Con el debido respeto, señor arzobispo
A don José Cobo Cano, nuevo arzobispo de Madrid
Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).
ECLESALIA, 26/06/23.- Señor arzobispo, me congratulo de verdad y le felicito por su nombramiento como nuevo responsable máximo de la iglesia de Madrid. No voy a desearle los mayores éxitos, porque sería ofensivo para usted, dado que en las cosas de Dios y de la Iglesia «solo a Él se le debe todo honor y toda gloria».
A mi entender, creo que ha sido un acierto por parte del Papa Francisco nombrarle pastor de la Iglesia matritense. Su trayectoria pastoral hasta el momento, según escriben de usted quienes lo conocen de verdad, es la mejor garantía de ello. He venido leyendo y escuchando todo lo que se ha venido escribiendo y diciendo hasta ahora de usted, a través de los diferentes medios de comunicación, desde el primer momento de su nombramiento, que ha sido mucho, es verdad, y, todo hay que decir, no es para menos. Desde todo ello me ha parecido intuir que su nombramiento ha sido muy bien acogido en general y ha generado muchísimas esperanzas en sus diocesanos. También en mí, a pesar de no serlo.
Dicho esto, le pido disculpas de antemano, si con ello le puedo llegar a molestar, quisiera manifestar mi disconformidad con una de las afirmaciones que usted hizo en la entrevista de la cadena SER dirigida por el periodista Aimar Bretos el día 15 de junio.
Cito textualmente: «¿Usted casaría a los gais?» (Aimar Bretos). «No» (señor arzobispo). Es verdad que después usted intentó dar una explicación a su «no», pero debo decirle que, no solo no fue capaz de aclararlo, sino que lo puso más oscuro. Al menos para mí, no puedo hablar por nadie más. Es verdad que, a lo mejor, el problema lo tengo yo, por mi falta de fe o mi fe demasiado escuálida.
Y no digamos ya sobre el símil que usted hizo, cuando el propio periodista le preguntó «¿Celebraría una eucaristía para celebrar ante Dios el amor de esos dos gais católicos?». «No», respondió usted de manera rotunda. Para añadir a continuación: «Es como si usted me preguntara: ¿celebraría una misa con Coca-Cola?». Perdóneme, pero debo decirle que huelgan comentarios a su respuesta que considero, como mínimo, un tanto desafortunada.
Me puede contestar usted que, en la negativa a celebrar un sacramento de matrimonio de gais, no hace otra cosa que seguir la doctrina de la Iglesia y del propio Papa Francisco. Me parece bien y creo, además, que ha de ser así. Permítame, sin embargo, que, a mí que soy un perfecto analfabeto en Derecho Canónico, le diga que dicha aquiescencia con el mencionado código me chirríe, en contraposición a la paz y el gozo que me trasmiten palabras como las del apóstol Juan cuando me recuerda que “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1Ju 4,16b). Sea como fuere, quiero decirle que esto se lo digo a usted de la misma manera que se lo diría también al Papa Francisco, si tuviera ocasión de hacerlo.
Quiero decirle que, en el momento en que el periodista le hizo la pregunta sobre el matrimonio de los gais y dio usted su respuesta, me vinieron de inmediato a la mente dos realidades concretas. Por un lado, el pasaje de la unción de David como rey (1Sam, 16, 7): «Cuando llegaron, Samuel se fijó en Eliab y pensó: ¡Seguramente este es el ungido del Señor! Pero el Señor le dijo a Samuel: No juzgues por su apariencia o por su estatura, porque yo lo he rechazado. El Señor no ve las cosas de la manera en que tú las ves. La gente juzga por las apariencias, pero el Señor mira el corazón».
No sé, señor arzobispo: a lo mejor estoy extrapolando el texto bíblico. Pero, qué quiere que le diga, a mí este texto me ha cuestionado muchas veces y continúa cuestionándome ahora.
Por el otro, el hecho de no pensar en los gais de manera genérica, sino de manera concreta y cercana. Me han venido a la mente parejas cristianas, amigas mías, que se quieren con locura, que se aman con el amor que Dios infundió un día en sus corazones y que procuran colaborar cuanto pueden con los grupos cristianos o comunidades con quienes y en donde celebran su fe. Parejas que, deseando ardientemente celebrar su amor a través del sacramento del matrimonio, no entienden las razones que les aduce la Iglesia para negárselo, lo cual no es óbice para que acaten obedientemente la disciplina de esta en dicha materia, a pesar del profundo dolor que les llega a producir.
¿Quiere que le diga lo que me vino a la memoria, cuando usted dijo que el sacramento del matrimonio cristiano es para celebrar la ratificación del amor entre un hombre y una mujer? Pues la afirmación teológica que de manera insistente nos repetía el profesor de sacramentos, cuando un servidor estudiaba teología: «Sacramenta propter homines«. Sabe usted, mejor que yo, lo que esto significa. Supongo que dicho axioma se refiere a todos los sacramentos, también al del matrimonio, supongo.
Quiero acabar este breve escrito para usted, aún a sabiendas de que lo más probable es que no llegue nunca a sus manos, con la promesa de rezar por usted. Aunque, y no es falsa humildad por mi parte, pues creo conocerme muy bien, mi oración es demasiado pobre y, a lo mejor también, poco confiada.
Rece usted también por mí. Pero rece sobre todo por todos los hombres y mujeres, para que nos esforcemos por erradicar de nuestras mentes, y sobre todo de nuestros corazones, tantos prejuicios que no hacen más que enfrentarnos e impedirnos vivir como hermanos.
Que el buen Dios, padre-madre, le ayude y le asista con su Espíritu en todo momento. Que santa María de la Almudena, la buena madre, le cobije siempre bajo su manto.
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