3.9.23, Dom 22 TO. Pedro corrige a Jesús; Jesús reprende a Pedro: Apártate, Satanás (Mt 16,21-27)
Del blog de Xabier Pikaza:
Este evangelio (Mt 16, 21‒27) y el del domingo anterior (Mt 16, 13‒20), ofrecen una radiografía de contraste de la iglesia:
– El domingo pasado Pedro decía a Jesús que era Cristo, y Jesús le prometía (concedía) las llaves de reino de los cielos. Este domingo Pedro corrige a Jesús (no vayas por cruces) y Jesús rechaza a Pedro: tu eres Satanás.
| X Pikaza Ibarrondo
Cristo y Pedro, con papado al fondo.
‒ El evangelio anterior (Mt 16, 13‒20) sigue teniendo valor: Simón, hijo de Juan, confiesa a Jesús y le llama “Cristo”. Por su parte, Jesús bautiza a Simón como Piedra, concediéndole las llaves de la iglesia.
‒ El evangelio hoy (Mt 16, 21‒27) insiste en el riesgo de la confesión de Pedro, que se aprovecha de Jesús, invierte su mensaje y quiere convertirlo en signo de máxima riqueza sobre el mundo (como ha querido cierto papado).
‒ Ese riesgo se vio el año 1054 cuando el Patriarca de Bizancio rechazó el “dictado papal” (=dictadura papal) de León IX, que ratificará pronto Gregorio VII (1075), formulado de manera al menos muy ambigua.
‒ Ese riesgo suscitó la protesta y ruptura de Lutero (1517). Tenía su razón el papa (¡León X Medici!) al mantener la confesión (¡tú eres el Cristo!) pero la forma de entenderla y aplicarla fue también muy problemática.
‒ En un sentido, la confesión petrina del Papa (tú eres el Cristo) es muy positiva, aunque debe mantenerse, como dije el pasado domingo, pero puede y debe matizarse, como puse también de relieve, pues puede contener un elemento satánico, como avisa Jesús en el evangelio de hoy.
‒Por esas y otras razones es necesario reformular el primado del Papa, desmontando muchas piedras de este Vaticano, para que no sea simple museo del pasado.
‒ Éste me parece el intento del papa, Francisco, que sigue firme en su propuesta sinodal de la iglesia y del papado. Dos tipos de pedros/papas parecen parece esconderse en el fondo de las iglesias, como verá quien siga leyendo esta postal.
(Imagen 1: Tú eres Pedro, cúpula el Vaticano. Imagen 2 icono muy antiguo de Pedro, siglo VI, Santa Catalina del Sinai, con llaves y báculo en forma de cruz, Cristo arriba, y la Virgen y Juan Bautista a los lados, en un entorno de Iglesia. Imagen 3, comentario de Mateo, del que tomo esta postal)).
Texto. Mt 16,21-27
‒ En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.”
Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Apártate de mí, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.
“Entonces dijo a sus discípulos: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.”
Introducción
Este pasaje plantea el destino y despliegue de la Iglesia primitiva, que se enfrenta ante la gran alternativa: (a) Conseguir el Reino a través de un tipo de poder militar o social, espiritual o económico (b) O dar la vida por el Reino, es decir, instaurarlo de un modo gratuito, regalando (perdiendo la propia vida en el intentoo).
Este pasaje retoma un elemento de la relación entre Jesús y Pedro, pero no habla de Pedro como persona individual, propia del pasado, sino del Pedro que (según Mateo) es signo de la estructura y organización de la Iglesia.
‒ Pedro (un tipo de Iglesia) supone que, siendo Mesías, Jesús ha de subir a Jerusalén al estilo de David y de los reyes del mundo, para triunfar en la ciudad de las promesas, instaurando el Reino en claves de poder (evidentemente al servicio de los oprimidos del pueblo, y en algún sentido de todos los necesitados), pero desde el poder, esto es, desde arriba. Quiere ser Piedra Gloriosa, base de un edificio de victoria, sin riesgo de sufrimiento, sin entrega de la vida.
‒ Pero, en contra de Pedro, Jesús decide subir a Jerusalén en un gesto de amor arriesgado, no para triunfar de un modo regio, sino para entregar su vida a favor de los demás, dispuesto a perderlo todo (aunque no como masoquista, que quiere que le maten).
‒ Al corregir a Jesús, este Pedro papal en el mal sentido de la palabra aparece como Satán (tentador) para Jesús… es decir como skándalon, es decir, como piedra que hace caer al caminante o que destruye todo el edificio. Entendido en este perspectiva, este pasaje eleva la mayor de todas las críticas posibles en contra de un Pedro establecido en clave de poder sobre la colina del Vaticano; un Pedro que puede ser bueno, incluso muy bueno, pero en clave de poder. Resulta escandaloso que un tipo de Iglesia (con buenísima voluntad) no se haya dado cuenta de ello.
Propuesta de Jesús. El Hijo de Hombre tiene que ir Jerusalén (16, 21).
Éste es su descubrimiento, la experiencia que define de ahora en adelante el evangelio. Jesús no es masoquista: no ha venido a sufrir por sufrir, ni a morir por morir, sino a extender el reino. Pero su misma fidelidad a la misión de Dios le lleva a subir a Jerusalén, dejándolo todo, sin dinero, sin ejército, a fin de dar su vida por el Reino (es decir, por los demás, en compañía con los expulsados y pobres, los asesinados). Éste es su gran descubrimiento, el secreto mesiánico.
En esa línea, tras haber aceptado la confesión de Simón (¡Tú eres el Cristo!) y de responderle diciendo que esa confesión es la la roca firme de la Iglesia, Jesús profundiza en el tema y entiende (interpreta) su mesianismo (tarea de Reino) en una línea de entrega (hasta la muerte), como seguirá diciendo en Mt 17, 22-23; 20, 17-19) [1].
16 21 Desde entonces, comenzó Jesús a explicar (a mostrar) a sus discípulos que él debía(dei) ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser matado y resucitar al tercer día.
‒ “Dei”, la voluntad de Dios. Jesús descubre y proclama esa voluntad de Dios que se va abriendo y mostrando en su camino. No habla del Hijo del Hombre, como Mc 8, 31, sino de sí mismo, diciendo que “él debe” (dei auton) ir a Jerusalén… El tema no es el destino doloroso de una figura simbólica, como el Hijo del Hombre, sino su proceso y tarea concreta de ser humano, de Jesús como persona.
‒ Ir a Jerusalén. Jesús indica así que no se trata de un sufrimiento en general (una especie de destino cósmico), sino de un sufrimiento que proviene de su “enfrentamiento” con los poderes civiles (ancianos), religiosos (sacerdotes) y legales (escribas) de la ciudad sagrada, a favor de los pobres y expulsados. De esa forma expresa la paradoja central del evangelio. Los escribas concebían a Jerusalén como “roca de cimiento” no sólo del templo, sino de todo el pueblo de Israel, e incluso del universo entero. Pues bien, la Roca de la Iglesia es la confesión de Pedro (Jesús es el Cristo)… y el destino y tarea del Cristo es dar la propia vida para que vivan los pobres, los excluidos.
‒ De forma que será matado, pero resucitará al tercer día. Jesús descubre el carácter mortal de su decisión (subir a Jerusalén). No dice quiénes son los causantes directos de su muerte (¿sanedritas, romanos…?), pero insiste en su conflicto con la ciudad sagrada, añadiendo que “al tercer día” resucitará. No después de tres días, como en Mc 9, 31, sino al tercer día, como afirma la fórmula tradicional de la Escritura, entendiendo ese día como tiempo de culminación (muerte, transformación). Jesús confirma así que su entrega y muerte está al servicio de la llegada del Reino, es decir, de la resurrección; el Reino no llega como poder sobre los otros, sino en el gesto concreto de dar la vida por ellos, de morir con los excluidos y condenados del mundo [2].
Respuesta de Pedro, reproche de Jesús (16, 22-23).
Pedro ha dicho que Jesús es Cristo, Hijo de Dios… y Jesús le ha respondido que eso se lo ha revelado su Padre, para añadir que él (Jesús) ha de morir en Jerusalén. Pues bien, desde su nueva situación, Pedro se cree capacitado para increpar a Jesús, marcándole su dirección, no por simple miedo, sino porque él tiene otra propuesta mesiánica, que no incluye la Cruz.
Desde su propuesta radical de entrega de la vida, Jesús le contesta ratificando su camino mesiánico, y diciéndole que ser Roca de su Iglesia significa estar dispuesto a iniciar con los demás un camino de entrega generosa de la vida. Jesús le ha llamado Petros/piedra y le ha vinculado a la Petra/roca de su comunidad mesiánica, tras haberle encargado (con otros) la tarea de la pesca escatológica (cf. Mt 4, 18-22). Es normal que Pedro piense y hable como representante de una Iglesia de Poder, corrigiendo a Jesús y ofreciéndole su propia visión, en una línea tradicional de triunfo mesiánico:
16 22 Y Pedro, tomándole aparte, se puso a increparle diciendo: ¡Dios no lo permita, Señor! Eso no puede pasarte. 23 Pero él (Jesús), volviéndose a Pedro, le dijo: Apártate de mí, Satanás, eres Escándalo para mí, porque no piensas las cosas de Dios, sino las de los hombres [3].
Como representante de una tradición que espera al mesías triunfal (y como adelantado y anuncio de papado poderoso vaticano), este Pedro/piedra de escándalo se cree obligado a corregir a Jesús, dándole una lección de realismo. Pues bien, Jesús le responde diciendo que él defiende las cosas de los hombres (no las de Dios). Pedro ha realizado una buena confesión (¡eres el Cristo, Hijo de Dios: 16, 16) que será roca de cimiento de la iglesia… y sin embargo él es Satanás, como el Diablo de 4, 1-11, un Escándalo (aquel que hace caer) para Jesús:
− Pedro (16, 22). Ha proclamado la buena confesión (¡Jesús es el Cristo!) y por fidelidad a ella (pero entendida en clave de hombre, no de Dios) él rechaza ahora con dureza el camino de entrega y muerte de Jesús: ¡Dios no lo quiera, Señor! Le llama Kyrios, Señor, en terminología de veneración y culto (como los falsos profetas de 7, 22)… Le llama Kyrios, pero no cree en él (en lo que él, Jesús, le dice), y así quiere imponerle su camino, un mesianismo del éxito, un gran Vaticano, la mayor iglesia d del mundo, apelando a Dios, casi con un juramento: hileôs soi, (Dios) se apiade de ti, Dios….no lo quiera. Utilizando grandes palabras, por la “razón de Dios”, Pedro desea triunfar. Es evidente que no tiene miedo a la muerte en sentido externo; tiene miedo de perder el poder.
− Jesús. (16, 23). Él había declarado que Simón Pedro era por su confesión la Roca de la Iglesia, cimiento firme de ella. Pero ahora le rechaza, llamándole Satanás y pidiéndole que se aparte de su lado (cf. 4, 10), pues se ha vuelto para él una piedra de escándalo, un escándalo. Pedro ha querido aprovechar de esa manera su pretendida “autoridad” sobre Jesús (a quien llama Kyrios), para apartarle de su camino: Jesús no puede morir, no puede fracasar… Jesús tiene que ser autoridad triunfante, en el mayor de todos los templos, de todos los posibles vaticanos. El problema no es el sufrimiento en general, sino el hecho de que el proyecto mesiánico israelita de Jesús fracase, de que le rechace la autoridad judía…, de que tenga que morir sin haber cumplido su promesa de Reino en este mundo.
Ésta es la gran paradoja. Jesús ha presentado la confesión de fe de Pedro como Roca, fundamento de la Iglesia (16, 18). Pues bien, ahora le llama escándalo, piedra de tropiezo, un simple Petros/Pedro, guijarro del camino, en el que Jesús puede tropezar y caerse. Este Pedro impide que los hombres puedan creen en el Mesías Cristo. El verdadero enemigo de Jesús no es Pilato, ni Caifás (a quienes Jesús no llama Satanás). El enemigo primero de Jesús es Pedro, aunque en otro sentido, pueda presentarse por su confesión como Roca y portador de las llaves de la Iglesia [4].
Pedro quiere el mando, pues sólo con mando puede conseguirse el Reino, y para ello tiene que pactar de alguna forma con los poderosos del mundo; por eso no puede permitir que Jesús sea condenado y ajusticiado en Jerusalén, sino todo lo contrario. Pues bien, en contra de eso, Jesús no subirá a Jerusalén para tomar el mando, sino para ofrecer su vida:
Pedro y Jesús, antagonistas
‒ Por un lado, está Pedro, que busca una autoridad que parece buena (limpia, legal), para realizar así unos cambios a favor de los hombres, en línea de justicia, pero bajo su mando, un gesto que para Jesús es un “escándalo” (piedra de tropiezo), pues significa aceptar el poder de ancianos-sacerdotes-escribas. En principio, Pedro no quiere poder, para oprimir a los demás, sino para ayudarles, pues cree que sólo con poder se puede organizar el mundo y resolver sus problemas. Pero Jesús rechaza su propuesta, llamándole Satanás, pues va en la línea del Diablo de las tentaciones (4, 1-11), diciéndole que es un escándalon para él, una piedra de tropiezo, un mal petros, que pone en riesgo el edificio de la Iglesia, lo contrario de la “petra” (16,18:) que debía sustentarla (cf. Rom 9, 33; 1 Per 2, 8).
‒ Por otro, está Jesús, que no apela al poder, en la línea de los ancianos-sacerdotes-escribas, sino que supera todo poder, convirtiéndose a sí mismo y convirtiendo asi su vida en petra o roca que sostiene el edificio de una Iglesia, conforma a la confesión de Pedro. El mismo Jesús, piedra/lithon desechada por los arquitectos (cf. 21, 42) es la piedra angular…El contra de Pedro, Jesús no quiere (no puede) tomar el poder en la línea de los ancianos-sacerdotes-escribas, ni siquiera para hacer el bien (como quisieron muchos celosos antiguos y modernos), porque el poder, una vez tomado, se vuelve imposición y debe defenderse con violencia. La estrategia de de Pedro pertenecía a las cosas de los hombres, que Jesús quiso superar en la antítesis (5, 21-48), subiendo a Jerusalén, para ofrecer con su vida la buena noticia de Dios, que es amor y que triunfa precisamente como amor (palabra creadora, perdón, superación del juicio).
Eso significa que el Reino de Dios no se conquista con una “buena guerra (victoria de los justos), ni con una buena democracia (voluntad de poder de la mayoría), sino que se identifica con el ofrecimiento de la vida a favor de los demás, no por sacrificio, sino por despliegue de amor. El reino de Dios no se expresa construyendo un Vaticano, el mayor signo de poder simbólico de mundo, la mayor inversión mesiánica de capital… sino dando la vida.
Frente a la autoridad del poder (que quiere Pedro) para cambiar así las cosas, eleva Jesús la riqueza y autoridad de su vida, dispuesto a quedar en manos de los “poderosos” de Jerusalén, que aparecen descritos aquí desde la perspectiva del Sanedrín judío (sacerdotes, escribas, ancianos).
‒ Estrategia de Pedro. Se funda en una determinada interpretación de la Escritura y resulta humanamente más viable, en línea del dominio mesiánico. Pero, a juicio de Jesús, ella está en la línea de las cosas de los hombres que se centran en el hecho de tomar el “poder religioso” para transformar así, desde arriba, el desorden actual de la realidad), pero no responde a la novedad más profunda del Reino, sino a la lógica de los macabeos y de sus sucesores (1-2 Mac), asumida por los sacerdotes de Jerusalén.
‒ Estrategia de Jesús. No quiere ni busca el poder para instaurar el Reino, pues le basta la Palabra, es decir, el amor que se ofrece y expande a partir de los pobres. De esa forma él actúa en la línea de las cosas de Dios), como había formulado ya Mc 8, 33. Al actuar de esa manera, Jesús no sabe de antemano la forma en que el Reino vendrá, pero sabe que no puede instaurarlo tomando el poder para ello, y de esa forma indica que él quedará en manos de los “hombres”, es decir, de las autoridades sociales y religiosas de su pueblo [5].
El mismo Pedro/piedra, a quien Jesús ha querido hacer Roca firme, con llaves para abrir el Reino a todos los pueblos, sigue siendo aquí un guijarro, un obstáculo (escándalo) de Satanás, pues no comprende todavía que para abrir el Reino a todos los pueblos hay que estar dispuesto a ser negado y rechazado por los representantes del poder. Por eso, cuando habla de subir a Jerusalén y ser rechazado, Jesús no está hablando sólo de sí mismo, sino del destino de Pedro y de sus discípulos, que han de estar dispuestos a subir con él, siendo negados… Jesús ha rechazado a Pedro, llamándole Satán/Escándalo, diciéndole que se aparte pero al mismo tiempo le mantiene de algún modo a su lado (detrás de él, ovpi,sw mou), para que se convierta y aprenda su camino. Esta conversión de Pedro constituye un argumento fundamental del evangelio de Mateo.
Reafirmación de Jesús y conclusión (16, 24-27).
En este momento, la doctrina de Jesús ya no dirige de un modo general a todos (como en Mc 8, 34), sino sólo a los que quieran ser sus discípulos:
16 24 Entonces dijo a sus discípulos: Si alguien quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. 25 Pues quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. 26 ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? 27 Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces responderá a cada uno según su conducta. [6].
Estas palabras, tomadas básicamente de Marcos 8, 34‒9, 1, reflejan la experiencia primordial de Jesús que entrega su vida por el reino, gratuitamente, porque él quiere. La forma de invertir de verdad en Reino es dar la vida, no construir un edificio de seguridad, como quiere Pedro.
Así acaba de rechazar a Pedro/Satán, diciéndole ¡apártate…! Pues bien, invirtiendo esa palabra, conforme a la mayor paradoja del Evangelio, Jesús ofrece nuevamente a Pedro su camino, y con él a todos los que quieran ir tras él, compartiendo su destino, es decir, siguiéndole.
Jesús no quiere recorrer ese camino a solas, sino que lo abre y lo ofrece a todos. Frente a la norma del mundo, que consiste en salvar la propia vida/alma, utilizando a los demás, en lucha de poder, Jesús eleva el principio mesiánico más alto, la experiencia de “ser Dios” en forma humana, que consiste en perder (regalar) la propia vida por los demás (por el proyecto de Dios que es Jesús), es decir, por su Reino. Este es el tema clave de la “inversión” mesiánica, formulada en el himno originario (prepaulino) de Flp 2, 6‒11.
Este evangelio de la entrega mesiánica, que Mateo ha situado tras la confesión de Pedro, constituye un elemento clave de la revelación evangélica, formulada de un modo paradójico (¡negarse a sí mismo!), en perspectiva de conflicto social (¡tomar la cruz!), en claro gesto de anticipación histórica de la crucifixión.
Éste no es un argumento que aparece aquí por primera vez, pues se encuentra ya evocado al final de las bienaventuranzas (cf. 5, 10-12) y en la segunda parte del Sermón misionero de Mateo (10, 16-42), pero aquí se concretiza al identificar a Jesús (=la causa de Jesús) con su evangelio, de forma que es lo mismo perder la vida “por Jesús” que perderla “por su reino”, es decir, por el mensaje de las bienaventuranzas, por la curación de los enfermos, por la salvación de los pobres.
Esta palabra y propuesta de Jesús se inscribe en el contexto del mandamiento fundamental de amar a Dios y al prójimo (22, 39). Esta nueva exigencia de negarse y de tomar la cruz no puede entenderse en forma sacrificial o masoquista, sino de fidelidad a uno mismo y de amor a los demás, estando dispuesto a dar la vida a los demás, gratuitamente, por generosidad, como Jesús:
‒ Principio: Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo… (16, 24).
Venir tras Jesús implica superar el egoísmo propio para afirmar desde Dios (de forma creadora) la vida de los otros. No es optar por el sufrimiento, de un modo masoquista, sino buscar el bien de los demás, siguiendo a Jesús y abriendo con su vida un espacio de evangelio. En ese contexto, tomar la cruz de Jesús no ha de entenderse de manera negativa (como expresión de una condena o sacrificio impuesto), sino como afirmación personal, como opción a favor de Jesús y de la vida mesiánica.
‒ Aclaración: Pues quien quiera salvar su vida/alma ése la pierde… (16, 25). El hombre está llamado a “encontrar” su vida. No nace ya hecho, acabado, sino que debe hacerse a sí mismo, descubriendo su alma (yuch.), su vida personal. Quien quiera ganarla/conquistarla como propiedad o tesoro egoísta ése la pierde y se pierda, cerrándose en sí mismo. Por el contrario, quien esté dispuesto a perder su vida, como y por Jesús, por los otros (regalándola así, gratuitamente), ese la gana, se gana, en plano de evangelio y humanidad. El hombre es siempre un ser de gracia y sólo gratuitamente (dándose/perdiéndose a sí mismo) puede hallarse.
‒ Razonamiento: ¿Qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida/alma…?(11, 26). Alma es la vida que se recibe y ofrece gratuitamente, la hondura del ser humano, la propia identidad. Entendida de esa forma, el alma (yuch,) de cada hombre o mujer (ser humano) es más que el mundo entero y no se puede comprar ni negociar con nada, porque pertenece al misterio de Dios. ¿Qué la vale al hombre ganar todos los mundos, si para ello tiene que perder el Evangelio? Todo lo que se puede adquirir con dinero pertenece al mundo externo, como un capital que tenemos y nos tiene, en la línea de Mt 6, 24 (a no ser que se venda y regale el dinero a los pobres: 19, 21). El alma, en cambio, no se compra ni negocia, porque forma parte del misterio de Dios, revelado por Jesús. Los anti-valores que defiende el Sanedrín e incluso Pedro pertenecen a este mundo, en plano de plano de lucha. Uno puede ganarlos y perder su vida en ello.
‒ Profundización escatológica: “Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces responderá a cada uno según su sus obras” (16, 27). Jesús ha comenzado diciendo que debía ir a Jerusalén y morir (16, 21). Ahora ratifica su propuesta, desde la perspectiva del Hijo del Hombre que ha de venir, desvelando la verdad de cada uno (que recibirá según sus obras). Todo lo anterior se entendía en forma antropológica, como expresión de una verdad humana. Pues bien, todo se entiende ahora en forma escatológica: Ésta es la verdad y sentido de la vida que vendrá a expresarse en la venida del Hijo del Hombre (el mismo Jesús), que responderá (apodoôsei) a cada uno, ratificando desde Dios el sentido de su vida [7].
Las palabras centrales de esta sección (el que pierda su vida por mí la encontrará”: 16, 25) muestran que la vida humana no es algo material, que se posee como un objeto (un tesoro externo), sino que constituye una realidad paradójica que sólo se “tiene” perdiéndola, es decir, regalándola, en la línea de Jesús, un proceso vital que se parece al de un grano de trigo (una simiente) que sólo se conserva en la medida en que muere para que nazca una nueva planta, una espiga (tema de las parábolas, 13, 25-30, recreado por Jn 12, 24) [8].
Estas palabras expresan la paradoja fundamental de la existencia mesiánica, en línea de gratuidad (no de masoquismo), de resurrección (no de pura muerte). Sólo de esa forma podemos vivir en gozo intenso. Los códigos sociales dominantes suscitan cierta paz grupal, pero sólo con violencia exterior (expulsión de los distintos) e interior (imposición). Jesús ha superado esas formas de violencia, quedando en manos de las jerarquías de Jerusalén, pero abriendo un espacio más amplio de vida para todos. Su mismo ideal le sitúa en camino de muerte porque en un mundo dominado por la imposición de los más fuertes quien pretenda servir a los demás en gratuidad ha de estar dispuesto a morir por/con ellos. Pues bien, desde ese fondo, tras haberle llamado Satanás, Jesús sigue invitando a Pedro a que le siga, manteniendo la palabra dada: “Tú eres Pedro-piedra, pero sobre la roca de tu confesión de fe yo fundaré mi Iglesia” (16, 16-19) [9].
NOTAS
[1] Jesús ha debido recorrer su camino de entrega y pasión descubriendo y aceptando su destino mesiánico, de un modo distinto al que querían muchos, y entre ellos su discípulo más cercano, convertido así en antagonista (Pedro). Eso significa que Jesús ha debido “aprender” el camino, a medida que lo recorre, en interacción con aquellos que le acogen (o intentan rechazarle), descubriendo y aceptando la exigencia de subir a Jerusalén, con riesgo de muerte. El tema no es ya cómo viene el Reino de Dios, sino qué han de hacer él (Jesús) y sus discípulos para que venga.
[2] Esta es la novedad de Jesús: Dei, él debe subir a Jerusalén, para cumplir su tarea, quedando en manos de los hombres, según las Escrituras, mostrando así que sólo es auténtico Cristo quien sabe poner su vida en manos de los demás, amándoles de un modo gratuito, ofreciendo su vida por ellos, no para sufrir sin más, sino para que todos puedan recibir su mensaje. Jesús quiere ofrecer su mensaje en Jerusalén, pero los representantes de la ciudad no le aceptarán. Ha querido dar voz a los mudos, pan a los hambrientos, salud a los enfermos, para proclamar e iniciar de esa manera el Reino, pero los jerarcas religiosos y sociales de la ciudad sagrada le juzgarán peligroso, condenándole a muerte.
Para hacerse solidario de todos (pobres, enfermos, marginados…), ha renunciado a la violencia externa. No puede imponer su proyecto por la fuerza, ni emplear en su favor las armas de la guerra u opresión humana, pues ellas las controlan los ancianos, escribas y sacerdotes de Jerusalén, vinculados al poder de Roma. No quiere morir, pero ha de estar dispuesto a ello, y así lo dice. Todo lo que siga hasta Mt 28 será expansión de esta palabra, consecuencia y despliegue de una muerte anunciada en esperanza de resurrección (de Reino). Su muerte no vendrá al final, como por casualidad, ni por Destino inexorable de un Dios sediento de sangre (como sacrificio para aplacar su ira), sino por la acción violenta de los poderes del mal, que se oponen a su mensaje de vida.
[3] Cf. E. Dinkler, Petrusbekenntnis und Satanswort en FS R. Bultmann, Mohr, Tübingen 1964, 127-153; E. Haenchen, Die Komposition von Mk 8,27-9,1 und Par.: NT 6 (1963) 81-109.
[4] En un momento dado, el mismo Pedro ha podido aparecer como enemigo de la Cruz, alguien que ha pactado de hecho con las autoridades de Jerusalén, sin entender el sentido y consecuencias de la muerte de Jesús, condenado precisamente por esas autoridades. Pedro seguiría vinculado a ellas, no querría que la Iglesia “rompa” con la autoridad de Jerusalén, queriendo reinterpretar a Jesús en clave judía. Ese habría sido el riesgo de Pedro (mirado desde la perspectiva de Pablo), un riesgo que el mismo Pedro habría superado al fin, asumiendo la misión universal desde Galilea (28, 16-20).
[5] Esta decisión de Jesús (subir a Jerusalén, quedar en manos de sus autoridades…) aparece como verdadera provocación, incluso para sus discípulos: ¡Todos os escandalizaréis…! (26, 31). La lógica mesiánica de Jesús exige que Jesús y sus compañeros queden sin defensa exterior (económica, militar o religiosa), en fidelidad a la Palabra, en manos de aquellos que poseen el poder económico, militar y religioso, para expresar y realizar así, gratuitamente, su obra e instaurar el Reino. G. Theissen, La fe Bíblica en perspectiva evolucionista, Verbo Divino, Estella 2002, 115, afirma que Jesús quiso resolver una serie de problemas político-religiosos que habían quedado pendientes desde el tiempo de los macabeos, que conquistaron Jerusalén y se hicieron sacerdotes, para gobernar al pueblo de Dios. En esa línea, subirá a Jerusalén sin armas y será condenado por los sumos sacerdotes (descendientes de aquellos macabeos).
Jesús reformula y trasforma así el proyecto davídico, en sentido distinto al de los macabeos, que se habían alzado contra la “contaminación” de los judíos helenistas y de los reyes sirios que les apoyaban (hacia el 165 aC). Según I Mac, los macabeos conquistaron la ciudad, purificaron el templo, expulsaron a los extranjeros y cambiaron a los sacerdotes… pero en tiempos de Jesús todo seguía como estaba. Pues bien, a diferencia de macabeos y celotas, Jesús subió a Jerusalén proclamando su Palabra y poniendo su vida en manos de los poderes de la ciudad, no para ser derrotado y morir sin más, sino para ofrecer un camino distinto de Reino.
Sobre ese entorno político-cultural de esta estrategia de Jesús, cf. E. Bickerman, The God of the Maccabees, SJLA 32, Leiden 1979; K. Bringmann, Helenistiche Reform und Religionsverfolgung in Judaea, Abh.AkWiss, Göttingen 1983; M. Hengel, Judaism and Hellenism I, SCM, London 1974, 107-254; E. Nodet, Essai sur les Origines du Judaïsme, Cerf, Paris 1992, 165-211.
[6] B. Lindars, Jesus, Son of Man, SPCK, London 1983. Sobre la venida del Hijo del Hombre en 9, 1, desde la perspectiva de una escatología consecuente, cf. M. Kunzi, Die Naherwartung Markus 9, 1 par, BGBE 21, Tübingen 1977.
[7] La fórmula pagará a cada uno según sus obras pertenece a la visión israelita de la justicia, que ha sido formulada en muchos lugares del AT (cf. Sal 62, 13; Prov 24, 12; Eclo 35, 22 etc.) y que el mismo Pablo ha tomado como clave de su teología (cf. Rom 2, 6). Ella ha de entenderse en Mateo desde 25, 31-46.
[8] El grano de trigo muere para que nazcan otros granos distintos, sin que exista verdadera continuidad personal, sino un proceso de generación, corrupción y nueva generación, en un círculo sin fin de regeneraciones. Jesús, en cambio, entrega la vida y muere para que nazcan y vivan otros (sus seguidores mesiánicos), triunfando y viviendo él mismo, en otra dimensión más honda (de resurrección).
[9] Esta es la paradoja de Simón, que aparece, al mismo tiempo, como piedra movediza y como escándalo (Satanás), apareciendo, al mismo tiempo, por su confesión de fe, como Roca Firme (Petra) de la Iglesia. En este contexto, Jesús no ha desarrollado una teoría sobre el sufrimiento en un plano general, como el Qohelet o Job, no ha investigado y propuesto teorías más hondas, para explicarlo, como Ignacio de Antioquía (que quiere morir, ser molido, para unirse a Cristo: Rom 4), sino que se ha puesto de parte de los que sufren, para ofrecerles su solidaridad y curarles.
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