Noche y día, alba y aurora…
(Imagen de la película Yentl de Barbra Streisand, que se estrenó el 18 de noviembre de 1983)
Hay un antiguo cuento judío sobre un rabino que pregunta a sus alumnos: “¿Cómo sabemos cuándo ha terminado la noche y ha comenzado el día?”.
Los alumnos ofrecen varias respuestas: cuando hay suficiente luz para saber dónde termina mi propiedad y comienza la propiedad de mi vecino; cuando hay suficiente luz para poder distinguir mi casa de la casa de mi vecino; cuando hay suficiente luz para poder distinguir entre un caballo y una vaca.
Ninguna de estas respuestas satisfizo al rabino. Les dijo que todas sus respuestas se basaban en destacar las diferencias y las divisiones. La respuesta correcta, les dijo, era que la noche se convierte en día cuando hay suficiente luz para mirar a la cara a alguien que está a tu lado y ver a esa persona como un miembro de la familia o un amigo.
Muy cerca de este sentido, nuestra María Zambrano utiliza los términos alba y aurora de manera intercambiable. Ambos nos remontan al instante en el que empieza a clarear, tras la montaña o el mar, más allá de la línea del horizonte. Denotan el intervalo en el que deja de ser de noche, sin ser tampoco de día; el instante en el que empezamos a intuir el sol sin que asome aún.
En El hombre y lo divino, Zambrano nos habla de la aurora y del alba, en clara contraposición a esa luz cegadora de la razón ensoberbecida. Así, nos presenta la aurora y el alba como metáforas para una razón conciliadora. Frente a luz deslumbrante de la razón occidental, totalizadora y absolutista, la aurora aparece como una luz humilde, libre de soberbia, desde la que esforzarse por entrever una realidad que solo poco a poco se va desvelando… en el hermano que camina a nuestro lado.
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