Adviento, motivación a un mundo diferente.
Isaías nos invita a soñar. Los sueños, si no son fantasías ociosas, nos jalonan a vivir otros tiempos, otros nichos posibles. Podemos preñar nuestra espera de mundos que nos llamen desde un horizonte cercano y seductor.
Sigamos a Isaías:
El desierto y el yermo se regocijarán,
se alegrarán el páramo y la estepa,
florecerá como flor de narciso,
se alegrará con gozo y alegría…
Fortalezcan las manos débiles,
robustezcan las rodillas vacilantes,
digan a los cobardes de corazón:
sean fuertes, no teman.
Miren a su Dios que viene en persona…
Se despegarán los ojos del ciego,
los oídos del sordo se abrirán,
saltará como un ciervo el cojo,
la lengua del mudo cantará.
Adviento, tiempo para prepararnos para ello, tiempo para entrenarnos en cómo lograrlo, en cómo poner nuestras manos al servicio de un nuevo amanecer para nuestro alrededor inmediato y también para la humanidad entera.
Construir esa luz es animar con nuestra palabra y nuestro hacer, a quienes nos rodean, para trabajar por la vida en círculos concéntricos cada día más amplios; es animar a que emprendamos el camino de relaciones nuevas más hermanas… es animar a dar cobijo a aquellos que no tienen, a dar calor a quienes tienen frío, a dar apoyo a quien camina mal.
Pasan los días y las costumbres culturales -desarrolladas en los últimos tiempos- llaman al acelere y al desgaste de recorrer ciudades en trancones, en muertes, en violencias, en agresiones múltiples… Que nuestro adviento amaine las costumbres y nos llene de espera. Mirar al horizonte de manos enlazadas como las que sueña Isaías… y trabajar el hoy para levantar los cimientos de una ciudad distinta.
El niño de Belén es, en medio del frío y de la noche, la alteridad presente, la alteridad que llega, la alteridad que llama. Respondamos a ella y tejamos en torno la acogida. Que nuestros sueños llenen el espacio con luces de colores y sean la puerta de la preparación a nuestro aporte para un mañana equitativo de cuidado a los más vulnerables: a los y las necesitadas de comida y de amor.
Las escaleras se suben peldaño a peldaño; como los niños pequeños hay que aprender a hacerlo. Adviento tiempo para aprender, para grabar en nuestras pupilas el ansia de justicia, el deseo de un cielo luminoso, el camino hacia un paisaje armónico.
El camino a Belén es lento y escarpado, muchas veces desértico… acompasar los ritmos nos ayuda a llegar: tarde pero seguro. Adviento, tiempo de reposar en nuestros interiores y comprender qué senderos nos faltan, qué prácticas nos llaman, qué potencialidades guardamos y escondemos. Tiempo para vaciarnos y acoger las palabras de Jesús o de Gandhi, de María Magdalena o Hildegarda de Bingen… de todo los soñadores y soñadoras de la historia que nos han motivado a sembrar arco-iris en nuestras parcelas de vida.
La invitación es a moldear el barro de caminantes nuevos, de miradas que acompañen la búsqueda.
Carmiña Navia Velasco
Tercer domingo de adviento del 2022
Fuente Fe Adulta
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