Pedro

Domingo, 14 de abril de 2024

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Hechos 3, 13-15. 17-19

«Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello»

Podemos creer que los relatos de la Resurrección narran unos hechos que ocurrieron y aceptar que Jesús resucitado atravesaba paredes y comía pescado, y podemos creer que la “experiencia pascual” fue una simple vivencia mística no perceptible por los sentidos. Lo mismo da; es irrelevante para nuestra fe que creamos una u otra cosa. Lo que importa es creer que Jesús nos ha mostrado que hay más vida tras la muerte y que nosotros estamos destinados a vivirla. Lo que importa es que eso nos mueva a cambiar nuestra vida como cambió la de Pedro y el resto de los Testigos.

Hoy no vamos a tomar como referencia el evangelio de Lucas, cuyo mensaje coincide básicamente con el de Juan del domingo pasado, sino la primera lectura que recoge las palabras de Pedro a los israelitas en el Templo de Jerusalén.

«Varones israelitas… El Dios de Abraham ha glorificado a su hijo Jesús a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Negasteis al santo y pedisteis que se os diese un homicida. Matasteis al autor de la vida a quien Dios ha resucitado de entre los muertos, y nosotros somos testigos».

Como decía Ruiz de Galarreta, ¿es éste el mismo Pedro que no se atrevió a afrontar las burlas de una criada y renegó de Jesús? ¿Qué le ha pasado? Viéndole ahora dando la cara con semejante arrojo, nos admiramos del cambio que el Espíritu ha producido en él; nos asombramos de la fuerza con la que actúa el espíritu de Jesús.

Pedro estaba muerto y ha resucitado. Muerto de miedo, de prejuicios religiosos, de falsos mesianismos. Estaba muerto y el Espíritu lo ha resucitado. Es una imagen viva de cada uno de nosotros y de la Iglesia entera, en gran parte muertos, necesitados del Espíritu para poder resucitar, para poder creer de veras y asumir la misión.

El espíritu de Jesús convirtió a Pedro y al resto de sus discípulos en mensajeros, en enviados, en testigos que nos muestran el camino. De ellos aprendimos a concebir la Iglesia como un grupo de mujeres y hombres que se sienten enviados, que aceptan ser mensajeros, que quieren hacer de su vida testimonio, porque se sienten invadidos por el mismo Espíritu que arrastraba a Jesús,

Pero este espíritu necesita alimentarse para crecer, y se alimenta en la contemplación, en las obras y en la comunidad. La contemplación de Jesús multiplica la fascinación y la adhesión; las obras son la puesta en práctica de sus valores y criterios y reafirman la validez del mensaje; la comunidad está encarnada en la Iglesia, y especialmente en la celebración fraternal de la eucaristía, que contagia la fe y nos hace vivir en común nuestra experiencia pascual.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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