Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos (Dom 19.2.23)
Del blog de Xabier Pikaza:
Éste evangelio (Mt 5, 38-48) es el la carta magna de la iglesia. Empecemos leyendo Quizá el simple texto sea suficiente.
Sigan pensando conmigo aquellos que tengan más preguntas: ¿Perdona Dios a sus enemigos? ¿Tendrá que cerrar por eso el infierno? ¿Seguirá siendo nuestro Dios si sólo le necesitamos para librarnos de la condena?
Y en otro plano, para cumplir este evangelio: ¿Deberán los soldados licenciarse, los jueces cerrar los juzgados,los ricos compartir sus riquezas y todos perdonarnos, abriendo un espacio de amor para amigos y enemigos? ¡Parece imposible! Y, sin embargo, eso es la iglesia. Todo lo demás es secundario Me dirás que es imposible. Te responderé con Mateo y Tertuliano: Es imposible, pero con la ayuda de Dios hay que hacerlo.
Aquí nos trae Jesús, aquí nos deja, con este evangelio: Quien ama al enemigo, ése es de Dios como Jesús. Quien no ama no es iglesia por muy de iglesia que se crea.
| X. Pikaza
Carta magna de la Iglesia
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente.” Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.”
No hay quizá palabras más hirientes ni más duras (no resistáis al mal, amad a vuestros enemigos), de manera que en general las invertimos: ¡resistid al mal, oponeos a vuestros enemigos! Así pedimos a Dios cada día, haciendo la señal de la Santa Cruz: de nuestros enemigos líbranos Señor!
En esa línea, Joachim Jeremías, en su Sermón de la Montaña (Palabras de Jesús, Madrid 1968), decía que estas palabras no pueden cumplirse, pero que están bien colocadas , para recordar que somos pecadores (y pedir perdón aDios)…, a no ser que las entendamos como “ética del ínterin” (A. Schweitzer), para decirlas solo en el trance final, cuando todo acaba, y no hay ya más tareas que cumplir en este mundo.
F. Nietzsche decía también que estas palabras no pueden cumplirse, que sólo las cumplió un Jesús, pero que le crucificaron por ello. La Iglesia posterior (sigue diciendo Nietzsche) no sólo no ha cumplido esas palabras, sino que las subvertido, haciendo lo contrario a lo que ellas dicen, proclamando de hecho el odio (o, quizá dicho, el resentimiento), contra los enemigos, por no atreverse a luchar abiertamente contra ellos.
Éste es un tema que se ha discutido en la iglesia desde dos perspectivas. (a) En la línea de, un clásico del judaísmo moderno(J. Klausner, Jesús de Nazaret,Barcelona 1974) afirmaba que unos mandamientos como éstos (no juzgar, amar al enemigo) son antinaturales, están bien como utopía, pero no pueden cumplirse en la vida pública, pues la justicia social exige que nos opongamos a los malos/males incluso con violencia, conforme a los principios de la guerra justa).
(b) En una lìnea distinta, otros defienden el valor de estas palabras, pero preguntando:¿Pueden compaginarse con la historia de violencia de una Iglesia que ha empleado su poder militar y judicial (con inquisiciones ad hoc) no sólo para “resistir al mal” (en contra de Jesús), sino para imponer la pretendida verdad del evangelio con violencia sobre el mundo? Dejo esas preguntas en el fondo para comentar directamente el texto en la línea de mi (Comentario de Mateo, VD, Estella 2017).
Sobre la ley antigua (ojo por ojo y diente por diente, 5, 38) se eleva una nueva revelación (profundización e inversión de esa ley), que se expresa en un principio general (no resistáis al mal/malo: 5, 39a), con tres aplicaciones socio-políticas (5, 39b-41: poner la otra mejilla, añadir la capa al que exige la túnica, acompañar dos millas en vez de una) y otra económica (5, 42: dale al que pide y presta al necesitado).
La ley regula el orden social, utilizando la violencia “legítima”.Más que ordinatio rationis (ordenamiento de razón) es ordinatio potentiae, regulación del poder. Ciertamente, consigue un orden, pero lo hace por la fuerza. Así actúa con poder, por un talión (ojo por ojo) que impone su control, pero teniendo que oponerse al mal de un modo violento, impidiendo que pueda propagarse de manera incontrolada.
La Ley no cree en la bondad, ni en que el hombre pueda superar la violencia a través de una gracia superior, sino que utiliza para ello otro tipo de violencia, para castigar de esa manera a los trasgresores. En contra de eso, la nueva revelación apodíctica de Jesús, cuando dice no os opongáis al mal (malo, ponêrô), supera ese principio de violencia desde un plano superior de gracia.
La primera obligación de la Ley era oponerse al malo (injusto), a fin de que los justos pudieran vivir tranquilos, elevando así una especie de cerca o valla en contra de los transgresores, para que los legales vivieran protegidos dentro de ella. Pues bien, Jesús ha querido derribar esa valla, abriendo un espacio de vida más allá de las leyes político-judiciales violentas, renunciando así al talión, es decir, al principio de resistencia violenta frente al ante el malo, sin la cual no puede darse justicia legal sobre la tierra.
En esa línea, superar unilateralmente la violencia significaría dejar que la sociedad humana se destruya, pues sin talión no hay justicia legal el mundo. Pero la iglesia o comunidad de Jesús se sitúa por encima de la ley (talión), creando un vacío social que sólo puede superarse por testimonio y camino de gracia. En ese nivel superior se sitúa la iglesia.
‒ El talión es unívoco y claro, como la ley: sabe distinguir entre inocentes y culpables; tiene lógica y la emplea, en equilibrio de juicio moralista. Puede admitir un tipo de utopía, pero mientras tanto defiende lo que existe. No quiere cambiar el mundo, sino mantener el orden de lo que hay, pues sólo Dios podrá cambiarlo, cuando él quiera. No transforma a las personas, sino que regula su conducta, manteniendo de esa forma lo que existe.
‒ Jesús abre para sus seguidores (para su iglesia) un camino de gratuidad, por encima de la Ley, para superarla, pues ha llegado el tiempo mesiánico del Reino, como ordenamiento de gracia (ordo gratiae). Jesús sabe que hombres que amenazan a otros con su violencia, pero no les responde con otra violencia, no les expulsa ni mata (como mala raíz que debe arrancarse de la tierra; cf. Mt 13, 28-29), sino que se eleva de plano, para transformarles con su testimonio de gracia.
Toda regula el orden social por la fuerza, utilizando para ello una “violencia legal”, conforme al talión (ojo por ojo) que se impone por la fuerza, oponiendo una violencia legal sobre la ilegal, para hacer así posible la vida, en un mundo amenazado de muerte. En esa línea, la iglesia de Jesús sería un “ordo violentiae” o, mejor dicho, un “ordo potestatis”, un ordenamiento de poder jerárquico, donde unos superiores (representantes de la ley) imponen su orden (orden) sobre los otros [1].
Pues bien, en contra (o, mejor dicho, por encima) de esa ley, al decir no resistáis al Mal, esto es, al Malo, Jesús, desborda los supuestos de una ley (israelita o no), cuya primera obligación es mantener el orden y oponerse al mal (al malo, injusto), con la fuerza, para que los justos puedan mantenerse, viviendo protegidos por la valla de la justicia. En un primer nivel, el talión de la justicia parece necesario: sabe distinguir entre inocentes y culpables; tiene lógica y la emplea al servicio de la ley (es decir, del orden de la fuerza, en la línea del mejor derecho “romano”, que muchos definen sin más como “derecho natural”, suponiendo que es anterior a la “justicia de la gracia”, tal como Jesús la ha formado y plasmado en su iglesia.
Gran parte de la iglesia posterior, desde el siglo IV en adelante, ha postulado y colocado en su base el “orden jurídico romano” que se identifica se identifica en el fondo con la de talión (ojo por ojo, diente por diente) Jesús ha querido superar en el Sermón de la Montaña. Pues bien, en contra de Jesús afirma que el mal no puede superarse con otro mal equivalente (pero justo), pues manteniéndonos en esa línea de equivalencia entre delito y castigo, plano de acción y reacción, seguimos manteniéndonos en un plano de violencia, dominados por el Malo, como supone el Padre-nuestro (Mt 6,13 ) al pedirnos que superemos ese plano de equilibro de violencia.
En contra de eso, Jesús ha pedido a los seguidores de su iglesia que superen ese plano de equivalencia ente acción y reacción, delito y castigo, situándonos en plano más alto de perdón activo, de creatividad de gracia, es decir, de perdón, de curación, de amor al enemigo. En esa línea se sitúa y entiende la meta-noia, cambio de pensamiento y obra que Jesús ha propuesto en Mt 4, 17 (cf. Mc 1, 14-15), como base de su evangelio, como esencia de su iglesia. Desde ese fondo podemos pasar a las aplicaciones del texto:
- Al que quiera llevarte a juicio y quitarte la túnica déjale también el manto (Mt 5, 40). En ese contexto, aquel que quiere quitarme la túnica no es un simple ladrón, sino un cumplidor de la justicia, que acude para ello al tribunal de justicia. Pues bien, quien pretenda seguir el principio de no-juicio y gratuidad de Jesús, debe renunciar a ese tipo de justicia, aunque, según ley, pudiera hacerlo, situando su respuesta en un plano más alto (provocativo, creador), de gratuidad (dar el mismo manto), por encima de los principios de la justicia establecida, en línea de misericordia activa. Conforme a este pasaje, si se asume el principio de la gratuidad, el creyente de Jesús debe superar la “razón” judicial (la justicia legal), situándose en un plano más alto, por encima de la competencia mutua y de la lucha del derecho (ley), para situarse en un nivel de gratuidad.
- A quien que te haga llevar la carga una milla, llévasela dos (5, 41).Los soldados del ejército de ocupación podían exigir a los civiles que les llevaran por un tramo (una milla) sus enseres. Esa exigencia suscitaba la protesta y rechazo de muchos, que se alzaban contra los soldados. Pues bien, subiendo de nivel, en una línea de gratuidad y no-violencia activa, el texto pide que ayudemos a los mismos soldados (¡invasores!), de una forma que resulta al menos paradójica. Entenderíamos mejor la resistencia no violenta: no atacamos a los invasores, pero rechazamos y evitamos toda relación con ellos. Pero este ejemplo parece exigir un tipo de un colaboracionismo, que muchos juzgarán peligroso: ¿Y si las armas que llevamos por dos millas se utilizan contra pobres inocentes? ¿Y si nuestro gesto les ayuda para conseguir una victoria injusta?
En esta línea de colaboración activa con los agresores, para bien, se sitúa nuestro texto, que ha de ser entendido en unión con el que sigue. Éste es el texto fundante de la “institución eclesial de Jesús, tanto por lo que dice como por lo que supone. Sólo desde el fondo de este pasaje puede hablarse de una iglesia universal “de gracia”, de una comunicación de vida entre los hombres, de una revelación plena de Dios, que el dogma posterior de la iglesia (concilios de Nicea y Calcedonia, años 325 y 451 d.C), ha entendido en forma cristológica, pero que debe entenderse y proclamarse ante todo en forma cristológica. En sentido estricto, lo que aquí se está diciendo no se refiere a Jesús (revelación personal, humana) de Dios sino a la comunidad eclesial, a la verdadera humanidad como revelación y encarnación humana (comunitaria) del amor gratuito y creador de Dios.
Repitamos el texto
Habéis oído que se dijo “amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”, pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, (Base teológica). para que seáis hijos de vuestro Padre celestial; porque El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, qué recompensa tenéis? No hacen también lo mismo los recaudadores de impuestos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, qué hacéis de más: ¿No hacen también lo mismo los gentiles? Sed pues perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 43-48). [2]
El texto es sorprendente por su forma de citar la ley antigua: «Habéis oído que se ha dicho amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo». Se ha venido diciendo que el segundo inciso (odiarás a tu enemigo) no aparece expresamente en ningún lugar del Antiguo Testamento, aunque sí el primero (amarás a tu prójimo: Lev 19, 18). Algunos han pensado que Jesús (o el redactor de Mt 5, 43) ha sido injusto al resumir así la ley antigua, pero esas palabras se encuentran en Qumrán (1QS I, 5.9-10).
Sea como fuere, Mateo no polemiza con la ley en cuanto tal (con la Escritura en sí), sino con una interpretación, a su juicio sesgada, de la tradición israelita. En esa línea, el problema no es saber la fuente de la cita de Jesús, ni su fidelidad formal respecto al AT o al conjunto de la tradición israelita. Lo que está en juego es el principio de la ley antigua como ley de grupo y el sentido de la nueva revelación que trasciende los límites de un grupo para abrirse de un modo universal. Por otra parte, el tema no puede entenderse como polémica con un tipo de judaísmo antiguo o contemporáneo de Jesús, sino más bien como expresión de una experiencia universal.
– Un tipo de ley, condensada en forma de amor-odio (bien-mal) divide a los hombres por razones familiares, nacionales, sociales, culturales, religiosas… Hay normas de juicio y según ellas los hombres deben distinguirse, en proceso de discernimiento que marca y define el lugar de cada uno en el conjunto. En esa línea, la misma ley del judaísmo instaura un sistema de dualidad, dividiendo a los hombres en buenos y malos, a diferencia de Dios que no se divide en bien y mal, sino que es simple y totalmente uno (cf. Dt 6, 6-8), abriendo un espacio de comunión en amor para todos.
‒ La revelación de Jesús ha superado ese nivel de separación de los hombres en buenos y malos, amigos y enemigos, haciéndoles capaces de amarse entre sí, superando así, desde un plano más alto, la oposición entre el bien y el mal. Conforme a una visión popularizada por A. Nygren, el amor de tipo eros sigue actuando en plano judicial, y así se ofrece a aquellos a quienes el “amante” piensa que son dignos de acogerlo (sus amigos). Pero Cristo ha revelado ya el amor-agape: ha ofrecido su vida por todos, superando así las divisiones ratificadas por una ley que separa a los malos y los buenos.
Entendido de esa forma, este pasaje aparece como principio supremo de interpretación cristiana (eclesial) de la Biblia. En esa línea, Mt 5, 43-45 ofrece un programa de vida que va incluso más allá de las afirmaciones del judaísmo helenista de Sab 5, 21-22 que defiende una justicia inmanente de Dios en el mundo en plano de talión. Este pasaje transciende incluso el nivel originario de Gen 2-3 (cf. Dt 30, 15), que pone al hombre ante un talión, que condena a muerte a los culpables, para situarnos en la línea de Gen 1, que presenta un mundo positivo y bueno para todos. Según eso, la novedad del cristianismo no es la encarnación de Dios en el hombre individual Jesús, sino su encarnación en la Iglesia (es decir, en la comunidad de amor gratuito entre los hombres y mujeres que siguen el camino de Jesús).
Este pasaje supera la visión judicial de un cristianismo conforme al cual Dios ha de juzgar a buenos y malos, separando al fin a unos de otros, para siempre, conforme a un interpretación judicial (no evangélica) de Mt 25, 31-46. Jesús no ha venido para separar al fin a unos de otros (a los buenos de los malos), creando así dos comunidades finales, la de los benditos (salvados de Dios Padre) y la de los malditos (condenados al fuego eterno. Como seguiremos indicando, esa visión judicial de la iglesia de Jesús, con separación final de salvador y condenados (formando dos iglesias antitéticas) ha sido superada por el mismo evangelio de Mateo y por la experiencia pascual de la iglesia, como seguiremos indicando.
Mt 5, 45 ha desplegado un programa de gratuidad universal, situándonos ante el origen y final bueno de la creación, ante un Dios que es amor abierto a todos, no talión (premiar a los buenos, castigar a los malos), superando así todo dualismo escatológico o teológico. En esa línea, Jesús no polemiza contra la Escritura en sí (donde no se manda odiar al enemigo), sino contra una interpretación sesgada de ella, que se extendía en algunos círculos judíos, y que así aparece en Qumrán. Pero el problema de fondo de este texto no es de tipo filológico, sino de experiencia y compromiso evangélico, en la línea de la conversión o cambio de mente y vida que Jesús había proclamado en 5, 17.
Jesús se sitúa de esa forma frente a una revelación “dual” (binaria) de Dios: odiar a unos, amar a otros, salvar a unos (los benditos de Mt 25, 41-46) y condenar a otros (a los malditos de ese texto). En el principio de su evangelio, Mt 5, 43-48 nos sitúa ante la posibilidad de un amor universal de los hombres (una iglesia que no ama a unos y condena a otros), que responde y encarna el na tierra el amor universal de Dios, superando así la división entre malditos y benditos, condenados y salvados, abriendo en el mismo mundo, por medio de la iglesia, un camino de bendición y salvación de todos.
En ese sentido, este evangelio (Mt 5, 43-48) es la “carta magna” de la iglesia cristiana. Frente a la “iglesia antigua” del amor a uno y odio a otros, Jesús ha establecido la palabra y camino de amor universal a otros, diciendo, con su autoridad de reino, la palabra clave: Pero yo os digo “amad a vuestros enemigos”, revelando en esta palabra la más alta identidad de Dios, que no odia a los enemigos (no puede condenarles), sino que les ofrece todo su amor, para que sean, para que viva, para que se salven, para que resuciten.
Esa respuesta de Jesús (¡pero yo os digo!) rompe ese fatalismo previo de la división de un Dios que ama a unos y odia a otros, que salva a unos, pero condena a otros. Subiendo de nivel y situándose en el plano más alto del “no juzguéis” (Mt 7, 1-6), rompiendo así un tipo de simetría o mimetismo que consiste en depender de una realidad externa. Jesús no responde en su conducta (amar a unos, odiar a otros) de la condición externa de los hombres y mujeres, sino que ama a todos gratuitamente, abriendo un camino de salvación para todos, evidentemente, de formas distintas, conforme al lugar en que estuviere cada uno.
Sólo porque Dios ama a todos (amigos y enemigos), Jesús puede decir y dice a sus seguidores amad a vuestros enemigos…Enemigos son aquellos que se sitúan fuera de nuestro círculo de amor (o, mejor dicho, de nuestros intereses) y podrían aprovecharse de nosotros. Por eso, conforme a la palabra de Jesús, el amor que debemos ofrecerles no es respuesta al amor que recibimos (o esperamos recibir) de ellos, sino expresión de gratuidad: deseo de que vivan, sean y se expandan en amor y bendición No se trata aquí de un gesto sentimental, de tipo intimista, sino de amor radical, en el sentido de “hacer el bien”, de cuidar y acompañar a los demás, para que sean, para que vivan, en gratuidad creadora.
Evidentemente, Jesús nos pide aquí precisamente lo anormal (supra-normal): Que roguemos Dios por los enemigos, para que cese la lógica ordinaria del talión, para que se supere el nivel de la ley (¡a cada uno según sus méritos!) y se introduzca sobre el mundo una nueva lógica de gratuidad, abierta precisamente hacia aquellos que parecían ser contrarios a nosotros, dignos de ser castigados.
Pues bien, quien ora así por los enemigos descubre un nuevo rostro de Dios, que está por encima de esa oposición entre bien y mal, entre premio y castigo (salvar a los buenos, condenar a los malos), poniendo así a los hombres ante el rostro del amor universal de Dios, que crea a todos y se encarna en el mundo de todos, no para que unos se salven y otros se condenen, sino para que todos alcanzar en amor, en camino de futuro, la plenitud de la vida.
Así sigue diciendo Jesús: Para que seáis hijos de vuestro Padre que ofrece a todos la luz del sol y el agua(5, 45). Esta visión de Dios no puede demostrarse de un modo “judicial” (en una línea de ley), porque toda prueba de ley cae nos dentro del talión, dentro de la lógica binaria de bien y mal, de salvación y condena. No puede probarse, pero puede y debe razonarse en clave de revelación: quien obre en gratuidad sabrá que todo es gracia y que Dios es Padre que comprende por con-naturalidad a sus hijos los hombres, sabiendo que la vida no es “ley”, sino amor entrañable, en la línea de las cuatro palabras básicas de Ex 34, 6-7: rehem, amor entrañable; hannun, amor gratuito; hesed, fidelidad; ‘emet-emunah, firmeza, en el sentido de verdad.
Esta no es una demostración racional de la existencia o acción Dios, en una línea cósmica (Aristóteles), racional (Descartes) o moral (Kant) sino una revelación superior del Dios que es gratuidad, que no existe porque le necesitemos, sino porque es amor universal, es gracia y promesa de vida. Sed pues perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (5, 48). Ciertamente, Jesús sabe que en un plano hay justos e injustos, buenos y malos, como dice expresamente el texto, evocando en un primer momento un tipo de escisión judicial que nosotros hemos introducido en nuestra vida. Pero al añadir que Dios envía su lluvia sobre todos y al pedir que amemos a todos, él se niega a aceptar esa división y a tomarla como definitivo y de esa forma nos lleva hasta el principio de subida, en amor universal. Aquí nos trae Jesús, aquí nos acompaña, quedándose con nosotros, para que nosotros seamos con él y como él. Quien ama al enemigo, ése es Dios como Jesús. Amar al enemigo, eso es la esencia de la Iglesia.
Desde aquí se entiende el ser y tarea de la iglesia, como signo y presencia de la paternidad misericordiosa y universal de Dios, más allá de un sistema de poder, quesuele mantenerse en un nivel de equivalencia judicial: amar a los que nos aman, favorecer a quienes nos favorecen, desembocando de esa forma en la opresión de los pobres y excluidos. La “contemplación” del Dios de Jesús nos sitúa, en cambio, ante el abismo creador de la misericordia de Dios, que mira a los hombres creándoles en amor universal, abierto a todos.
Un tipo de justicia particular de talión (amar al amigo, odiar al enemigo) suscita un círculo de amigos interesados, vinculados por la ley del egoísmo compartido, ojo por ojo, diente por diente; amar a los que me aman, rechazar a los que me hacen mal o no me sirven. La ley de este mundo sanciona el egoísmo de grupo, en clave de equivalencia comercial (do ut des) y expulsa fuera a quienes la quebrantan.
En contra de esa ley de talión, Jesús instituye y promueve un movimiento “divino” de gracia en la vida de los hombres, y así lo expone en (lo despliega) en forma de iglesia, esto es, de comunión de amor, entendido como ampliación comunitaria de la encarnación ha tendido a presentar a a Jesús de un modo individual, como si él hubiera sido un “héroe” superior, un individuo especial, sobre los otros. Ciertamente, Jesús tiene unos rasgos especiales, de tal forma que se ha podido decir y se sigue diciendo que Dios se ha encarnado de un modo individual, en su persona aislado, como si él fuera un tipo de emperador más alto, como un Kyrios o Señor supremo, varón de varones, encarnación heroica de Dios por ser más más alto, más fuerte, más justo, más poderoso que los otros.
Una interpretación de ese tipo va en contra de todo el evangelio. Jesús es presencia de Dios, Dios encarnado, en amor abierto a los demás, en comunión de vida con varones y mujeres, con niños y mayores, y especialmente con pobres y rechazados sociales. Ellos forman su comunidad su iglesia, en ellos se ha encarnado de Dios, por obra del Espíritu Santo, como sabe toda la tradición cristiana. Éste es un tema que no podemos desarrollar ahora (ni en este libro) con la amplitud que ello requiere, pero está presente en todo lo que sigue.
Historia de Jesús, una historia con iglesia
Jesús no puede entenderse como encarnación individual (heroica) de Dios, como si él sólo fuera “hijo de Dios” (grande y perfecto) y todos los demás fueran pequeños, pecadores, dependientes. Al contrario, Jesús viene mostrándose como hijo de Dios en un mundo de hijos, no por encima de ellos, sino con ellos…, no como un señor que primero lo hace él todo por sí mismo y después, sólo después, concede alguno de sus dones a los hombres y mujeres de la iglesia. Al contrario, él aparece desde el principio con otros, desde el río Jordán con Juan Bautiza, desde el mar de Galilea con los cuatro primeros pescadores, con las mujeres del final (bajo la cruz y ante la tumba vacía).
Mirada así, la historia de Jesús es desde el principio una “historia con iglesia”, una historia en comunión con hombres y mujeres que le incitan, les escucha, le responden, interactúan con él… La historia de Jesús no empieza siendo su historia individual, sino una historia marcada con todo su contexto, con su familia de Nazaret, con sus compañeros de trabajo y vida (los arrestados dependientes de Galilea”), con los pobres, los enfermos, los posesos, los marginados y niños de Galilea. Su mesianismo ha sido desde el principio un mesianismo comunitario. Él no ha sido hijo de Dios y salvador a solas, sino hijo de Dios con los pobres y expulsados del mundo, en comunión de amor, como seguiré indicando.
No ha sido hijo de Dios para estar por encima de los otros, siempre por encima, siempre triunfador, sino porque ha sabido escuchar y a respondido, porque ha sabido acoger y ha acogido. Así podemos llamarle mesías de un Dios comunitario, mesías en comunidad con un pueblo, unas gentes, que le han enseñado y acogido, que han sido en él y por él (y él en ellos) como seguiré indicando.
Notas
[1] Esta es la visión que ha establecido J. M. Ramírez, De Ordine. Placita quaedam thomistica,BAT, Salamanca 1963.
[2] Visión general en J.. P. Meier, Law and History in Matthew’s Gospel, AnBib 71, Roma 1976, 157-161. De un modo quizá exagerado pero certero, Joseph Klausner, Jesús de Nararet, Buenos Aires 1971, ha insistido en el hecho de que, abandonando sus principios israelitas, la iglesia cristiana ha tenido que apelar (en sentido jurídico-social) al derecho imperial por encima (en contra) de la palabra de Jesús en Mateo, cf. T. W. Manson, The Sayinys of Jesus, SCM. London 1971, 159, 160; H.-T. Wrege, Überlieferungsgeschichte der Bergpredigt, WUNT 9, Tübingen 1968, 75-82. Entre los judíos, además de Klausner, cf. B. H. Levy, El testamento de Dios, El Cid, Buenos Aires 1980, 221-300. La expresiòn “amar a los amigos y odiar a los enemigos” apaece en el fondo de la Regla de la Comunidad de Qumran: “Para amar todo lo que (Dios) escoge y odiar todo lo que él rechaza… para amar a todos los hijos de la luz… y odiar a todos los hijos d
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