Declaración de amistad-amor insuperable.
Juan 15, 9-17
Este último año dos personas, por razones que desconozco y que no acceden a compartir, han roto una relación-amistad larga y profunda. Era una amistad que surgía en la comunidad cristiana en la que todas participábamos. Personas unidas por la experiencia de la Ruah en nuestras vidas.
Reconozco que me sigue doliendo y desconcertando. Si sabes el motivo por el cual te desprecian puedes intentar algo. Si te bloquean y abiertamente dicen que no quieren ni tomar un café contigo, te produce algo así como entrar en un vacío, en un bucle que quita ilusión y energía, que impide utilizar la mente porque te desconcierta y preocupa y le das vueltas.
Creía que había “alguien” al otro lado, pero resulta que era un espejismo. Otros casos son más claros, si les das lo que desean son amigas y amigos, si no, se acaba todo. Este caso es el superficial, el que busca siempre algo para llevarse, el que quiere aprovechar para sus intereses. No responde como amigo.
La amistad no puede forzarse, va surgiendo. Y es escasa.
El texto del evangelio de hoy Juan 15, 9-17 me resuena como una declaración de amistad-amor insuperable.
Me permito escribir el texto quitando alguna frase cuya traducción nos puede confundir. Veamos:
Igual que el Padre me demostró su amor, os he demostrado
yo el mío. Manteneos en ese amor mío. Os dejo dicho esto para
que llevéis dentro mi propia alegría y así vuestra alegría
llegue a su plenitud.
Sólo os pido que os améis, igual que yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que
entrega su vida por ellos. Vosotros sois amigos míos. No os
llamo siervos, porque un siervo no está al corriente de lo que
hace su señor; a vosotros os vengo llamando amigos, porque
todo lo que le oí a mi Padre os lo he comunicado.
No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros y os
destiné a que os pongáis en camino, produzcáis fruto y vuestro
fruto dure.
Esto os mando: que os améis.
Por respeto a la traducción y por evitar malestar no lo pongo en femenino. Pero sí os invito a las mujeres que al leerlo, al orarlo lo pongáis en femenino para que os resuene más adentro. Somos la inmensa mayoría. Creo que es justo hacerlo.
La amistad no puede forzarse. La amistad desmonta los muros más altos, normalmente creados por fantasmas oscuros que nos conducen a negatividad. Y llega una amiga, te mira a los ojos y te dice “déjalo correr” esa persona te trata así porque tiene miedo, o… tú sigue.
Jesús experimentó como nosotros y nosotras que lo más difícil es la comunidad-grupo de amigas adheridas a Jesús-. Por eso hay tan pocas comunidades atractivas, porque lo difícil no es rezar, lo difícil es aceptar, aguantar, perdonar…
Pero si no perdemos la perspectiva sabemos que el objetivo del amor mutuo es porque somos elegidos a reproducir el modo de amor que hay entre el Abba y Jesús. Y ese amor mutuo crea comunidad.
Como dice una pensadora “los pedazos que soy, mi amiga los reúne y me los devuelve en el orden correcto”. Este es el objetivo de la comunidad de Jesús.
Te invito a leer el texto varias veces, despacio, muy despacio. Y déjate llevar por la frase que te llega, la que llama a tu puerta y déjala entrar.
¿Qué hago con todo lo que Jesús me comunica? ¿Me lo quedo? ¿Es mío?
Comparto esta frase de “El Principito” de Saint-Exupery:
Lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte…
Si las personas no nos dedican tiempo, si no se comunican, entonces la soledad se hace presente, aún en medio de una multitud.
Y es precisamente ese saber que en medio de la aridez, del ser siervo, que alguien te llama amiga, lo que descubre y localiza tu pozo interior.
Ese es el significado último del Evangelio, el esfuerzo que hace Jesús para comunicarnos donde bebe, donde está su pozo en medio de su desierto, y esa fuente es el Abba. Su intimidad, su complicidad que deja de ser lo que sea: religiosidad, moral… para ser amistad, relación de confianza absoluta.
De ahí el dolor cuando intentamos amar así, en confianza, como Jesús desde nuestra pequeñez y alguien se encarga de ponerte en el rol de sierva: sírveme lo que sabes hacer, pero no te relaciones conmigo…
¿Es así nuestra relación de preferencia con Dios? Que no se acerque demasiado, pero que siga dándome el amor, la comprensión, la fuerza que necesito para hacer sus obras pero, que no se acerque demasiado, este es mi espacio.
Madurar en la amistad con Dios, es dar pasos de madurez en nuestras relaciones humanas y con la Tierra. Es comprender que la base de toda relación es la confianza que se muestra en el respeto.
Muchas veces preferimos servir, ser servidores, que ser amigos, confidentes, comprometidas a producir frutos que duren.
Como dice el Principito “lo esencial es invisible a los ojos”.
Buen domingo. Disfruta del día con el que nos lo comunica todo, sin filtros para que llevemos por dentro su alegría y la contagiemos.
Magda Bennásar Oliver, sfcc
Fuente Fe Adulta
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