28.1.24 Dom 4 TO. Un demonio específico de sinagoga/iglesia (Mc 1, 21-28)
Del blog de Xabier Pikaza:
Hay cien tipos de demonios (“daimones” de personas o grupos), bien estudiados por antropólogos judíos y cristianos, occidentales y orientales (desde el Talmud y Padres de la Iglesia hasta hoy). De ellos me he ocupado en otros trabajos.
Esos demonios se trans-mutan y trans-figuran. No tienen entidad ontológica objetiva (sub-stancias tipo aristotélicas), sino que forma parte del despliegue socio-personal/de los hombres (como belzebú y mammón). El problemas no es su existencia en abstracto, sino su forma de existencia.
La tabla de categorías/predicamentos de Aristóteles sigue teniendo un valor inmenso. Pero, al lado de ella, debe colocarse la tabla de categorías demoníacas del NT, que aparece de formas distintas en Marcos, Apocalipsis, Pablo y Juan, por poner cuatro ejemplos. El evangelio de hoy habla de un demonio sinagogal (eclesiástico) según Marcos.
| Xabier Pikaza
Texto. Mc 1, 21-28
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu impuro, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.”
Jesús le increpó: “Cállate y sal de él.” El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.” Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Tema de fondo
Trasfondo. Una sinagoga del Diablo. Había en Israel sinagogas donde los fieles acudían para escuchar la Palabra de Dios y comentar (aplicar) la Escritura. Pues bien, precisamente allí donde el pueblo debía alcanzar mayor pureza (y vivir más resguardado), ha descubierto Jesús al hombre impuro, al endemoniado. La sinagoga/iglesia, creada para el bien, ha venido a convertirse en el lugar donde actúa más a sus anchas el demonio (=espíritu impuro).
El Diablo en la Iglesia. Pero no acusemos a los judíos de entonces, sino, de un modo especial, a los cristianos (para quieres escribe Marcos su evangelio), sabiendo que hay sinagogas-iglesias que, debiendo ser casas de Dios, se han convertido en “guaridas del Diablo”, lugares donde se oprime a los indefensos y se destruye a las personas.
Esta es una escena de fondo histórico sinagogal: La iglesia conservaba recuerdos de Jesús que actuaba en algunas sinagogas, realizando allí sus exorcismos. En ese sentido, el evangelio de Marcos recoge tradiciones de la historia de Jesús que aparece realizando exorcismos en sinagogas que, en vez de ser lugares de la “palabra de Dios”, para sanación de los hombres, se habían convertido en refugio de poder malignos, de opresión y mentira.
Pero más que las sinagogas antiguas, a Marco le importan la comunidades cristianas. El poder diabólico, destructor del hombre, sigue actuando en comunidades cristianas que, en vez de ser espacios “liberados” han venido a convertirse en lugares de opresión, impureza humana y muerte. Éste es un tema clave de las iglesias del siglo XXI, con escándalos de dominio clerical, dominación opresora y per-versión sexual (empezando por la pederastia).
El tema no es si es si hay un diablo personal (hembra o macho), sino dónde actúa lo diabólico. Es evidente que la mayoría de las sinagogas o lugares eclesiales han sido espacios santos, casas de Dios. Pero seguimos corriendo el riesgo de convertirlas en guaridas del Diablo. Por eso sería conveniente “llamar” a Jesús y pedirle que “limpie” a su Iglesia, in capite et in membris, como siempre se ha dicho, es decir, empezando desde de lo más alto…
Que la sinagoga y la iglesia sea lo que son, casas de la Palabra, hogares para el diálogo con Dios. Eso es lo que quiso Jesús. Por eso, según Marcos, él empezó aquí su misión (Mc 1) su misión limpiando la sinagoga de Cafarnaúm, para terminar limpiando el templo de Jerusalén (guarda y guarida de ladrones (Mc 11).
Misión de Jesús: Descubrir y acallar demonios (Mc1, 21-22).
No ha comenzado ofreciendo su palabra en los lugares que parecen más contaminados: casas públicas, cuarteles, mercados, caminos… Al contrario, él ha venido al corazón de la pureza judía (sinagoga) como indicando que precisamente allí, en el espacio que debía ser más limpio, se encontraba un hombre hundido en gran necesidad, poseído por un espíritu impuro. Él ha escogido con toda claridad el lugar de su actuación.
No clama en el desierto, esperando que los hombres vengan, como hacía Juan bautista. Le hemos visto en la orilla del mar, para llamar a cuatro pescadores. Más tarde le hallaremos enseñando de manera sistemática en el campo, también junto al mar (cf. 3,7-12). Pero ahora, por imperativo de su formación (raíz) judía, él tiene que acudir a la sinagoga que convoca y reúne a los creyentes normales de su pueblo.
Aprovecha el sábado, día en que los fieles se reúnen, para así enseñarles, como judío cumplidor que tiene una palabra para el pueblo. Aunque Marcos dice que la sinagoga era de ellos (autôn), como indicando la ruptura que ya existe (hacia el 70 d. C.) entre cristianos y judíos fieles a su vieja tradición, es evidente que en tiempo de Jesús no había tales divisiones. El nuevo profeta galileo entra de forma normal en esa casa de cultura-religión y enseña de manera programada dentro de ella. Como maestro de renovación intrajudía se comporta Jesús en ese tiempo.
Pero el texto destaca pronto un rasgo imprevisto: dentro de la sinagoga se halla un hombre impuro, un endemoniado, una presencia que va en contra de todos los esfuerzos de separación y santidad que ha trazado (está trazando) el rabinismo, a partir de los principios recogidos en el código legal antiguo de Lv 16.
Un demonio de sinagoga
Ciertamente, las autoridades judías no parecen saber que es un impuro; si pudieran conocerlo, si supieran que dentro de la misma sinagoga se esconde un hombre extraño (endemoniado), lo hubieran expulsado de su seno… Pero de hecho, un tipo de sinagogas e iglesias atraen al Diablo. Era difícil encontrar un signo más hiriente. La sinagoga debería ser espacio de total pureza, hogar donde los humanos forman la auténtica familia de Dios, en libertad y transparencia. Pues bien, en contra de eso, Jesús sabe que la sinagoga mantiene al hombre en impureza, fuera de sí, cautivado.
Por eso, él viene con sus cuatro pescadores finales, para empezar su tarea, en gesto solemne, buscando al pobre endemoniado, primer destinatario de su reino. Jesús viene al lugar donde debía encontrarse todo limpio, pero “descubre” que en esa sinagoga sufren y malviven los humanos oprimidos por los varios “demonios” de este mundo: enfermos, marginados, destruidos por la patología religiosa. ¿Cómo explicar eso?
¿Cuál es la razón de que haya endemoniados en la sinagoga/iglesia?
El texto supone que ello se debe a la impotencia de los escribas. Lo que está en juego es el valor o, mejor dicho, el poder de la enseñanza. Ciertamente, los escribas saben:son técnicos capaces de entender e interpretar las Escrituras al detalle, fijando su sentido literario y precisando sus aplicaciones. Pero les falta poder para cambiar al hombre, es decir, para descubrir y curar al poseído.
Las sinagogas son casas donde se estudia y se quiere cumplir la Ley de la pureza Dios (de la Escritura), pero el pobre endemoniado sigue impuro y nadie puede transformarlo. Discuten los sabios y el poseso calla, dominado por su enfermedad, como aplastado por su misma sensación de desamparo y dependencia. Parece que todo está normal, hasta que llega Jesús. Los letrados callan, pero la gente sabe discernir: ¡éste trae una enseñanza nueva! Callan los escribas, pero los endemoniados hablan: entran en crisis, descubren en Jesús algo distinto; por eso le preguntan y le increpan: ¿«qué tenemos que ver contigo?, ¿has venido para perdernos?».
Sinagogas/iglesias que “crean” demonios
El impuro de la sinagoga “conoce” a Jesús, descubriendo que ha venido a “luchar contra el demonio”… Los otros no saben que había demonio, pensaban que el sometimiento del “endemoniado” era natural. La misma sinagoga creaba hombres endemoniados
No es el impuro el que habla, sino el “espíritu” que le tiene poseído, un espíritu plural, que conoce a Jesús desde el principio, y así le dice: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Es como si le dijera que “ellos” no quieren hacer la guerra, que pueden pactar con Jesús, repartiéndose cómodamente las “posesiones”, como han hecho con las autoridades de la sinagoga, donde pueden entrar y tener sus posesos.
Jesús cura al poseso. Palabra y presencia sanadora (1, 25-26
No argumenta con él, no razona. Hay poderes de perversión con los que no se puede hablar, hay que mantenerles en silencio desde el principio, no con la autoridad de una doctrina erudita (como aquella que han desarrollado los escribas), sino con el poder más fuerte de la vida, propio del Hijo de Dios, que sabe descubrir la opresión humana y luchar contra ella, en la sinagoga o fuera de ella (o en la misma iglesia).
Todos los restantes principios de sinagogas o iglesias le parece secundarios (ritos, doctrinas, sacralidades…). Lo único que importa (que le importa) es la libertad de los hombres y mujeres: que puedan ser ellos mismos, sin disociación interior, sin estar poseídos por espíritus externos. La autoridad de Jesús se identifica con su misma palabra sanadora que ilumina al oprimido por la sacralidad ritual judía.
Frente a la sinagoga que impone una enseñanza que no cura, sino que regula y organiza lo que existe, ofrece Jesús la enseñanza que cura y transforma, superando la opresión del espíritu impuro. La enseñanza de Jesús no es valiosa por más profunda en plano teórico, por más rica en simbolismos literarios o cósmicos, sino porque libera al oprimido de la sinagoga (1, 23). No se dice la enfermedad del oprimido (ceguera, parálisis…), se dice simplemente que está impuro: dominado por un espíritu antihumano al que Jesús descubre y hace hablar.
Conclusión, admiración de la gente (1, 27-28). Los escribas mantenían en la sinagoga su propia enseñanza vinculada a tradiciones de ley, que deja al ser humano en su propia enfermedad, dominado por espíritus impuros que brotan de su misma religión. La ley sacral del judaísmo aparece de esta forma como mala o, por lo menos, como inútil: no consigue sanar al enfermo, quizá aumenta su opresión con nuevas opresiones. La misma estructura religiosa (en este caso sinagoga) es fuente de impureza.
Jesús ha ofrecido en esa sinagoga su enseñanza nueva (didakhê kainê: 1, 27) con autoridad para sanar a los enfermos. No cura como mago, con ensalmos de misterio sino como maestro, con la palabra: su enseñanza desata, libera, purifica al ser humano que se hallaba oprimido dentro de ella. Frente a la esclavitud de una religión que se utiliza para oprimir ha elevado Jesús su palabra de poder que libera a los enfermos. Por eso se admiran los integrantes de la sinagoga.
Hacer hablar a los demonios, desenmascararlos
La primera y mayor de las señales de la presencia del Reino en Jesús ha sido esa conmoción de los posesos y la admiración de los buenos fieles de la sinagoga. Los posesos moraban fuera del sistema de la seguridad sagrada de los escribas, refugiados en su propia marginación impotente. Por eso estaban silenciosos. Pero viene Jesús y penetra con su fuerte enseñanza hasta el lugar de la más honda ambivalencia de su vida. En ese contexto se dice que ellos «le conocen»: descubren su poder como Santo de Dios, es decir, como expresión de pureza salvadora. Por otro lado gritan con gran miedo: la misma enseñanza de Jesús se vuelve principio de crisis para el pueblo (especialmente para los enfermos).
Es significativo el hecho de que Marcos no haya realizado esfuerzo alguno por mostrar el contenido conceptual de la enseñanza de Jesús, pues ello no le importa. Sobre contenidos conceptuales discutían hasta el puro agotamiento los escribas, pero sin lograr cambio ninguno. Lo que importa en la enseñanza de Jesus es ella misma, es decir, el poder o autoridad que ella tiene para cambiar a las personas. Más que lo que enseña, vale quién y cómo enseña. Éste es el secreto Jesus: él penetra con fuerza, como signo de curación y vida, dentro de un contexto (sinagoga) que se hallaba dominado por disputas inútiles, estériles.
Resumen final: Enseñanza nueva. El poder de Jesús (Mc 1, 23.27)
No es nueva por lo que dice, sino por lo que hace. Lo que importa no es organizar teóricamente el mundo o la vida, sino transformarla, ayudando y liberando a los más pobres (que son los posesos). La mejor enseñanza es la acción que libera a las personas. Con ella ha penetrado Jesús en el lugar donde se hallaban los proscritos de la sociedad (posesos). Ha superado los esquemas ordinarios de la vida; ha quebrado las antiguas certezas y ha creado un tipo de tensión liberadora al interior de la misma sinagoga. Evidentemente, su actitud puede entenderse como ambiguo, pues los representantes del orden sinagogal donde se hallaba el poseso pueden acusarle (como harán en 3,20-30) de haber pactado con el mismo diablo. Éstas son sus notas, según el evangelio:
1. Es una enseñanza vinculada al Espíritu Santo, es decir, a la santidad de Dios… a la libertad del hombre. El problema de la enseñanza no es de tipo “racional” (de conocimiento teórico), sino de acción, es decir, de poder del Espíritu tanto, que Jesús ha recibido de Dios (Pneuma Hagion: cf. 1,8), para así “bautizar” a los hombres, es decir, liberarles del mal que les tiene oprimidos. Por eso puede descubrir y expulsar a los espíritus impuros o no santos (pneumata akatharta: cf. 1,23.27). Lógicamente, por la atracción que suscitan los contrarios, esos mismos espíritus descubren el poder de santidad Jesús y le llaman Hagios tou Theou (Santo de Dios: cf. 1,24); ellos “conocen” en teoría a Jesús, pero no se dejan transformar por su “poder” liberador.
2. Jesús enseña luchando contra el Diablo, es decir, desenmascarando demonios….como supone este pasaje, que se sitúa en el contexto de la tentación (Marcos 1,12-13). Hay sinagogas que crean demonios… Jesús viene a desenmascarar los demonios sinagogales y/oeclesiásticos (y otros demonios del dinero y de la envermdad…)Satanás aparece como fuente y expresión de lo impuro, es decir, de aquello que destruye al hombre, impidiéndole vivir en libertad. Jesús, en cambio, viene a presentarse como Santo de Dios: libera a los que viven sometidos a impureza, poseídos y arrastrados por aquello que les cierra y les impide realizarse como humanos. Ésta es la enseñanza de Jesús, que ha penetrado con sus discípulos en la sinagoga «de ellos» (de un tipo de judíos) para liberar a los que, estando guiados por sus viejas leyes y enseñanzas, no podían descubrir el peligro de la fuerza de Satanás, ni abrirse a la nueva enseñanza mesiánica.
3. Esta palabra (enseñanza nueva con autoridad: 1, 27) define a Jesús. Él no va a la sinagoga para discutir doctrinas sino para enseñar curando, para liberar a los humanos del demonio social y religioso. Lógicamente, su evangelio es palabra sanadora. Frente a la ortodoxia legalista de una antigua o nueva sinagoga que encierra bajo la opresión de sus códigos, ofrece Jesús el poder de su enseñanza sanadora Él viene con cuatro acompañantes (sus amigos) para liberar en gesto solemne al pobre endemoniado, primer destinatario de su reino. Viene a buscarle allí donde debía encontrarse todo limpio. En esa sinagoga/escuela sufren y malviven los humanos oprimidos por los varios “demonios” de este mundo: enfermos, marginados, destruidos por la patología religiosa. Con ellos, para ellos, quiere construir Jesús su reino. Por eso se oponen los escribas, que eran los maestros oficiales (cf. 1, 22):
El problema de Jesús en la actualidad son un tipo “malas” sinagogas/iglesias, que, en vez de ser lugar de liberación son de opresión.Así lo está entendiendo el Papa Francisco, en su cruzada contra un tipo de clericalismo. Entendido como opresión, dominio sobre los hombres. Superar un mal clericalismo es abrir la sinagoga/iglesia al espíritu de la libertad. Jesús No cura como mago, con ensalmos de misterio sino como maestro humano, con la palabra de nueva enseñanza, que, libera, purifica al ser humano que se hallaba oprimido dentro de una escuela/sinagoga que educa para tener a los hombres oprimidos.
No discute Jesús sobre Dios en forma abstracta; no propone teorías de pureza más intensa, sobre ritos y alimentos. Tampoco ofrece una doctrina sapiencial de tipo moralista (como piensan aquellos que han querido convertirle en una especie cínico galileo). No tiene una doctrina mejor sobre leyes o formas de conducta. No es rabino más sabio que Hillel. Todo eso es secundario para Mc. La enseñanza nueva de Jesús se identifica con su autoridad humana, con su capacidad de limpiar a los enfermos de la sinagoga.
EXCURSO IMAGINATIVO. ENSAYO DE RECREACIÓN LITERARIA
Escena “imaginaria”. El endemoniado se llamaba Gad… Era un hombre oprimido en la sinagoga, hasta que llegó Jesús. Frente al archisinagogo impotente pero “bueno” se eleva el fariseo rabínico que defiende en el fondo la opresión diabólica.
Algunos habían acusado a Jesús de vincularse con el Diablo, pues curaba a los posesos. Pero ahora un hombre al que todos tomaban como sano le increpaba, echando espuma por la boca, como endemoniado, llamándole “santo de Dios”. El archisinagogo dijo a Jesús que ese hombre era Gad y que siempre había sido juicioso, buen israelita. No se explicaba cómo había sucedido el cambio que estaba ahora sufriendo.
Parece que Jesús había despertado poderes adormecidos, y algunos empezaron a pensar que su llegada resultaba inquietante y peligrosa. ¿Era bueno excitar de esa manera a los espíritus impuros? ¿No sería mejor que se ocultaran, sin manifestarse? ¿No habría contagiado el mismo Jesús a Gad? El archisinagogo tuvo miedo. ¿Qué pasaría si se alborotaban de pronto todos los endemoniados latentes de la sinagoga?
Siguió un silencio tenso de miedo, cortado cada poco tiempo por la voz repetida del endemoniado, que increpaba a Jesús y que mostraba su terror, diciendo: ¡Eres el Santo de Dios. Has venido a destruirnos! ¿Cómo podía llamar a Jesús Santo de Dios, Santidad suprema? Todos quedaron en silencio, mientras el endemoniado gritaba cada vez más fuerte:
‒ ¿Por qué has venido a destruirnos? ¡Eres el Santo de Dios!
Varios hombres empezaron a frotar las manos, como si fuera a estallar de improviso un contagio de gritos. ¿Qué haría Jesús? ¿Hablaría sobre Diablo y los demonios? ¿Se iría sin decir palabra? Pero Jesús se acercó al endemoniado y le mandó que ponerse en el centro de la sinagoga, enfrentándose con su demonio e imponiéndole silencio. No le preguntó ninguna cosa, no afirmó ni negó su identidad (si era o no Santo de Dios), sino impuso silencio al demonio de aquel hombre y le mandó salir, diciendo:
– ¡Cállate y sal!
El aire de la sinagoga se volvió muy denso, y no se oía ni siquiera una respiración, mientras el hombre quedó quieto, con las manos elevadas, en el centro de la sala, y Jesús también callado, después de haber silenciado al mal espíritu. Así quedaron los dos, frente a frente, el endemoniado y Jesús Nazoreo, como si estuvieran combatiendo desde el comienzo de los tiempos, una batalla de vida y muerte, Jesús y el poseído por un tipo de diablo, como en el jardín del paraíso, Dios y la serpiente de Adán-Eva. La Escritura antigua (Gen 2-4) parecía decir que al principio triunfó el Diablo. Aquí, en cambio, era Jesús el que curaba al Endemoniado.
El demonio de Gad no era suyo, sino de su sinagoga/iglesia
Ese demonio de Gad se encontraba antes camuflado entre los fieles sanos de la sinagoga, pero ahora había quedado al descubierto, precisamente en el lugar más santo, a la llegada de Jesús con sus amigos. Era un demonio de asamblea, un mal espíritu que ataca a los enfermos de la comunidad, como Gad, que seguía con las manos levantadas, mirando al vacío. Su demonio era un espíritu pactos engañosos y mentiras, de medias verdades y sometimientos, pero no pudo mantenerse ante Jesús, que le dijo otra vez:
‒ ¡Cállate y sal de ese hombre!
Y el mal espíritu sacudió al enfermo que, dando un grito pavoroso, cayó en el suelo, sin aliento, de manera que muchos pensaron que había muerto, e incluso algunos empezaron a correr, para escapar de la sinagoga. Pero Jesús les llamó, diciéndoles que siguieran donde estaban. Después tomó al poseso de la mano y, levantándole a la vista de todos, secó su sudor, limpió su frente y le dijo:
– No temas. El espíritu se ha ido. No eras tú, era un demonio de sinagoga que te dominaba. Tú estás sano, eres bueno. Te llamas Gad, eres hijo de Jacob. No tengas miedo. No recuerdes lo que has dicho, cuando el espíritu gritaba en tu interior. Yo he venido a liberarte del poder del Diablo. Quiero que vivas y por eso, en nombre del Altísimo, te digo otra vez: ¡Queda sano!
Vete, sin miedo a tu casa, con tu mujer y tus hijos, y alégrales con tu amor, y cuando quieras vuelve a la sinagoga sin miedo, no porque te obligan, sino porque deseas escuchar la Palabra y orar con tus amigos. Que no te esclavice nada. Haz lo que piensas que es bueno, por ti mismo. Ya te he dicho. Vete, dile a tu mujer que estás curado, y a tus hijos, que les amas. Abrázales de mi parte.
Gad siguió en el centro de la sinagoga, mientras todos se maravillaban, porque Jesús no argumentaba con razón de libro, ni repetía lo que dicen rabinos y doctos de escuela, sino desde Dios, con amor. Gad había estado siempre en silencio, nunca había levantado la voz. Pero ahora la levantó y dijo ante todos:
– Gracias, Jesús… Yo venía temeroso y me sentaba callado, con temores, de forma que aún tengo cierto miedo, pero me siento bien y te doy gracias por curarme. No sé qué cómo estaré mañana, ni cómo viviré, pues he pasado muchos años con temor, pero estoy dispuesto comenzar. Antes parecía bueno, siempre callado, pero no era yo, sino un espíritu malo dentro de mí. Pero ya no tengo miedo, y quiero que vengáis tú y tus amigos a mi casa, que saludéis a mi mujer, que queráis a mis hijos
Todos los demás seguían callados, les costaba creer lo que había pasado, la transformación de Gad, antes sometido, siempre miedoso. Por eso se admiraron, pero algunos temieron:
– ¡Una doctrina nueva! Manda a los espíritus inmundos y le obedecen ¿No será peligroso?
Y entonces, lo mismo que había pasado en Nazaret, los hombres y mujeres de la sinagoga empezaron a dividirse. Algunos preferían que Jesús no hubiera venido, pues revolvía internamente a la comunidad. Sin duda, Gad podía haber estado poseído por un demonio triste y mudo. Pero se mantenía callado y no había molestado a la ciudad, de manera que cada cosa se hallaba en su sitio, y cada uno sabía dónde estaba y lo que debía hacer. Ahora, en cambio, no sabían qué podría suceder con esta nueva doctrina.
– No es doctrina nueva –dijo Jesús- sino Doctrina de Dios. Gad era un hijo de Abraham, pero le había dominado el espíritu del miedo, un demonio perverso, no de Dios, sino del Diablo. No era culpable. Culpables somos los que no aceptamos el poder de Dios, ni creemos en su amor, ni dejamos que todos sean libres.
Fariseo rabínico (o eclesiástico), defensor de la posesión demoníaca al servicio de la ley
Se hizo de nuevo el silencio, con Jesús y el liberado en el centro, mientras se alzaba un fariseo de Jerusalén, diciendo.
– Dejadme un momento. Yo tengo admiración por Jesús nazoreo. Desde hace tiempo quería saludarle. Hoy le he visto y doy gracias a Dios por lo que dice, y también porque ha curado a Gad. A pesar de eso debemos tener mucho cuidado y no cambiar nuestras costumbres.
Este Jesús nazoreo es bueno, pero puede olvidar que la Ley es lo primero y que todos debemos acatarla … Gad tenía una dolencia y hay que dar gracias a Dios porque Jesús le ha curado. Pero no dejemos el orden de la Ley. Sigamos unidos según la Ley, porque el demonio más peligroso sigue estando en aquellos que la niegan.
– Tienes razón, hermano –respondió Jesús–. El demonio está fuera, pero también dentro de nosotros, en la misma sinagoga, en una forma de cumplir la Ley como imposición, en el miedo religioso, en el aprovechamiento de los escribas y sinagogos. Sólo por amor y libertad podremos liberarnos del Maligno. Gad sufría por nosotros. Ahora ha sido liberado, y todos debemos alegrarnos y transformar nuestra manera de ser y comportarnos.
– Jesús, ten cuidado… Te llamas nazoreo, y haces cosas buenas, pero necesitamos que la Ley se cumpla, pues sólo ella puede liberarnos del Diablo Romano y de aquellos que combaten en contra de nosotros.
– La ley que yo quiero es libertad y amor de todos.
– Tienes razón, pero no basta con hablar de amor y decir que vienes en nombre de Dios. Debemos cumplir la Alianza de la ley, las normas del templo, para liberarnos así de los romanos.
– No quiero luchar contra Roma, sino llamar y curar a las ovejas perdidas de Israel.
El argumento era claro. Jesús no había venido a discutir sinagogas sobre leyes particulares, sino a liberar a los oprimidos. Y diciendo eso se despidió de Gad, pidiéndole que fuera a su casa tranquilo.
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