8-8.12.2022. La Inmaculada Concepción de San José. Juan Pablo II, Francisco y Román Llamas (1924-2022).
Román Llamas OCD veneraba a San José como lo hacía Santa Teresa de Jesús, su “madre” no como acompañante subordinado de María, sino como su par (pareja) y esposo, no como simple padre “putativo” y custodio de Jesús, sino como padre real (hipostático: divino y humano), pues la verdadera esponsalidad no es relación genital en sentido externo, sinola con-vivencia de diálogo y vida; y la auténtica paternidad no es simplemente biológica en sentido también externo (de semen y ADN), sinoacogida, encuentro y cuidado personal, en servicio y gozo de amor, en despliegue de vida.
Introducción
La iglesia católica, en su intensa “deriva” teológica y vital, tuvo necesidad de “definir” el dogma de la Inmaculada Concepción de María, esposa de José y madre de Jesús (Pío IX, 1884). La iglesia católica actual (2023) tiene necesidad de situarse en forma cristiana ante el misterio de la vida, del varón y la mujer como inmaculados, llamados a la gracia del amor, esto es, del encuentro y despliegue gozoso, agradecido, fecundo de la vida.
La iglesia ortodoxa no tuvo necesidad de definir la inmaculada concepción de María, pues su visión de la santidad del ser humano (varón y especialmente mujer) se formulaba y vivía de otra forma. Tampoco las iglesias protestantes tuvieron necesidad definirla por su forma de entender la gracia de Dios y la justificación de los hombres, varones y mujeres, entre ellos María. Por el contrario, los católicos tuvieron (tuvimos) la necesidad de formular ese dogma por nuestra “fijación” en los temas del sexo y del pecado. Fue buena, fue necesaria la definición de este dogma que nos ha liberado de otros dogmatismos, miedos y condenas.
(Marc Chagall)
Pero este dogma de la Inmaculada concepción de María no ha sido todavía plenamente “recibido” (en todo dogma es necesaria la receptio), ni entendido en su amplitud, ni desarrollado. Han faltado y faltan todavía varios rasgos y experiencias:
No es posible hablar de una “inmaculada concepción” de María en claves de pura concepción genital-sexual. María no es inmaculada porque sus padres la concibieran de forma asexual, sino porque ella nace y crece desde el amor integral de sus padres. No es tampoco inmaculada porque elle no tuviera relaciones sexuales con su esposo o con otras personas (las tuviera o no es otro tema, que aquí no se plantea), sino porque sus “relaciones” fueron limpias (sin “mácula”), en amor integral (personal), en gratuidad de vida y de generación de vida, en Dios, es decir, entre los hombres (pues amor a Dios y a los otros son inseparables, según el evangelio).
No es posible hablar de María Inmaculada sin un “vis a vis” con José su esposo. Ciertamente, una mujer puede ser Inmaculada (llena de gracia) aunque su esposo sea un des-graciado (y hay ejemplos abundantes de ellos, y de lo contrario: de hombres inmaculados y mujeres desgraciada”). Este vis a vis de María y José ha sido cuidadosamente formulado por los evangelios de la infancia (Mt 1-2 y Lc 1-2).
Sin embargo, por razones que se explican pero no se justifican en modo alguno, la iglesia católica ha definido sólo la inmaculada de María, no la de José. En perspectiva evangélica (cristiana) la Inmaculada María es inseparable de José Inmaculado, en diálogo de amor, en compañía de Jesús, como ha sabido y sabe la tradición popular católica.
No es posible separar la inmaculada concepción (=despliegue vital, en plenitud de santidad) de María y José del camino “inmaculado” (de gracia y vida, de amor) de la nueva humanidad de Jesús, es decir, de nosotros, los cristianos. La tradición católica ha corrido el riesgo de definir, pintar y venerar una inmaculada de cielo, lo cual no está nada mal, pero ha sido y es peligrosísimo. La inmaculada no es una mujer de cielo (elevada sobre las nubes, en peana divina, con el diablo bajo sus pies…), sino una mujer de tierra-tierra, es decir, de humanidad concreta, de gracia y trabajo (=tri-palium, tres palos de tortura), de riesgo, en diálogo de búsqueda y prueba con otros, en este caso con José y Herodes, con “magos” y asesinos de Belén.
Muchas otras cosas se pueden decir de María Inmaculada, desde la perspectiva de la historia de Israel y de la humanidad: La inmaculada de las siete espadas o dolores, de los siete gozos (=llena de Gracia), del amor a/con José, de la cruz y de la pascua… como quise explicar en mi antiguo libro (Los orígenes de Jesús), sobre el que tuve que “dialogar” con el Cardenal A.M. Javierreel año 1984, en Roma, precisamente sobre este tema (¡cómo definir y entender la Inmaculada). Él había comprado y leído este libro, y le convencían muchas cosas, pero no veía ésta clara (cómo era María inmaculada, conforme a mi visión teológica, como podía ser inmaculada la Iglesia).
El tema de aquella conversación con Javierre en Roma/Vaticano sigue pendiente. Pero no es éste el momento de retomarla. Aquí me contento con retomar (evocar) la visión de José y María que ha desarrollado el P. Román Llamas, con los documentos pontificios que Juan Pablo II y Francisco han dedicado a la figura y presencia cristiana de José, esposo de María y padre de Jesús.
(tema parcial tomado de Diccionario de la Biblia. San José signo de Dios Padre).
JUAN PABLO II, REDEMPTORIS CUSTOS (1989), exhortación apostólicadel Sumo Pontífice sobre la figura y la misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia.
Es un trabajo “serio”, va en la buena línea, plantea temas y motivos principales de San José, muy dignos de tenerse en cuenta, pero dentro de una lectura bíblica “tradicional” (en el sentido restringido de la palabra) y de una visión de la iglesia aún más tradicional, en el sentido también estrecho de la palabra, encorsetada en una tradición más vinculada al pasado que al despliegue profético de los temas de la vida cristiana, en un momento de fuertes cambios de tipo personal y social que el Papa no advierto (no quiere o no puede advertir).
Es un “trabajo” necesario, una reflexión que hacía falta en la Iglesia, pero que ha de retraducirse en sentido fuerte, de vuelta a la tradición bíblica y de la actualidad y futuro de la iglesia. En esa línea nos parece poco afortunado el título: Redemptoris Custos, es decir, custodio o guardián del Redentor, como una especie de ángel custodio, de guardián, como si a Jesús le hiciera falta un tipo de policía para defenderle.
Cuando se publicó la exhortación, muchos pensaron que Juan Pablo II estaba presentándose a sí mismo al hablar de José; él se tomó como “custodio”, guardián del buen orden de la iglesia, más que como amigo que acompaña y deja en libertad a María para que ella sea, y para que sea Jesús, descubriendo en oración y compromiso que debe acompañarles, y se acompañado por ellos, en un camino de fidelidad de amor, en libertad.
No hay más custodia que la libertad y el amor, que la compañía cercana y el diálogo profundo, desde la perspectiva de un “hijo de David”, de un hombre al que Dios ha llamado para acompañar a María y a Jesús, compartiendo con ellos en intimidad la vida. Ciertamente, este José de Juan Pablo II emerge en su exhortación como “inmaculado”, pero inmaculado de ley más que de amor y vida concreta.
FRANCISCO, PATRIS CORDE (con corazón de Padre), carta apostólica con motivo del 150° aniversario de la declaración de san José como patrono de la iglesia universal (2020).
La novedad empieza estando en el título. San José no es “custodio” del Redentor, sino un hombre que tiene y vive (realiza su camino) con “corazón de Padre”, esto es, con corazón del Padre Dios y corazón de padre humano, al lado de María. No es custorio, sino padre de Jesús, al lado de María, su madre.
Este documentos está dedicado a San José, con motivo de los 150 años de su declaración como Patrono de la Iglesia (Pío IX: 08.12.1870). Las palabras de su título latino, pueden tener dos sentidos: José amó a Jesús con corazón humano de padre; o le amó con el mismo corazón de Dios que es padre. Ambos sentidos parecen y están vinculadas en la carta de Francisco, que presenta a José como signo paterno de Dios y modelo de paternidad humana, en un contexto de familia cristiana, entendida como espacio y presencia del Reino, a los cinco años de su Exhortación Amoris Laetitia, sobre la familia (19. 03 del 2016 y del 2021).
Desde ese fondo, como ha dicho el mismo Francisco, en su alocución del 27. 12. 2020,podemos y debemos pasar del año de la Palabra de Dios, 2020, dedicado al estudio de la Biblia, al nuevo año de la familia, a partir de San José (del 19.03.2021 al 08.12.2021), lo que nos lleva a entender a José desde la hondura de la familia humana, vis a vis con María, acogiendo, amando y eucando a Jesús como hijo suyo y de María, siendo hijo de Dios.
En José culmina el despliegue del Antiguo Testamento y se anuncia el tiempo ya definitivo del Reino de Dios. Ciertamente, esta Carta recoge y repite temas bien conocidos de la Biblia respecto de José (los mismos que cita JuanPablo II, pero lo hace en una línea nueva:
(1) Destaca la relación del esposo de María con el patriarca José, protector de sus hermanos en Egipto, y con el rey David, portador de las promesas mesiánicas.
(2) Insiste en la paternidad de José como amor de ternura creadora y no como imposición patriarcalista.
(3) Pone de relieve su capacidad de escucha y diálogo con Dios, en tiempos de dura opresión, impuesta por los poderes del mundo.
(4) Acentúa su forma de entender y acoger la presencia de Dios en los pobres y excluidos, tal como están representados en María, su esposa, a la que ama y con la que convive en libertad de amor, y en Jesús, su hijo.
(5) Presenta a José como un hombre probado y que asume los riesgos del mundo, trazando caminos de humanidad nueva y esperanza, desde el mismo exilio, con aquellos que carecen de seguridad y patria la tierra.
(6) También insiste en su trabajo, al servicio de la familia y de la vida, en comunión con todos trabajadores marginados de la tierra.
Esos seis rasgos definen la paternidad de Jesús en la iglesia y en el mundo (en línea de familia), culminando en el 7º, que es el más significativo: San José ha sido y sigue siendo un padre en la sombra, y de esa forma actúa de un modo eficaz y cariñoso, fuerte y delicado, desde el fondo de la vida de Dios, sin buscar ningún protagonismo individual, sino poniéndose al servicio de su mujer (María) y a su hijo (Jesús).
Padre en la sombra significa padre no patriarcalista, como María, que está a la sombre de Dios (Lc 1-26-26), estando el uno a la sombra y a la luz del otro, en respeto gozoso y activo. En esa línea define Francisco la castidad (limpieza más honda) de José, definiéndole como hombre de amor no posesivo ni dominador, en contra de un tipo “machismo” patriarcal, propio de varones que se creen sexo fuerte y dominante. En esa línea, José puede presentarse como varón y amigo, esposo y padre inmaculado:
“La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida” (Patris Corde 7).
Estas palabras centrales de la Carta de Francisco se aplican no sólo en los padres de familia, sino a los ministros de la iglesia, que sólo son “padres” cristianos renunciando a la paternidad patriarcal jerárquica (no al amor humano), para así aparecer y actuar como servidores amorosos (no dominadores ni dueños de los otros).
Lógicamente, esta Carta, dedicada a José (corazón paterno), termina con la afirmación clave de Jesús: «No llamen/llaméis “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9). Estas palabras forman la clave de la Carta de Francisco y de su programa de familia para el año 2021. Ellas definen también mi visión de José y de la familia del reino, como he desarrollado en Comentario a Mt 1, 18-25 (Evangelio de Mateo, Estella 2017).
P. ROMÁN LLAMAS, CARMELITA, DEVOTO Y TEÓLOGO DE SAN JOSÉ. EN LA LÍNEA DE SANTA TERESA
Román Llamas Martínez (1924-2022), carmelita descalzo, Licenciado en Teología (Universidad Pontificia de Salamanca) y en Biblia (Instituto Bíblico de Roma), fue profesor de Sagrada Escritura en diferentes centros teológicos. Nació en Valdevimbre (León) el 6 de abril de 1924; ha muerto en Valladolid, el 23.11.2022. Ha sido profesor, formador de hermanos y hermanas y promotor entusiasta de la devoción y el estudio de la figura de San José.
Tuve la gracia de compartir con él unos ejercicios espirituales (Segovia 2017), en los que pudimos conversar ampliamente sobre el testimonio y patrocinio de San José, hombre, esposo, padre inmaculado, culminación de la historia de Israel, principio, con María, de la vida y misión de la iglesia. Era hermano de mi amigo y colega Enrique Llamas, a quien ya me he referido en RD y FB, en el día de su fallecimiento. No puede recoger aquí su visión completa de San José. Me limito a transcribir la parte central de un trabajo que presentó el año 2013 un Congreso de México: (Imagen: con el P. José Vicente Rodríguez, al que dediqué un postal de RD y FB el día de su muerte: ).
San José en el orden hipostático
(Téngase en cuenta el estilo “barroco” del texto, escrito en clave de “ontología teológica descendente; tradúzcase en clave bíblica y antropológica actual. Queda así clara la Inmaculada Concepción y vida de San José=
El hecho de que en todos los misterios del Misterio de la Redención y salvación, San José juegue un papel indispensable, esencial y con su servicio imprescindible y necesario coopere al misterio de la Redención, es la prueba más clara de que San José pertenece al orden hipostático, un orden de gracia, de comunicación gratuita de Dios al hombre mediante la encarnación de su Palabra, de su Hijo en el seno de la Virgen María, desposada con José, comunicación de gracia que adquiere su culmen en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
Así lo afirman los teólogos que hablan de San José, especialmente a partir de Suárez. Este, comparando a San José con los apóstoles afirma: “Hay otros ministerios que se refieren al orden de la unión hipostática –que por sí es más perfecta, como dijimos al hablar de la dignidad de la Madre de Dios- y en este orden entiendo que fue instituido el ministerio de San José, estando en el grado ínfimo y en este sentido excede a todos los demás, como existiendo en orden superior.
El oficio del santo Patriarca no pertenece al nuevo Testamento, ni propiamente al antiguo, sino al autor de ambos y piedra angular que hizo de los dos uno”.
Y después de Suárez tantos autores que tocan este tema, como el P. Torres, jesuita, en su estupenda y voluminosa obra Vida de San José, un tomo en folio de más de 1000 páginas. Aduciendo pruebas de que San José es superior a San Juan Bautista, afirma que San José fue coadjutor y compañero perfectísimo en la fundación de la ley divina de la gracia realizada por Cristo; que pertenece al orden hipostático, que se funda en la santidad de Cristo hombre y Dios, en la hipóstasis o persona del Verbodivino y la gracia de la redención y salvación de la humanidad.
“En este orden hipostático está San José con Jesús y María (y cita las palabras de Suárez)…De suerte que la dignidad de San José, ni es del orden de los profetas, ni de los apóstoles, sino, como la dignidad de María, es del orden hipostático; haciendo María y José clase superior y aparte con Cristo, piedra angular; orden donde no llegaron los profetas y apóstoles, porque es otra clase y otra esfera superior a todas, y el menor excede a todos los que están en otros órdenes…, no hay justo en los otros órdenes, dice Suárez, a quien le concedan auxilios bastantes para tan insigne aumento de gracia con que pueda ascender al orden superior.
San José sí que tenía tal aumento de gracia que le hizo digno de ser colocado en ese orden supremo, como lo indica su nombre, que significa aumento del Señor: Joseph, filius acrescens, porque creció de suerte en la gracia del Señor que llegó a sentarse en el trono hipostático.
Y aunque en este orden hipostático es el menor, pero es el mayor respecto de los otros órdenes menores; porque, como dice el axioma filosófico: minimum maximi majus est maximo minimi, el máximo del mínimo es mayor que el máximo del mínimo.; esto es, el máximo santo del orden máximo de la unión hipostática es mayor que el máximo santo de las órdenes mínimas de la Iglesia y de la sinagoga”.
Uno de los autores que más ampliamente y calidamente exponen la singular grandeza y única de San José por su estrecha unión con Jesús y con María es Juan de Cartagena, de los frailes menores, coetáneo de Suárez. La expone repetidas veces. He aquí un texto:
”Ciertamente, si San Atanasio (según Graciano) contemplaba el portalito betlehemita como un templo sacratísimo, en el que el pesebre era el altar, el Niño Dios, vestido de carne humana, el santísimo Sacramento, el sacerdote José, los cantores los ángeles, el eterno Padre el obispo, María el trono y la sede episcopal, me será permitido contemplar aquella morada en la que Jesús, María y José habitaban no solo como casa de oración sino como una mansión celeste, pues si cielo viene de celar, porque aquella casita ocultaba las riquezas celestes, con razón se la puede llamar cielo que ocultaba el sumo misterio de la Encarnación y ocultaba la virginidad de los esposos.
Si la beatísima Trinidad mora en el cielo, en esta casita sacrosanta vive la Trinidad sacrosanta de Jesús, María y José, pues así habla el Canciller de París, Gersón: “Desearía que me saliesen las palabras para explicar un misterio tan alto y escondido desde los siglos, la tan adorable y digna de veneración Trinidad de Jesús, María y José”.
María se parece al Padre, al permaneciendo íntegra, concebir y engendrar en el tiempo a aquel que él había engendrado desde la eternidad, Jesús es la misma persona del Verbo divino, y José representa a la persona del Espíritu Santo porque , como este es el amor del Padre y del Hijo,, esposo de las almas, Paráclito y Consolador. Así el bienaventurado José, amando ardentísimamente a la Madre y a su Hijo, era esposo de la Virgen Madre de Dios y consuelo y gozo de aquella Sagrada Familia y, finalmente, si en la celeste morada de los bienaventurados todos los que viven en ella gozan de la visión clara de Dios, no de otra manera María y José continuamente se alegraban con la calara intuición de la humanidad de Cristo. Como quiera que San José, por esposo de María, tocó el grado perfectísimo de la vida activa y contemplativa, nadie mepuede tachar de audaz si le proclamó más perfectísimo que todos los santos (con excepción de la Virgen María)”.
“De cuanto he dicho deduzco una razón eficaz y muy adecuada a este argumento, porque el ministerio de San José, tanto por razón de esposo como de padre adoptivo de Cristo estuvo íntimamente unido a la misma persona de Cristo, hasta tal punto que se acerca a la dignidad sublimísima de la Madre de Dios, más que cualquier otra dignidad. Pues, aunque el ministerio del apostolado en el orden de la gracia `gratum facientis´ (por hablar en la jerga de los teólogos) tenga el puesto de suprema dignidad en la Iglesia, según la expresión de San Pablo:
A algunos puso Dios en su Iglesia, en primer lugar a los apóstoles (1Cor 12,38), sin embargo en el orden de la gracia de la unión hipostática, que en su género es mucho más perfecto que el anterior y en el que ocupa el primer lugar la humanidad de Cristo, unida inmediatamente a la persona del Verbo; el segundo la bienaventurada Virgen que engendró y dio a luz al Verbo vestido de carne; el tercero lo tiene el benditísimo José, a quien directamente se encomendó el cuidado especial de alimentar, nutrir, educar y proteger al Dios Hombre, lo que no fue encomendado a ningún otro, y quizás esto quiso significar San Mateo en el orden que conservó, cuando después de Jesús y María nombra en tercer lugar a San José, indicando con ello que, como en este nominación San José ocupa el tercer lugar, tenga el mismo en la gracia y santidad.
Con otra clase de argumentos, sin usar expresamente el término unión hipostática, afirma lo mismo, comparando a la Familia de Nazaret con la Trinidad del cielo. Y así como las tres personas intervienen indivisamente en el misterio de la Encarnación: el Padre enviando al Hijo, el Hijo asumiendo la naturaleza humana, el Espíritu Santo formándola en el. seno de la Virgen, “no de distinta manera en este fecundo matrimonio está esa sublime Trinidad ( cita las palabras del Canciller de París, Juan Gersón referidas más arriba): Jesús, Hijo de Dios se encarna, María concibe al Dios encarnado, José, su esposo, lo cela y hasta el tiempo predefinido oculta este secreto.
Hay que observar, además, en esta Trinidad de Jesús, María y José que, como dice Juan en su primera carta canónica, cp. 5 de la Santísima Trinidad: Tres son los que dan testimonio en el cielo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y los tres son uno, así tres son los testigos de la inmensa bondad de Dios en la tierra, los mayores sin excepción, Jesús, María y José, que por el vínculo de la caridad son uno, un corazón y un alma, y, como en la Trinidad celeste no se reconoce un acuarta persona consustancial con ella, así en esta Trinidad de Jesús, María y José no se admite ninguna igual a ellas”.
San José ministro de la salvación en la aplicación de los frutos de la Redención
Todos los miembros de la Iglesia están comprometidos en la realización del misterio de la redención y salvación. Todos son cooperadores con Cristo. Y en esta labor salvadora tienen que aprender y acudir a San José. Por eso, precisamente, Dios por medio del Papa Pío IX lo declaró Patrono de la Iglesia universalen tiempos tristísimos para ella
Es una protección que se extiende a todos los hombres y a cada uno de los miembros de la Iglesia. Y es una protección que no falla nunca. La enseñanza de santa Teresa desde su propia experiencia es singular, gratificante, gozosa y ejemplar por tratarse de la más grande evangelizadora que San José se escogió para propagar su amor y devoción en la Iglesia de Dios:
“Vi claro que así de esta necesidad (la gravísima enfermedad de la que le curó), como de otras mayores de honra y pérdidade alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad;a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre –siendo ayo- le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras personas a quien yo decía se encomendasen a él, también por experiencia; y así muchas que le son devotas de nuevo, experimentan esta verdad…No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día pido una cosa y siempre la veo cumplida. Si va lago torcida la petición, él la endereza para más bien mío”.
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