¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? ¿Mercadeo o amor?
DOMINGO 25º T. O. (A)
Mt 20,1-16
En el mundo actual las personas, sensibles a la justicia, también lo somos a la retribución. El fruto del trabajo corresponde a los que trabajan. Los esfuerzos por una sociedad más justa se dirigen al reparto equitativo de las retribuciones.
En cualquier país es fundamental el reparto justo de la renta nacional o suma de las rentas percibidas por los habitantes en función de su participación en el proceso productivo. Al mismo tiempo que un grupo reducido de personas se apropian de la mayor parte de la renta nacional, otro gran sector del país no alcanza sino un tanto por ciento mínimo. Los desequilibrios de renta, funcionales, personales o territoriales son escandalosos e injustos; unos pretenden ser superiores al resto de sus conciudadanos. La unidad es el instrumento imprescindible para garantizar la libertad y la igualdad efectiva de derechos de todos los ciudadanos. Como administrados exijamos a los que gestionan el dinero de nuestros impuestos y suscriben deuda en nuestro nombre como Estado, nos informen con veracidad sobre cómo va a afectar a nuestros bolsillos y a la generación siguiente (estimación de 32.000 €/persona), sus decisiones. No todo vale.
En la Escritura también se habla de retribución: Dios recompensa a sus servidores. Pero se distingue la retribución en el tiempo presente y la del final de los tiempos. De hecho, la felicidad y el sufrimiento no corresponden a un comportamiento bueno y a otro malo. Cuando Jesús menciona la retribución de la vida, quiere decir que ya ha comenzado, aunque todavía no en su plenitud.
En ese sentido, la llamada a la conversión que proclama el profeta Isaías (55,6-9) cuenta con la actitud de la persona que da el paso y con la de Dios que hace posible la conversión. La misma llamada es fuerza. Ni la persona se puede convertir sin la fuerza de Dios que le atrae, ni Dios convierte a la persona si ésta no se orienta hacia Él. “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”.
La conversión permanente que el Espíritu-Ruah realiza en cada ser humano tiene que ver con saber rectificar, adaptarse, cambiar de mentalidad…, porque me he dado cuenta que la meta o el camino por el que transito es equivocado, me aleja de mi verdadera humanidad. Eso supone implicarse y atrevernos a rectificar nuestra dirección. Tarea de toda la vida.
A primera vista resulta duro que el Reino de Dios se compare a la situación arbitraria y opresora del mundo laboral de aquella época. Sin embargo, la parábola no justifica esa situación en absoluto, sino que subraya que Dios es el único que puede actuar como Dueño universal. No así el ser humano. El Reino tiene un fundamento inverso al de las sociedades terrenas. Allí no valen las prerrogativas de los poderosos, ávidos de poder, sino las actitudes personales, sean quienes fueren los que las adopten.
La viña hace referencia al pueblo elegido y el propietario es Dios que actúa desde el amor incondicional, cosa que solo puede hacer él. En la comunidad de la que formamos parte, el hecho de ser veteranos/as, tener títulos, proceder de lugares distintos, pensar diferente, ¿nos da derecho a situarnos por encima, socavar nuestro marco de convivencia logrado entre todos, excluir, provocar enfrentamiento, división? “Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”. Y no sólo establecer diferencias respecto a personas, sino también de pueblos, de autonomías, de países. Todo se mide y se mueve en función de intereses personales para mantenerse en el poder. Un mercadeo propio de los organismos financieros y de los que provocan conflictos económicos, políticos, territoriales (sociales), energéticos e incluso religiosos, que son el caldo de cultivo de las guerras, la pobreza, la división, la impunidad ante la ley, los totalitarismos de cualquier signo.
Lo que la parábola pretende son unas relaciones humanas que estén más allá de intereses egoístas de grupos, de individuos sin escrúpulos carentes de cualquier límite moral o ético. También en lo religioso se nos enseñó a diferenciarnos, consecuencia de ello son los fanatismos, la intolerancia generalizada de las religiones, la división.
De lo que se trata es de compartir con los demás, no con el sentido de justicia mercantilista de nuestra sociedad, sino a semejanza de cómo se desvive Dios con nosotros: desmesura y derroche de bondad, de gratuidad, de verdad, de amor. Es lo que Jesús quiere que entendamos: “lo poseían todo en común y se distribuía a cada uno según su necesidad” (Hch 4,32-35).
No esperemos justicia retributiva del mundo ambicioso e interesado en que nos movemos. El denario de la parábola habita en el corazón humano, va dirigido a quienes están en “el atardecer”: parados, enfermos, inmigrantes, refugiados, empobrecidos, víctimas de cualquier violencia…, también, a nosotros/as mismos/as.
Cuando logremos comprender el valor de ese denario que el propietario de la Viña reparte con generosidad y justicia, “nosotros, los primeros” dejaremos de protestar, de sacar la vara de medir mercantilista, malgastar, mentir, oprimir, despreciar. Solo así seremos capaces de construir fraternidad-sororidad, tolerancia, paz, honestidad, armonía original entre naturaleza, recursos naturales y necesidades humanas; el desarrollo sostenible estará informado por la búsqueda del bien común general, la ética, la verdad, la austeridad, la humildad, la moderación. Afortunadamente, y pese a la gran maquinaria de la opresión a nivel social, global, tan difícil de enfrentar a nivel individual, aún quedan corazones que ofrecen denarios a aquellos que llegan “al atardecer”, porque “quiero darle a este último igual que a ti”. “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
La recompensa del cristiano es Cristo. Dios mismo es el premio de los justos. Cada uno/a será retribuido de acuerdo con sus obras, según hayamos permitido a nuestro corazón, desbordar de amor a los demás, a nosotros/as mismos. Lo demás, puro mercadeo, puro cinismo.
¡Shalom!
Mª Luisa Paret
Fuente Fe Adulta
Comentarios recientes