6.4.23. Jueves Santo. Pascua del pan y del “vino”: La próxima copa en el Reino
Del blog de Xabier Pikaza:
Jesús celebró un día como hoy la antigua fiesta de pascua judía, pero con sentido nuevo
No la celebró el día oficial sino un día anterior, como despedida invitación a su nueva fiesta (la próxima copa en el reino)
Esta cena de Jesús fue y sigue siendo el principio de las celebraciones cristianas, como indicaré, insistiendo en sus rasgos: (a) la próxima copa será en el reino; (b) mientras tanto, hombres y mujeres formamos un cuerpo, carne y sangre de amor
En ese fondo ha destacado Juan el signo de Jesús, viña y Cordero, nuestra vinculación con todo el universo (Jn 1; Jn 6; Jn 19)
| X.Pikaza
INTRODUCCIÓN. NOTAS ESENCIALES
1. Jesús celebró su cena de despedida y comunión en un contexto pascual judío, pero transformado. Fue una fiesta “real,histórica”, pero y formulada de un modo litúrgico y eclesial por los primeros cristianos (1 Cor, Sinópticos)
2. Esta cena evocaba antiguos motivos hebreos:la liberación de Egipto, la fiesta del cordero… la comida de los primeros panes del año. Pero Jesús prescinde del cordero y se centra en dos signos “vegetarianos” de tipo universal: el pan de harina amasada, la copa de zumo vegetal.
3. El pan (artos, artúa) esun alimento amasado y “cocido” de semillas/frutos vegetales, que en oriente eran y son de cereal (trigo, cebada…), peropueden ser de cualquier semilla equivalente (arroz, maíz, soja…). Todo intento de limitarse a un pan de puro trigo es consecuencia de mal etnocentrismo y de mala traducción de los textos.
4. La copa es en principio de zumo de uva…, pero ninguno de los textos (Mc, Mt, Lc, 1 Cor)l o dice. Todos utilizan “poterion”, en el sentido de “copa” para beber. No dicen si el zumo está fermentado (si es mosto o vino), ni si ha de ser sólo de uva o de otro tipo de fruta o semilla (de manzana o pera, de granada, dátiles o naranjas etc.. . Limitarse al vino-vino (zumo de uva fermentado) va en contra del sentido universal del texto.
5. Comunión “sacerdotal”: haced esto en memoria de mí. Estas palabras u otras semejantes están supuesta en Mc y Mt, aunque sólo aparecenen Lc 22,19 y 1 Cor 11, 25, y se dirigen a todos los miembros de las comunidades cristianas, que así aparecen como comunidades “sacerdotales”, en el sentido especírico de Jesús. Ni Lucas ni Pablo (ni mucho menos Marcos y Mate olas restringen a los “doce apóstoles” y a sus sucesores obispos y presbíteros, por razones evidentes para cualquier lector del NT.
6. La iglesia posterior, en su praxis jurídica “oficial” solemne, ha restringido (limitado) esas palabras (con la presidencia eucarística) a un tipo de “ministros ordenados varones” (e incluso célibes). Pero esa limitación (que ha cumplido en un tiempo su servicio) va en contra de la amplitud del NT carece actualmente de sentido, de formas que debe devolverse a las comunidades su “autoridad y responsabilidad”l eucarística, como está viendo ya gran parte del “sensus fidelium” de la iglesia católica.
7. Fiesta del amor fraterno…De un modo u otro, celebrada con pan-trigo o pan-arroz…, con mosto o vino de uva o con bebida de patata, naranja o limón…, esta fiesta de la cena de Jesús es sacramento de amor fraterno, como seguiré mostrando. Esto es algo que sabían bien los escolásticos del siglo XIII , cuando distinguían y vinculaban el signo-sacramento de la misa y su res o esencia que era y sigue siendo el amor mutuo de los “creyentes”.
He desarrollado estos motivos en Fiesta del pan, fiesta del vino; Historia de Jesús; Comentario de Marcos y Comentario de Mateo
1. LA PROXIMA COPA EN REINO. LOGION DE LA DESPEDIDA (MC 14, 25 par).
Sintiéndose en peligro, sabiendo que su vida estaba amenazada, que sus amigos podían abandonarle y sus enemigos condenarle a muerte, Jesús quiso cenar con sus compañeros, ratificando su compromiso de alianza y promesa, como proclama este logion(Mc 14, 25) que no se limita a esperar pasivamente la llegada del Reino, sino que la provoca. Todo el mensaje anterior de Jesús en Galilea y su venida a Jerusalén, puede interpretarse a partir de estas palabras centrales/finales de su vida:
En verdad os digo, que ya no volveré a beber del fruto de la vidhasta el día en que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de Dios (Mc14, 25 par).
Por medio estas palabras y este gesto (compartir una copa de vino con sus discípulos),Jesús pide a Dios que llegue (que envíe) el Reino, prometiendo (asegurando) al mismo tiempo a sus compañeros (discípulos) que el Reino llega y que él (Jesús) entregará su vida hasta el finpara que llegue, en la línea de su oración: Padre, venga (envía) a nosotros el Reino.
Jesús está “representando” (culminando) su tarea mesiánica ante Dios y ante sus compañeros.Jesús no es profeta mesiánico a solas, separado de los otros, sino dirigente de una iglesia o grupo mesiánico (los Doce), con el que comparte su camino y proyecto de Reino.
Jesús no está a solas, no es un mesías separado, sino rodeado de un cuerpo de compañeros, que forman el germen de su iglesia. Por eso no se compromete él solo, frente a todos, sino con su grupo, formado no sólo por los Doce,sino también por mujeres y amigos que le han venido acompañando.
Jesús no conoce de antemano los detalles de su entrega de amor y de muerte, como un adivino (pues el conocimiento de posibles adivinos no es personal y verdadero, de carne y sangre, sino de imaginación). Sólo se conoce de verdad con cuerpo y alma, no sólo con el entendimiento, sino con la voluntad y la vida entera, con la carne y la sangre, en unión con una comunidad de vida. Ahora al fin, tras haber recorrido un largo camino con y por sus amigos/discípulos, en el momento de la gran prueba, Jesús les confía su identidad, el compromiso y sentido supremo de su vida.
No ha venido a luchar contra sacerdotes y legionarios romanos, sino a presentar ante unos y otros, su proyecto de reino, que culmina en un compromiso de abstinencia escatológica: no beber más vino, ni celebrar más fiestas hasta que llegue el Reino.
Éste es un compromiso de fidelidad en amor hasta la muerte, culminando su camino,ratificanso su opción de Reino, esto es, de vida comparida: En verdad os digo, que ya no volveré a beber del fruto de la vid … (Mc14, 25 par).
Por eso, al decir “no volveré” a beber con vosotros, Jesús está ratificando sucamino anterior de mesianismo. No ha sido un mesías aislado, no ha podido decir “yo soy hijo de Dios, pero vosotros no…”, sino que ha sido y sigue siendo hijo de Dios con aquellos con quieres comparte el mismo vino de fiesta, el mismo pan de vida. Al decir “no volveré ya más hasta…”, él está indicando que la comunión de vida y destino permanece, aunque puedan traicionarle…El próximo abandono de los doce y en particular el de algunos (Judas, Pedro) no destruirá la fidelidad divina de su compromiso.
Jesús está convencido de que su tiempo de mundo acaba, y así lo proclama, no con un signo de penitencia, un bautismo de muerte (un sacrificio), sino con una señal de fiesta y alegría. La renuncia (no beberé…) implica, según eso, una esperanza más alta. Jesús deja de beber vino porque ha cumplido su misión en la tierra y porque espera la llegada del Reino, que no será tiempo ni lugar de castigo, sino de fiesta, de vino de Reino (de fiestas pentecostales). Conforme al rito externo, Jesús está celebrando un rito pascual (de presencia de Dios y de liberación), pero no lo hace con el pan de pascua pascua, sino de vino de los tabernáculos o chozas que representan la culminación del tiempo del mundon [1].
Jesús ha ofrecido su mesa (pan y peces) a los marginados y pobres, a publicanos y multitudes. Ahora, en el momento final, asumiendo y recreando la más honda tradición israelita, él declara y proclama ante sus amigos que ha cumplido su tarea, ha recorrido su camino: sólo queda pendiente la respuesta de Dios, el vino del Reino. De esa forma pasa del “vino antiguo” de esta fiesta de despedida (que el ritual de la institución eucarística interpreta, como sangre de alianza: Mc 14, 23-24) al “vino nuevo” de la culminación mesiánica Todo lo que podía y debía hacer humanamente lo ha hecho. Por eso, en nombre de Dios les invita a tomar la próxima copa en el Reino [2].
3. EUCARISTÍA, COMUNIÓN DE REINO.
- El signo de la copa. Sólo vive de verdad quien da su vida por otros.
En su forma actual, el relato eucarístico [3]. consta de dos signos, uno de pan, otro de vino (cf. Mc 14, 22-24), que, al unirse, forman el mejor retrato de Jesús hombre de pan compartido y vino de Reino. El texto completo, ha sido elaborado litúrgicamente en el contexto de la despedida, según la doble tradición de Mc 14, 23-24/Mt 26, 26-30 y de 1 Cor 11, 23-25 y Lc 22, 15-20). En ese contexto sitúan los sinópticos y Pablo la institución “eucarística”, no como cena de pascua antigua sino como anticipo (anuncio y promesa) del banquete mesiánico, de manera que la misma copa de invitación (no beberé más… ) viene a interpretarse (ofrecerse y entenderse) como copa de alianza escatologica.
Tomo una copa, bebieron todos de ella, y les dijo:Esto es mi sangre de la alianza (Mc 14, 22 par).
No es copa de anuncio de lo que vendrá más tarde, sino de revelación de lo que está sucediendo, de lo que ha sido y es ahora su vida de fidelidad y servicio por el reino, no a solas (separado de los otros) , sino en comunión de vida con sus compañeros de Iglesia. Así lo entiende Jesús, así lo hace y lo dice, como he desarrollado en Marcos:
– Tomó una copa (potêrion), en signo de agradecimiento (eukharistía). Mientras un grupo de hombres y/o mujeres sean capaces de beber juntos una copa podrán vincularse a Dios, no están abandonados sobre un mundo adverso. El mismo vino, fruto de la tierra y del trabajo humano, es para ellos presencia de Dios, expresión del valor de la vida. Jesús no ofrece a sus compañeros una sesión de ayuno, hierbas amargas, en plano de sudores, sino el más gozoso, bello y exigente producto de su entorno, el vino, que, no siendo bebida ordinaria (los pobres no pueden tomarla cada día, como el pan), es signo de alegría y abundancia futura para todos. En ese contexto, Jesús quiere que sus discípulos puedan vivir en plenitud de gozo, empezando a beber ya en este mundo el vino prometido para el Reino (tema de fondo de Jn 2, bodas de Caná).
– Y bebieron todos de ella (de la copa),en gesto muy preciso de participación. Por un lado, se dice “todos”; por otro lado, se dice “de una misma copa” (ex autou), la de Jesús, por la que todos se vinculan, comprometiéndose a compartir su misma suerte, en alianza de vida, no como pacto social de intereses. Esta es copa de vida y de muerte; vivir para compartir una misma llamada de Dios, muriendo unos en (con) otros y todos en Cristo, resucitando de esa forma en el Reino. Teniendo eso en cuenta, en sentido estricto, las palabras interpretativas: «Ésta es la Sangre de mi alianza» (Marcos y Mateo) y «es la nueva Alianza en mi Sangre» (Pablo y Lucas), no eran necesarias, pues el gesto resulta suficiente: Jesús, mensajero perseguido del Reino de Dios, amenazado de muerte por sus adversarios, ofrece a sus amigos (y por ellos a todos), en signo de solidaridad y esperanza, una copa que simboliza su sangre (vida) entregada por el Reino; y ellos por su parte beben, comprometiéndose a nacer, vivir, morir y renacer en con/por Jesús, formando la iglesia de la humanidad mesiánica.
– Y les dijo: “Esto” es mi sangre, de la alianza (= ésta es la alianza de mi sangre). Para los israelitas, la sangre constituye el mayor de los tabúes, como presencia temporal de la vida eterna de Dios. Ellos pueden comer carne de animales, pero nunca su sangre «porque es la vida de la carne y os la he dado para uso del altar, para expiar por vuestras vidas, porque la sangre expía por la vida» (Lev 17, 10-12; cf. Gen 9, 4). El Dios bíblico se ha reservado la sangre, como signo de vida originaria, de manera que comer carne con su sangre o beber sangre constituye la mayor impureza (cf. Hech 15, 29). La sangre/vida no se “juega” (no se compra ni vende), simplemente se comparte, se regala, como, alianza de Dios.
De esa forma, manteniendo su experiencia de vida, Jesús ha ofrecido a los discípulos su sangre en el signo del vino, invitándoles a compartirla. Ellos lo han hecho, se han comprometido. Parece que la suerte está fijada: Todos vivirán, compartiendo el don del reino, dándose vida, muriendo unos por otros y en otros, abriendo con su muerte la puerta del Reino.Ya no se puede hablar de jerarquías separadas (unomayores, otros menores), sino de vida y resurrección de unos en otros [4].
El signo de la copa y la referencia a la “sangre” nos sitúa en el contexto de la despedida de Jesús, que promete a sus discípulos “compartir con ellos el vino del Reino”, a través de un pacto de sangre que ellos asumen y comparten. El texto dice que “todos/pantes” bebieron, sin excepción, con un pantes (cf. Mc 14, 23) de intensificación y unanimidad. En esa línea, Jesús entendió la copa de la despedida como signo de su entrega por el Reino, ofreciendo/regalando a todos su misma persona como sangre derramada, compartida, principio de comunicación mesiánica, partiendo de sus Doce discípulos, que empezaban siendo signo de las doce tribus de Israel.
Esta sangre de Jesús no es sangre “sacrificial” (de expiación por los pecados), pues el Dios de Jesús no necesita expiaciones, sino de perdón y comunión de vida, como dice el Padre Nuestro: Perdona nuestras deudas-pecados, como nosotros perdonamos a nuestros deudores. No es sangre para morir y terminar así del todo, sino para dar vida y empezardel todo, viviendo unos en otros, como en la alegoría de la vid (Jn 15) donde se dice que Jesús y todos los vinculados a él comparten una misma vida. Es una sangre/savia de vida polivalente, que puede y debe entenderse de diversas maneras. Estrictamente hablando, no hace falta morir externamente para dar la vida, pues la vida se da viviendo por los otros.
El signo del pan, comunión de iglesia.
En el contexto anterior se sitúan y entienden as palabras siguientes (equivalentes) sobre el pan:
Y tomando pan, bendiciendo, lo partió y se lo dio y dijo:Tomad, esto es mi cuerpo (Mc 14, 24)
Este signo retoma y actualiza el gesto de las multiplicaciones (Mc 6, 32- 44; 8, 1-9). Los discípulos no lo habían entendido (cf. 8, 21), y por, para superar su incomprensión, Jesús fue trazando Jesús su camino de entrega, desde Mc 8, 27-9, 1 hasta su palabra sobre el templo/higuera del judaísmo (cf. 11, 12-26), para culminar ahora en la cena:
− Tomando pan (arton). De los panes y peces del campo, que expresaban el gozo mesiánico del pueblo compartiendo la comida, pasamos al mismo Jesús que, dando el pan, se da a sí mismo, para crear de esa manera el cuerpo mesiánico. Entre las multiplicaciones (Mc 6. 35-44; 8,1-8) y la eucaristía se establece un camino de ida y vuelta: sólo se multiplica el pan de verdad allí donde el creyente entrega su vida por los otros, volviéndose comida y creando comunión/cuerpo con (para) ellos (como hace Jesús). El signo central de la pascua judía era el cordero sacrificado y compartido en familia de puros. La pascua cristiana se centra en el pan de la propia vida que Jesús ofrece a todos, ofreciéndose él mismo por ellos [5].
− Lo bendijo, lo partió y se lo dio. Al fondo de ese signo se halla el gesto de un padre de familia (o representante de grupo) que, presidiendo la mesa, pronuncia la oración y reparte el pan. Pero aquí Jesús no es padre de familia, sino amigo/mensajero mesiánico que viene a presentarse al fin como aquel que es, dando y compartiendo su vida con los otros(6, 41; 8, 6). Pero hay una diferencia. Jesús no es padre-patrono que ordena la vida de los otros, desde arriba, sino amigo/compañero (madre) que da su vida por ellos: Antes, en las multiplicaciones, Jesús daba un pan externo a discípulos para que ellos lo repartieran a la muchedumbre, en gesto de servicio. Ahora se ofrece él mismo, dándose así (dándoles su vida) como pan, para que ellos coman, formando con él una comunidad somática (un cuerpo), compartiendo su “carne/sangre”, tal como ha puesto de relieve Jn 6, 52-58.
−Y dijo: tomad. Ha desaparecido el cordero exterior como principio de unidad y comunión del pueblo y en su lugar aparece Jesús como pan de vida (y para la vida). Ya no realiza un signo de sacralidad exterior, como si el cordero fuera expresión y presencia de Dios, sino que el don de Dios (aquí no hay sacrificio ritual) se identifica con su misma vida compartida (como dirá en otro contexto Hebreos). La nueva sacralidad mesiánica es la vida de los hombres y mujeres, compartida en comunión, simbolizada en un pan (cuerpo regalado y compartido de Jesús), que novincula a los hombres y mujeres con palabras de doctrina, ni con ideales de pura esperanza, sino con el pan de su vida entregada y compartida, formando así “cuerpo”, humanidad mesiánica [6].
− Esto es mi cuerpo (sôma).Jesús personaliza la experiencia del pan de cada día y lo identifica con su propio cuerpo mesiánico (su iglesia). Gramaticalmente el sujeto puede ser la última palabra de la frase: «Mi cuerpo (=el cuerpo del Hijo del Hombre, el mi reino) es este pan que llevo en la mano y que os doy para que lo compartáis». La mujer del vaso de alabastro había perfumado (perfumará, como veremos) el cuerpo de Jesús para la sepultura, es decir, para la entrega hasta la muerte, en clave de anuncio de evangelio y experiencia pascual (Mc 14, 8) [7].
De esa forma, en proceso de fuerte identificación mesiánica, Jesús mismo aparece como principio y sentido (contenido y soporte personal) de su iglesia, entendida como experiencia y “espacio” de con-vivencia, resurrección de unos en otros. El signo del pan/carne (somos carne/alimento para los demás) y del pan/cuerpo, así entendido, constituye la verdad de Jesús, hecha comunión de iglesia, tal como culmina en la experiencia pascual, de forma que la resurrección de Jesús aparece como una eucaristía universalizada.
De esa manera, en el momento final de su entrega, Jesús ha podido identificarse con el pan que él ofrece incluso (¡especialmente!) a los que, en un sentido, van a traicionarle, pero que podrán volver a él porque esta palabra que Jesús les dice “esto es mi cuerpo” (=vosotros sois mi cuerpo), en vosotros vivo yo, vosotros vivís (viviréis) en mí, ha quedado en la memoria más honda de su vida[8].
NOTAS
3. Algunos han supuesto que, en principio, esta eucaristía de la cena era con vino, pero sin alusión a sangre, de manera que el mismo vino/banquete sería signo (promesa) del Reino, sin necesidad de evocar expresamente la muerte; sólo en un segundo momento algunos cristianos helenistas habrían convertido el vino en “sangre”, evocando la muerte de Jesús. Sin duda, el origen de la eucaristía puede precisarse desde distintas perspectivas, pero resulta claro que el recuerdo de la vida y muerte de Jesús se ha celebrado con el pan de cada día (multiplicaciones) y con el vino de la promesa del Reino. Por eso, la iglesia ha vinculado el pan con el vino, como se hacía en las comidas esenias de Qumrán y como Pablo ha destacado al poner en paralelo pan y vino, cuerpo y sangre de Cristo (1 Cor 10, 16).
[5] De la historia de su pueblo le ha llegado el pan, que ha estado siempre en el centro de sus gestos y mensaje (multiplicaciones, Padrenuestro, tentaciones…), pues él ha sido profeta del alimento compartido. Con el pan en la mano le hallamos ahora, completando el gesto de la mujer del vaso de alabastro (con perfume en mano). No necesita cordero pascual y tampoco se dice que tome ázimos “santos”, pues parece que la Última Cena no se celebró la vigilia de Pascua, sino la noche anterior, de manera que pudieron utilizarse panes normales. Sea como fuere, Jesús aparece, al fin de su vida, como mesías del pan (siendo él mismo el pan), compartiendo su vida con todos aquellos que acogen su mensaje. Este signo (partir y dar el pan) es anterior a las palabras de “institución”, y puede entenderse como gesto universal de bendición y fraternidad, vinculado a la multiplicación de los panes… (cf. Mc 6, 41; 8, 6).
[6] Jesús ofrece el pan de su vida y palabra, como ha puesto de relieve Jn 6, que, de un modo muy significativo, interpreta al final el cuerpo/sôma como carne/sarx, en una línea de encarnación radical, que ha de entenderse a partir de Jn 1, 13-14. No empieza exigiéndoles un tipo de pureza, no les separa del mundo, para que así puedan comer el puro pan de las comidas sagradas del pueblo elegido (en la línea de muchos grupos esenios, especialmente de Qumrán). No les pone ninguna obligación, sino que quieran acoger, recibir con gozo y libertad, el pan, para así vincularse en fraternidad (alianza) de reino.
[7] Jesús condensa y ofrece su cuerpo (vida y comunión mesiánica) en el pan que se parte (se entrega y comparte) a fin de que los suyos se vinculen a su vida, pues ella se ha vuelto principio de unidad para todos. Allí donde se asume y recorre el camino de Jesús se vencen, se rompen, las barreras que dividen a hombres y mujeres, puros e impuros, enfermos y sanos, judíos y gentiles; queda y se instituye la nueva humanidad eucarística, como “carne/pan” que cada uno entrega y comparte con los otros. Éste es el pan de la resurrección, que se anuncia aquí como vida que al darse re-vive, re-sucita en la vida de otros, pues la eucaristía es, anticipo y realidad de la resurrección.
[8] Algunos han entendido las palabras de Jesús (¡esto es mi sôma, mi cuerpo!) desde un ámbito sacral que más helenista que judío (en la línea del culto de los misterios), pero entendidas en la forma que aquí voy indicando son palabras israelitas y mesiánicas, entendidas de una forma universal, desde la experiencia de conjunto de la humanidad. Nos hemos acostumbrado a ellas, de manera que apenas nos causan extrañeza, porque las entendemos como formulación sacral separada de la vida concreta. Pero, al situarlas en el centro del camino anterior, descubriremos que ellas (¡este mi Cuerpo!), con el gesto que implican (partir y compartir el pan), son la culminación mesiánica (universal) del camino de Jesús, que ha “entregado”, que “ha dado” su vida/cuerpo por todos. La tradición de Marcos y Mateo no añade esa palabra (dado por vosotros), porque el signo resulta en sí claro. Jesús da su pan “a quienes lo aceptan”, es decir, en aquel contexto, “a vosotros”. Esas palabras añadidas por Pablo (por vosotros, to hyper hymôn) y Lucas (dado por vosotros, to hyper hymôn didomenon) expresan algo que estaba incluido en el signo más amplio del cuerpo ofrecido y comido, compartido y gozado, en el borde de la muerte, como pan que funda la amistad y convivencia humana.
Jesús no ha proclamado una verdad separada de su vida, no ha promulgado una de ley o principio religioso aislado, sino que él mismo ha venido a convertirse en cuerpo mesiánico universal, vida expandida, aceptada, compartida. Al decir tomad y comed, Jesús mismo (=dios) se define como alimento: No vive para aprovecharse de los otros y comerlos (haciendo que le sirvan), sino para ofrecer su vida (cuerpo) en forma de alimento, a fin de que otros sean y crezcan en su vida, desde la perspectiva de un Dios que no es Señor de ley que se impone desde arriba, sino cuerpo/alimento en el que vivimos, nos movemos y somos (Hch 17, 28).
Este Jesús no exige aquí obediencia, no impone su verdad, no se eleva sobre otros, sino que en gesto de solidaridad suprema se atreve a ofrecer a los hombres y mujeres su cuerpo, invitándoles a compartirlo. Estos ofrecimientos sólo pueden “entenderlo” (acogerlo) aquellos que interpretan el cuerpo mesiánico como humanidad dialogante, en gratuidad. El problema de fondo no es si Jesús ha podido decir o no decir estas palabras (¡esto es mi cuerpo!). Eso lo podía haber dicho cualquiera, cualquier enamorado… El tema son esas palabras, unidas a las del vino (esta es la sangre de mi alianza), respondan a todo el mensaje y camino de Jesús y lo ratifiquen, lo culminen y lo expresen, en apertura al conjunto de la humanidad. Son las palabras clave de la vida de unos a (por y para) otros, las palabras reales del amor originariamente humano (=mesiánico) que vincula a los hombres y mujeres en forma de resurrección, de carne y vida compartida. Estas palabras son el fundamento y sentido de la eucaristía. Todo lo que sigue en este libro está implícito en ellas.
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