El Señor.
Lc 24, 13-35
«Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel»
El seguimiento de Jesús había quedado hecho añicos, y el relato de los dos de Emaús es un excelente testimonio de la desbandada que se produjo tras su muerte. Habían creído en él como el futuro libertador de Israel; como el restaurador de la estirpe de David, pero su fe había muerto al pié de la cruz: «Creíamos que era éste… pero han pasado dos días…». Todo había terminado y era hora de volver a la rutina diaria.
Peor lo tuvieron sus discípulos más cercanos; los que le habían acompañado desde el principio convirtiéndose en sus amigos. En la cena de despedida habían quedado confusos y desconcertados por las palabras y los signos de Jesús. Ya en Getsemaní, huyeron despavoridos cuando un pelotón de guardias y criados lo prendió. Llegados en su huida al cenáculo, se atrancaron por miedo a los judíos, y allí permanecieron angustiados por la suerte de su maestro y posiblemente avergonzados de su cobardía. Pedro tuvo un arranque de valor, pero cuando se vio en peligro negó conocerle.
Al miedo y a la vergüenza se unieron las dudas. La cruz demostraba que Dios no estaba con él, sino con los sacerdotes que lo habían vencido, y esa evidencia tuvo que haber supuesto un golpe brutal para su fe.
Probablemente permanecieron encerrados en Jerusalén hasta que finalizó la Pascua, y probablemente también, salieron de Jerusalén mezclados con los peregrinos que volvían a sus lugares de origen tras su celebración. Mateo nos habla de una cita en Galilea, y Juan sitúa allí al núcleo más íntimo del grupo, que había retomado las ocupaciones previas a la increíble aventura que acababan de vivir.
Todo parecía haber acabado, pero el Espíritu se cruzó en sus vidas haciendo resucitar la fe en el crucificado. Pero ya no era la fe en el mesías davídico que ellos habían albergado en el pasado, sino la fe en “Jesús Señor”; tan cercano a la divinidad que no eran capaces de ponerse de acuerdo para formularla. Para Pedro, «Dios estaba con él», pero Juan se atrevió a mucho más, y en el prólogo de su evangelio dejó plasmada su nueva fe de manera explícita: «La Palabra era Dios».
No sabemos cuál pudo haber sido la experiencia que provocó este salto trascendental en su fe y les movió a creer en él, no ya como un enviado, sino como “El Señor”. Lo que sí sabemos es que provocó un vuelco radical en sus vidas. Porque un tiempo después de haber salido de Jerusalén aterrorizados por miedo a las autoridades, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en angustiosas dudas de fe, aquellos hombres se presentaron de nuevo en el Templo afirmando, y empeñando su vida en ello, que lo habían visto vivo después de su muerte:
«Varones israelitas —es Pedro quien les habla— escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales, fue entregado y muerto en la cruz por vosotros por medio de hombres sin Ley. Pero Dios lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella; y nosotros somos testigos de ello».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Fuente Fe Adulta
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