«Antífonas en “O”» o también «Antífonas Mayores», por Joseba Kamiruaga Mieza CMF.
Las letras, ordenadas del 17 al 23 de diciembre, son las siguientes: S, A, R, C, O, R, E.
Estas letras son las iniciales de las primeras palabras que siguen a la invocación («O», precisamente) de las antífonas Vesper al cántico Magnificat.
Las letras se refieren al incipit de cada antífona en latín, en el orden siguiente:
S = Sapientia (Sabiduría);
A = Adonai (Señor mío, en hebreo);
R = Radix (Raíz, o «brote»);
C = Clavis (Llave);
O = Oriens (Oriente, o «estrella naciente»);
R = Rex (Rey);
E = Emmanuel.
«Vendré». Es la expresión que revela una certeza profética e indica esperanza. «Vendré mañana», significa también “vendré pronto”, o “aquí estoy”… como informa la última afirmación del apocalipsis de Juan: “Sí, vengo pronto” («Ναί; ἔρχομαι ταχύ»; Ap 22, 20).
Pero esta «venida» no debemos limitarla únicamente a la solemnidad de la natividad. Cierto, la tradición conoce tres ‘venidas‘: Cristo vino a la historia entonces, viene a la historia ahora, y vendrá como cumplimiento de la historia.
Sin embargo, la «venida» no es sólo «histórica», «mística» o «escatológica»; y también es cierto que su «venida» hay que buscarla en los pobres, los discriminados, los refugiados o los rechazados. Esta visión es correcta, pero no deja de ser limitante.
La ‘venida de Cristo’ es una realidad constante que abarca a todo individuo, a toda mujer, a todo hombre; a todos. Su «presencia» es tal porque su «natividad» es un vínculo con cada uno y en cada uno.
Pero sobre todo, su presencia, fuerte, tenaz, real, verdadera, se convierte en la esencia y al mismo tiempo en el proyecto de cada persona. No necesitamos imitar a Cristo, sino liberar nuestras identidades más profundas para darle otro rostro. Por eso la «venida de Cristo» es también un proyecto, es «venir». Cada mujer y cada hombre pueden ser mejores para expresar lo mejor de sí mismos. La «Navidad» será también descubrir poco a poco lo mejor de uno mismo, de la planificación y de la realidad cotidiana.
‘Seré mañana‘ y yo también ‘seré mejor mañana‘. Es una realidad que invita a la planificación y a la autoproyección. Y sin autoproyección, en el bien, la persona se arriesga al motín del yo o a la aniquilación insana o a la dominación y violencia sobre el otro. Si no hay posibilidad de ser mejor, de hecho, la única salida es «relativizar a los demás» o «dominarlos».
La Navidad es esa Pascua de ternura hacia uno mismo y hacia la verdad de uno mismo que debe ayudar a afrontar el futuro: es la autorrevelación al mundo y a uno mismo.
Quizás, es precisamente la proyección de uno mismo lo que asusta a muchos, tanto que en estos días aumentan los sentimientos de ansiedad, de angustia, de confusión… y al final necesitamos noches locas y estruendos para exorcizar la oscuridad, la nada, ese futuro que aún asusta.
Volver a uno mismo; preocuparse; tener un sentido concreto de uno mismo y proyectarse hacia los demás que son siempre nuestro futuro inmediato; proyectarse hacia el Otro que sigue siendo siempre nuestro futuro anterior, nuestro principio profundo.
Seré mañana no es sólo un deseo: es una promesa que cada uno puede hacerse a sí mismo, a los demás, al misterio de la vida.
En la vitalidad de Cristo nacido y presente, puedo proyectar lo mejor, puedo pensar lo mejor para mí y para los demás, aunque los contextos no sean los más bellos.
Navidad es preservar la sabiduría del propio rostro en los diversos contextos de la vida.
Seré mejor. Seré libre. Seré presente.
Yo soy el que seré. Yo estaré presente.
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Joseba Kamiruaga Mieza CMF
(Remitido por el autor)
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