“Todas las víctimas son rostro de Cristo y presencia de Dios; pero unas más que otras”, por José I. González Faus
De su blog Miradas Cristianas:
“Como sugirió Francisco en Lisboa, es responsabilidad nuestra hacer posible la vida en muchos países de África”
Francisco: “Sigan dando voz a África, a sus luchas y esperanzas, a lo que no se ve”
“Todos los hombres son iguales; pero unos más que otros”. Todas las víctimas son rostro de Cristo y presencia de Dios; pero unas más que otras
Las migraciones son imparables; Las migraciones son un derecho; Las hemos causado nosotros; Solo podemos (y debemos) solucionarlas nosotros
Las víctimas de nuestro sistema económico, esas no son rostro de Dios sino castigadas por sus incompetencias. Las víctimas de otros campos (sexuales, de género, o de raza, cultura, lengua o país…) esas sí que son rostro de Cristo. Y los medios de comunicación que se pretenden de izquierdas colaboran, como Pilatos, en ese juicio de manera consciente o inconsciente. Porque les va la vida
Me refiero a todos los migrantes que van llenando de cadáveres el Mediterráneo y sobre los que Francisco acaba de denunciar que, en el Norte de África hay verdaderos campos de concentración como los nazis. Cuando esto haya pasado, hablaremos entre progres y escandalizados de esos campos de concentración que ya no nos afectarán, como hoy hablamos escandalizados contra los Konzentrationslager de Hitler, mientras que los nuestros, mejor no mentarlos ahora
Los humanos tendemos a estropear todas las grandes teorías cuando las llevamos a la práctica. Mucha gente conoce la novela de G. Orwell (Rebelión en la granja)que es una protesta contra eso. Tras declarar la revolución francesa y la constitución norteamericana que “todos los hombres son iguales”, y tras proclamar K. Marx que esa igualdad no se cumple en el capitalismo, pero se iba a cumplir en el comunismo futuro, Orwell escribe esa novela criticando a la Europa del Este, y termina con aquella frase irónica ya famosa: “todos los hombres son iguales; pero unos más que otros”.
Las víctimas de nuestro sistema económico, esas no son rostro de Dios sino castigadas por sus incompetencias. Las víctimas de otros campos (sexuales, de género, o de raza, cultura, lengua o país…) esas sí que son rostro de Cristo. Y los medios de comunicación que se pretenden de izquierdas colaboran, como Pilatos, en ese juicio de manera consciente o inconsciente. Porque les va la vida.
Dicho esto quisiera ahora proponer, desde mi impotencia, unas reflexiones sobre esas otras víctimas que, para nosotros, ya no son rostros de Cristo sino incordios constantes. Me refiero a todos los migrantes que van llenando de cadáveres el Mediterráneo y sobre los que Francisco acaba de denunciar que, en el Norte de África hay verdaderos campos de concentración como los nazis. Cuando esto haya pasado, hablaremos entre progres y escandalizados de esos campos de concentración que ya no nos afectarán, como hoy hablamos escandalizados contra los Konzentrationslager de Hitler, mientras que los nuestros, mejor no mentarlos ahora.
Lo que voy a decir cabe en estas cuatro tesis bien sencillas:
- Las migraciones son imparables
- Las migraciones son un derecho
- Las hemos causado nosotros
- Solo podemos (y debemos) solucionarlas nosotros.
Vamos allá pues
1.- Son imparables porque, desde los orígenes de la humanidad, cuando las gentes no podían vivir en un lugar, buscaban la solución emigrando a otros. Y hoy, en este mundo unificado por el dinero y el comercio pero no por la identidad humana, hay muchos lugares en los no se puede vivir. Las muertes de hambre no son eventualidades como las que suceden por accidentes de tráfico (y que nos interesan más que las otras). Son más bien necesidades, como las muertes que advienen por enfermedad grave. El efecto llamada podrá ser algunas veces la envidia de nuestro buen vivir; pero es muchas veces más el hambre. Nadie sale de su tierra en esas condiciones que nosotros no soportaríamos (¡y en viajes que pueden durar años!), si no es por necesidad o por desesperación. Y la prueba está en las condiciones laborales que muchos de ellos aceptan cuando consiguen llegar aquí: mucho más miserables que las vigentes en el país al que han llegado, y que son un chollo para los empleadores y un obstáculo para sindicatos y trabajadores.
2.- Son además (en la mayoría de los casos) un derecho inalienable de mucha más calidad que otros pseudoderechos o derechitos que nosotros invocamos con tono inapelable. En España podemos recordar la cantidad de gente que tuvo que emigrar (a México o a Francia etc.) al acabar nuestra guerra civil, y de los que Serrat cantaba que “al alejarse le vieron llorar”. ¿Qué habría pasado si los hubiesen devuelto al país de origen? Y para acabarlo de arreglar resulta además que los países receptores los necesitamos muchas veces por nuestra falta de juventud y de mano de obra. Esto aumenta su inevitabilidad.
3.- Durante siglos hemos explotado impunemente a esos países incivilizados: con el tráfico de esclavos defendido por los montesquieus y los voltaires de la época; con la colonización presentada como empresa civilizadora mientras nos aprovechábamos de sus materias primas; con la necesidad de patios traseros para la seguridad de nuestro imperio… Luego hemos ido a ellos para sacar futbolistas baratos con los que negociar nosotros. Las últimas guerras en Níger o Sudán han puesto de relieve el poquísimo aprecio que tiene Europa en África, mientras nuestra odiada Rusia goza de un predicamento mucho mayor, si no porque haya ayudado, al menos porque no ha explotado y se ha ganado adictos con determinadas ayudas personales. Y esto puede ser importante a la hora de esas luchas globales de poder que caracterizan nuestra hora.
4.- Como sugirió Francisco en Lisboa, es responsabilidad nuestra hacer posible la vida en muchos países de África, como modo de acabar o reducir considerablemente las migraciones. Uno se pregunta si, en vez de gastar dinero sobornando a Turquía y a Argelia o a Marruecos para que impidan las migraciones, no sería mucho mejor gastarlo en una especie de “plan Marshall” para África, que busque la industrialización y el desarrollo de esos países, en lugar de beneficios mayores para nosotros. No sé si el plan Marshall de los pasados años cuarentas si hizo por solidaridad con Alemania o, simplemente, porque una Alemania débil podía ser un inconveniente en el enfrentamiento con Rusia. No lo sé, pero importa poco. Ahora podría hacerse por las mismas razones. En caso contrario me temo que el futuro a largo plazo no será muy halagüeño para nosotros.
Una última aclaración: el esquema migratorio que he presentado no pretendo que se dé en todos los casos: estas reglas humanas tienen mil excepciones. Pero sí creo que es válido como el más habitual.
Hubiera sido más sencillo decir: los migrantes son seres humanos, hijos de Dios y con una dignidad absoluta. La mayoría de ellos soportan sufrimientos impresionantes y prolongados. Pero temo que aquí siga vigente la citada conclusión de Orwell: para un cristiano “todos los sufrientes son presencia y llamada de Cristo. Pero unos más que otros”…
Comentarios recientes