El dinero
Mc 3, 20-35
«Está poseído por Belcebú»
El evangelio de hoy es muy instructivo para conocer el ambiente de incomprensión y acoso en que tuvo que moverse Jesús en Galilea, pero de él podemos sacar pocas enseñanzas útiles para vivir nuestra vida. Por ello, me van a permitir dedicar esta reflexión a un tema que nada tiene que ver con el texto de hoy, pero que es recurrente a lo largo de todo el evangelio y nos atañe muy directamente: el dinero.
El dinero es sin duda un talento que podemos poner a trabajar por el Reino, pero es un talento peligroso por el que Jesús muestra un gran recelo. Llama bienaventurados a los pobres, alerta sobre la dificultad de los ricos para entrar en el Reino, considera necio al hombre ufano de su riqueza que esa noche va a morir, en la parábola de Epulón y Lázaro muestra hasta qué punto se puede endurecer el corazón de un hombre por causa de su riqueza… «Aunque resucite un muerto» … y se entristece cuando el “joven rico” renuncia a seguirle porque tenía muchos bienes…
El dinero no es algo marginal en el evangelio, algo que se menciona de pasada, sino una línea clara y recurrente dentro del mensaje global y la concepción del Reino. Algo que nos interpela de manera especial, porque vivimos en una sociedad de ricos en la que el dinero ha dejado de ser un medio para convertirse en el fin por excelencia de nuestra vida. Y cuando esto sucede, el dinero se convierte en amo, en el peor amo que podemos tener, porque nos esclaviza, socava nuestra humanidad y nos arrebata la capacidad de compadecer, de ayudar, de perdonar, de servir…
La expresión que usa Jesús para alertarnos de la trampa mortal que encierra el dinero, es una de esas exageraciones geniales que empleaba para hacer especial énfasis en algo importante: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios».
Pero siendo realistas, en el mundo actual el dinero es necesario no solo para vivir el día a día, sino también para prevenir el futuro ante las infinitas incertidumbres que presenta la sociedad actual. Por eso, para nosotros, «vende lo que tienes y dalo a los pobres» no es una orden que podamos cumplir al pie de la letra, pero sí es un espíritu que puede marcar nuestra forma de poseer y de usar.
Y lo que es válido a nivel individual también lo es a nivel colectivo, porque las sociedades opulentas estamos llevando al mundo al desastre con nuestra forma de vivir. Sólo un cambio de mentalidad generalizado puede evitarlo, pero cuando más necesita la humanidad de un potente bagaje moral para hacer frente a la situación extrema a la que se ve abocada, mayor es su carencia; mayor es la dureza de su corazón. Quizá la única vía de salida que le queda a este mundo sean las palabras que Jon Sobrino repetía tan a menudo: «Debemos caminar hacia la cultura de la austeridad compartida».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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Fuente Fe Adulta
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