En torno a los milagros.
Mt 14, 22-33
«¡Animo!, que soy yo; no temáis»
A algunos creyentes del siglo XXI, los milagros nos desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.
El recelo que sentimos está justificado, porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. Sabemos también que en su época los hechos milagrosos eran muy bien admitidos, y que con ellos se vestía la actividad de los personajes extraordinarios. Y nos preguntamos: ¿Habrán inventado los evangelistas estos relatos, o bien su fama de sanador se remonta al Jesús histórico?…
Hasta bien entrada la Ilustración los milagros afianzaban la fe de los creyentes, pues no osaban poner en duda su autenticidad. También contribuía a esta aceptación la cristología “descendente” habitual en esa época, pues si Jesús era “Dios encarnado”, no tenía nada de particular que efectuase hechos milagrosos.
Pero en el siglo XVIII —el siglo de las luces— los milagros fueron rechazados de plano por grandes filósofos de la ilustración como Spinoza, Hume y Voltaire, lo cual es un hecho lógico, porque desde una mentalidad ilustrada, los milagros repugnan a la razón humana; son meros vestigios de una época en que se atribuía lo desconocido a poderes ocultos o a la misma divinidad. En ese ambiente escéptico nació un “dogma” de gran aceptación que ha llegado hasta nosotros: “El hombre moderno no puede creer en los milagros”.
Quizá su formulación más conocida sea la de Rudolf Bultmann: «Es imposible utilizar la luz eléctrica y la radiofonía y servirse de los modernos avances médicos y quirúrgicos, y al mismo tiempo creer las palabras del Nuevo Testamento sobre los milagros» … Pero según una encuesta de opinión publicada en 1989 por el prestigioso instituto Gallup, el 82% de los americanos cree que “incluso hoy, los milagros son realizados por el poder de Dios”, y sólo el 6% rechaza por completo la idea de que todavía hoy Dios realiza milagros. Y claro, esto nos hace sospechar que una cosa es lo que se piensa en ambientes académicos o círculos intelectuales, y otra, lo que piensa la gente (¿los sabios y los sencillos?) …
En cualquier caso, y a la vista de los datos que hoy poseemos, parece lógico admitir que los evangelios narran hechos de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastraba multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debió buena parte de su fama. Parece, también, que esta misma fama creó en torno suyo una leyenda que multiplicó sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogieron por igual las tradiciones de hechos sucedidos y las leyendas que nacieron de estos hechos (como multiplicar los panes, andar sobre las aguas o calmar tempestades).
Pero lo más importante para nosotros es el significado de los milagros, y en este punto nos vamos a remitir una vez más a Ruiz de Galarreta: «Jesús cura ante todo porque es compasivo; porque le importa el sufrimiento de la gente. Sus acciones muestran su corazón, y a través de él vemos “los sentimientos de Dios”. Será un aspecto fundamental de nuestra fe: conocer el amor de Dios en el corazón de Jesús».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
Fuente Fe Adulta
Comentarios recientes