¿Por qué no seduce hoy JesuCristo?
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
Habitualmente la homilía se centra y versa sobre el Evangelio del día. Pero hoy la 1ª lectura del profeta Jeremías tiene un gran encanto y una fuerza muy viva: Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir… Por eso, leamos hoy el evangelio desde el AT.
El eje central de la Palabra de hoy podría ser este: seguir a Cristo porque nos ha sobrecogido, nos ha seducido.
01.- Seguimos al Señor porque nos ha seducido / seducir
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, hemos escuchado al profeta Jeremías.
Seducir significa una fuerte atracción que hace o invita a “salir de uno mismo hacia otra realidad, hacia otra persona”. Seducir es embargar o cautivar el ánimo por alguna realidad. Seducir es ejercer sobre alguien una gran influencia y atractivo. (Diccionario de la Real Academia de la Lengua). [1]
Es evidente que hay realidades en la vida que ejercen una gran atracción, una gran fascinación: la belleza física y espiritual, el arte (la emoción estética), el sentimiento de pertenencia a una cultura-nación (donde uno ha nacido), la sexualidad, la vocación religiosa, la “llamada” al matrimonio, la fe, los valores de algunas personas, etc.
+ Cuando un chico y una chica se encuentran en la vida, se produce una gran seducción. La afectividad y la sexualidad ejercen una fuerte fascinación y seducción.
+ Cuando san Pablo “cayó del burro”, más que del caballo, quedó seducido por Cristo, lo mismo que san Ignacio de Loyola y tantos otros en la historia.
Ese encanto y seducción a veces reviste formas de serenidad profunda.
+ Cuando un enfermo terminal ve en su mesilla la imagen de la Virgen de su pueblo o mira su alianza matrimonial, abre infinitos recuerdos, vivencias, probablemente que evocan más paz que todas las teologías de la historia.
+ Una conversación reconciliadora con un familiar con el que la historia ha sido turbulenta, es fuente de serenidad sobrecogedora.
No sé si me equivoco al pensar y decir que la seducción es una fuerza “no racional” que “arrastra” al ser humano. “Irracional” no significa que no sea valiosa y buena, mucho menos quiero decir que lo no racional sea algo malo, sino que quiero decir que no depende, al menos no depende exclusivamente de la razón.
02.- Seguir a Cristo es tomar la cruz.
Quien quiera seguirme, que tome su cruz.
No es que sea un consejo piadoso, sino que la vida misma es así. La vida es esfuerzo y descanso, placer y muerte que decía Freud, es ascética y mística.
Seguir a Cristo o simplemente vivir humanamente es el camino del Éxodo, de la libertad que requiere esfuerzo y, a veces, removernos de nuestra vida cómoda. El desierto es siempre arduo. La libertad, ser libres, es algo trabajoso y difícil. La libertad es dura pero realizadora.
Hay situaciones y momentos en los que hemos de tomar la cruz que la vida nos depara: la enfermedad, los cansancios de la edad, del trabajo, la cansera y la tristeza de algunas situaciones, el esfuerzo del trabajo y las tareas que hemos de hacer, etc…
Seguir a Cristo es dejarse embargar y seducir por su bondad, por su salvación. La seducción cristiana no es una cuestión racional y especulativa, mucho menos pertenece al Derecho Canónico. El Derecho Canónico puede que sea necesario, pero desde luego no seduce a nadie. Seguir a Cristo es dejarse impregnar no por lo que se puede o no se puede hacer, por lo que hay que cumplir, sino que seguir a Cristo es quedar embargado de la paz y serenidad profundas que nos vienen del Señor
Hemos dado forma a nuestro ser cristiano en una teología, en una dimensión casi exclusivamente racionalista, doctrinal, ritual, jurídico-legal y moral.
Sin embargo, la seducción del Señor proviene de la acogida del misterio último de la vida, del sentido de todo esto que la vida nos pone en nuestras manos, del amor, de la entrega, de la oración y contemplación.
En la vida, sobre todo a ciertas edades, nos hace bien sentir y vivir en la llamada seductora del Señor. Poco más podremos hacer y nos hace bien vivir según dice el profeta Jeremías:
Tu Palabra era en mis entrañas fuego ardiente,
que algo tiene de la calidez de Emaús.
[1] También la seducción tiene otras acepciones de engaño, pero no vienen al caso.
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