“Hay vida tras el muro”, por Isabel Pavón
Por un momento se despistó buscando la salida. Fue entonces cuando la vio. Tan hermosa, tan llamativa, tan llena de vida. Una adelfa asomaba frondosa sobre el muro que cercaba el recinto del cementerio. Sus ramas colgaban por el excesivo peso de las flores. Le pareció una imagen sumamente bella. Dejó de caminar para observar los detalles. Pensó en cuántas veces las criaturas se sienten impotentes, malviviendo en el lado equivocado, sin ningún deseo de descubrir cambios. Precisamente ella era una de esas víctimas que se encuentran en alguna zona próxima a la muerte espiritual. Lo sabía. Hacía tiempo que su alma agonizaba. Tan consciente era de ello como del silencio que reinaba en el lugar donde, por pura casualidad, paseaba sola aquella mañana.
Miró a su alrededor y efectivamente no había nadie más. La falta de vida y el silencio habitaban juntos, como dos amigos cómplices que se hacen compañía. Dos compañeros que, aun buscando protección y aislamiento del mundo exterior, eran incapaces de evitar la mirada extraña y provocadora de la curiosa adelfa luciendo sus brazos llenos de energía, presumiendo de su esplendor sin pudor alguno y que, al mismo tiempo, celosa de su propia intimidad, ocultaba el tronco y los detalles del lugar donde crecía.
¿Quién será su dueño?, pensó sabiendo que no recibiría respuesta. ¡Qué suerte tiene y qué bueno sería despertar cada mañana y observar tanta belleza!
En ese instante le habría gustado ser más alta, poder asomarse, saber qué había al otro lado, ver más allá, participar de la privacidad del terreno donde se encontraba el arbusto, pero no pudo. Sintió la incertidumbre que provoca lo desconocido. De nuevo recordó el temor cuando, en su día a día, no podía dominar todos los detalles, en cómo su capacidad de decisión se paralizaba cuando no recibía toda la información que necesitaba para resolver algún contratiempo.
Le pareció escuchar su propia voz hablándole: Cerca, muy cerca de la muerte puede estar anidando la vida de tal forma que atrapa los ojos y los demás sentidos.
La vida gana por derecho contra la muerte y nos llama.
Comprendió que saltar el muro de las dificultades, cualesquiera que fuesen, tenia sus riesgos, pero no tantos como quedarse de brazos cruzados. Ciertamente podía permanecer impasible, no tomar ninguna medida por temor, dejar pasar el tiempo, esperar que los problemas desaparecieran por sí solos, quedar pasiva deseando que todo le viniera regalado sin poner nada de su parte, eso sí que era malo.
Pero ¿qué quería realmente?, ¿qué necesitaba?
Se reconocía en una etapa emocional enfermiza, sin provecho, sin atreverse a dar el paso decisivo que la transportara.
Permaneció reflexionando durante unos minutos más y se dejó llevar. Sintió el gozo que el futuro le traía. Cerró los ojos y su espíritu se elevó. Ya no había vuelta atrás, estaba segura de que quería seguir adelante. Y así lo hizo.
Amiga, amigo, si estás viviendo una historia parecida a esta, si estás en ese lado donde reina la muerte, no lo pienses más y salta. Hay vida tras el muro. Vida abundante que te está llamando a gritos. Puede ser que lo que asoma ante tus ojos sólo sean las primicias de lo que encontraras más adelante.
El Señor no escatima misericordia ni oportunidades. Se complace de la llenura y el gozo que te da para su disfrute. Y lo más probable es que si decides enfrentarte al cambio termines cantándole:
Has cambiado mi lamento en baile;
desataste mi cilicio,
y me ceñiste de alegría.
Por tanto,
a ti cantaré,
gloria mía,
no estaré callad@
Señor, Dios mío,
te alabaré para siempre.
(Salmo 30:11.12)
Este artículo fue anteriormente publicado en Protestante Digital
Isabel Pavón es diplomada en Religión, Género y Sexualidad en UCEL/GEMRIP. Escritora y poeta, ha recibido numerosos premios (poesía y relato) tanto España como en el extranjero.
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Fuente Lupa Protestante
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