14.4.24. Dom 3 Pascua, camino de Emaús. Dejar la iglesia para recrear la iglesia (Lc 24)
Del blog de Xabier Pikaza:
El evangelio de Emaús es una parábola del origen, abandono y recuperación de la Iglesia de Jerusalén en el momento inicial de su trauma de nacimiento.
– La iglesia surgió tras la crisis (fracaso) del mesianismo triunfal israelita. -Dos misioneros judeo-cristianos (¿un hombre y una mujer, dos varones?) huyen de Jerusalén para refugiarse en una ciudad (Emaús), en el camino de la costa.
– En el camino de la decepción, descubren a Jesús que les habla, alienta y “alimenta” de manera que vuelven a Jerusalén.
| Xabier Pikaza
¿Iglesia en huida, en salida, en retorno?
‒ Los fugitivos de Emaús son una iglesia‒en‒huida ¿Estamos ante un “cristianismo de transformación mesiánico‒social” o de abandono sin remedio? Los antiguos cristianos Habían esperado que llegara el Reino en poder, pero murió Jesús, pasaron tres días y por eso huían (es decir, se desapuntaban). Esta imagen puede hoy aplicarse a los decepcionados por el “fracaso” de los sueños de liberación, pero también a los decepcionados de una Iglesia de Roma que no había entendido plenamente la novedad del evangelio.
‒ Iglesia en salida. Los “fugitivos” de Emaús pueden huir un tipo de iglesia fracasada, rota, cerrada en sí misma. Frente a la iglesia en salida que hoy (año 2024) promueve el papa Francisco, estos dos que iban de vuelta hacia Emaús podían ser una iglesia en descomposición, quizá por decepción de Cristo, de iglesia, de humanidad…
- Iglesia en retorno. Pero esa huida actual puede entenderse también como salida para retomar el verdadero mesianismo de Jesús. Tenemos que salir de una iglesia (Jerusalén‒Roma) cerrada en sí misma, buscar nuevas y más hondas experiencias de evangelio en retorno. Pero en retorno hacia dónde? ¿A la vieja Jerusalén?
- ¿A la vieja Roma? Los fugitivos de Emaús pueden volver a la antigua o a la nueva Jerusalén… O quizá no tienen que volver ni a Jerusalén ni a Roma… sino caminar hacia una tierra nueva, como decía Dios a Abraham (Gen 12, 1-3) y como dice Jesús a sus discípulos (Mt 28,16-20).
Son dos, como los varones de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34).
- [Fugitivos, Emaús] Y dos de ellos (del grupo de los Once y los otros: cf. Lc 24, 9) caminaban aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaús…
- [Presencia de Jesús]Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
- [Ojos cerrados] Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:¿Qué son esas palabras que decís entre vosotros, mientras camináis? Y ellos se pararon tristes. Y uno, llamado Cleofás, le dijo:¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras las cosas que han pasado en ella en estos días? Y les preguntó: ¿Cuáles?
- [Las cosas de Jesús]Y ellos le dijeron: Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo ,cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, juzgándole a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel, pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido.
- [Mujeres] Ciertamente, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues han ido muy temprano al monumento y, no encontrando su cuerpo, han venido diciendo que han visto una visión de ángeles, que les han dicho que está vivo.
- [Sepulcro vacío] Pero algunos de los nuestros han ido al sepulcro y han encontrado que es cierto lo que decían las mujeres ,pero a él no le han visto (Lc 24, 13-21).
Huyen de Jerusalén, que les vacía del Cristo, buscan un refugio en Emaús. Ellos representan a todos los que han hecho camino de evangelio, pero después se decepcionan. No pueden entender la Cruz que dura hasta el tercer día, no saben situar la muerte del pretendiente mesiánico en el esquema salvador del reino. El signo del pan ha terminado; Jesús no tiene para el reino.
Pues bien, ellos son un paradigma de los decepcionados de la humanidad, de los vencidos de Israel. No han podido resistir el fracaso de Jesús: son los antiguos y nuevos perdedores de la tierra. Su historia no es un relato de vencedores, sino de perdedores mesiánicos, hombres (¿un hombre y una mujer?) que van de retirada, envueltos en tristeza. Desde aquí se entienden las dos palabras principales de su discurso:
– ¡Pensábamos que tenía que redimir a Israel! Se han situado ante Jesús, le han visto y oído, han recibido el impacto de sus signos. Por eso, le definen como varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante el pueblo. En aquel duro tiempo de dolores y esperanzas, muchos actuaron como profetas de Dios, ofreciendo al pueblo un mensaje de salvación. Conforme a la terminología del tiempo, redimir a Israel significa liberar al pueblo del yugo de los enemigos, estableciendo desde Jerusalén un reino mesiánico de paz y concordia universal. Las perspectivas de ese reino podían variar, según los textos proféticos (Isaías, Ezequiel) y apocalípticos (Daniel, 1 Henoc etc).
Es evidente que Jesús ha suscitado una esperanza de ese tipo, como han entendido no sólo aquellos que le han condenado a muerte (sacerdotes de Jerusalén, procurador romano), sino sus mismos discípulos. Esto significa que, humanamente hablando, su vida y mensaje había quedado, en este plano, abierto.
– Cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte, y (los romanos) le crucificaron. Todo judío sabía que el mesianismo era objeto de disputa y recelos entre los diversos grupos del pueblo, especialmente para las autoridades. Algunos esenios, como los de Qumrán, habían tenido que establecerse en el desierto para mantener su mesianismo, opuesto al de los sacerdotes de Jerusalén; también Juan Bautista, que anunciaba el juicio de Dios había sido asesinado por Herodes, rey semi-judío de Galilea y Perea. Otros pretendientes mesiánicos fueron también asesinados, según Flavio Josefo.
Por eso, en algún sentido, la muerte de Jesús forma parte de las disputas mesiánicas judías de aquel tiempo; los sacerdotes y jefes de Jerusalén, defensores del orden sacral establecido, pensaron que era necesario entregarlo a los romanos, para bien del pueblo. Los romanos le crucificaron. Hasta aquí todo es duro pero, de alguna forma, cabe en las expectativas judías del tiempo, al menos según nuestro pasaje. Estos fugitivos de Jerusalén contaban con la posibilidad de la muerte del Mesías, aunque esperaban su vuelta inmediata.
– Pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Tres días son el tiempo de la culminación, signo de plenitud escatológica. Estos discípulos no se han escapado al ver la cruz alzada en el Calvario, tampoco en el momento del entierro, ni el día siguiente…, ni siquiera al comienzo del tercero. Han resistido tres días en Jerusalén, aunque al final les ha entrado el desencanto. Parece que el milagro debía suceder al comienzo de este tercer día, cuando las mujeres fueron al sepulcro, queriendo ungir el cuerpo. Pero no ha pasado nada: simples visiones, fantasía femenina en torno a un cenotafio.
Los hombres han ido y han chocado ante ese monumento, hecho para recordar a Jesús y que no sirve absolutamente para nada, pues está vacío. Eso es lo que queda de Jesús: ¡Una tumba abierta! Evidentemente, estos dos hombres razonables, sin esperar que acabe el tercer día, día de la plenitud, escapan.
Viven una muerte sin pascua, un recuerdo de Jesús sin eucaristía, es decir, sin comida compartida, sin gozo ni esperanza escatológica. Por eso, estos discípulos escapan. No les hemos llamado fugitivos de Emaús, sino de Jerusalén, pues de Jerusalén y de su entorno escapan: huyen, sin duda, de los sacerdotes que han matado a Jesús y de Dios que no le ha respondido. Rechazan la visión de las mujeres, que parecen empeñadas en tejer una red de fantasías en torno al pretendiente asesinado. Evidentemente, escapan sin escaparse, como indica su mismo lenguaje: por eso siguen hablando de unas mujeres de nuestro grupo (que han visto visiones y nos han sobresaltado) y de unos hombres de los nuestros (que no han visto nada…).Escapan, pero se sienten vinculados a la historia de Jesús.
Huyen de Jerusalén, pero (al menos en el recuerdo y desencanto) siguen siendo del grupo que Jesús ha reunido, en torno a su mensaje y su persona. Ciertamente, la muerte de Jesús ha sido una gran crisis, momento fuerte de ruptura y desaliento. Pues bien, miradas las cosas desde fuera (desde la hondura de la pascua) parece que ella ha sido necesaria: ha permitido que cada personaje de la trama (cada sección del grupo mesiánico de Jesús) explore su camino.
Hasta entonces, la misma cercanía sorprendente de Jesús (hombre poderoso en obras y palabras) les mantenía protegidos. Ahora, sólo ahora, en el hueco de su muerte, deben mirar y buscar de verdad lo que buscaban. Este es el día tercero, tiempo de la verdad: cada uno de los actores del drama mesiánico de Jesús debe reaccionar, con la ayuda de Dios.
- Liberación por la palabra: El sermón del desconocido (Lc 24, 25-27).
Estos fugitivos han abandonado la comunidad donde parecen reunidos otros discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf. Lc 24, 9-10.33-35). Este sería el comienzo del fin: empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado. Escapan de él, pero le llevan en su mente y conversación (cf. 24, 14). Pues bien, su mismo alejamiento será principio de nuevo encuentro. Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado. Quien no sufra el choque del fracaso, quien no sienta tentación de escaparse no podrá entender el evangelio. Esa decepción, ese intento de evadirse para recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.
Sigamos. Se suele decir que no hay verdadera conversación sin “un tercero”. Aquí llega. Los fugitivos hablan entre si, con su tristeza, pero no culminan la conversación. Son los más interesados en el tema: escapan de Jesús y, sin embargo, no comprenden lo que pasa. Entonces llega y toma la palabra, para iluminar con su vida la Escritura antigua. Empieza preguntando: se interesa por el dolor de los fugitivos y permite que ellos hablen y digan lo que esperaban (liberación de Israel) y lo que ahora sufren (fracaso de Jesús). Como buen conversador, les hace hablar, no sólo para aprender lo que dicen, sino para dejar que se expresen y con ello manifiesten su verdad e intimidad más honda.
El Jesús pascual ofrece su homilía, como un desconocido que pide lugar y palabra en la conversación de dos decepcionados. Precisamente al fondo de su decepción, ellos conservan (y expresan) un rescoldo de fe; en ella penetra el caminante, reconstruyendo aquello que antes era su deseo y ahora es su decepción. La experiencia pascual viene a expresarse a través de un diálogo que, de manera casi lógica, termina por centrarse en los grandes argumentos de la cultura humana: el sentido del dolor y la esperanza de la felicidad. Así les habla:
- [Acusación]a. ¡Oh faltos de mente y duros de corazón para creer todas las cosas que dijeron los profetas!
- [Pregunta] b. ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria?
- [Interpretación] c. Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue interpretando en todas las Escrituras todas las cosas que se referían a él (24, 25-27).
Estas palabras no forman un discurso teórico sobre el dolor y el fracaso de la vida, sino respuesta fuerte que recrea la conversación de los fugitivos. Es fuerte, porque el caminante se atreve a acusar a los otros dos, llamándoles faltos de mente y duros de corazón, asumiendo así un motivo clásico de la tradición profética y legal de la BH, que describe a los israelitas como duros de cerviz e incircuncisos de corazón. Desde la historia y tradición deuteronomista (siglo VI a. C.), hasta Jesús y la Misná (siglo II d. C.), los mismos textos judíos han acusado a los israelitas de no aceptar a los profetas, incluso de asesinarlos.
Esta homilía eucarística nos sitúa en el centro de una fuerte disputa, que cristianos y judíos rabínicos resolverán de formas diferentes, a partir de una misma exigencia de fidelidad. Unos y otros aceptan el mensaje de los profetas: es decir, la historia de la salvación israelita. Los cristianos entienden la pascua como cumplimiento de la promesa israelita.
– En un primer momento pudo parecer que bastaba el recuerdo de Jesús (Lc 24, 6-7). Los dos varones de la tumba vacía habían pedido a las mujeres que recordaran lo que Jesús había dicho: ¡el Hijo del humano debe padecer…! La historia de Jesús contiene y garantiza el futuro de la pascua.
– Pero Jesús apela a la Escritura (24, 25-26). No remite a sus palabras anteriores, sino aMoisés y a todos los profetas… Significativamente, contra lo que hará el judaísmo de la Misná, este caminante interpreta la Escritura como palabra reveladora que culmina en la pasión y pascua del Cristo.
Los fugitivos no habían entendido la muerte de Jesús, pretendiente mesiánico. Ellos esperaban que su historia culminara de un modo glorioso y que él viniera, como mesías triunfador, para imponerse con la fuerza de su gloria (con armas, si fuera necesario) sobre los enemigos del pueblo. Pero ha muerto fracasado, en una cruz de infamia, y no ha vuelto a restaurar el reino. Ciertamente, en un sentido, la pasión de Jesús ha sido un momento pasajero (=ha muerto para entrar en su gloria). Pero, en otro ella parece perdurable: externamente, a los ojos de los testigos “neutrales”, las cosas del mundo (las suertes del pueblo) continúan como estaban. Con la muerte de Jesús no ha cambiado externamente nada: el mensaje de resurrección es simple “habladuría” de mujeres,.
Sobre la derrota de Jesús sólo resultan posibles las emociones fantasmales de mujeres que dicen ver al ángel de Dios ante un sepulcro misteriosamente vacío (cf. 24, 22). Esta ha sido y sigue siendo la principal dificultad de judíos y musulmanes (y de muchos cristianos) ante la muerte de Jesús: Dios no puede avalar como Mesías a un crucificado. Pues bien, hablando a través del desconocido caminante, Jesús responde a estos judíos fugitivos, ofreciéndoles una hermenéutica o interpretación de las antiguas Escrituras. Lucas piensa que la más honda verdad de la Escritura israelita se condensa en la muerte gloriosa, salvadora, del mesías.
La pascua cristiana es la clave que permite comprender las Escrituras, el misterio de la vida humana. Paradójicamente, Jesús ha comenzado enseñando a sus discípulos la gloria y valor del sufrimiento, a partir de la experiencia israelita. Ellos buscaban la redención de Israel, el reino externo. Jesús, en cambio, les hace comprender la hondura del fracaso, vivido en amor, como camino de salvación, según los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 40-55). En esta línea se sitúan algunos Salmos y, de un modo especial, Sab 2 (sobre la muerte de justo).
Dentro de la pascua, así entendida, recibe su sentido el dolor de los pobres y excluidos del mundo. Por eso, el sufrimiento no es objeción sino prueba de la mesianidad: Jesús no es mesías de Dios a pesar de que ha sufrido, sino precisamente porque ha sabido sufrir sin vengarse. No resucita a pesar de haber muerto, sino precisamente porque ha muerto por los otros. Sólo allí donde el sufrimiento se comprende como gesto salvador (superando la venganza) puede hablarse de la pascua de Jesús, el Cristo. Esto es algo nuevo, siendo al mismo tiempo la verdad original de toda la Escritura. Por eso, el descubrimiento pascual viene unido a la más honda y verdadera comprensión de la Palabra de Dios.
- La pascua del pan compartido (Lc 24, 28-35)
En la línea anterior, podemos definir la escena de Emaús en forma de catequesis eucarística. Hemos celebrado ya la liturgia de la palabra: Jesús ha ofrecido su argumento y los caminantes lo han aceptado, pues como dirán después su corazón estaba ardiendo mientras le escuchaban (cf. Lc 24, 32); pero todavía no le reconocen ni aceptan como Cristo, para eso necesitan la liturgia propiamente dicha, la mesa del pan compartido.
Estos discípulos no le entienden plenamente, pero le aman ya y le invitan a quedarse a cenar en su casa, pues es de noche (24, 28-29). No creen todavía, pero quieren que se quede con ellos, que les acompañe en la cena y el descanso. Quizá pudiéramos decir que Jesús resucitado se revela allí donde alguien sabe invitar al caminante, ofreciéndole su hogar y compañía. Pero el texto quiere que avancemos hasta el lugar de la manifestación definitiva del Cristo. Ellos le invitan a comer y él, actuando como padre de familia y señor de la casa, les parte el pan. Entonces le descubren:
- [Ademán de seguir] Al acercarse a la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le instaron diciéndole:
- [Quédate] Quédate con nosotros, porque atardece y el día ha declinado. Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, al sentarse con ellos en la mesa, tomando el pan, bendijo; y partiéndolo se lo dio. Entonces se abrieron sus ojos y le reconocieron, pero él se volvió invisible para ellos Se dijeron uno a otro: ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros
- [Explicar las Escrituras] Cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los otros, que decían:
- [Fracción del pan]¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan (Lc 24, 28-35).
Ellos le invitan: eso significa que se introduce en su argumento, en su manera de entender las Escrituras. Han empezado un buen camino. Han abandonado Jerusalén, pero encontrarán a Jesús en la casa de la mesa compartida, situada en Emaús. Jesús acepta la invitación, que incluye evidentemente una cena, a la caída de la tarde. Da la impresión de que los fugitivos llevan tiempo fuera de su casa de Emaús. Por otra, pueden preparar una cena con rapidez, poniendo el pan ante Jesús. Forman una “casa”: ¿son hermanos varones, esposos?
Lo cierto es que se reclinan (kataklithênai) a la mesa, de forma festiva y distendida, para ratificar la conversación anterior en un banquete. Pues bien, en contra de las leyes de la cortesía, en lugar de esperar a que le sirvan, diciéndole que coma, el invitado asume la iniciativa: ¡parte el pan y se lo ofrece precisamente a los señores de la casa!. Podría pensarse que los mismos caminantes le han ofrecido la presidencia de su mesa, pidiéndole que parta el pan, pero no se dice. Jesús lo parte y se lo ofrece, en gesto que recuerda las multiplicaciones y la Cena con sus discípulos:
- Toma el pan, que es signo central de la mesa. No pide permiso, no pregunta, no se deja rogar. Ha llegado su momento y, con total seguridad lo toma, como identificándolo consigo mismo. Bendijo… (eulogêsen).Puede suponerse que bendijo en pan, pero según costumbre judía, es más probable que bendiga a Dios, con el pan en la mano. De esa forma repite sus gestos: sus comidas con los discípulos y pecadores.
- Y partiéndolo… Parte el pan para poder distribuirlo, en gesto que la tradición eucarística ha interpretado en línea de donación y entrega de la vida. Es evidente que las palabras anteriores sobre el sufrimiento y muerte de Jesús han de entenderse desde este fondo del pan que se parte.
- Se lo dio…Antes, Jesús les ha llamado “necios y duros de corazón”, interpretándoles la Escritura. Ahora les ofrece el pan, de un modo gratuito, sin condiciones… Es el pan que ellos han comprado o cultivado en sus campos, antes de seguir a Jesús. Ahora es él quien se lo ofrece.
Este gesto de Jesús sobre el pan traza la relación más profunda entre su vida y pascua… Los fugitivos le han re-conocido al partir el pan. Esto significa que ya le conocían, que sabían que su vida se hallaba vinculada a ese pan compartido… Es evidente que esta referencia a la fracción del pan como signo de Jesús alude a la última cena (Lc 22,14-23). Pero, por lo antes dicho, ella debe referirse también al conjunto de la vida de Jesús (cf. Lc 9, 10-17). Este es su gesto más significativo, su signo más profundo: es contraseña que permite interpretar y aceptar su figura, es Eucaristía.
Pascua y eucaristía
Sólo de esta forma culmina la catequesis: ¡Jesús se revela plenamente, ellos le descubren como Cristo eucarístico, resucitado! No ha sido suficiente su interpretación bíblica, ni su exégesis sobre el sufrimiento y muerte en favor de los demás. Eso ha sido un camino que debe culminar y ha culminado en la fracción del pan, como dirán las palabras finales del texto: en el pan partido y compartido se hace presente el mismo Jesús muerto y resucitado, en su totalidad (Lc 24, 35).
Se ha dicho a veces que Jesús resucita en el kerigma, es decir, en la palabra proclamada. Puede añadirse también que ha resucitado en la entrega gozosa de la vida en favor de los demás. Pues bien, ahora debemos avanzar en esa línea y afirmar que está presente en la fracción del pan, es decir, allí donde sus discípulos se reúnen, le recuerdan, compartiendo en su honor el pan. La pascua no es sólo verdad interior, un sentimiento hermoso sobre el valor de la vida, una idea más honda sobre el misterio. Al contrario, ella se materializa y expresa en el pan de la fraternidad.
Este pan compartido es recuerdo de Jesús, como hemos dicho: era su signo, comía con los pecadores y con sus discípulos, celebrando de esa forma la fiesta de la vida. Pero, al mismo tiempo, es anticipo del banquete final, como sabe el mismo Lucas: ¡Bienaventurado quien coma el pan en el Reino de Dios! (Lc 14, 15). Por eso, estos caminantes, sentados en la mesa de la casa (¿de la iglesia?) con Jesús, pueden pensar que han llegado al final del camino: Descubren a Jesús, le ven, celebran su presencia… Es evidente un anticipo de cielo.
Para encontrar a Jesús resucitado hay que avanzar en su camino, acercándose a la mesa común, al pan que se parte, a la comunidad donde los fieles (creyentes) celebran y expanden el banquete escatológico, que un día podrán compartir todos los humanos. El camino de Emaús recoge así su vida entera y, de algún modo, se abre hacia la pascua eterna. Pues bien, allí donde el fin ha llegado, en el signo del pan compartido, vuelve a empezar la vida verdadera: los discípulos deben retornar a Jerusalén, para asumir su camino. Se les muestra Jesús un momento, le ven y conocen, conociendo en él la hondura y verdad de su reino. Tan pronto como le miran y descubren, él desaparece, pero quedan sus signos: palabra entendida, pan compartido. La pascua deja de ser una experiencia del pasado y se hace don y tarea de todos los creyentes.
Querían escapar de Jesús, pero Jesús estaba con ellos. Evidentemente son dos (al menos dos), pues la reflexión sobre la palabra y la fracción del pan exige compañía: tienen en las manos el pan de Jesús; lo comparten y saben que el Señor ha resucitado. Están reclinados, se preparan para disfrutar el sueño de la noche, tras la conversación y la cena. Pero la visión de Jesús les despierta y, por eso, dejándolo todo, dejando su casa, con el pan caliente sobre la mesa, vuelven hacia Jerusalén, para compartir esta experiencia con el resto de los discípulos, diciendo ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! (24, 35).
- Experiencia eclesial. Pascua del pez y la miel (Lc 24, 36-49)
Lucas ha condensado la pascua en un tercer día escatológico donde culmina la vida de Jesús y la historia de la humanidad. Este es un día total, símbolo y compendio de la nueva historia humana. El relato pascual de su evangelio dura sólo un día: comienza muy de mañana con las mujeres en el sepulcro (Lc 24, 1), continúa con los fugitivos (24, 13), que llegan a Emaús a la caída de la tarde (24, 29), para descubrir a Jesús en el pan compartido, y culmina en la noche final del domingo, con todos los discípulos reunidos (24, 36), para abrirse allí (¿cerrada ya la noche, en la madrugada del siguiente día?), con la ascensión desde el Monte de los Olivos (24, 50-53).
En visión convergente, aunque distinta, Hech 1 ha expandido la pascua en cuarenta días, para culminarla en Pentecostés (Hech 2). El conjunto de la iglesia (reunida tras la Ascensión) está formada por los Once (citados por su nombre), las mujeres y parientes de Jesús, con María, su madre (cf. Hech 1, 12-14). Ellos reciben a los retornados de Emaús, diciéndoles:
- ¡Ha resucitado el Señor de verdad
- y se ha aparecido a Simón! (24, 34).
Éstos son los hombres y mujeres de la Pascua de Dios. Son los Once, con las mujeres de Lc 24, 1-11 (a quienes al fin han creído), los fugitivos de 24, 13-35 (a quienes han escuchado) y los otros compañeros (cf. Lc 24, 9.33) que tienen de esta forma la experiencia de la iglesia como pascua:
- [Visión]. Hablaban de estas cosas, cuando él (=Jesús) se presentó entre ellos y les dijo: – La paz con vosotros. Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo:
- [Identidad] – ¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies.
- [Comida] Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo:– ¿Tenéis aquí algo de comer? Ellos le dieron un trozo de pez asado. [muchos manuscritos añaden: y un trozo de panal con miel].
- [Palabra] Lo tomó y comió delante de ellos. Después les dijo: – Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando aún estaba con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.
- [Misión] Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: – Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos…
- [Espíritu Santo] Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre.Vosotros permaneced en la ciudad hasta recibir el Poder de lo alto (Lc 24, 36-49).
Este es así el testimonio total de su pascua. En contra de lo que parece indicar Hech 1,3 (¡se habría aparecido muchas veces!), se supone que Jesús se ha mostrado sólo una vez y para siempre. Estos son los signos de su presencia, los elementos fundantes de la iglesia:
– Visión. Parece un fantasma(24, 36-37). Viene y dice la paz sea con vosotros, conforme al saludo normal entre judíos. Pero algunos que le miran sienten miedo, pensando que es un espíritu (Lc 24, 37; cf. Jn 20, 24-29). Es muy posible que se trate de una acusación de los no creyentes del entorno contra los cristianos: ¡habéis visto un fantasma!. Así habían rechazado los “sabios” discípulos a las mujeres de la tumba vacía (cf. Lc 24, 11.23). La historia antigua y moderna está llena de visiones: muchos han visto figuras “celestes”: ovnis y vírgenes, rostros de carácter simbólico o fantástico. En sentido general, no podemos dudar de ellas, porque el ser humano tiene gran capacidad de alucinación, de tal modo que muchos forman (dicen recibir) y descubren (miran) imágenes precisas (religiosas, mágicas, etc.) de realidades que les desbordan. Entre ese tipo de personas podrían encontrarse los primeros “testigos” de la pascua. Por eso, la acusación es lógica. Los mismos discípulos deben estar preparados para superarla.
– Identidad.“¿Por qué estáis turbados? Mirad mis manos y mis pies” (Lc 24, 38-40). Fantasma es algo que se forma en la imaginación. Jesús en cambio viene de la historia antigua: es un hombre real y concreto que ha vivido y ha muerto: conserva su corporalidad en el sentido fuerte del término. Según eso, la pascua no es evasión de fantasía que nos lleva y pierde entre ilusiones, sino encuentro con Jesús resucitado, que vuelve a llevarnos a la corporalidad de su vida y de su muerte, como indicará la eucaristía. Contra todos los intentos de tipo gnóstico, que quieren diluir la experiencia de Jesús en un espiritualismo desencarnado, Lucas insiste en la identidad corporal, física, sensible, del Señor pascual: es el mismo Jesús de Galilea, profeta crucificado que vive y puede ser tocado de una forma humana. Así tranquiliza a sus discípulos, identificándose ante ellos, pues sigue teniendo el mismo cuerpo que ha entregado hasta la muerte por causa del reino.
– Comida eucarística: “¿Tenéis algo de comer? Le dieron pescado y lo comió” (24, 41-43). Hemos destacado ya, en la escena de Emaús, la relación entre pascua y comida compartida. Ahora volvemos a encontrarlo. Los discípulos se han reunido para comer y comen juntos. Lógicamente, ellos ofrecen a Jesús un trozo de pez asado, y él, tomándolo delante de ellos, comió (Lc 24, 42). La referencia al panal de piel que añaden muchos manuscritos evoca una iniciación litúrgica, como indicaba el relato judío de José y Asenet (cf. Parte 1ª, Cap. 5º) [1]. Posiblemente, algunos grupos cristianos tomaban la miel como signo de renacimiento pascual. Los discípulos se han reunido para comer y, precisamente en la comida, descubren la presencia del Cristo pascual. Sin duda, estamos en un contexto cercano a la vida anterior de Jesús: sus comidas con los pecadores, las multiplicaciones en Galilea… Aquí han descubierto los suyos su presencia pascual. Un escéptico dirá que ha sido una fuerte alucinación: los discípulos suponen que le han dado de comer y que Jesús se ha alimentado; quizá se trata de un contagio colectivo… También nosotros, cristianos postmodernos, solemos pensar de esa manera. Pero una vez dicho esto tenemos que mostrarnos cautos y buscar el sentido de la escena.
–Liturgia de la palabra:“Estas son las cosas que os decía estando con vosotros…. Y les abrió el corazón para comprender las Escrituras” (24, 44-46). La tradición pascual de la tumba vacía había insistido (desde Mc 16, 1-8) en la verdad del recuerdo de Jesús. Por su parte, Jesús había ofrecido a sus discípulos de Emaús una lección de hermenéutica, mostrándoles el valor el sufrimiento. Ahora culmina esa lección: en gesto de intensa catequesis, Jesús hace que sus discípulos comprendan el mensaje más profundo de Moisés, profetas y salmos, las tres partes de la BH (Tora, Nebiim y Ketubim: Ley, Profetas y Escritos). La pascua es una experiencia hermenéutica, una forma de entender el conjunto de la Biblia, en perspectiva de entrega de la vida, sufrimiento y gloria del Cristo. El rasgo más corporal o eucarístico de Jesús (tiene carne y huesos, come el pez…) se explicita de un modo espiritual: Pascua significa entender, descubrir el sentido oculto de la Escritura, integrándose así en el misterio de la vida. Pascua es ver en Cristo todo lo que existe, descubrir y gozar de un modo intenso el contenido de la historia, el misterio del universo.
– Misión. “Y se predicará en mi nombre la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, empezando por Jerusalén…” (24, 47-48). La experiencia eucarística se vuelve misión: habiéndose reunido en torno a Jesús, en Jerusalén, los discípulos deben iniciar un camino misionero que les llevará hasta los confines de la tierra, en gozo expansivo, palabra creadora. Antes, en el judaísmo del entorno, predominaba la ley, entendida como norma que debe cumplirse. Ciertamente, era posible el perdón, pero debía estar fundado en una conversión y obligación sacrificial. Pues bien, en contra de eso, los discípulos han descubierto no sólo que Jesús, a quien ellos habían rechazado, les perdona, sino que les constituye testigos y ministros del perdón universal: “Y se predicará en mi nombre la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, empezando por Jerusalén” (Lc 24, 47-49).
La pascua de Cristo incluye otros aspectos: es triunfo del crucificado, revelación de Dios, gloria de la vida, anticipación de la parusía… Pues bien, todos pasan a un segundo plano, para culminar y cumplirse en la experiencia y misión del perdón. Esta es la presencia de Dios, este el fin y cumplimiento de la historia: allí donde los humanos expanden y acogen, celebran y despliegan el perdón ha culminado la eucaristía cristiana. Lógicamente, su celebración actual incluye una liturgia del perdón.
– Espíritu Santo: “Mirad, voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre” (24, 49). Conforme a esta palabra y a los textos posteriores (Lc 24, 50-53 y Hech 1-2), la pascua se vuelve promesa de pentecostés. Los discípulos de Jesús deben permanecer en la ciudad, es decir, mantenerse en Jerusalén, hasta reciban el Espíritu Santo, entendido como principio de misión: creer en la pascua significa expandir el nombre de Jesús en el mundo. Así culmina y se abre la experiencia pascual y eucarística en Jerusalén. Culmina, pues los discípulos reciben y comprenden lo que es necesario, para asumir el Camino. Se abre, porque el Señor eucarístico les hace portadores de un mensaje universal, por el Espíritu.
– Experiencia pascual, eucaristía. La corporalidad pascual de Jesús no puede entenderse en el sentido físico antiguo, en plano de biología intramundana. No es corporalidad que pueda mirarse por un microscopio o milagro que se pueda probar por leyes de química, sino lo contrario: Jesús posee y muestra un cuerpo para la fe, un cuerpo que se expresa y concretiza en la vida de los hombres y mujeres en la iglesia. Lucas no ha querido convencer a los incrédulos, ofreciéndoles la prueba de que el Jesús pascual comía, sino mostrar a los creyentes el sentido (contenido, implicaciones) de la resurrección de Jesús, en claves de comida compartida, es decir, de eucaristía. Algunos creyentes (de entonces y ahora) buscan una pascua espiritualista, como apertura del alma hacia un espacio de experiencia interior, dejando las restantes dimensiones de la vida como estaban, sin cambiarse.
En contra de eso, Lc 24 ha resaltado la materialidad profunda del Señor evangelio: Pascua es comer juntos, compartir el pan y el pez (que es símbolo del Cristo) en gesto de fraternidad; la misma Pascua se vuelve por tanto Eucaristía extensa, no sólo con pan y vino ritual, sino en toda comida donde podemos recordar a Jesús e invitarle a comer con nosotros. Así recuperamos el sentido más profundo de la historia de Jesús y su esperanza escatológica. Él había invitado a los excluidos de la tierra (pecadores y proscritos) a un banquete de felicidad final. Los fugitivos y fieles reunidos en Jerusalén han podido iniciar ya ese banquete en forma de eucaristía.
En esa línea podemos afirmar que la pascua es comida compartida,
eucaristía del pan y de los “peces”. Así se recuperan los relatos antiguos de las multiplicaciones y el mismo Jesús aparece comiendo con los suyos, en acompañamiento y perdón, entrega de la vida y experiencia del Espíritu Santo. Por eso, ella implica perdón de los pecados, conversión y transformación del ser humano: la fracción del pan (solidaridad, eucaristía) sólo el posible donde los creyentes reciben perdón y se perdonan.
Si no hubiera pascua sería imposible perdonarse: estaríamos hundidos en la lucha a muerte, la violencia universal. Pero Jesús asesinado ha vuelto a presentarse sobre el mundo como fuente de perdón, haciendo posible un camino de comida compartida, en apertura hacia todos los humanos. Por eso, la pascua eucarística se abre hacia todos los pueblos de la tierra (Pentecostés).
[1] La miel aparecía también en las promesas de la tierra (que mana leche…; cf. Ex 3, 8-10) y en la comida del Bautista, que era signo de retorno al principio de la creación y promesa escatológica.
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