Primer Domingo de Adviento (Lucas 21,25-28.34-36).
Comentario a la lectura evangélica (Lucas 21,25-28.34-36) del I Domingo de Adviento. Por P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Comenzamos el Adviento y la liturgia nos propone un texto casi como una admonición, una invitación a comprender lo que nos propone hacer Dios.
Una re-creación, en cierto modo.
Porque es una Creación inversa la que describe Lucas al comienzo de este nuevo año litúrgico: el Génesis, en un lenguaje poético y parabólico, relata el paso del caos a la armonía; aquí, Lucas, en un lenguaje denso en imágenes y visiones, llamado apocalíptico, describe el paso de la armonía al caos.
Describe, de forma imaginativa, lo que vive su comunidad, frágil vasija de barro en medio de vasijas de hierro, aparentemente desbordada por los grandes acontecimientos del Imperio: guerras, luchas de poder, migraciones, hambrunas…
Lo que estamos viviendo ahora, en una letanía interminable de agravios, degradación, violencia e incomprensión crecientes, problemas globales sin resolver, desde el clima hasta el trabajo, en una época en la que las guerras han reaparecido y se cobran víctimas en diversos rincones de la Tierra, de un caos que ha puesto al descubierto todas nuestras ilusiones.
De la Creación al caos. Esto está ocurriendo, por supuesto.
O esto es lo que creemos que está ocurriendo.
Y ese hombre siempre ha pensado.
En cada época. En cada momento. En cada vida.
No es nada nuevo quejarse, esperar lo peor.
No es ahí donde radica la novedad del Evangelio. Tampoco nosotros, los cristianos, engrosamos las interminables filas de los quejosos profesionales. Al contrario.
Levantad la cabeza.
Lucas, provocador, entra en escena al principio de este adviento, dándonos la vuelta a la tortilla, tomándonos amablemente por las narices, burlándose de nuestra actitud de todos los días, seria y preocupada, que tanto nos gusta llevar.
Desacredita nuestro victimismo, desacredita nuestras ansiedades.
Nada de escenas de pánico, nada de grupos apiñados de fieles encerrados en sacristías esperando el fin del mundo, nada de sitios apocalípticos de devotos últimos defensores de la fe, de críticos embozados en despachos divinos, de ninguna manera.
Es normal que el mundo esté siempre en equilibrio.
Que nosotros también lo estemos. En equilibrio sobre un abismo, en equilibrio sobre el caos.
Después de todo, ¿no era eso exactamente lo que Dios pretendía cuando creó el Universo? ¿Dar orden al caos sin destruirlo? ¿Orientarlo? ¿Y no fue ésa la tarea que encomendó a ese ser humano hecho a su imagen? ¿La de seguir creando?
Así que, sin aspavientos, cuando se construye una casa es normal que falten los últimos retoques, que haya muchos ladrillos tirados, que ciertas cosas aún no se vean limpias y ordenadas.
El trabajo está en marcha, recordémoslo. El mundo no está completo.
Y ante todos estos acontecimientos, dice Jesús, no nos dejemos llevar por el pánico.
Levantemos la cabeza. Porque el tiempo juega a nuestro favor.
La historia es lo que es. Un conjunto de acontecimientos sombríos y de prodigios.
El tiempo es lo que es, temeroso y pendenciero.
El hombre es lo que es, una mezcla de barro y espíritu divino.
¿De qué nos sorprendemos? Veamos más allá de la apariencia. Es Dios quien viene.
Trabajo en curso…
Pero debemos actuar. No quedarnos de brazos cruzados.
Trabajar, y duro.
Jesús también nos dice lo que debemos hacer: mantengamos nuestro corazón ligero, no dejemos que se agobie en disipaciones, ansiedades y preocupaciones.
Evitemos cargar nuestras vidas, volemos alto, mantengamos nuestros pensamientos y nuestras almas por encima del caos.
No malgastemos el tiempo, las emociones, los pensamientos. Lo poco que tenemos, lo que llevamos en el corazón, no lo disipemos. Guardemos nuestros pensamientos, tengamos el volante de nuestras vidas firmemente en nuestras manos, sabiendo hacia dónde dirigir nuestro coche interior.
No nos aturdamos con ilusiones, con expectativas, con ruidos excesivos. No cedamos a las muchas sirenas que intentan vendernos la felicidad de todas las maneras. Permanezcamos lúcidos.
La vida trae consigo preocupaciones, inquietudes, cosas que hacer, problemas que resolver, por supuesto.
Pero no pueden ocupar todo nuestro espacio interior, no pueden envenenar todo lo que somos.
Y esto sólo podemos hacerlo mirando hacia arriba.
Volviendo a nosotros mismos. Dando espacio al alma que brilla en medio de la oscuridad.
Prepararnos para la Navidad, hacer sitio a Dios, sin jugar con emociones ñoñas pero conscientes de que Cristo pide continuamente entrar en nuestras vidas, nacer en nuestras opciones cotidianas.
Cabe, sí, y hoy podemos empezar de nuevo.
No nos escondamos detrás de la preocupación de un mundo que se desmorona. No pongamos excusas a nuestro evidente malhumor, no pongamos condiciones a la felicidad.
Conciencia, eso es lo que hace falta.
Jerusalén será rebautizada ‘Señor nuestra justicia’, es decir, el Señor ha conseguido inculcarnos la justicia. Así anima Jeremías a los que han vuelto del exilio y sólo han encontrado escombros y están desanimados, sabiendo que no podrán ver la reconstrucción de la ciudad y del templo.
Llevará tiempo, y mucho tiempo, ver Jerusalén reconstruida.
Harán falta siglos y la venida del Mesías.
Pero Jeremías nos señala una clave, un horizonte, un más allá.
No, el mundo no está cayendo en el caos, como dicen los agoreros, falsos profetas, sino en los brazos de Dios. Yo lo creo, lo vivo con dificultad, lucho por construir espacios de Reino en el caos, oportunidades de luz en la oscuridad, orden en mí y donde vivo.
Como el cantero que tallaba una piedra para la Catedral que nunca vería terminada, yo también hago mi parte viviendo con justicia y mirando hacia arriba.
Él viene, el Señor, no lo dudemos.
Que nos sepamos en buenas manos, es decir, amados en medio de tanta turbulencia.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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