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Períjóresis, danza de Dios, danza humana (Trinidad: 26.5.24)

Domingo, 26 de mayo de 2024

88259463-B143-4C9A-9A23-9345013763A7Blog de Xabier Pikaza:

Los místicos de la Iglesia de Oriente interpretan a Dios como “perijóresis”, danza Trinitaria del Padre, el Hijo y Espíritu Santo, de manera que cada “persona” pasa al lugar de la otra, en constante movimiento de mutua donación, acogida  y comunión. La Trinidad, que los cristianos celebramos el próximo domingo (26.5.24),  es la fiesta de ese  baile de personas (divinas/humanas) que viven, se mueven y son (Hech 17, 28)  al darse mutuamente y ser unas en otras.

Manual Trinitario ¿Qué sabemos sobre Dios-Trinidad?

1. PRESENTACION

 Integrados en este movimiento, los hombres estamos integrados en este movimiento que no es de dos (como en el Tao Chino, Yin y Yang), sino de tres (Padre, Hijo y Espíritu Santo), con la novedad de que el Hijo se ha “encarnado” (Jesús), naciendo, viviendo y resucitando por (en) los seres humanos. Conforme a ese signo cristianos, los hombres que formamos parte del proceso de Dios, encarnado, de forma que la “perijóresis” es la invitación que Dios ofrece a la humanidad, para que hombres y mujeres se sumen a su danza, en Jesús, por el Espíritu, vinculándonos unos a otros en  interconexión de vida y amor. Ciertamente,

Ése es el tema y tarea de la Iglesia: Invitar a los hombres y mujeres, para que formen parte de la danza Dios en Jesús (en la carne de la historia).

Vivimos según eso inmersos en el interior de la danza o movimiento de vida que Dios es en sí mismo y despliega en nosotros. Somos libres para decidir el grado de intimidad con el que queremos que Dios camine en (con) nosotros y el grado en que queremos que él dirija nuestro movimiento, en su doble sentido, circular y lineal.

 (a) Dios aparece así como amor-movimiento circular eterno, pero con tres personas (y no con dos signos circulares, como en Tao chino); en esa línea se pone de relieve el carácter eterno y litúrgico de la “danza” de Dios, tal como aparece en la “Trinidad angélica” de A. Roublev.

(b) Pero, al mismo tiempo, esa “danza de Dios” se realiza en la historia, y se expresa en Jesús, de un modo que no es circular (pura eternidad), sino lineal, a lo largo del tiempo (creando así historia humana), por medio de Jesús, como han puesto de relieve os últimos Padres de la Iglesia oriental (Máximo el Confesor y Juan Damasceno).

Esta danza o perijóresis de la Trinidad ha de entenderse como una exégesis de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) como en su apertura hacia los hombres: en su mensaje de libertad y en el don pascual que el Espíritu ofrece a los creyentes. El Dios cristiano es comunión de amor que se expresa como don fundante (Jesús brota de Dios) y entrega personal (Jesús pone su vida en manos de Dios), culminada en la comunión del mismo Dios, en el encuentro de amor del Padre y del Hijo, que es el Espíritu, y que se realiza en la misma historia, tal como se centra en la pascua de Jesús.

La Trinidad es la hondura de Dios, que despliega y regala su misterio, por medio Espíritu, en la Iglesia, culminando así su “baile” en forma de comunicación activa y comunión de libertad abierta a todos los seres humanos, por Jesús, abriendo así la historia de Dios en nuestra historia. Dios es vida eterna compartida, y sólo por fundarse en él la iglesia puede ser experiencia de vida compartida: encuentro de hermanos que regalan y reciben (comunican) la existencia.

El Dios encarnado en Jesús se revela y despliega en la historia de los hombres  (sin dejar de ser divino) como proceso que está, al mismo tiempo, culminado (en el baile eterno de Dios) y que se va realizando en la historia (por medio de Jesús, Dios despliega y realiza su baile de vida en los hombres, en la línea abierta de la historia).

Una danza con dos nombres latinos

 IMG_4998Eso significa que Dios es, al mismo tiempo, círculo eterno (triangulo siempre en movimiento), y línea abierta de historia, que se abre por la pascua de Jesús hacia la pascua escatológica. Desde ese fondo podemos retomar los tres momentos constitutivos de la realidad de Dios como ousia (esencia fundante, Padre) que se entrega a sí misma y sólo existe al entregarse, dynamis (que se expresa en el mundo en forma humana, en Jesús Hijo) y energía que actúa eternamente y se ratifica como entelejeia o perfección cumplida (Espíritu Santo).

Todo Dios es un despliegue de amor personal, y sólo existe y puede concebirse en la medida en que se entrega a sí mismo, en generosidad plena, haciéndose historia y ofreciendo así su “baile” divino de amor en la vida de los hombres, tal como aparece en Jesús; Dios aparece así como amor compartido, comunión de vida. En esa línea podemos afirmar que cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en gesto de inhabitación o perikhóresis, que la tradición latina posterior ha precisado utilizando dos palabras:

Cincumincessio (=caminar y avanzar en torno). Cada persona existe en la medida en que “transita” (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum), que se abre sin cesar hacia el novum de Dios. De esa forma, lo que en un plano es círculo o triángulo trinitario (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad de vida de Dios) puede y debe representarse como itinerario, un camino (un baile incesante) en el que cada persona se dirige sin cesar a la otra, buscando la plenitud en ella, para tender así juntos hacia el futuro pleno de Dios. Éste es un itinerario circular (circum-incedere), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu y viceversa, que se ha revelado por Cristo, pero un itinerario que va avanzando, que no se reduce a volver sobre sí (eterno retorno), sino que tiende hacia la plenitud pascual y escatológica de Jesucristo, hacia la culminación de su Reino.

 Por eso, los cristianos (en contra de otros creyentes que no se atreven a penetrar en el misterio) podemos decir que conocemos al Padre, por el Hijo, en el Espíritu, compartiendo su mismo itinerario de vida, formando así parte de su mismo camino, abierto hacia el futuro del Espíritu de Dios, que es el nuestro. Éste es el camino supremo: el que va de una persona otra persona, de un humano a otro humano, hombre o mujer… Sólo existimos caminando unos hacia los otros, en el Dios que es círculo de amor haciéndose camino hacia el futuro de sí mismo, prometido en la pascua de Jesús.

Circuminsessio (=asentarse en torno, uno en otro). No caminamos para pasar, sino para quedarnos cada uno en y con otro (de sedere, sentarse). Una persona se asiente y descansa en otra persona, como supone Juan de la Cruz: “Dejéme y olvideme, cesó todo y quedéme…” (Noche Oscura 8). Un ser humano sólo puede “dejarse” y descansar (quedar para siempre) en otro ser humano. Esto es lo que sucede en la Trinidad. Cada persona no solo camina hacia otra persona, sino que habita en ella: existe en sí (tiene sentido, se realiza) en la medida en que sale fuera de sí, dando el ser a la otra, recibiendo el ser de ella. En otras palabras, cada persona “reina” (asienta su trono) al asentarse en otra persona, haciendo que la otra reine también con ella, avanzando, al mismo tiempo, juntos hacia el futuro pascual de Dios, revelado en Jesucristo.

 Esta terminología de inhabitación dialogal (perijóresis) nos permite comprender el misterio de Dios y nos lleva a valorar mejor la comunión humana, entendida en forma de revelación trinitaria y de camino hacia la plenitud del Espíritu Santo, a través de la pascua de Cristo. En el principio y cumbre de todo lo que existe, Dios es un camino, un itinerario de entrega mutua, que culmina como encuentro de amor y vida compartida. En esa línea, desplegando el sentido de la perijóresis, decimos que Dios no es sólo camino de unas personas a otras (circumincesio), sino itinerario y encuentro de amor de unas en otras (circuminsessio), una fiesta de gloria, pues cada persona descubre y posee (goza y despliega) su sentido y plenitud en otra persona, en la que se asienta, como en trono de vida, no para pararse sin para caminar juntos hacia el futuro de Dios.

 Se trata de un itinerario en el que cada persona culmina su camino y descansa habitando en la otra. Según eso,  la Trinidad viene a presentarse para los cristianos como misterio de adoración comunitaria, experiencia de gloria, en el camino que lleva hacia la plenitud de Dios que se expresa en forma de plenitud de la historia humana. Ésta es una experiencia de fe, no una teoría que demostrarse. No es un enigma que deba resolverse con métodos de lógica o de ciencia, sino un misterio que hace pensar y cantar, en gozo inenarrable, de forma que camino de Dios sea nuestro camino.

Ésta es una experiencia de Dios, pero, al mismo tiempo, debemos afirmar que es una experiencia humana, pues el despliegue de la Trinidad se identifica con la misma pascua y plenitud de Cristo. No hay dos experiencias de Dios, una para sí, otra para los hombres. No existen dos leyes, una superior (propia de Dios) y otra inferior (de los hombres), sino una misma ley, una experiencia cristiana que debe entenderse desde la doble perspectiva:

‒ Todo lo que Jesús ha dicho y realizado es verdad para los hombres, pues él mismo es la vida hecha donación y entrega que se abre a la culminación de la comunidad divina (en el Espíritu). A ese nivel, la Trinidad es la hondura de conocimiento y experiencia que brota de la Cruz, de la vida interpretada como donación de sí, como regalo que se vuelve fuente de comunión para los hombres.

Al mismo tiempo, Jesús es la verdad de Dios, Logos fundante. Así le vemos como Hijo eterno del eterno Padre, Hijo que recibe la vida y que la entrega nuevamente, compartiéndola en el Espíritu. Es Hijo porque proviene del Padre en el Espíritu, naciendo de los humanos (misterio de la Navidad); es Hijo porque devuelve su propio ser al Padre en el Espíritu, dándolo a los hombres (misterio de Pascua).

 No hay dos leyes una para Dios y otra para los humanos, no hay dos Trinidades, sino una sola verdad del evangelio (revelación de Dios) que es la verdad de la comunión divina, según la cual Dios se expresa en Cristo, haciéndose principio y espacio de realización/comunión para los hombres; Cristo se funda en Dios; ambos se unen, por siempre y para siempre, en la comunión del Espíritu. Según eso, la Trinidad es la expresión del gozo de Dios (no tiene obligación de crear ni encarnarse para ser divino) y la expresión del gozo humano: ya no tenemos que andar buscando nuestra identidad como “eternos errantes”, como peregrinos siempre fracasados, sino que alcanzamos nuestra verdad y plenitud en el misterio trinitario. Allí donde Dios habita y comparte la vida allí encontramos nosotros nuestra verdad más honda [1].

EXPLICACIÓN: HOMBRES “BAILE” DE DIOS. Pikaza, Patrística, Clie, 2023

IMG_4997Conforme a esa visión, que había sido preparado por los Padres Capadocios (Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa y por Dionisio Areopagita), . Dios sólo existe y sólo puede concebirse en la medida en que se entrega a sí mismo, en generosidad interior, para compartir la vida, en forma de “triada angélica” (las tres personas divinas aparecen como ángeles, seres celestes que reflejan la hondura divina de la vida humana).  Así podemos afirmar que cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en gesto de inhabitación mutua (en griego perikhóresis, perijoresis) que la tradición latina ha precisado utilizando dos palabras vinculadas y muy significativas (circumincessio y circuminsessio), que responden a las dos formas del término griego.

 ‒ Perijôresis (περiχωρεsis) con omega (“o” larga) viene de jora (χωρa), que significa tierra o país, y tiene el sentido de “ir hacia adelante”, de avanzar, como si Dios fuera un despliegue lineal, un tiempo y camino extendido hacia el futuro, en una dirección mesiánica, esto es, judía, de búsqueda nueva que nos dirige hacia aquello que sigue estando por delante. En ese sentido se ha venido interpretando la esperanza de futuro, el más allá siempre nuevo de la historia de Dios y de la vida de los hombres, tal como se expresa en el pensamiento bíblico (judío y cristiana), al entender la historia de Dios y de los hombres como apuesta de futuro (tiempo lineal o escatológico).

‒ Perijoresis (περιχoρεsis) con omicron (“o” breve, pequeña) que viene de joros (χoρos), que es danza(cf. “coro”).  No se trata de avanza, de cruzar un país y de ir hacia adelante, sino de moverse alrededor, esto es, de danzar, cambiando de lugar, pero manteniéndose siempre en el mismo espacio. En esta línea viene a interpretarse la visión más griega del tiempo como “plenitud dialogal”, una danza en la que todos cambian, siendo siempre los mismos, como han puesto de relieve las religiones del oriente, y como han destacado algunos estudiosos modernos de las religiones.

Esos dos matices fundantes de la perijoresis (avanzar y danzar, de forma que cada persona aparece y se muestra en relación con las otras, en forma de camino, de presencia y de mirada) han sido retomados por los teólogos latinos (occidentales) en la Edad Media, que recogen e interpretan de un modo muy preciso el sentido y los momentos básicos de la perijóresis trinitaria, como experiencia fundante de vida (relación) interpersonal, en clave de camino y de cumplimiento. Estas dos palabras muestran, mejor que todas las teorías, la vinculación y trasvase más hondo entre la patrología griega y la latina, que están en la base de nuestro pensamiento posterior [2].

‒ Cincumincessio (=caminar o avanzar en torno, cada uno hacia el otro), quizá en línea de danza, pero también en forma de itinerario. Conforme a esta palabra, cada persona existe en la medida en que “camina” (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum) y en avance (local y personal). De esa forma, más que como triángulo abstracto (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad del espacio divino), la Trinidad puede y debe representarse como itinerario de vida culminada: Dios no es un triángulo cerrado, sino un camino, un baile incesante, un abrazo, en el que cada persona se dirige sin cesar a la otra, en donación completa.

          Eso significa que Dios es un itinerario (circumincessio), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu y viceversa, siendo así un camino “logrado” (en plenitud de amor), que no se pierde en el vacío, ni se tiene que repetir en una especie de eterno retorno, siempre igual, nunca completo, sino que es por Cristo camino/itinerario culminado. Por eso, a diferencia de otras religiones monoteístas (Judaísmo, Islam) que no se atreven a penetrar en el misterio de Dios, los cristianos podemos decir y decimos que en Cristo hemos podido conocer el ser del Padre en cuanto Padre, penetrando en su itinerario de amor, que lleva al Hijo y al Espíritu. Esto es lo que debe suceder también en los seres humanos, que son (somos) comunión. Así viene a expresarse el camino y encuentro supremo, que va de una persona a otra persona, de un humano a otro humano, hombre o mujer… Sólo existimos caminando unos a otros, llegando en respeto y amor al interior de su persona y dejando que ella pueda caminar a mi interior.

‒ Circuminsessio (=asentarse en torno, uno en otro).Las personas trinitaria no caminan para pasar sin más (incedere), sino para quedarse (permanecer y ser) uno en la otro y con la otro (de circum‒sedere). Una persona sólo puede aposentarse y descansar (habitar) en otra, como diría San Juan de la Cruz: “Dejéme y olvideme, cesó todo y quedéme…” (Noche, estrofa final). El ser humano sólo puede “dejarse” y descansar (quedar para siempre) en otro ser humano, en el interior de Dios que es vida compartida

          Así ha de afirmarse que cada persona existe en sí (tiene sentido, se realiza) en la medida en que existe fuera, en comunión con aquellos de quienes recibe y con quienes comparte la existencia. Cada persona se asienta (tiene su sede y plenitud) en la en otra, en movimiento y de amor y convivencia. Esta terminología de inhabitación dialogal constituye la perijoresis trinitaria e inter‒personal (inter‒humana), de forma que nos permite comprender el misterio de Dios y nos lleva a valorar mejor la comunión humana. En el principio y cumbre de todo lo que existe (en el misterio de Dios) hallamos un camino de donación y búsqueda mutua, que culmina como encuentro de amor y vida compartida.

 En esa línea, desarrollando el sentido de la perijóresis, con Juan Damasceno y la patrística griega, podemos decir que Dios no es sólo el camino que va de unas personas a otras (circumincesio), sino la comunión y habitación de amor de unas en y con las otras (circuminsessio),en una especie de fiesta de gloria, pues una persona sólo descubre y posee (goza y despliega) su sentido y plenitud en otra persona.

Eso significa que el itinerario personal culmina cuando una persona llega hasta la otra, de manera que ellas no se limitan a compartir una vida común, pues lo “común” no es una esencia divina sobre la personas, sino que la esencia se identifica con el movimiento de cada persona a las otras.Lógicamente, la Trinidad sigue siendo misterio de adoración personal y comunitaria, experiencia de gloria. No es algo que pueda demostrarse. No es un enigma que deba resolverse con métodos de lógica o de ciencia. Pero ella puede representarse y cantarse simbólicamente como hace la teología de la patrística bizantina.

DESARROLLO TEOLÓGICO

  Según eso, la “perijóresis” es una forma de entender la invitación que Dios nos dirige en Jesús, por el Espíritu Santo, para que hombres y mujeres nos sumemos a la danza de su amor má íntimo y más universal, caminando unos a otros (en otros) en amor, de manera que nos demos cuenta de la interconexión fundamental que nos vincula y enriquece. Ciertamente, Dios nos ha invitado a participar en esta danza divina de amor por el Cristo; pero nosotros hemos dudado: no sabemos si queremos o no queremos aceptar la mano de Dios para danzar con él.

Somos nosotros los que tenemos que tomar la decisión, para decidir el grado de intimidad con el que queremos que Dios dance con nosotros y quien dirija nuestra danza. La lectura de los textos de estos Padres de la Iglesia nos ofrece la forma de aprender los pasos de esta danza, para que sepamos escuchar la música del Espíritu, de tal manera que, a medida que Dios va infundiendo su amor en nosotros, nuestras vidas puedan venir a convertirse en acontecimientos de gracia, pues la existencia de Dios se expresa y despliega en cada uno de nosotros, como he puesto de relieve en Trinidad. Itinerario de Dios a los hombres, Sígueme, Salamanca 2015.

 ‒La Trinidad es una exégesis (despliegue) de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) como en su apertura hacia los hombres, en su mensaje de libertad y en el don pascual de su Espíritu. El Dios cristiano es comunión de amor que se expresa como don fundante (Jesús brota de Dios) y como entrega personal (Jesús pone su vida en manos de Dios), en el encuentro de vida del Padre y del Hijo, donde todo alcanza su verdad perfecta.

 La Trinidad es la hondura de Dios, que despliega y regala su misterio, por medio del Espíritu, en la Iglesia, que así aparece como sentido y lugar de la misma comunión divina, culminada y perfecta, que viene a revelarse como fuente de toda comunión para los humanos. Dios es vida eterna compartida y desplegada en la historia de los hombres, y sólo por fundarse en ese Dios, la iglesia puede ser experiencia de vida: comunión de hermanos que regalan y reciben (comunican) la existencia. El Dios encarnado en Jesús se revela y despliega en la iglesia (sin dejar de ser divino) como proceso culminado y comunión perfecta: eso es lo que la iglesia llama Espíritu Santo y así lo han defendido los Padres del Concilio de Constantinopla (año 381). En sentido más especulativo la Trinidad nos muestra que Dios es un despliegue de amor que brota del Padre, se expande por el Hijo y culmina en el Espíritu Santo. Desde ese fondo, podemos hablar de los tres momentos constitutivos y fundantes de su realidad. Dios es ousia o esencia fundante (Padre) que se entrega a sí misma y sólo existe al entregarse; Dios es dynamis, la fuerza del amor que se entrega y se expresa en el mundo en forma humana (es Hijo); Dios es finalmente entelekheia o perfección cumplida (Espíritu Santo).

Matices: avanzar y danzar, camino y círculo divino (Cf. Bravo Pereira, Regina Apostolorum, Roma 20179

‒ Perijôresis (περiχωρεsis) con omega (o larga) viene de jora (χωρa), que significa tierra o país, y tiene el sentido de “ir hacia adelante”, de avanzar, como si Dios fuera un despliegue lineal, como un tiempo y camino que se extiende hacia el futuro, en una línea más judía de búsqueda siempre nueva que nos dirige hacia aquello que sigue estando por delante. En esa línea se ha venido interpretando la esperanza de futuro, el más allá siempre nuevo de la historia de Dios y de la vida de los hombres, tal como se expresa en el pensamiento bíblico (judío y cristiana), al entender la historia de Dios y de los hombres como apuesta de futuro (tiempo lineal o escatológico). Así lo ha puesto de relieve O. Cullmann (Cristo y el tiempo, Cristiandad, Madrid 2008; original de 1946).

‒ Perijoresis (περιχoρεô) con omicron (o breve o pequeña) viene de joros (χoρos), que es danza. No se trata de avanza, de cruzar un país y de ir hacia adelante, sino de moverse alrededor, esto es, de danzar, cambiando de lugar, pero manteniéndose siempre en el mismo espacio. En esta línea viene a interpretarse la visión más griega del tiempo como “eterno retorno”, una danza donde todo viene a ser siempre lo mismo, como han puesto de relieve las religiones del oriente, y como han destacado algunos estudiosos modernos de las religiones.

Esas palabras evocan, de algún modo, los dos matices más importante de todo el pensamiento occidental, que se despliega en una línea más bíblico/histórica (Dios como esperanza de futuro) y en otra línea más mítico/filosófica (Dios como eterno retorno de la realidad), tal como lo puso de relieve J. Moltmann, Teología de la Esperanza, Sígueme, Salamanca 2007 (original 1964).

Interpretación latina: cincumincessio y circuminsessio (caminar, asentarse). Junto a esos dos matices griegos de la perijoresis (avanzar y danzar) podemos y debemos poner de relieve los dos momentos principales de la interpretación latina (occidental) del tema en la teología en la Edad Media. Ellos que recogen e interpretan de un modo muy preciso el sentido y los momentos básicos de la perijóresis trinitaria, inteRpretada como clave de la vida (de la relación) interhumana, en clave de camino y de cumplimiento: ‒ Cincumincessio (=caminar o avanzar en torno, cada uno hacia el otro), quizá en línea de danza, pero también en forma de itinerario. Cada persona existe en la medida en que “camina” (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum) y en avance (local y personal). De esa forma, lo que solemos representar como triángulo trinitario (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad del triangulo divino) puede y debe representarse como itinerario completo, siempre realizado. Dios es un camino (un baile incesante) en el que cada persona se dirige sin cesar a la otra, en donación completa.

‒ Circuminsessio (=asentarse en torno, uno en otro). No caminamos para pasar (incedere), sino para quedarnos cada uno en el otro y con el otro (de sedere, sentarse uno en el otro, tener cada uno su centro y asiento en el otro). Cada persona sólo puede aposentarse y descansar (habitar) en otra persona, como diría San Juan de la Cruz: “Dejéme y olvideme, cesó todo y quedéme…”. Cada ser humano sólo puede “dejarse” y descansar (quedar para siempre) en otro ser humano. Esto es lo que pasa en la Trinidad. Cada persona no solo camina hacia otra, sino que habita en ella.

  En el principio y cumbre de todo lo que existe (en el misterio de Dios) hallamos un camino de entrega mutua, que culmina como encuentro de amor y vida compartida. Por eso, desplegando el sentido de la perijóresis, decimos que Dios no es sólo un camino de unas personas a otras (circumincesio), sino que es encuentro de amor de unas a otras (circuminsessio). El itinerario ha culminado: cada persona llega hasta la otra; se dan mutuamente, ambas comparten la vida, habitando una en la otra. Lógicamente, la Trinidad viene a presentarse como misterio de adoración personal y comunitaria, experiencia de gloria. No es algo que pueda demostrarse. No es un enigma que deba resolverse con métodos de lógica o de ciencia.

Lo hombres sonperijóresis, resurrección de ubos en otros. Trinidad, el Dios de Jesús

 Todo lo que Jesús ha dicho y realizado es verdad para los seres humanos. Jesús mismo es la vida hecha donación y entrega, la vida abierta a la culminación de la comunidad (en el Espíritu). A ese nivel, la Trinidad es la hondura de conocimiento y experiencia que brota de la Cruz, de la vida interpretada como donación de sí, como regalo que se vuelve fuente de comunión para los hombres.

‒ Al mismo tiempo, Jesús es la verdad de Dios, el Logos fundante, la palabra de toda realidad Así le vemos como Hijo eterno del eterno Padre, Hijo que recibe la vida y que la entrega nuevamente, compartiéndola en el Espíritu. Es Hijo porque proviene del Padre en el Espíritu, naciendo de los humanos (misterio de la Navidad); es Hijo porque devuelve su propio ser al Padre en el Espíritu, dándolo a los hombres (misterio de Pascua). No hay dos leyes o normas de vida, una para Dios y otra para los humanos, no hay dos Trinidades, sino una sola verdad del evangelio (revelación de Dios) que es la verdad de la comunión divina: Dios se expresa en Cristo, haciéndose principio y espacio de realización para los hombres; Cristo se funda en Dios; ambos se unen, por siempre y para siempre, en la comunión del Espíritu.

La trinidad es perijóresis total, itinerario de una persona a las otras, presencia de una en otra, es camino hacia el futuro de la plenitud siempre nueva y es presencia gozosa y ya cumplida, danza de amor personal, comunión del Padre con el Hijo en el Espíritu. Cada persona existe en sí recibiendo y compartiendo el ser desde y con las otras. Por eso, es perijôresis (camino hacia la plenitud) y perijoresis (plenitud ya cumplida, danza de amor) o, como muestran las fórmulas latinas más precisas de la circumincessio y circuminsessio, la Trinidad es la forma suprema de comunicación, de camino de uno hacia el otro, y de presencia de cada uno en el otro.

NOTA

 Cf. X. Pikaza, Trinidad, Salamanca 2013 y Patrística, Viladecavalls 2023; S. del Cura, Perijóresis,  en X. Pikaza y N. Silanes, El Dios Cristiano. Diccionario teológico,  Salamanca 1992, 1086-1094; A. Deneffe, “Perichoresis, circumincessio, circuminssesio”: ZKT 47 (1923)497-532;  L. Prestige,  Dios en el pensamiento de los Padre,  Salamanca 1977, 281-297.  Cf. también .J Auer, Dios uno y trino, Herder Barcelona 1982, 325-330.

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