el misterio, logró enseñarnos a valorar la esfera de lo religioso. Merton fue un entusiasta del diálogo, un pionero del encuentro intermonástico y un profeta de la meditación en el mundo contemporáneo. Quiso por ello encontrarse con todos los que en su tiempo compartían sus pasiones y podían aportarle algo.

Estudió a fondo, se carteó o se entrevistó con León Bloy, Paul Claudel, Peter Van der Meer, Rilke, Thoreau, Julien Green, Matsuo Basho, Raissa Maritain, Albert Camus, D. T. Suzuki, Pessoa… Y en los últimos años de su vida, y eso que había hecho voto de estabilidad monástica, viajó como el más impenitente de los viajeros, pasando buena parte de las noches, por no decir la mayoría, fuera de su celda y a miles de kilómetros de su monasterio.

Un monje viajero es una contradicción en sí misma, Merton lo fue. Tan contradictoria fue su fiebre viajera y su apología de la quietud como su defensa del silencio en medio de la más exuberante grafomanía. Pero Merton sintió la llamada, no simplemente el deseo, de verificar en la historia todo lo que había contemplado y escrito, todos sus hallazgos y búsquedas.

    En la parábola vital de este monje literato y peregrino veo, admirado, un itinerario ejemplar

Como Teresa de Jesús -y el suyo fue uno de los poquísimos casos en su siglo-, Merton fue un apasionado del silencio, de la palabra y de la acción, alcanzando en cada uno de estos ámbitos algo parecido a la plenitud. La pasión mística, poética y fundadora de la santa de Ávila la vivió Merton a su modo en el pasado siglo. Por eso su biografía es su mejor obra, por eso resulta evidente que su figura es un arquetipo.

Salvando todas las distancias, en el espejo de Merton no puedo por menos de ver un reflejo de mí mismo. Pero yo no soy un escritor tan insigne como él, aunque ya me gustaría; ni un místico tan profundo y agudo, lo que aún me gustaría más; tampoco un pontífice del diálogo, como él lo fue, o un apóstol de la meditación, sino sólo un aprendiz. Pero en la parábola vital de este monje literato y peregrino veo, admirado y agradecido, un itinerario ejemplar. Saber que él ya ha recorrido la senda a la que yo mismo he sido llamado, y que la ha transitado de forma tan cabal, hace que mi propio camino sea más llano y más ligera y llevadera mi aventura vital.”

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Pablo D’Ors.
ABC Cultural, 19 de noviembre de 2015

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Diccionario de Thomas Merton

Miércoles, 29 de julio de 2015
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diccionario-de-thomas-mertonDel blog Amigos de Thomas Merton:

“Un diccionario sobre un hombre, -especialmente sobre alguien que murió cuando tan solo contaba 53 años de edad, cuya carrera como escritor fue solo de 23 años tras haber alcanzado un lugar prominente en 1948 con su autobiografía La montaña de los siete círculos; un hombre que pasó la mitad de su vida en la clausura monástica más estricta de sus días, oculto en recónditas colinas boscosas del Kentucky rural- resulta del todo inusual. Pero Thomas Merton era una persona muy poco usual. En las palabras de su amigo Guy Davenpor, Merton poseía… ‘un espíritu verdaderamente ecuménico. Cuando escribía sobre los shakers, era un shaker. Leía con perfecta empatía: durante horas era Rilke, Camus, Faulkner. Me pregunto si hubo jamás una imaginación tan proteica como la de Thomas Merton. Podía ponerse una tarde a bailar al compás de Bob Dylan en una rockola de Louisville. comenzar a charlar una hora más tarde con James Laughlin sobre el surrealismo en la poesía latinoamericana, rezar su oficio en el vehículo de regreso a Ghetsemaní, y pasar la tarde escribiendo a un mulá de Pakistán sobre técnicas de meditación.’
Era un hombre capaz de sentir una profunda fascinación por un abanico amplísimo de temas. No hay más que observar el rango de su producción literaria y artística -numerosas obras de prosa, colecciones de ensayos y cartas, volúmenes de poesía y diarios personales- para hacerse una pequeña idea de ello. A Thomas Merton le caracterizaban sus extraordinarios entusiasmos.

thomas_merton_dibujoLa biblioteca personal de Thomas Merton, ubicada en el Centro Thomas Merton de Louisville, Kentucky, que es el repositorio oficial de su legado literario, ofrece la posibilidad de reconocer la profundidad y el alcance de sus intereses, con títulos que cubren un vasto elenco de cuestiones en numerosos idiomas.
Del mismo modo, asomarse a los índices de sus diarios permite a los lectores apreciar la mente enciclopédica de Merton. El listado de las personas con quienes mantuvo correspondencia epistolar es sencillamente asombroso y el Centro Thomas Merton cuenta en su haber con más de 2,100 nombres y una correspondencia que supera las veinte mil cartas individuales, abraza los cuatro rincones del globo e incluye las que cruzó con Boris Pasternak en el norte, Nicanor Parra en el sur, D.T.Suzuki en el este y Evelyn Waugh en el oeste. Por lo demás, entre sus corresponsales hayamos Papas, presidentes, o galardonados con el Premio Nobel, hasta niños en edad escolar, para todos los cuales encontraba tiempo de responder por escrito.
Un hombre tan plural y complejo exige un diccionario para ayudar a sus lectores a abrirse paso entre sus libros, sus inquietudes y su vida. Y la obra que ahora tienes en tus manos es una mina de oro para cuantas personas sienten interés por Merton…..
La última épica poética de Thomas Merton, La Geografía de Longraire, que quedó inconclusa en el momento de su muerte, une en su poesía el norte, el sur, el este y el oeste, y en realidad, todos los tiempos, lugares y culturas, con su propia historia personal en una única gran visión universal. De manera similar, este Diccionario constituye una herramienta para ayudarnos a comprender la anchura y la profundidad – la unidad, en suma-, de este hombre de caracter realmente enciclopédico.”
PAUL M. PEARSON, Director Centro Thomas Merton. Presentación a la edición en lengua española del Diccionario de Thomas Merton. Ediciones Mensajero. 2015.

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100 años de Thomas Merton

Sábado, 31 de enero de 2015
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MertonThomas Merton nació el 31 de enero de 1915. Se cumplen, pues, exactamente cien años del nacimiento de uno de los más importantes místicos del siglo XX y una de las figuras más relevantes del catolicismo estadounidense. Por este motivo queremos evocar su figura. Lo hacemos con una semblanza escrita por el jesuita Javier Melloni, publicada originalmente en la revista El Ciervo y, más tarde, en el libro Voces de la mística II.

Polémico y polifacético monje cisterciense, Thomas Merton (1915-1968) se adelantó varias décadas a la sensibilidad de su generación. Hijo de un pintor neerlandés y de madre americana, nació y se formó en Europa, donde inició una brillante carrera literaria. Su conversión religiosa y su bautismo en la Iglesia católica (1938) lo llevaron a entrar a los veintiséis años en la abadía cisterciense de Getsemaní, en Kentucky (EE. UU.). Todos esos años de búsqueda quedaron relatados en su primer libro, La montaña de los siete círculos (1948), publicación que atrajo muchas vocaciones a la vida monástica. Maestro de novicios durante más de diez años, vivió la contradicción entre el anquilosamiento de la tradición monacal y las nuevas formas de vida contemplativa todavía por emerger.

Publicó en vida más de cuarenta libros, en los que trató de los temas más diversos: desde los aspectos clásicos de la vida espiritual hasta las grandes cuestiones del momento: la obsesión del hombre moderno por el hacer, la fiebre consumista, la causa pacifista contra la guerra de Viernam, entre otras. Su búsqueda lo llevó hacia las religiones de Oriente, donde la palabra cede el paso al silencio. Murió en un accidente (algunos afirman que fue un atentado de la CIA) durante un encuentro monástico interreligioso en Bangkok, después de haber pronunciado una conferencia sobre la vida monástica y el marxismo.

1968Thomas Merton y el Dalai Lama en 1968

Seis días antes de su muerte (el 4 de diciembre de 1968), visitando unos templos budistas en Sri Lanka, tuvo quizás la experiencia más luminosa de su vida, tal como dejó anotado en su Diario. “Mientras miraba estas figuras, de repente, casi por fuerza, como en una sacudida, me sentí proyectado hacia fuera de la visión habitual, medio atada, que tenemos de las cosas, y se hizo evidente y obvia una claridad que parecía brotar en una suerte de explosión de las mismas rocas. (…) Todo es vacío y todo es compasión. Yo no sé si alguna otra vez en mi vida he tenido tal sensación de belleza y validez espiritual fluyendo juntas en una sola iluminación estética. Estoy seguro de que con esta experiencia mi peregrinación a Asia se ha aclarado y purificado”

Este texto evoca otra de sus experiencias-cumbre, acaecida el 18 de marzo de 1958 en Louisville, Kentucky, y recogida en el libro Conjeturas de un espectador culpable, publicado por Sal Terrae en 2011 (páginas 190-192).

“En Louisville, en la esquina entre la cuarta Avenida y la Walnut, en medio de un centro comercial, de repente me vi sobrecogido al comprender que amaba a todas aquellas personas, que yo era suyo y ellos míos, que no podíamos sernos extraños mutuamente, aunque fuéramos completamente desconocidos. Era como despertarse de un sueño de separación, de falso aislamiento en un mundo especial, el mundo de la renuncia y de la supuesta santidad. Toda esa ilusión de una existencia santa separada es un sueño (…).

4thWalnutSiento la inmensa alegría de ser hombre, miembro de la raza en la que Dios quiso encarnarse. ¡Como si los quebrantos y estupideces de la condición humana pudieran abrumarme, ahora que me doy cuenta de lo que somos todos! ¡Si todo el mundo pudiera comprenderlo! Pero es algo que no se puede explicar. No hay forma de explicar a la gente que mientras van por la vida, están brillando como el sol. Eso no quita nada de la sensación y valor de soledad, pues es función de la soledad hacer que uno se dé cuenta de estas cosas con una claridad tal que le sería imposible a alguien completamente inmerso en los cuidados e ilusiones de los otros, y en todos los automatismos de una existencia completamente colectiva. Mi soledad, sin embargo, no me pertenece pues ahora veo cuánto les pertenece a ellos, y veo  que tengo una responsabilidad por ella no solo con lo que a mí concierne, sino también a ellos. Por estar unido a ellos les debo a ellos el estar solo; y cuando estoy solo, ellos no son `ellos´ sino yo mismo. ¡No somos extraños! Es como si, de pronto, me hubiera percatado de la secreta belleza y la profundidad de sus corazones, adonde el pecado ni el deseo ni el autoconocimiento pueden llegar: el corazón mismo de su realidad, la persona que cada cual es a los ojos de Dios. ¡Si pudieran verse a sí mismos tal como son! ¡Si pudiéramos vernos siempre así unos a los otros! No habría entonces más guerra, ni más odio, ni más crueldad, ni más codicia. Supongo que el gran problema entonces sería que nos postraríamos para adornarnos unos a otros. Pero todo eso no se puede ver, sino solo creer y `comprender´ gracias a un don muy particular”.

Fuente Entre Paréntesis

Espiritualidad, Iglesia Católica ,

La ley del amor, (la amistad en Merton)

Jueves, 23 de enero de 2020
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anlac2a_384315686Del blog Amigos de Thomas Merton:

En Conjeturas de un espectador culpable, una de las obras más reflexivas de Merton se lee el pasaje siguiente:

Las demandas de la Ley de Amor son progresivas. Empezamos por amar la vida misma, por amar la supervivencia a toda costa. Pero la demanda más importante de la Ley de Amor es que amemos libremente. Se nos manda elegir nuestro objeto de amor, y no sencillamente amar cualquier objeto que nos pongan delante… Nuestra elección se sujeta a ciertas posibilidades definidas. Pero, sin embargo, podemos y debemos elegir amar a los hombres que encontramos de hecho, sea como amigos o como hombres amados a pesar de su hostilidad“.

***

art0001De hecho parece ser que esta fue la conducta que Merton “elaboró” a lo largo de su vida sobre la amistad, y le llevó a una conclusión realmente sorprendente, que explica su vida de relaciones con personas de toda índole, personas que le acompañaban en su búsqueda espiritual y le ayudaron a encontrar también lo que él más deseaba:

Si el fundamento más profundo de mi ser es el amor, entonces en ese mismo amor, y en ningún otro lugar me encontraré a mí mismo y al mundo, a mi hermano y a Cristo…No es cuestión de “exclusivismos y pureza”, sino de integridad, buen corazón, que encuentra el mismo fundamento de amor en todo”.

***

Berrigan-Daniel-001Merton, sin haber escrito específicamente sobre la amistad ni haber dedicado a este tema algún capítulo de sus libros, fundamenta en este párrafo lo que en él había de capacidad para la amistad, por una parte desde el punto de vista espiritual; y, por otra, desde el punto de vista de buscador de la verdad. Por eso se sirvió de esa capacidad innata y elaborada para ponerse en contacto con un enorme número de personas con las que, en la mayoría de los casos, llegó a una profunda amistad.

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Francisco Rafael de Pascual, ocso

Tomado de: “Teresa de Jesús y Thomas Merton“.

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Merton: Sántos como el árbol

Jueves, 3 de mayo de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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En estos días, un documento del Papa Francisco, la exhortación apostólica “Gaudete et Exsultate” resalta un tema fundamental para nosotros en este blog: la santidad. Fue también primordial para Merton y lo abordó mucho en su obra con intuiciones cada vez más precisas, más humanizadoras, siempre en desarrollo creciente. Hoy traemos algunas ideas que aparecen en uno de sus primeros libros (1949) Semillas de Contemplación.

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“Un árbol da gloria a Dios, ante todo, siendo un árbol. Porque al ser lo que Dios quiere que sea, está imitando una idea que está en Dios y que no es distinta de la esencia de Dios, y por lo tanto un árbol imita a Dios siendo un árbol. Cuanto más un árbol es
como un árbol, tanto más es como Dios”.

“Para mí, ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que solo Dios posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente él puede hacerse quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser”.

“Por muchas absurdas razones, (algunos) están convencidos de que están obligados a convertirse en alguien que murió doscientos años antes y vivió en circunstancias completamente ajenas a las suyas”

“El santo es distinto de todos los demás hombres precisamente porque es humilde”

“Uno de los primeros signos del santo es el hecho de que los otros no saben que pensar de él”

“Conténtate de no ser todavía santo, aunque te percates de que la única cosa por la cual vale la pena vivir es la santidad. Así estarás satisfecho dejando que Dios te guíe hacia la santidad por caminos que no puedes comprender. Pasarás por una oscuridad en que ya no te preocuparás por ti mismo ni te compararás con los demás. Los que han seguido este camino hallaron finalmente que la santidad está en todo y que Dios los rodea por todas partes. Después de abandonar todo deseo de competir con los demás, se despiertan de pronto y descubren que el gozo de Dios está en todas partes y pueden regocijarse por las virtudes y bondad de su prójimo más que como habrían podido hacerlo por las suyas propias. Están tan deslumbrados por el reflejo de Dios en las almas de los hombres con quienes viven, que ya son incapaces de condenar lo que ven en el otro. Aun en los mayores pecados pueden ellos ver bondad y virtudes que nadie más puede ver. En cuanto a sí mismos, si todavía se consideran, ya no se atreven a compararse con otros. Esa idea se hizo ya impensable. Pero ya no es fuente de gran sufrimiento y lamentación: han alcanzado finalmente un punto en que dan su propia insignificancia por supuesta y ya no se interesan
en sí mismos”.

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Thomas Merton

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