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11.8.24. Dom 19 TO. Elías y Jesús, con Benedicto XVI. Bajar del monte, compartir la vida

Domingo, 11 de agosto de 2024

IMG_6735Del blog de Xabier Pikaza:

La  eucaristía vincula  este domingo  a Elías con Jesús no sólo por los motivos normales del juicio de Dios y  la transfiguración, sino por las curaciones y el pan compartido. Que todos puedan comer, que haya, dignidad y amor para todos.

En ese contexto, a modo de contrapunto, quiero citar y comentar unas famosas palabras de J. Ratzinger que, sorprendido por la poderosa protesta de la juventud universitaria del año 1968, anunciaba la llegada de unos tiempos duros de rechazo y minorías elitistas en la Iglesia.

La  eucaristía de este domingo vincula a Elías con Jesús no sólo por los motivos normales del juicio de Dios y de la transfiguración,  con las curaciones y el pan compartido, sino con una más honda misión y presencia de vida y paz a favor de la salvación de muchos, si es que los “elegidos “bajan (bajamos) del monte..

IMG_6738En ese contexto, a modo de contrapunto, quiero citar y comentar unas famosas palabras de J. Ratzinger que, sorprendido por la poderosa protesta de la juventud universitaria del año 1968, anunciaba la llegada de unos tiempos duros de rechazo y persecución de la Iglesia. Sobotta me contó el miedo que habia pasado Ratzinger ante la protesta de algunos que habían entrado en el aula, la forma en que le ayudó y sacó del peligro K. Lehman, su ayudante, después Cardenal de Mainz y gran teólogo, etc.

1 Rey 18

1Reyes 19,4-8

En aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: “¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!” Se echó bajo la remata y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: “¡Levántate, come!” Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: “¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.” Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.´´

(sigue):´. 9 Allí se introdujo en la cueva y pasó la noche  …  Pasó entonces  Yavé por la boca de la cueva…13Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?», 14y él respondió: «Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela».

15Le dijo el Señor: «Vuelve a tu camino en dirección al desierto de Damasco. Cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, 16rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá…8Dejaré un resto de siete mil en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal y todas las bocas que no lo besaron…

Juan 6,41-51

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”, y decían: “No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?” Jesús tomó la palabra y les dijo: “No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.” Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi  cuerpo para vida de los hombres.

Comparación general entre Elías y Jesús

2CA919D9-C762-4F16-9232-00C5A2BB45BDElías, profeta del pan, se queja ante Dios diciendo… que han matado a todos los profetas, que queda a solas… Por eso sube al monte de Dios (Horeb) dispuesto a morir…

Pero Dios no se muestra como vengador violento (huracán, terremoto, fuego) sino como brisa suave de vida, diciéndole que vuelva… Que hay muchos que no no han inclinado la rodilla ante Baal, que comience su nueva tarea, no sólo en Israel, sino en el entorno de Siria… una tarea social y política, una tarea religiosa de regeneración, simbolizada por el pan.

Jesús es el profeta del pan de las multiplicaciones… Ha venido a dar su propia vida, su propia carne al servicio de los demás… Uno quieren ungirle rey (porque quieren que se dé mucho pan material),otros le abandonan y quieren perseguirle, pero él sigue ofreciéndoles su carne, esto es su vida… Queda con pocos,  las mayoría de los galileos que le han seguido se marchan porque no quieren su mesianismo, su iglesia, su futuro de reconciliación.

Conversión de Elías: Del Carmelo al Horeb.

  Elías empezó siendo una figura violenta y la  tradición israelita le vincula con al sacrificio del Carmelo, donde debía decidirse la identidad del Dios israelita y su diferencia respecto a los baales de la tierra palestina (cf. 1 Rey 18). Hubo un juicio de Dios, una ordalía, con el fuego de Dios, hecho rayo. Elías vence y manda matar a los profetas de Baal, degollados junto al río.

 «Elías dijo: respóndeme, oh Yahvé; respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Yahvé, eres Dios, y que tú haces volver el corazón de ellos. Entonces cayó fuego de Yahvé, que consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo; y lamió el agua que estaba en la zanja. Al verlo toda la gente, se postraron sobre sus rostros y dijeron:  ¡Yahvé es Dios! ¡Yahvé es Dios! Entonces Elías les dijo: ¡Prended a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno de ellos! Los prendieron, y Elías los hizo descender al arroyo de Quisón, y allí los degolló (1 Rey 18, 37-40).

Pero ese recuerdo de muerte, que ha marcado con dureza la historia posterior del judaísmo (y del mismo cristianismo), ha sido recreado (transformado)  por la experiencia de la conversión de Elías, en el monte Horeb,  donde él subió, como nuevo Moisés, para dialogar con Dios, buscándole ante todo como huracán, terremoto y fuego. Él se había opuesto por muchos años a los cultos de Baal, pero un día tuvo que darse por vencido: parecían haber fracaso sus esfuerzos y su lucha. Por eso quiso presentarse ante su Dios y emprendió el camino del Horeb, para morir en la presencia del Señor, que había querido hacerle su profeta.

El camino era duro y en medio de la marcha invocó la muerte: «¡Basta ya, oh Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no soy mejor que mis padres! Se recostó bajo una retama y se durmió (para morir)» (1 Rey 19, 4-5). Pero Dios no respondió a la llamada de la muerte: no quiso acogerle en medio de la marcha y del cansancio, sino que le ofreció comida para que siguiera en su camino. Así siguió caminando hacia la montaña de Dios, cuarenta días y cuarenta noches.

«Allí se metió en la cueva, donde pasó la noche. Y he aquí que vino a él la palabra de Yahvé, que le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías? Y él respondió: He sentido un vivo celo por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida» (1 Rey 19, 9-10).

Elías quiere justificarse: ha venido ante Dios para pedirle cuentas y ahora está allí los dos, frente a frente: Elías, el hombre del fuego de Dios (cf. 1 Rey 18, 38-39; 2 Rey 1, 10.12) y el Dios que parece haberse olvidado de su fuego. Pero entonces Dios le manda que ponga en pie y que vea, que sienta, que discierna:

«Un grande y poderoso huracán destrozaba las montañas y rompía las peñas delante de Yahvé, pero no Yahvé no estaba en el huracán. Después del viento vino un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Después del terremoto hubo un fuego, pero Yahvé no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa apacible y delicada. Y sucedió que al oírlo Elías, cubrió su cara con su manto, y salió y estuvo de pie a la entrada de la cueva. Y he aquí, vino a él una voz, y le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías?» (1 Rey 19, 11-13).

Nueva misión de Elías

En un primer momento se ha manifestado el Dios de Elías, que se expresa en los signos de ira y destrucción que él habría imaginado: este es el Dios del huracán, de terremoto y del fuego. Pues bien, éste no era el Dios verdadero, el que ha guiado a los israelitas lo largo de la historia. El verdadero Dos está en la brisa suave, después que han pasado los signos de la teofanía destructora, del volcán y del incendio en la montaña. Éste es el Dios del viento suave, de la brisa de amor, del agua de la vida. Éste es el Dios que le dice a Elías que vuelva, que empiece de nuevo:

«Ve, regresa por tu camino, por el desierto, a Damasco. Cuando llegues, ungirás a Hazael como rey de Siria. También ungirás como rey de Israel a Jehú hijo de Nimsí; y ungirás a Eliseo hijo de Safat, de Abel-Mejola, como profeta en tu lugar… Pues me he reservado en Israel a siete mil hombres que no han doblado las rodillas ante Baal, ni le han besado con sus labios» (1 Rey 19, 15-18).

Allí donde Elías pensaba que todo se hallaba terminado, tiene que volver para empezar de nuevo, poniendo en marcha nuevos caminos de historia en los reinos de Siria y de Israel que estaban enfrentados. Elías, profeta viejo y cansado, en diálogo con Dios sobre el monte del Horeb, vendrá a ser nuevamente mensajero de Dios en medio de la historia.

            El primer Dios de Elías debía revelarse a través de los signos de la ira y destrucción que él habría imaginado (como hará más tarde Juan Bautista: cf. Mt 3, 7-12). Pero el nuevo Elías de la Montaña sagrada descubrirá que el verdadero Dios, que ha guiado a los israelitas a lo largo de la historia, es brisa suave de amor creador. Si esta presencia del Dios de Elías la historia de Israel sería incomprensible.

Elías sanador.

Unido a Eliseo, su discípulo, Elías aparece no sólo como profeta del doble juicio de Dios (ordalía del Carmelo, brisa del Horeb; cf. 1 Rey 18-19), sino como profeta popular y carismático carismático, capaz de realizar milagros a favor de los enfermos, incluso más allá de las fronteras de Israel. Así puede decirse que, en conjunto, las historias de Elías y Eliseo (cf. 1 Rey 17-21 y 2 Rey 1-8) son ante todo historias de milagros con enfermos graves, como en el hijo de la viuda de Sarepta:

 «Cayó enfermo el hijo de la mujer… y su enfermedad fue tan grave que se le fue el aliento. Entonces ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, hombre de Dios? ¿Has venido a mí para traer a la memoria mis iniquidades y hacer morir a mi hijo? Y él le respondió: Dame a tu hijo. Lo tomó de su seno, lo llevó al altillo donde él habitaba y lo acostó sobre su cama… y dijo: ¡Yahvé, Dios mío! ¿Incluso a la viuda en cuya casa me hospedo has afligido, haciendo morir a su hijo?

Luego se tendió tres veces sobre el niño… diciendo: ¡Yahvé, Dios mío, te ruego que el aliento de este niño vuelva a su cuerpo! Yahvé escuchó la voz de Elías, y el aliento del niño volvió a su cuerpo, y revivió. Elías tomó al niño, lo bajó del altillo a la casa y lo entregó a su madre… que dijo a Elías: ¡Ahora reconozco que tú eres un hombre de Dios…! » (1 Rey 17, 17-24).

            Éste es Elías, profeta del juicio y del fuego (como destacará la tradición de Juan Bautista: cf. Mt 3, 9-12), pero también sanador carismático, que resucita al hijo de una viuda extranjera. Su discípulo Eliseo, fiel yahvista, cura la “lepra” de Naamán, general sirio, enemigo oficial de los israelitas (cf. 2 Rey 5). Éstas y otras narraciones circulaban en tiempo de Jesús y alimentaban la imaginación de muchos piadosos. Por eso, no resulta extraño que los cristianos le hayan visto al lado de Moisés (acompañando a Jesús: cf. Mc 9, 1-9 par) y hayan podido pensar que Jesús llamaba a Elías desde el madero del suplicio (Mc 15, 35-36; cf. Mal 3, 23-24; Eclo 48, 1-11).

Jesús, profeta como Elías, profeta de amor y sanación universal, no de juicio   

               Ambos están relacionados con el Norte de Israel (más que con Jerusalén) y no son sacerdotes, aunque Elías aparece como instaurador de una nueva sacralidad sobre el Carmelo (1 Rey 18). Jesús es como Elías un hombre celoso por la identidad de Dios (Yahvé, el Señor, es el único…), y al mismo tiempo es un profeta carismático, un profeta “sanador”, también como Elías, con quien se le compara repetidamente (cf. Mc 6, 15 y 8, 28), y de un modo especial en el momento de su muerte (cf. Mc 15, 35-36).

Quizá podemos suponer que Jesús quiso retomar el signo de Elías, que significativamente aparece al final de la Biblia Hebrea que terminaba con la promesa de Malaquías, diciendo que Elías ha de venir para: (a) restaurar a Israel, (b) convertir los corazones de los hijos a los padres y (c) preparar la llegada de Dios (cf. Ml 3, 1-2. 19. 22-24).

               Ciertamente, hay rasgos de esa profecía de Malaquías (y de la figura de Elías) que se aplican mejor a Juan Bautista (Ml 3, 1-2. 19), pero los más significativos (Malaquías 3, 22-24), parecen más cercanos a Jesús, que ha venido a reconciliar a los hijos con los padres (=restaurar a Israel), preparando la llegada salvadora de Dios. Es muy posible que tanto Juan* como Jesús se hayan sentido vinculados con Elías, pero lo han hecho en líneas distintas: Juan Bautista esperaba un Elías futuro, de juicio; Jesús, en cambio, supone que el signo de Elías se estaba cumpliendo en su mensaje y en sus signos milagrosos, es decir, en la curación de los enfermos.

Las curaciones de Jesús han surgido de su contacto real con los enfermos, pero ellas se inspiran en las historias de Elías y Eliseo, profetas carismáticos, sanadores de enfermos. No sabemos si Jesús había desplegado previamente capacidades sanadoras (antes de haber ido donde Juan Bautista), aunque podemos suponer que no, pues, de lo contrario, no se entendería bien su estancia ante el Jordán, en la línea del primer Elías.

Todo nos permite suponer que Jesús descubrió y desarrolló su poder de sanación tras el bautismo y en este contexto se entiende su nueva relación con Elías. También Juan había asumido, al parecer, ciertos rasgos de Elías, pero sobre todo en línea de juicio (sin milagros), por los que Jesús pondrá de relieve los aspectos sanadores de Elías y Eliseo, profetas del Norte de Israel, cuyas tradiciones estaban relacionadas con Galilea y sus alrededores (como indica la historia de la sunamita, en 2 Rey 4, 8-37, y la de la viuda de Sarepta, en 1 Rey 17, 9-25).

Es posible que el mismo Jesús, al principio de su actividad, en la línea de Juan Bautista estuviera buscando al primer Elías, vinculado al sacrificio del Carmelo y al fuego de Dios, lo mismo que como Juan Bautista). Pero después, quizá en su bautismo, tuvo una experiencia de Dios, como la de Elías en el Monte Horeb, describiendo a Dios como brisa suave (espíritu de vida), en las aguas del Jordán. Había querido conocer al Dios del Juicio, junto a Juan Bautista (profeta del fuego, del huracán y del agua destructora), pero encontró y escuchó al Dios de la palabra suave (de la brisa y del Espíritu), que le llamaba “Hijo” y le enviaba a realizar una obra de liberación. Este sería el tema de fondo de. Mc 1, 10-12 y par (cf. Mt 3, 1-2; Lc 3, 1-9).

Llamada y transformación de Jesús

Así podríamos hablar de una “profunda vocación mesiánica” de Jesús, que pasa del primer Elías al segando, al Elías de la brisa suave, para empezar en Galilea su tarea de profeta carismático, al servicio de la llegada del reino de Dpos, que se expresa en la curación de los enfermos. Jesús no habría abandonado el signo de Elías, sino que lo habría reinterpretado (como supone su respuesta a la pregunta de los discípulos de Juan Bautista, en Mt 11, 2-4).

 En este contexto se sitúa la decisión de Jesús, que vuelve a Galilea y busca a unos discípulos para ponerse al servicio de los pobres y excluídos, de las masas expulsadas y hambrientas  de todas las revueltas del mundo (como la del 1968 en Paría y en Alemania) , anunciándoles el Reino y sanando sus enfermedades. Las curaciones de Jesús han surgido de su contacto con los enfermos, pero ellas se inspiran en las historias de Elías y Eliseo, profetas carismáticos, sanadores de enfermos.

Juan Bautista se sitúa más cerca de Elías juez, profeta del agua y del fuego, portador de la ira de Dios en el Carmelo (cf. 1 Rey 18). En esa perspectiva, los cristianos dirán que Juan, precursor de Jesús, se identificaba con Elías, con no sólo por su forma de vestir (Mc 1, 6 cf. 2 Rey 1, 8), sino por su manera de anunciar el juicio, añadiendo así que Elías ya había venido y se había mostrado por Juan, precediendo a Jesús, para preparar su camino (cf. Mc 9, 13; ésta es la lectura cristiana de Mc 1, 7-8 par; cf. también Lc 1, 76).

Jesús como Elías, el profeta que baja del monte de la elecciòn     

Jesús Galileo se relaciona más con Elías sanador, y así aparece no sólo en la “resurrección” del hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-16), ciudad cercana a Sunem (donde Eliseo había resucitado al hijo único de la sunamita), sino en la línea del texto programático de Lc 4, 24-28, donde Jesús compara sus milagros con los de Elías/Eliseo y viene a presentarse de esa forma como nuevo Elías: alguien que es capaz de encender una esperanza de Reino o nueva humanidad, por sus curaciones.  En esa segunda perspectiva han de entenderse tres pasajes muy significativos de la tradición cristiana.

(a) Éste es el Elías de  a transfiguración (Mc 9, 2-9), donde. Elías se aparece a Jesús, al lado de Moisés, para ofrecerle su testimonio y para acompañarse en su camino profético de Reino.

(b) Éste es el Elías que acompaña a Jesús en la cruz (Mc 15, 35-36), donde Jesús murió dando un grito muy fuerte, de forma que algunos pensaron que llamaba a Elías. Pero el evangelista supone que Jesús no pudo llamar a Elías, sino a Dios, diciendo: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? Jesús llama a Dios, muchos descubren que en el fondo está llamado a Elías, para que le acompañe en el trance.

(c) Éste es el Elías orante de las tradiciones de la subida al monte Carmelo, el mismo Elías que subió al Horeb… buscando la justicia de Dios, para descubrir que sobre esa montaña de oración no hay más ley ni más vida que el amor abierto a todos, como sabe y canta San Juan de la cruz, en su diagrama de la oración del justo.

El contrapunto de Joseph Ratzinger,  en la cátedra Münster, año 1968/1969

       Este trabajo sobre la misión de Elías y Jesús forma parte de una una búsqueda cristiana que el mismo J. Ratzinger (Benedicto XVI) anunciaba hace más de cincuenta año,  que forma parte de un texto cien veces repetido que dice así:

  «De la iglesia de hoy saldrá también esta vez una iglesia… que se hará pequeña, deberá empezar completamente de nuevo. No podrá ya llenar muchos de los edificios construidos en la coyuntura más propicia. Al disminuir el número de sus adeptos, perderá muchos de sus privilegios en la sociedad.

Se habrá de presentar a sí misma, de forma mucho más acentuada que hasta ahora, como comunidad voluntaria, a la que sólo se llega por una decisión libre. Como comunidad pequeña, habrá de necesitar de modo mucho más acentuado la iniciativa de sus miembros particulares. Conocerá también, sin duda, formas ministeriales nuevas y consagrará sacerdotes a cristianos probados que permanezcan en su profesión: en muchas comunidades pequeñas, por ejemplo en los grupos sociales homogéneos, la pastoral normal se realizará de esta forma. Junto a esto, el sacerdote plenamente dedicado al ministerio como hasta ahora, seguirá siendo indispensable. Pero en todos estos cambios que se pueden conjeturar, la iglesia habrá de encontrar de nuevo y con toda decisión lo que es esencial suyo, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la asistencia del Espíritu que perdura hasta el fin de los tiempos.

Volverá a encontrar su auténtico núcleo en la fe y en la plegaria y volverá a experimentar los sacramentos como culto divino, no como problema de estructuración litúrgica. Será una iglesia interiorizada, sin reclamar su mandato político y coqueteando tan poco con la izquierda como con la derecha. Será una situación difícil. Porque este proceso de cristalización y aclaración le costará muchas fuerzas valiosas. La empobrecerá, la transformará en una iglesia de los pequeños. El proceso será tanto más difícil porque habrán de suprimirse tanto la cerrada parcialidad sectaria como la obstinación jactanciosa. Se puede predecir que todo esto necesitará tiempo. El proceso habrá de ser largo y penoso» (cf. J. Ratzinger, Fe y futuro, Sígueme, Salamanca 1973, 75-77, trabajo publicado el año 1969).

Escuché y leí las  palabras de J. Ratzinger el mismo año 1969, estudiando en Alemania. Mi amigo Franz Sobotta SJ, experto de Sacramentos y Eclesiología t colega compó inmediatamente el libro  y leímos de un modo especial las palabras sobre el futuro de la iglesia, no sólo disminuida sino incluso perseguida. Esas palabras siguen siendo memorables, y responden al ambiente que se había creado desde el año anterior (Mayo de 1968) en la universidad alemana.

 Joseph Ratzinger se sintió amenazado por sus discípulos en clase…. Y pudo sobreponerse por la ayuda eficaz, de su ayudante . Quiero dejarla como están y como han sido mil veces repetidas. En ellas se dice que la Iglesia de mañana tendrá que ser distinta, más pequeña, más pobres, sin privilegios ni esplendor… una iglesia participativa y creadora, donde cada uno diga su palabra, con ministerios distintos, que surjan desde el pueblo. Así decía aquel famoso teólogo, a quien muchos asociábamos como K. Rahner, pues con él había publicado algunos libros famosos:

“Después de las actuales crisis, la Iglesia que surgirá mañana tendrá que ser despojada de muchas cosas que ahora todavía mantiene. Será una Iglesia bien más pequeña. Y tendrá que recomenzar como lo hizo en sus principios. Ya no tendrá condiciones de llenar los edificios que han sido construidos en sus periodos de gran esplendor. Con un número bien menor de seguidores, perder muchos de los privilegios que ha acumulado en la sociedad.

Al contrario de lo que viene aconteciendo hasta el presente , ella surgirá mucho mas como una comunidad de libre opción… Siendo entonces una Iglesia menor, va a exigir mayor participación y creatividad de cada uno de sus miembros. Ciertamente aprobará formas nuevas de ministerios; convocará al presbiterato cristianos comprobados que ejercen simultáneamente otras profesiones… Todo eso va tornarla más pobre; será una Iglesia de gente común. Claro está que todo eso no va acontecer de un momento a otro. Va a ser un proceso lento y doloroso”.

Escuché y leí las  palabras de J. Ratzinger el año 1969, estudiando en Alemania. Mi amigo Franz Sobotta SJ, experto de Sacramentos y Eclesiología  me hizo llegar el libro. Me contó las dificultades de Ratzinger en la cátedra, la forma en que le ayudó Lehman etc.

Esas palabras sobre el futuro de la iglesia formaban parte de unas declaraciones del teólogo joven más conocido (católico) de Alemania. Un “monstruo del pensamiento cristiano”, de decía Sobotta, que había tenido que luchar con el en el frente de guerra.

   Quiero recordar esas palabras como las leí y las medité el años 1959,  como están y como han sido mil veces repetidas. En ellas se dice que la Iglesia de mañana tendrá que ser distinta, más pequeña, más pobres, sin privilegios ni esplendor… una iglesia participativa y creadora, donde cada uno diga su palabra, con ministerios distintos, que surjan desde el pueblo. Así decía aquel famoso teólogo, a quien muchos asociábamos como K. Rahner, pues con él había publicado algunos libros famosos:

“Después de las actuales crisis, la Iglesia que surgirá mañana tendrá que ser despojada de muchas cosas que ahora todavía mantiene. Será una Iglesia bien más pequeña. Y tendrá que recomenzar como lo hizo en sus principios. Ya no tendrá condiciones de llenar los edificios que han sido construidos en sus periodos de gran esplendor. Yo pensaba entonces (año1969) que le iglesia perdería muchos de sus seguidores, muchos de sus privilegios…. Pero  no me sentía  totalmente de acuerdo con la interpretación quizá elitista de la iglesia que me parecía ya entonces vinculada con J. Ratzinger (futuro Benedicto XVI).

    Me daba la impresión de que Ratzinger estaba más cerca del primer Elías que del segundo, del Elías de la dura justicia más que Elías bien que baja del Horeb/Carmelo,  para iniciar un camino de iglesia abierto a las multitudes, en línea de liberación o, al menos, en línea de religión popular, para anunciar la vida de Dios, la gracia, en todos los rincones de la ciudad del mundo, como quiere el Papa Francisco y y como yo he querido en mi libro ciudad Biblia, que no es para unos pocos en medio de un mundo condenado, sino para todos y todas.

Ratzinger, papa Benedicto XVI fue un gran teólogo, pero quizá más en la línea del primer Elías que del segundo, con un estilo más cercano a Juan Bautista y su justicia (juicios de teólogos) que a Jesús y su apertura a las masas del pueblo, a los pobres y excluidos.

   Ciertamente, las palabras  de aquel lejano y cercano Ratzinger de 1968/69, que se sintió terriblemente amenazado por los “disturbios” de los estudiantes y que no quiso o no pudo responder de manera creadora son dignas de todo respeto, de toda admiración, que volvía de la gran masacre de la guerra, como mi amito Sobotta que nunca pudo curarse de aquella inmensa herida no del año 1968, sino del 1936-45.

Como Ratzinger decía ya entonces, la iglesia actual puede aprobar y aprobará formas nuevas de ministerios y convocará al presbiterado cristianos robados que ejercerán simultáneamente otras profesiones, varones o mujeres…. Pero él no lo hizo cuando fue papa. Tuvo miedo, como ante los estudiantes del año 1968. Fue un gran cristiano, pero un cristiano parcial, de minorías elitista. Quizá no supo ver el bien de las mayorías del pueblo, del nuevo pueblo de las villas y suburbios de las nuevas ciudades sedientas de humanidad del mundo entero.

 En esa línea, sus palabras del año 1968/1969 deben recordarse, resituarse no sólo en la teología sinodal abierta del Papa Francisco, sino también en la línea de los miles y miles de pobres y oprimidos a los que Dios quiso que fuera Elías, cuando le mando volver del monte donde se había recluido. Quizá el Papa Ratzinger quedó en el Horeb, no supo bajar como Elías, no como Jesús en el monte del entorno de Cafarnaúm del que bajo para decir a todos ante la sinagoga de Cafarnaúm: Mi carne es comida para todos vosotros

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