Así mi cuerpo os doy como alimento…
“Corpus Christi”
Todo fue así: tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento.
“Así mi cuerpo os doy como alimento…”
¡Qué prodigio de amor! Porque quisiste,
diste tu carne al pan y te nos diste,
Dios, en el trigo para el sacramento.
Y te quedaste aquí, patena viva;
virgen alondra que le nace al alba
de vuelo siempre y sin cesar cautiva.
Hostia de nieve, nube, nardo, fuente;
gota de luna que ilumina y salva.
Y todo ocurrió así, sencillamente.
***
Sencillamente, como el ave cuando
inaugura, de un vuelo, la mañana;
sencillamente, como la fontana
canta en la roca, agua de luz manando:
sencillamente, como cuando ando,
como cuando Tú andabas la besana,
cuando calmabas sed samaritana
cuando te nos morías perdonando.
Sencillamente. Hora de paz. ¡Qué leves
tus manos para el pan, para el amigo!
Cena de doce y Dios. Noche de Jueves.
Y era en Jerusalén la primavera.
Y era blanco milagro ya aquel trigo.
Sencillamente: “Éste es mi cuerpo“. Y era.
***
Que viene por la calle Dios, que viene
como de espuma o pluma o nieve ilesa;
tan azucenamente pisa y pesa
que sólo un soplo de aire le sostiene.
Otro milagro, ¿ves? Él, que no tiene
ni tamaño ni limites, no cesa
nunca de recrearnos la sorpresa
y ahora en un aro de aire se contiene.
Se le rinde el romero y se arrodilla;
se le dobla la palma onduleante;
las torres en tropel, campaneando.
Dobla también y rinde tu rodilla,
hombre, que viene Cristo caminante
-poco de pan, copo de pan- pasando.
*
“Corpus Christi”,
de Antonio Murciano (España, 1929) y Carlos Murciano (España, 1931)
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En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
– “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”
Disputaban los judíos entre sí:
– “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?“
Entonces Jesús les dijo:
– “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.”
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Juan 6, 51-58
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Decía Agustín: «Oh Dios, mi corazón está inquieto hasta que no repose en ti», pero cuando examino la tortuosa historia de nuestra salvación veo que no sólo nosotros deseamos ardientemente pertenecer a Dios, sino que Dios también anhela pertenecer a nosotros. Parece como si Dios nos estuviera diciendo a grandes voces: «Mi corazón estará inquieto hasta que no pueda reposar en vosotros, mis amadas criaturas» […]. Dios desea comunión: una unidad que sea vital y viva, una intimidad que proceda de ambas partes, un vínculo que sea verdaderamente mutuo […].
Este intenso deseo que siente Dios de entrar en la más íntima relación con nosotros es lo que constituye el núcleo de la celebración y de la vida eucarística. Dios no sólo quiere entrar en la historia humana convirtiéndose en una persona que vive en una época y en un país específico, sino que quiere llegar a ser nuestro alimento y nuestra bebida diarios en todo tiempo y en todo lugar.
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H. J. M. Nouwen,
La fuerza de su presencia,
Brescia 2000, pp. 61 ss).
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