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Sábado Santo: El tema no es morir, sino dar vida a la muerte

Sábado, 8 de abril de 2023

stazione_01Del blog de Xabier Pikaza:

Bajó a los Infiernos, ascendió a la Iglesia

El jueves era el amor, el viernes la muerte, el Sábado es el silencio creador que viene tras la muerte. La novedad del hombre no es morir, también los animales mueren, sino el morir por asesinato. La novedad no es morir, sino morir para encender la llama de la vida quedando en la memoria viva de los hombres y así resucitando, más allá del túnel, más allá del puro dolmen de piedra (imagen 1 y 2).

Este Sábado,día de luto oficial de la Iglesia, día sin liturgia, día que parece  contrario al Dios de la creación, que culminó en un sábado su obra (cf. Gen 2, 1-4) está lleno de Dios transformador, que está vivo en la terapia del llanto. Como dice el credo más antiguo de la Iglesia, Jesús bajó a los infiernos del odio y del fracaso… Pero sus amigos  entendieron, hicieron luto y creyeron, esperando la resurrección.

Una tradición, que viene de de antiguo, dice que Jesús resucitó al tercer día…, esto es, el día en que la muerte queda ya fijada para siempre. Pues bien, esos tres días (tarde del viernes, sábado entero, madrugada del domingo), que en realidad no fueron más que un día largo de luto y de muerte, de bajada al infierno, son el tiempo de luto y nacimiento de la Iglesia.

Esta es la tarea del sábado del Cristo Muerto, todo el Sábado judío, la eternidad de Dios, para el nacimiento de la Iglesia. Desde ese fondo surge la reflexión que sigue.

 Principio. Testigo de Dios en la muerte

dolmen sorginetxe 2Fue ajusticiado por rebelde y su condena (fuera o no legal en perspectiva moderna), responde a la justicia de los romanos, que le acusaron y condenaron por “rey de los judíos”. No se puede probar que esa condena fuera una arbitrariedad o capricho de un mal gobernador, sino exigencia de la política romana.

Jesús fue condenado a muerte por un tribunal militar [2].Roma era un poder “tolerante”, pero debía mantener “su” paz amenazada, de un modo especial en Jerusalén, en aquellos días peligrosos de pascua (cf. Mc 14, 2). La posible inocencia de Jesús resultaba secundaria, frente al orden del imperio que había pactado con los sacerdotes judíos.

Frente a un Dios Orden, que defiende el sistema imperial, había elevado Jesús la visión y programa del Dios Libertad (del Éxodo y los profetas). No quería un simple cambio en el sistema, para mejorar el poder, sino la transformación del poder o, quizá mejor, su negación, para que así se revelara la gracia de Dios y de su Reino en la vida de los hombres.

Profundización. Conflicto con el Dios del templo

icona-quadripartita-con-cristo-crocifissoMurió a un tiro de piedra del Templo, que había sido construido para que los justos no murieran. Pero murió precisamente porque el templo antiguo avalaba y necesitaba su muerte para  mantener su poder sagrado. Por mantener su mensaje a favor de los pequeños y expulsados (sin imperio ni templo),  fue condenado, de manera que su muerte no fue casualidad, sino resultado de la lógica propia de los imperios y templos [3].

–Sus adversarios creían mucho en Dios, pero en línea de ley, de imperio y de templo de un Dios que define y distingue a los hombre entre buenos (elegidos) y malos (culpables). Ellos eran los buenos, Jesús el malo; por eso le mataron.

–En nombre del Dios de las víctimas del mundo, Jesús había invitado al Reino a los proscritos y manchados según ley, declarando inútil (esto es, superado) el orden sacrificial/legal del templo.

  No fue una disputa sobre leyes especiales (como las de Hillel y Shammai), sobre ritos y calendarios (como en el caso de los esenios), dentro del conjunto “legal” del judaísmo eterno.

 – Al convocar para el Reino a los excluidos, impuros y pecadores, Jesús se enfrentó con un tipo de justos y puros(cf. Mc 2, 17; Lc 15, 4-10; Mt 7, 36-47), que defendían su ley, para así mostrarse dignos de la elección de Dios; Jesús en cambio ofrecía solidaridad mesiánica y promesa de reino, a los expulsados de la alianza. Otros reforzaban la buena ley, separándose de los impuros; pero Jesús la extendió a los de fuera (enfermos, hambrientos), enfrentándose a los justos (superando así un tipo de ley nacional o imperial, judía o romana).

– Jesús supera así un de orden imperial, de ley militar y de templo, no por simple rechazo, sino subiendo de nivel en el camino de la revelación de Dios y de la transformación humana (buscando una fidelidad más honda a los principios del amor abierto, cercano, universal…. De esa forma, él defiende con su vida y obra una experiencia radicalmente judía, pero la universaliza, de forma mesiánica, abriéndola a los pobres y excluidos (judíos o no judíos) [4 y 5].(

Crucifixion-cristo-kJQD--510x349@abcAlgunos dijeron que Jesús murió llamando a Elías, para que se vengara de sus enemigos.Pero no llamó a Elías, sino a Dios… al Dios que tras haberle enviado como mensajero de su Reino parecía abandonarle [6].

– El evangelio (anuncio mesiánico) era apuesta por la vida en contra de la muerte, un manifiesto de gratuidad contra el talión y la violencia (que es el Dios de Caín: Gen 4), una declaración a favor del Dios del Cantar de los Cantares y del Siervo de Yahvé, en la línea de la teología más universal y generosa del AT.

– Desde ese fondo ha de entenderse el grito de Jesús llamando a Dios, diciéndole por un lado ¿por qué me has abandonado? y sabiendo, por otro, que Dios estaba presente en su abandono. Su muerte fue un  grito  al Dios escondido en el velo de la muerte, al Dios de las ovejas perdidas, de todos los expulsados y sacrificados en el altar de los grandes imperios y templos [7].

Él se lo había buscado; debía saber que le matarían… pues lo había buscado.

15Murió por haber cometido  con su vida un delito de muerte  contra la autoridad establecida, al buscar ante todo la curación y libertad de los enfermos, excluidos y posesos. Éste fue su gran pecado: Él no se opuso a un tipo de ley particular (como en las disputas entre diversos grupos de rabinos, recogidas en la Misná, entre el II‒III d.C.), sino a la “ley total del pueblo”, esto es, a su propia identidad, tal como la interpretaban en conjunto los rabinos.

Jesús debía saber a qué se exponía  a quedar sin memoria ni futuro al oponerse a unos escribas de ley que le acusaban por ser como era, por acompañar y ayudar a los expulsados del sistema social y religioso.  Jesús había optado por aquellos que no tienen derecho a la vida, enfermos, impuros y posesos, queriendo constituir (=crear) a partir de ellos el nuevo pueblo de Dios, y para que no pudiera existir ee pueblo le mataron [8].

 Jesús debía saber que su proyecto de Reino resultaba peligroso pues, con la excusa ideal de crear una comunidad para el Reino de Dios, él parecía romper la unidad real del judaísmo en Galilea.  Había otros grupos de judíos (esenios, saduceos, incluso celotas…), pero todos buscaban, cada uno a su manera, el establecimiento de la comunidad nacional, centrada en el templo. Jesús, en cambio, parecía buscar un judaísmo opuesto a los intereses de la unidad nacional centrada en la ley y el templo.  Evidentemente, era un hombre incómodo y provocador para el  establecido del mejor imperio (Roma) del mejor templo (Jerusalén)

 No era un hombre cómodo (Mt 12, 18-21; Mt 23).

  Como acabo de decir, otros grupos “judíos” se disputaban un tipo de poder sagrado dentro de un campo social y religioso (legal) establecido, apareciendo como pequeñas variantes dentro de un contexto social establecido. Jesús, en cambio, sube de nivel y su “denuncia” no se sitúa ya ante un simple cambio de detalle, sino que abre una alternativa radical en un mundo de imperios y templos [9].

 En un  sentido, Jesús fue un hombre cercano, amigo de publicanos y prostitutas, sanador de enfermos, liberador de endemoniados… Pero, al mismo tiempo, por hacer lo que hacía y anunciar lo que anunciaba,  tuvo que ser un profeta duro, enviado por Dios para anunciar el Reino y denunciar los pecados de su pueblo, con un tipo de acusación retórica intensa, que implicaba en el fondo la superación (destrucción) de un tipo de sistema religioso establecido.

No fue un místico de la intimidad y de la superación del deseo como Buda, ni un sabio pedagogo, ocupado de las verdades eternas, como Sócrates. Fue profeta de amor a los excluidos, y precisamente porque les amaba debió enfrentarse con los que promovían un tipo de Ley que en el fondo mantenía sometidos o excluidos a un tipo de enfermos, pobres e impuros. Ésta fue su paradoja: (a) Por un lado, él aparece como “manso” (acoge a todos los pecadores‒enfermos). (b) Por otro lado, él proclama su condena contra los defensores de un sistema de poder religioso, por encima de marginados y pobres.

Amor que significa una amenaza

 Jesús abrió un camino de amor y esperanza de Reino, como indica certeramente F. Josefo, al decir que “aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo tras su muerte” (cf. Ant 18, 64).  Pero otros se sintieron amenazadas por él (como el mismo Pablo), dispuestos a perseguirle (a impedir que siguiera extendiendo su proyecto) [11].

 No criticó a los «escribas y fariseos» desde el exterior, sino por dentro, porque formaban parte de su pueblo o de su iglesia. No les criticó por una interpretación particular de la ley (las interpretaciones eran muchas, como dirá la Misná), sino porque querían fundar su vida (y la de Israel) sobre una ley que deja fuera a los pobres, pecadores e impuros. No fue un reformador, sino un  provocador mesiánico [12].

Evidentemente, los provocados tenían razones para defenderse. Los sacerdotes podían decir que su oración y culto mantiene la unidad religiosa del pueblo y aplaca a Dios por los pecados, de manera que su templo y administración resulta necesaria. Los escribas y fariseos (no entramos ahora en el detalle de sus relaciones con Jesús) podían afirmar que su celo por la ley sostenía y sostiene la alianza del pueblo. También los poderosospolíticos podían afirmar que ellos mantienen el orden social del conjunto. Más aún, los mismos pobres de entonces y ahora pueden acusar a Jesús, porque no defiende su revolución, ni les lleva a tomar el poder.

Así actuaba Jesús como provocador universal, siendo, a la vez, el amante universal, desde el interior del judaísmo, ofreciendo amor y perdón sobre la ley a todos, pero, al mismo tiempo, quitando a cada uno su ventaja, de manera que al final todos quedaban sin seguridad, de forma que muchos podían sentirse tentados a responder con violencia a sus provocaciones. Este parece su secreto: quería a todos, pero no era hombre de un grupo, sino de la gracia que supera todos los grupos y partidos, de manera que nadie se podía e justificar por lo que tenía y/o hacía [13].

    Otros judíos de aquel tiempo elevaron sus condenas parciales, dentro de un equilibrio de poderes. Pues bien, desde su experiencia de gracia, Jesús pudo elevar y elevó su palabra de condena contra todos los que viviendo en un plano de ley criticaba o condenaban a los pobres, enfermos e impuros. La ley garantiza un tipo de orden, pero al servicio del sistema, defendiendo la estructura de este mundo. La gracia, en cambio, precisamente por ser gracia por encima de un sistema de ley y sacralidad organizada, eleva su «condena» desde fuera del sistema, diciendo a los hombres y mujeres que se cierran en la ley que corren el riesgo de matarse para siempre [14].

Atreverse a crear una vida con los sin vida, un camino con los sin camino

  Así pudo decir «no he venido a traer paz sino espada, una espada sin violencia imperial, por encima de todos los imperios» (Mt 10, 34). Ha traído la espada que divide y rompe los modelos de seguridad social de un mundo, que sigue sustentando la ley de los «buenos» grupos familiares. De esa manera, al superar la buena ley que sirve para defender los derechos de los grupos particulares del sistema, que se sostienen por la fuerza, Jesús viene a presentarse como el mayor de los provocadores, de manera que la ley tiene que perseguirle.

Así pudo decir que venía a crear un templo nuevo, para reunir a todos los hijos de Dios, por encima del templo legal de los buenos de Jerusalén.  Por su mensaje y opción a favor de los excluidos del sistema, que se expresó en su gesto provocador ante el templo (Mc 11, 15-18 par), Jesús rompió los esquemas y funcionamiento de la familia legal judía, para construir otra más cercana y más amplia, donde cupieran todos, de un modo gratuito, sin necesidad de templo externo.

Lógicamente, los representantes del «orden familiar» de ese templo tuvieron que expulsarle por ley de su espacio sagrado, condenándolo a muerte (pues un judío que rompía la estructura del templo era digno de muerte), como han puesto simbólicamente de relieve las elegías o «cantos de burla» de aquellos que iban y venían ante su cruz. Le condenaron algunos judíos, pero él murió como judío, como representante del verdadero Israel simbolizado por sus doce discípulos [17].

Un hombre como Jesús resulta inviable

Conforme a lo anterior, en un plano, la muerte Jesús ha sido consecuencia de la “ley” (romana y judía) , como dirá Pablo . No le matan ni persiguen los demonios, sino las autoridades del imperio, culminando una historia de rechazo contra Dios que había comenzado en Gen 2-3 (pecado de Adán-Eva) o en Gen 4 (asesinato de Abel; cf. Mt 23, 35 y Lc 11, 51), para expandirse en la lucha de los imperios de Daniel (asirios, babilonios, persas…) contra el pueblo de Dios.

La misma “dinámica” del mundo, entendida como ley que vincula a los soldados de Roma y a los sacerdotes de Jerusalén, se ha impuesto y cumplido en la muerte de Jesús; pero no le han matado ellos solos, sacerdotes y soldados, sino que le hemos matado todos, la humanidad en su conjunto.

Aquí se centra y culmina, en un sentido, la revelación de la Biblia: Los hombres han matado al Hijo de Dios, y lo han hecho en una línea anunciada de algún modo por el AT. Lógicamente, al interpretar la muerte de Jesús desde ese fondo, el NT tiene que insistir en un tipo de culpabilidad de los poderes judíos del templo, no porque sean “peores” que otros, sino porque en ellos se refleja de un modo más nítido la dialéctica de fidelidad y rechazo de toda la Biblia, tal como desemboca en el “asesinato universal” del Cristo, que ha muerto de algún modo por la culpa de todos los hombres, en una línea en la que los mismos cristianos vienen a presentarse como “asesinos” del Cristo, pues también ellos se descubren culpables del “pecado original” (universal) de la muerte del Mesías de Dios.

En esa línea, dentro del clima de controversia, el NT presenta momentos de dura acusación en contra de algunos líderes judíos (sobre todo sacerdotes, con un tipo de escribas y fariseos posteriores a Jesús), tanto en Pablo como (sobre todo) en Mateo. Pero esas no son acusaciones contra los judíos históricos, como pueblo concreto, sino contra todos los que siguen (seguimos) matando a Jesús  al imponer la fuerza de la muerte sobre los podres y enfermos, sobre los llamados impuros, sobre los extranjeros… 

 Jesús sigue muriendo porque la mata un imperio y un templo como el nuestro, en pleno siglo XXI.  Pero no muere para matarnos, sino para que tengamos vida, par que podamos resucitar y crear comunión de humanidad por encima de la muerte.

 NOTAS

[2] El Dios de Jesús, Padre universal que vincula en amor (mesa y casa compartida) a todos resultaba peligroso para Roma; su misms comunión en gratuidad (sin dominio militar) iba contra la “justicia” de la armas. En esa línea, desde un punto de vista imperial, los romanos tenían razón al condenarle. El mismo Flavio Josefo dirá más tarde “Dios había concedido su poder a Roma” (cf. Bell 6, 1). Cf. K. Wengst, Pax Romana and the Peace of Jesus Christ, SCM, London 1987.

[3] Por haber proclamado el Reino de Dios a los excluídos y pobres fue ejecutado. Si se hubiera defendido con armas, si hubiera respondido con violencia, hubiera muerto también (aunque de otra forma, en medio de la batalla “final”, de la que hablaba la profecía israelita), pero no hubiera el Hijo de aquel Padre que crea y recrea en amor todas las cosas. Los celotas judíos que se alzaron años más tarde contra Roma se situaban en el mismo nivel de violencia militar del Imperio. Jesús, en cambio, se movía en otro plano, pero fue considerado igualmente peligroso. Sólo en esa línea se puede hablar de la resurrección de Jesús. Cf. Ch. Duquoc, Jesús, hombre libre, Sígueme, Salamanca, 1975, 95.

[4] Jesús declaraba terminado de hecho, por revelación de Dios, el orden nacional de ley y templo, iniciando un camino de liberación universal, desde los enfermos y excluidos, un camino que Pilatos considera peligroso. El judaísmo legal y sacrificial del templo había pactado con Roma y constituía una “religio licita” o “legal” (como el Pentateuco ante los persas). Pues bien, el judaísmo mesiánico de Jesús iba en contra del imperio. Por eso, el Gobernador le condenó sin discusión, por oponerse al imperio y también (sin quizá advertirlo) a un tipo de interpretación del judaísmo como religión lícita.En esa línea, la condena de Jesús fue inevitable en un plano de ley (como ha visto Pablo, cf. Gal 3, 13).

[6] Condenado por el imperio del mundo, llamando a Dios desde el borde de la muerte, sin pedir venganza, Jesús ha revelado y realizado su gesto más alto de Reino. Si él no se hubiera arriesgado a morir, por fidelidad a Dios, sus bienaventuranzas y todo su programa de Reino hubiera sido un mero programa teórico.

[7] En un nivel Dios calla, dejando a Jesús sin respuesta, como a millones de torturados, muchedumbre infinita de aquellos que gritan desde el mundo, sin respuesta en esta tierra. Pero ese “silencio” de Dios nos permite escuchar su palabra más honda de vida y resurrección (cf. Ignacio de Antioquía, Ef 19, 1-3). Por eso, la pregunta de Jesús (¿por qué me has abandonado?) ha de entenderse desde su mensaje de Reino, en la línea de Job (cf. cap. 11), que había apelado al Dios oculto, más allá de la tradición y el orden establecido, que premian al fuerte y permiten (avalan) la injusticia. En un plano aún más hondo, Jesús también apela al Dios de su evangelio (¡Dios mío!), confiando en su poder sobre todas las violencias de la tierra. Pero Dios no le responde como a Job, desde el torbellino, juzgado a sus acusadores y dándole otra vez riquezas y mujer con siete hijos, sino que permanece en ese plano callando.

[8] Los escribas querían establecer su Ley sobre un pueblo ya constituido, y así lo defendían de los riesgos de disolución, insistiendo en la prioridad del pueblo como tal, no en los excluidos sociales (pobres, enfermos, impuros…). Jesús, en cambio, quería iniciar un proceso “instituyente” de Reino, precisamente a partir de los excluidos (como en el principio de la historia de Israel). Pero un proceso instituyente como ese resulta peligroso para un pueblo sacral bien establecido, como era el judío de aquel tiempo.

[9] Buda ofrecía un anuncio de liberación que, implícitamente, expresaba una condena para aquellos que seguían sometidos al poder de sus deseos. Sin embargo, por bondad y compasión universal, no quiso provocarles. Lógicamente, ellos le dejaron vivir tranquilo hasta que murió (se dice) por una indigestión. Sócrates tampoco quiso provocar, sino educar. No fue duro ni violento. A pesar de eso, el tribunal democrático de Atenas le condenó a muerte, diciendo que pervertía a la juventud, poniendo en riesgo los intereses y tradiciones de la ciudad. Jesús no fue un iluminado como Buda, ni un pedagogo social como Sócrates, sino un profeta del Reino, que denunciaba la violencia del poder establecido. Por eso le mataron como a Sócrates. Cf. F. Mussner, Tratado sobre los judíos. Sígueme, Salamanca 1983, 237-259.

[10] Esas palabras forman parte de la crítica intrajudía, pues Jesús y sus primeros seguidores permanecían al interior del judaísmo y se sentían con derecho para rebelarse contra los legalistas de su pueblo. Por otra parte, en su forma originaria, ellas se dirigían sobre todo contra «escribas y fariseos cristianos», que formaban o podían formar parte de la iglesia. Además, es muy probable que, en su forma actual, ellas no fueran pronunciadas por Jesús, sino que reflejan una disputa posterior entre s grupos de judeo-cristianos (o judíos). Pero, provengan o no de Jesús, ellas han sido puestas en su boca por la Iglesia y responden a un elemento de su actuación como mensajero mesiánico del Reino, pues, para anunciar la gracia de Dios, él denuncia el «pecado» de aquellos que usurpan el nombre de Dios para imponerse. Cf. R. Hummel, Die Auseinandersetzung zwischen Kirche und Judentum im Matthäusevangelium, Kaiser, München 1966; J. Gnilka, Die Verstockung ísraels. Is 6, 6-10 in der Theologie der Synoptiker, Kösel, München 1961.

[12] Al decir «no juzguéis» (Mt 7, 1), Jesús se oponía a los que viven de juzgar, a un tipo de hombres (escribas, sacerdotes) que viven de juzgar a los demás. Su gesto de solidaridad hacia los pobres (expulsados, enfermos, marginados…) destruía las jerarquías y estructuras de un mundo que se creía capaz de imponer su razón a los demás. De esa forma, él provocaba a los de arriba, al criticar sus modelos de poder (cf. 10, 37-45); pero también a los de abajo, porque no promovía una rebelión violenta de los pobres, ni les armaba de espadas para así iniciar una batalla por la toma del poder.

[13] Un tipo de judaísmo corría el riesgo de interpretar a «Dios» en la línea de un templo y de unos sacerdotes al servicio de intereses particulares, un Dios‒ley que separa a buenos y malos, Dios de un sistema, que mantiene con violencia su poder. Pues bien, al revelarse como amor universal, el Dios de Jesús (que retoma un elemento esencial del AT) supera el plano de una ley que condena a los pobres y distintos.

Jesús aparece así como un judío radical que buscaba la trasformación del judaísmo, como habían hecho Isaías y Jeremías (cf. cap. 5‒6). En esa línea podemos afirmar que fue un provocador total, no un reformista que quiso cambiar algún detalle espacial, para que el sistema pudiera continuar. No pidió a los sacerdotes que mejoraran, para ser más fieles a su ministerio. No exigió que la interpretación o halaká de los escribas y/o fariseos fuera más justa, en un plano de ley. Tampoco juzgó a los administradores políticos y ricos para que fueran más honestos según ley… En contra de todo eso, él buscó una alternativa universal: no un pequeño cambio en el “sistema” religioso del judaísmo establecido, sino una superación de ese judaísmo, desde la raíz de la profecía originaria de Israel.

No condenó algunos aspectos concretos del sistema para luego mejorarlo, sino que quiso que el mismo sistema terminara (y con el sistema sus sacerdotes, escribas y ricos). En ese contexto se entienden las acusaciones de Mt 23, en un nivel que está más allá de la justicia de la ley y del poder del mundo

[14] La ley puede callar a veces, pasando de largo ante ciertos «pecados», como si nada sucediera. La gracia, en cambio, no puede, porque ella contempla a los hombres desde una profundidad mayor y quiere que ellos cambien; por eso, sin emplear violencia externa (¡no castiga físicamente, ni encarcela, ni mata…!), ella descorre ante los hombres el riesgo en que se encuentran. En ese aspecto, sin acudir a una violencia externa (militar, económica o social), Jesús viene a presentarse como el más violento y peligroso de todos los judíos, pues, al perdonar a todos, mostró el riesgo de condena en que caen aquellos que no perdonan.

[17] Los que pasaban decían: «¡Ay del que destruía el templo y en tres días lo reedificaba! Sálvate a ti mismo, bajando de la cruz». Se sintieron provocados (cf. Mc 11, 15-19) y responden: ¡Viva el templo, su enemigo muere! Los sacerdotes y escribas repetían: «A otros salvó, él no ha podido salvarse. ¡Es el Cristo, rey de Israel! Que descienda ahora de la cruz para que veamos y creamos» (Me 15, 29-32 par).

Los sacerdotes se creían guardianes de la salvación de los demás y vivían de su oficio religioso, según ley. Por eso rechazaron a Jesús. Ahora Jesús muere y ellos siguen manteniendo su ley sobre la muchedumbre. Sacerdotes y escribas se habían sentido provocados y ahora se alegran mientras Jesús muere. Su lamento funerario quiere ser un canto de victoria del templo-ley sobre la gracia del Reino. Sobre el templo como centro simbólico y social del judaísmo, cf. R. de Vaux, Instituciones del AT, Herder, Barcelona 1985; A. Edersheim, El templo: su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, Clie, Terrasa 1990.

[18] Lc 11, 37-54 contiene un conjunto de ayes bien estructurados: tres contra los fariseos (11, 42.43.44) y tres contra los escribas (11, 46.47.52). En el centro de los tres últimos se introduce el texto citado, que rompe la armonía del conjunto (la unidad de los seis ayes), pero responde perfectamente a la dinámica del texto. En la línea del asesinato de los profetas antiguos se entiende este dicho de la Sabiduría, que condena a los hijos de los asesinos antiguos que, dieiendo que se oponen al pecado de sus padres lo siguen cometiendo. Sobre el sentido simbólico de la sangre, en plano antropológico, cf. J. P. Roux, La sangre: mitos, símbolos y realidades, Ediciones 62, Barcelona 1990; F. Vattioni (ed.), Sangue e antropología biblica, Centro Sanguis Christi, Roma 1981

[19] Un judío no cristiano podría contestar distinguiendo dos tipos de profetas: los antiguos fueron buenos, por eso hay que honrarlos, haciéndoles sepulcros; pero estos profetas nuevos o cristianos son perversos, por eso deben ser juzgado y condenados. En contra de esa distinción han protestados los cristianos. Ellos insisten en la unidad de todos los asesinados, tanto antiguos (judíos) como nuevos (seguidores de Jesús), poniendo este oráculo en la boca de la Sabiduría de Dios, e interpretando así la concordancia scripturarum (unión de AT y NT) como concordantia martyrum (unión de los mártires y/o asesinados).

Mt 23, 34 ha puesto esta revelación de la Sabiduría de Dios en boca del Jesús pascual («por eso, yo os envío…»), vinculando el asesinato de los profetas antiguos con el de Jesús y el de los primeros cristianos, uniendo los ayes contra los escribas y contra los fariseos, en forma de gran lamento universal, contra los asesinos antiguos y moderno. Un tipo de cultura humana, con su hermosura y su orden, está edificada sobre bases de muerte, que sólo Jesús ha podido superar con su muerte, en gesto de gratuidad, al servicio de todos.

[20] Ante esa muerte de Jesús, así entendida, un judío no sabe más que un gentil, Caifás no es mejor que Pilato ni las leyes y ritos de Israel (y de un tipo de cristianismo posterior) son mejores que los ordenamientos militares de Roma. Este descubrimiento de la universalidad del pecado (de judíos y gentiles, incluídos los cristianos) tal como ha sido ratificado por Pablo en Rom 1‒3, trasforma la experiencia religiosa, de manera que los cristianos deben confesar: “Todos juntos le matamos (a Jesús), pero todos podemos recibía por (en) él la gracia del perdón y de la vida. Este es el gran pecado de la muerte de Jesús: Dios ha ofrecido a los hombres su gracia y perdón por en Cristo y los hombres preferido su muerte, al matarle. De esa forma hemos mostrado y realizado la unidad final del pecado, tal como había sido “anunciada” por Gen 3‒6, de manera que todos nos hallamos vinculados por un mismo crimen, entendido como asesinado universal del Hijo de Dios. Éste es el pecado central, que algunos llaman originario, siendo también el pecado final, centradao en el asesinato de Jesús, Hijo de Dios. Pero, como responderá todo el NT, en el fondo de ese pecado se revela una gracia más grande: El Amor de Dios en Cristo.

Allí donde los hombres han (=hemos) pecado de manera más intensa, llegando al límite de la destrucción (matando a Cristo), en inversión creadora que desborda todo lo que hacemos y sabemos, Dios ha querido revelamos a su Hijo, para iniciar con él y por él la nueva creación, como fuente de agua que «salta hasta la vida eterna» (cf. Jn 4, 14). Ésta es la paradoja central de Dios, que desborda (sobrepasa) el plano de los juicios y razones de este mundo. Precisamente aquí donde el pecado se vuelve dominante y parece destruirlo todo se revela la gracia más alta del amor de Dios en Cristo. Formamos parte de una historia centrada en un asesinato. Somos lo que somos (en línea cristiana) porque, en la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4, 4), unos soldados imperiales, en pacto con los sacerdotes del templo y en nombre de todos nosotros, mataron a Jesús, llevando hasta el final el derramamiento de todas las sangres. Así se ha revelado lo que somos (un pueblo de asesinos) y lo que es Dios: amor creador que nos ofrece nuevo nacimiento precisamente allí donde nosotros matamos a su Hijo, como he puesto de relieve en Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015.

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