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Dom 4.12.22. Adviento 2: Galileo marginal y discípulo disidente de Juan Bautista

Domingo, 4 de diciembre de 2022

madaba-iglesia-mosaico-jericóDel blog de Xabier Pikaza:

Antes que tiempo de preparación para la Navidad de Jesús, el Adviento ha sido preparación de Jesús para su misión al servicio del Reino de Dios.

Hay en Adviento otros motivos y personas; Isaías profeta, José padre justo, María madre…). Pero la más significativos este domingo es Juan Bautista, a quien ayer (30.11) presenté como maestro de de Jesús y de Andrés. En esa línea sigue esta postal, que consta de dos partes. (1) Jesús galileo marginal. (2) Discípulo disidente del Bautista

Texto. Mt 3, 1-12 (sección):

Juan Decía: Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo… Tiene el el bieldo en la mano: aventará su parva, limpiará la era y quemará la paja en una hoguera que no se apaga (etc.).

 1. GALILEO MARGINAL

Había en aquel tiempo líderes (celosos) militares, aunque ninguno pudo compararse con David, desde la restauración fallida de Zorobabel, del 539 al 515 a. C. (cf. Ag 1, 1.12-14; 2, 2-4; Zac 4, 6-10). Entre ellos había dos “judas”:

– Judas Macabeo, caudillo de la revuelta sacerdotal y militar contraria a los intentos de helenización de los seléucidas de Siria, que quisieron imponer un tipo de cultura y religión helsnista, partiendo de Jerusalén, con la ayuda de algunos sacerdotes de la alta nobleza. El héroe Macabeo murió en el campo de batalla (el año 160 a.C.), pero su memoria siguió y sigue siendo venerada de formas distintas por el pueblo.

Judas Galileo, al que Gamaliel presenta junto a Teudas, como dirigente de un movimiento paralelo al de Jesús, un “celoso” que fracaso “porque Dios no lo apoyaba” (Hech 5, 37). Se alzó (quizá en un plano doctrinal más que militar), hacia el 6 d. C., tras la deposición de Arquelao (cuando Jesús era un muchacho), contra del censo que Quirino, gobernador de Siria, había impuesto sobre Judea y Samaría. Cf. F. Josefo Ant 18.1. 1-8 y en Bell 2.8.1.

  No sabemos cómo murió Judas Galileo. Sabemos, en cambio, que Judas Macabeo murió como un héroe de la resistencia, en defensa de su pueblo, mientras Jesús Galileo morirá más tarde como traidor oficial, condenado por las autoridades de Israel y Roma. Conforme a la visión de Judas Galileo, el adviento Reino de Dios era más que un proceso de liberación política, pues implicaba aspectos más hondos de trasformación social y personal más hondos, aunque de algún modo debían avalarse con las armas.

El adviento de Jesús Galileo puede compararse a los de Judas Macabeo y Judas Galileo, pero su método y sus fines son distintos, no por simple rechazo de la guerra, sino por su exigencia de transformación de la comunidad (iglesia) del Reino, desde los pobres y excluidos, en perdón, curación, gratuidad. sin guerra.

Había también en el contexto de Jesús esenios y fariseos, vinculados de algún modo a los hasidim del entorno de los macabeos. Entre los esenios destaca el Maestro de Justicia, figura central de la renovación israelita de la segunda mitad del siglo II a. C. Fue sacerdote, pero contrario a los sadoquitas (de la dinastía de Sadoc: cf. 2 Sam 8, 17; 1 Rey 1, 8; Ez 40, 46; 1 Cron 6, 8) que habían sido dominantes en la primera mitad del siglo II, hasta la muerte de Alcimo (159 a.C.) y también contrario a la nueva dinastía asmonea, que triunfó con Jonatán (hermano de Judas Macabeo) y con sus sucesores, tras el (152 a. C), de forma que vivió en un tipo de “exilio”.

Este Maestro de justicia era rigorista en su visión de la ley, apocalíptico en su forma de entender la historia. Esperaba una intervención fuerte de Dios, que renovaría el orden religioso de Israel y la estructura política y social de su territorio. Su nombre y figura se encuentra asociada al establecimiento de los esenios en Qumrán, con su afán de pureza: sólo ellos, los elegidos de la alianza, habrían entendido bien el tiempo de Dios y así esperaban en el desierto su llegada.

            Pudieron haberse dado contacto entre Qumrán y Juan Bautista y, en esa línea, podríamos hablar de un primer momento en que Jesús (discípulo de Juan) estaba cercano a los esenios. Pero cuando empezó a promover su movimiento de Reino en Galilea, Jesús rechazó el modelo sacral del Maestro de Justicia [1].

El movimiento de Qumrán podría ayudarnos para situar el mensaje de algunos grupos cristianos primitivos, como el de Santiago, en Jerusalén, pero la forma de entender las promesas de Dios y la visión de fondo del Maestro de Justicia y de Jesús, aún brotando de un mismo sustrato israelita, eran muy diferentes y reflejaban dos maneras de entender la identidad israelita.

 (1) El Maestro de justicia se interesaba por la limpieza moral y sacral de su comunidad, que debía separarse de otros grupos “manchados”, para expresar de manera elitista y “limpia” los principios de la Ley. (2) En contra de eso, Jesús ofrece el Reino de Dios a los pobres y expulsados del sistema sacral (a quienes Qumrán rechazaba): no quiere un grupo de puros, sino un movimiento de Reino.

Entre los (proto-fariseos) que nacieron también de los hasidim, igual que los esenios, en tiempos de la crisis macabea, destaca Hilel, maestro del judaísmo nacional posterior (rabínico), representado por la Misná (codificada hacia 200 d. C.). Fue algo anterior a Jesús (vivió entre el 30 a. C. y el 10 d. C.) y había venido de Babilonia a Judea. No era partidario de la guerra (contra los celotas); no buscaba una separación radical (de grupo y vida), como muchos esenios, sino una separación legal, en la línea de un judaísmo de pureza familiar y social, que pudiera vivirse en los poblados y ciudades de la tierra de Israel o de la diáspora y cultivarse de un modo abierto en las sinagogas, profundizando en el estudio y cumplimiento de la Ley Nacional (Tora, Pentateuco) en grupos de fieles, separados de la masa de los gentiles. [2]

Qué era. Entorno social: Marginado galileo

220px-Lower_Galilee_map-es.svgNació en una familia de carácter “religioso” y erudito de Galilea, en conexión con el judaísmo proto-rabínico de Judea, pero con los rasgos propios de un cultura campesina, retomando los ideales y caminos de justicia social de la tradición primitiva (más campesina que letrada) del Israel antiguo. Así parece mostrarlo la forma de vida y doctrina de Santiago, su hermano (hermano del Señor: Gal 1, 15-20; 1 Cor 9, 5-6), primer “obispo” de Jerusalén, a quien se atribuye una carta-circular escrita en su nombre sobre la ley universal del amor. La tradición iglesia antigua (avalada por Pablo y Hech 15, y por el mismo F. Josefo: Ant 20, 197-203), supone que Santiago no era un “inculto mesiánico”, sino un erudito, estudioso de la ley. Eso nos llevaría a pensar que Jesús nació en una familia donde, al menos, alguno de sus hermanos valoraba el estudio y cumplimiento de la Ley, en un sentido piadoso [3].

Educado en el trabajo: escuela campesina de vida. Ni Mateo ni Marcos suponen, en contra de Lucas, que Jesús subió al templo a los 12 para discutir con los letrados. Mt 2 afirma, simbólicamente, que José tuvo que llevarle escondido de Belén a Egipto, donde vivió en el exilio. Algunos exegetas de tipo esotérico añaden que allí pudo haber aprendido las artes ocultas de la religión y la magia sanadora, antes de volver a Nazaret (cf. Mt 2, 13-23). Pero el relato de la “huida a Egipto” es más teológico que histórico, un intento de relacionar a Jesús con Moisés, liberado de las aguas, que debió salir de Egipto para realizar su obra en Galilea y, más concretamente, en Nazaret (cf. Mt 2, 23).

Un dato más firme e importante para entender la vida de Jesús lo ofrece Marcos cuando le presenta como tekton o artesano, obrero no especializado que se ocupa, sobre todo, de labores relacionadas con la construcción: cantero, carpintero, trabajador de la madera o la piedra. Sus antepasados vinieron probablemente de Judea a Nazaret, en el tiempo de la conquista de Alejandro Janeo (en torno al 100 a. C.), como agricultores, recibiendo en propiedad unas tierras, que les vinculaban a la promesa y bendición de Dios, en la línea que indican los libros antiguos (especialmente Levítico y Josué). Pero él (o José su padre), como otros muchos, había perdido la tierra, volviéndose así campesino sin campo (y quizá obrero sin obra. [4]

– Marcos le llama “el tekton” (Mc 6, 3). Ésa es su escuela, ése es su oficio y carné de identidad: es un hombre que debe “vender” su trabajo, de forma que, para vivir, no se encuentra a merced de la “providencia de Dios” (lluvia) y de su propio esfuerzo (trabajo personal en el campo), sino que depende de la oferta y demanda de otros, en un mundo lleno de carencia y dureza. No es simplemente “tekton” (un carpintero/obrero como otros), sino “ho tekton”, con artículo definido: éste es su apodo o sobrenombre: el artesano al servicio de las tareas pendientes de su aldea o entorno. Antes de llamarse “el Cristo” (y para serlo), Jesús Galileo ha sido “tekton”, un/el obrero a merced de los demás, un hombre al que todos pueden llamar, para encargarle tareas, de las que él ha de vivir. Esa situación implica una “disonancia” fáctica muy fuerte: su forma de vida no responde a lo que Dios había “prometido” a su pueblo

– Mateo parece suavizar esa afirmación y le presenta como “el hijo del tekton” (Mt 13, 5). Ese cambio puede responder a un intento de “atenuar” la dureza de su estado laboral, pues no se le llama directamente “el tekton” (sino el hijo del tektonJosé), pero en realidad no la atenúa, sino que la refuerza y endurece. Jesús no es simplemente un “nuevo tekton”, alguien que acaba de empobrecer, por situaciones inmediatas de familia, sino que aparece como “el hijo de”,”: alguien que ha nacido en una familia que carecía ya de la seguridad económica que ofrece la propiedad de un campo, cultivado directamente, como signo de bendición de Dios. Cuando más tarde prometa a sus seguidores “el ciento por uno” en campos (agrous: Mc 10, 30 par), Jesús querrá invertir esa situación donde muchos hombres y mujeres como él no han tenido ni tienen un campo para mantener una familia [5].

 Jesús no es un artesano de ocasión (hombre con tierras propias, aunque, en ocasiones, realice otras labores), sino como “el tekton” sin trabajo propio, sin tierra ni hacienda familiar, obrero a lance, sin otro medio de subsistencia que aquello que otros quieran ofrecerle, en un mundo sin contratos ni salarios permanentes.

Éste es un dato negativo, pero en otro sentido puede ofrecer un aspecto positivo: Jesús ha sido capaz de trabajar al servicio de los demás, dentro de un duro mercado de oferta y demanda, conociendo así la dura realidad social de su entorno, desde la perspectiva de precariedad y pobreza de los campesinos que han sido expulsados de su tierra (o la han perdido9. Ésta ha sido su escuela, de forma que ha podido aprender en ella cosas que no suelen aprenderse en la escuela de los rabinos profesionales, ni en el templo de los sacerdotes [6].

4DA59430-5C76-4F3E-A19F-6612FA99AA1DTodo nos lleva a pensar que sus antepasados habían sido propietarios de tierras “prometidas” en Galilea (a partir de la reconquista asmonea, el 104 a. C.), pero, a través de una serie de cambios sociales, introducidos por la cultura greco-romana, que actuaba a través de la política urbanista y centralizadora de Herodes el Grande y de su hijo Antipas, a pesar de las leyes del Jubileo (cada familia recuperaba su cada siete septenarios su tierra: Lev 25), habían sido incapaces de mantener sus propiedades, no teniendo más más salida que hacerse obreros o mendigos para así sobrevivir.

 Desde ese fondo se entiende la situación del Jesús tekton, campesino sin campo, agricultor sin agro. En contra de las bendiciones de Israel y de las promesas mesiánicas, era un hombre sin importancia social: no formaba parte de los propietarios de tierras (en las que se expresa la bendición de Dios), ni heredero de una estirpe sacerdotal acomodada, como pudo ser Juan Bautista (cf. Lc 1) y como fue F. Josefo (según su Autobiografía). En ese sentido se le puede llamar un “marginal”, aunque es quizá mejor llamarle “marginado” [7].

Así aparece como artesano/obrero de la construcción, que puede haber servido en el mercado laboral del rey Antipas, en sus nuevas ciudades (Séforis, junto a Nazaret; Tiberíades, junto al lago de su nombre) o de otros propietarios agrícolas. Ciertamente, ha podido tener más movilidad que un campesino con tierras y más conocimiento que un propietario, pero ha carecido del poder y, sobre todo, de la seguridad que ofrece un campo propio, una herencia israelita.

El artesano carecía de la identidad que viene por la tierra que se transmite y hereda de padres a hijos, le faltaba el arraigo de la familia que se alza y se asegura en torno a la propiedad, de manera que podemos presentarle como un hombre sin raíces permanentes. Pero, en compensación, ha podido tener la oportunidad de conocer otros pueblos y gentes, logrando así una visión más concreta de las condiciones de vida del conjunto de la población, especialmente de los pobres. En ese fondo se sitúa la autoridad de Jesús, a quien veremos como profeta, creador de una nueva familia de hijos de Dios.

No fue un marginal que se retira y marcha, saliendo de los círculos sociales, como alguien que no tiene nada que aportar, un “idiota” que no sabe oponerse y decir “no” (como supuso F. Nietzsche, en un libro escrito precisamente “contra Jesús”: El Anticristo), un hombre que no ofrece nada positivo a las instituciones sociales que son base del eterno Israel (cf. J. Klausner, Jesús), sino que él se ha opuesto al mundo dominante de una forma mucho más radical y creadora.

No critica desde arriba, ni pide u ofrece una simple limosna, ni se limita a mejorar lo que ya existe, con unos pequeños retoques, sino que inicia un camino de transformación social y humana, precisamente desde aquellos que, como él, carecen de tierra y estabilidad económica. Ésta es su forma de “oponerse” al mundo dominante, la más honda que conozco, ésta es su autoridad [8].

Tiene la autoridad que le ha ofrecido la escuela del trabajo asalariado, como artesano dependiente, un trabajo al que él responde de forma creadora. En esa línea habían respondido, en otro tiempo, los hebreos oprimidos en Egipto (condenados a realizar duros trabajos a la fuerza), cuando salieron de Egipto y buscaron formas nueva de existencia en pobreza y libertad compartida. Algo semejante ha sucedido con Jesús: desde una situación social y laboral muy parecida, en las nuevas circunstancias de Galilea, desde la periferia del gran Imperio Romano, retomando las raíces religiosas de Israel, desarrollando un proyecto radical de Reino.

 Era marginado, pero no resentido (no defiende violencia reactiva en contra de los ricos), un marginado con un potencial inmenso de creatividad positiva. Desde ese fondo se entiende su respuesta ante los retos de su tiempo, la manera en que ha venido a situarse ante la realidad israelita, formulando (iniciando y recorriendo) un proyecto de juicio de Dios ante el Jordán, con Juan Bautista e iniciando después un camino de Reino (por sí mismo y con otros, en Galilea)[9].

Su escuela de Adviento ha sido el trabajo y la pobreza, no un trabajo  libre, propio personas que son dueñas de sus campos (y que deben defender su propiedad, contratando quizá a unos artesanos), sino el trabajo dependiente de millones de personas, que no tienen campo propio y que dependen de la oferta y contrato de otros. Jesús no ha sido un trabajador autosuficiente (dueño de su empresa o campo), sino “hetero-dependiente”, como los artesanos, parados, mendigos, que dependen de aquello que otros quieran (o no quieran) ofrecerles. Sólo desde esa situación se entiende su oferta de Reino [10].

Abrir una comunidad de vida en un mundo de opresiones.

El imaginario simbólico de Jesús lo forma una federación de agricultores, pastores (y pescadores del lago), compartiendo bienes y trabajos. Unos y otros, agricultores, pastores/pescadores, han de ser componentes básicos de una sociedad igualitaria (no mercantil, no imperial), formada por familias y clanes y hombres libres, sin supremacía ni dependencia de unos respecto de otros. Por eso, estrictamente hablando, según Jesús, no debería haber campesinos (sometidos) porque su sociedad ideal (en la línea de Lev 25: ley del jubileo), debería estar formada por agricultores/pastores que mantienen un mismo nivel económico, de producción, intercambio y consumo de bienes.

Pero, en un proceso que, en Galilea, ha culminado en tiempos de Jesús, una parte considerable de los “agricultores independientes” no pudieron mantener su independencia, la autonomía de su vida y trabajo, de manera que tuvieron que ponerse (les han puesto) al servicio de una estructura política y comercial, centrada en las ciudades (que forman parte de un reino o imperio más grande: el de Roma). En general, los agricultores perdieron la independencia de sus tierras y vinieron a quedar “controlados” por mercaderes (comerciantes), pues la mayoría de sus tierras han pasado a ser propiedad de esos los comerciantes o de otros  terratenientes ricos, vinculados a los gobernantes, militares  y religiosos En el tiempo de Jesús, la mayoría de los hombres del campo se han vuelto campesinosdependientes,  artesanos sin trabajo fijo o simplemente pobres de la tierra, enfermos, marginados.

Esta somera visión de  grupos nos sirve para situar el itinerario vital de Jesús, su mensaje, su iglesia. Él no aprendió su doctrina estudiando técnicamente la Ley escrita y otra, o en un entorno elitista (como el de F. Josefo), sino en el taller del trabajo y de las contradicciones laborales y sociales de su tiempo. Así lo indica Mc 6, 3 al decir que es tekton (artesano) y lo ratifica Mc 13, 55 al añadir que es “hijo de artesano”. En ese trasfondo se debe situar su conocimiento, tal como ha destacado Mc 6, 3: «¿Qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿No es éste el carpintero?».

Vivió en un tiempo de trasformación urbana y muchos agricultores no pudieron mantener su autonomía, de manera sus campos cayeron en manos de la oligarquía de las ciudades (Séforis, Tiberíades) y ellos mismos se volvieron renteros o artesanos al servicio de las clases ricas (comerciantes y funcionarios: militares, burócratas, sacerdotes…) de las ciudades. Fue el comienzo de un proceso que, significativamente, parece culminar en nuestro tiempo (año 2023), con el triunfo final del capitalismo y el paso de una sociedad agrícola autosuficiente (en nivel de subsistencia) a una sociedad industrial y comercial. Ese paso implica, por un lado, un gran avance (genera riqueza), pero conlleva mucho sufrimiento (destrucción social e injusticia) [11].

            Más tarde, Jesús no quiso proclamar el Reino en las ciudades de su entorno (Séforis, Tiberíades), probablemente porque pensaba que su misma estructura (con división jerárquica y dominio de clase) era contraria al ideal de fraternidad del Dios israelita. Su misma experiencia religiosa le impulsaba a recrear el orden social, pero en línea de fraternidad universal de campesinos, no de organización política desde las ciudades, básicamente clasistas.

 (1) No quiso cambiar el orden urbano (=el orden de poderes, sociales y sacerdotales) desde arriba, quizá porque pensó que resultaba incambiable: los habitantes de las ciudades eran responsables de la situación de los campesinos-artesanos, que habían perdido su identidad y autonomía. Según eso, Jesús era un “pagano” (hombre de campo), pero un pagano que inició una tarea de trasformación universal.

(2) Jesús se distingue así de gran parte del movimiento cristiano posterior, básicamente urbano, de manera que los no cristianos se definirán como “paganos”, habitantes de campos, no urbanizados. Aquí se sigue dando una de las paradojas centrales del cristianismo. Quizá podemos decir que Jesús descubrió e inicio en los campos un movimiento social y religioso que puede y debe extenderse a todos los estratos de la población, empezando por las duras ciudades del imperio romano.

2. ENTORNO MÁS CERCANO, JUAN BAUTISTA [12].

             Jesús fue un campesino anclado en la gran tradición (dentro de eso que pudiéramos llamar la experiencia vital) de Israel, desde Galilea, no desde Judá ni desde Samaría, que eran los centros más significativos de aquel tiempo, viviendo en un mundo de opresiones bajo el dictado un helenismo creciente, centrado en la divinización del poder y del dinero, con el recuerdo del alzamiento de los macabeos, líderes políticos muy problemáticos, en cuyo entorno surgieron los diversos “partidos” (ideología, filosofías) del tiempo de Jesús.

Ciertamente, la mayoría del “pueblo común” no formaba parte de esas ideologías o grupos de poder, y en ese pueblo común, dominante en Galilea, se inscribe el proyecto de Jesús, que quiere retomar y retoma los ideales del primitivo Israel, en una línea muy fuerte, vinculada de un modo sacral a Jerusalén (más a Samaría, con el Monte Garizim: Jn 4). Había en el entorno, como he dicho, hombres y grupos que se enfrentaron contra el poder romano, en una línea militar (que culminará en la guerra del 57-70 d.C.). Pero Jesús no formó parte de los grupos pre- o pro-militares,  sino que se situó más bien en la línea de los profetas y carismáticos, más  cercanos a la traición de Elías, especialmente vinculado con Galilea.

– Sin duda, había profetas de tipo más social, que podían apelar incluso a la violencia, insistiendo en el retorno a la tradición liberadora de los fundadores de Israel (Moisés, Josué, incluyendo entre ellos a Judas Macabeo). Pero Jesús no actuó en esa línea como profeta social pre-revolucionario, de aquellos a los que Flavio Josefo critica y condena tanto en su libro de la Guerra como en el de las Antigüedades judías como responsables y causantes del gran desastre de la guerra del 67-70 d. C., con la derrota y casi destrucción del judaísmo [13].

– Otros investigadores insisten en la importancia de profetas sapienciales, en una línea que puede vincularse a la que aparecía en algunos estratos de libro  Proverbios y Sabiduría, Ellos entienden a Jesús como instructor (coach) de maduración personal. Ciertamente, afirman que Jesús se interesaba por la justicia social (con posibles repercusiones militares), pero añadiendo que buscaba ante todo el cambio interior (la iluminación) de las personas. Jesús habría tendido a fundar, según eso, una iglesia de sabios, cercana a la iglesia o comunidad de los fariseos, pero con más insistencia en los pobres, “pecadores” legales y marginados. Es evidente que Jesús puede interpretarse en esa línea, pero en sentido estricto no fue profeta sapiencial, no fundó una “escuela” de sabiduría elitista, centrada en la formación “académica” de un grupo de maestros profético-sapienciales [14].

– Jesús fue un profeta escatológico, con rasgos de terapeuta sanador. No se limitó a proclamar (anunciar) el Reino de Dios, sino que promovió con su vida la llegada de ese reino. No resolvió problemas de tipo político estricto, ni preparó un levantamiento armado contra Roma, ni una lucha de poderes contra el templo de Jerusalén. Se supo enviado de Dios y en su nombre (con su autoridad) anuncia la venida del Reino, realizando gestos que expresaban y anticipaban esa venida, en un sentido de transformación personal (desde los enfermos, impuros y pobres), que, en un sentido más hondo, es inseparable de la transformación social, en lucha contra Mammón y Belcebú, esto es, contra los poderes que oprimen a los hombres. En esa línea le importan sobre todo los pecadores, expulsados de la alianza, a quienes garantiza y ofrece un tipo de gracia superior) de Dios, superando un tipo de Ley cerrada en sí misma israelita [15].

  A diferencia de bandidos y pretendientes mesiánicos puros de tipo más militar), los profetas escatológicos no apelan a la guerra contra Roma, sino a la intervención salvadora de Dios y a la transformación personal y social de los hombres, en perdón y amor mutuo. No promovió la guerra (no era de macabeos), pero tampoco se encerró en una vida retirada de pureza elitista (como en Qumrán), sino que anuncian y anticipan la intervención de Dios, con el cambio social y personal del pueblo, empezando como discípulo (seguidor) de Juan Bautista.

“Iglesia” Bautista: Gestos y gentes de la “iglesia de Juan

Juan Bautista promovió un tipo de bautismo (gesto de limpieza y renacimiento) como rito y signo de preparación y purificación ante el juicio, destacando su aspecto escatológico (inmersión del penitente en el juicio de Dios). No sabemos si había otros profetas parecidos, promotores de un bautismo semejante, pero la memoria de Juan se ha conservado, y ella nos permite enmarcar y situar la nueva autoridad de Jesús, como bautizado que renace a la vida de Dios como hijo suyo y portador de su reino [16].

 ‒ Gesto profético y único. Juan anuncia y prepara la irrupción del juicio de Dios, y así la tradición le llama Baptistés (=bautizador, bautista). No dice a los demás que se bauticen, sino que les bautiza él mismo, indicando así su autoridad, como enviado de Dios, profeta del fin de los tiempos. Su rito no puede repetirse, como otros sacrificios purificatorios, sino que marca el valor definitivo del juicio de Dios, una vez y para siempre (ephapax: Rom 6, 10; Hebr 7, 27; 9, 12). Se reitera lo que vuelve una y otra vez, como los ciclos de la vida (cf. Qoh 3, 1-8). Pero lo que vale para siempre anula los ritos anteriores y crea una nueva conciencia de autoridad y vida que permanece para siempre. así, el bautismo de Juan es anticipo del fin del mundo y de retorno a las aguas primeras (Gen 1-2), antes que existieran sacrificios rituales según Ley. Por medio del bautismo de Juan, Jesús penetra en el misterio de la obra de Dios, entendida nueva creación.

Juicio apocalíptico: hacha, fuego, huracán Experiencia radical de muerte El rito de Juan se vincula con imágenes de dura destrucción, que expresan el fin del mundo viejo, la vuelta al principio del caos, antes que existiera el tiempo. Es como si todo debiera brotar otra vez del caos (Mt 3, 11-12par). En esa línea, el hacha-fuego-viento del juicio no es signo diabólico, de pura destrucción, sino presencia del Más fuerte (=iskhyroteros), entendido como Poder superior, a cuya luz quiere ponernos Juan Bautista, de una vez y para siempre, superando así la norma y ritmo de repeticiones incesantes de este mundo viejo. De esa forma, Jesús se sitúa ante Dios y recibe su iluminación, su autoridad suprema, como si todo hubiera terminado y empezara en el mismo Dios de nuevo (de un modo más alto).

Entrar en la Tierra prometida. Juan no bautiza en cualquier agua, sino en el río de los recuerdos, que se abrió antaño para que el pueblo entrara en la tierra de Israel. Pasado un tiempo, vino Teudas a ponerse ante el mismo río de), prometiendo que las aguas se abrirían, para bautizar a sus devotos y llevarles a la tierra prometida. El procurador romano interpretó ese gesto como amenaza contra su poder y envió al ejército para ahogar en sangre el sueño de aquellos bautistas entusiastas de Teudas (cf. F. Josefo, Ant 20, 97-98; Hech 5, 37). En esa línea puede situarse el bautismo que Juan impartió a Jesús, para situarle de esa forma ante el juicio de Dios.

             Juan aparece y actúa como “profeta del río de frontera”: está al otro lado de la tierra prometida, para introducir a los hombres en las aguas del juicio, indicando así que hay un más allá, algo que él no se atreve a forzar: sólo Dios puede “abrir de verdad el río”, para que los liberados pasen al otro lado, con la colaboración del Más Fuerte. En el fondo de su gesto hallamos el signo de Josué (el paso del Jordán), la señal de que las aguas han de abrirse, cuando Dios quiera, para que el pueblo pase a la tierra prometida (Jos 5). Sólo Dios o su delegado mesiánico (uno Más Fuerte) puede “abrir el agua”, haciendo que crucemos de la orilla del desierto (camino de los viejos israelitas) a la tierra prometida. Pues bien, Jesús supondrá que Dios ya ha llegado y que él debe pasar el Jordán y realizar los signos del Reino en Galilea [17].

Juan ha creado así un comunidad o iglesia de protesta contra un tipo de judaísmo tiempo (y contra todas las formas de perversión humana), esperando el signo de Dios para pasar el Jordán e iniciar una vida nueva en la tierra prometida está al comienzo del evangelio de Jesús. El Bautista ha presidido así una intensa agrupación de liberados, portadores de esperanza. Ciertamente, aguarda el juicio de Dios, pero no se trata de un juicio final y universal, para un puro más allá (en una línea donde se vinculan un tipo de apocalíptica judía y espiritualismo grieg), sino de un juicio histórico/escatológico, dentro de la tradición israelita.

Los discípulos de Juan pueden presentarse como arrepentidos, pero arrepentidos “en camino”. No son “penitentes puros” (fijados en un pasado de pecados), sino penitentes esperanzados, animados por la exigencia de conversión y la certeza de un juicio por el que Dios les abrirá las puertas de la tierra prometida. Así se situaron, a la orilla del Jordán, en el desierto de las promesas y los nuevos comienzos, dispuestos a escuchar la voz de Dios y ponerse en pie para cruzar el río y llegar a la orilla de la libertad. No necesitan programar lo que vendrá después: les hablará Dios, actuará el Más Fuerte. Entre los que esperaron que se abriera el río y llegara el Más Fuerte estuvo por un tiempo Jesús.

 Jesús discípulo y disidente de Juan, una controversia bautismal

 No sabemos si se conocían. Lc 1 supone que eran primos, pero ese parentesco parece más teológico que genealógico, y sirve para trazar una conexión entre los dos proyectos eclesiales y los dos profetas, aunque Jesús debía haber oído hablar de Juan, pues el mensaje del Bautista resultaba conocido, como supone Mc 1, 5 par.

– Debió ir donde Juan porque en un sentido se sentía atraído y creía en el mensaje social y religioso del Bautista, Jesús debió aceptar en principio el mensaje del Bautista, porque respondía a su visión de la Escritura y porque, en su forma actual (imposición de la ciudad sobre el campo, de los ricos sobre los pobres y opresión generalizada: Enfermedad, locura), este mundo resultaba inviable y no podía mantenerse.

Juan ofrecía una terapia de choque, situando a los hombres ante el juicio de Dios, como si ellos no pudieran hacer nada para cambiar la realidad, sino sólo bautizarse y esperar el juicio. Durante un tiempo, Jesús aceptó esa visión de Juan, confesando así que en su forma actual este mundo carece de sentido y de salida. Eso significa que en estas condiciones resultaba imposible vivir según la alianza, en fraternidad amorosa, pues no ha llegado el tiempo de la reconciliación, de tal forma que el orden social y personal de este mundo acaba desintegrándose sin remedio, en manos del juicio destructor de Dios [18].

– Jesús compartía quizá esa visión, pero necesitaba el testimonio y juicio profético de Juan para situarla dentro del plan de Dios (de su Escritura). Estaba en juego la verdad de Dios, toda su obra; estaba en juego la historia de los hombres. Todo nos permite supone que, en esta situación, Juan enseñó a Jesús algo que será fundamental: ¡La seriedad de la situación, la urgencia de la hora, la necesidad de un cambio radical!

El mensaje de Juan incluía un elemento de destrucción, expresada en el bautismo, como confesión de los pecados y preparación para la muerte. Entre los que fueron a confesar sus pecados y bautizarse, la tradición cristiana ha recordado, de un modo especial, a publicanos y prostitutas (cf. Mt 21, 32), que parecían pecadores sin remedio. Pues bien, entre ellos, asumiendo la suerte de su pueblo, como pecador entre pecadores (¿y como portador de un proyecto mesiánico?), vino Jesús de Galilea.

  • La tradición es clara al afirmar que Jesús recibió el bautismo de Juan (cf. Mc 1, 9), a pesar de los problemas que ese dato podía causar a la iglesia, como lo muestran las “excusas” del Bautista en Mt 3, 14-15 y el hecho de que Lc 3, 21 y Jn 1, 29-34 eviten citar de un modo directo el bautismo de Jesús. Sea como fuere, Jesús vino a ponerse en manos de Juan, quien aceptó su confesión y le ofreció su signo de juicio y de muerte [19]. Debió ser un momento de “estado naciente” y crisis.

 Era ya un hombre maduro. Lc 3, 23 afirma que tenía ya unos treinta años, edad avanzada en aquel tiempo. Había recorrido muchos caminos, pero los más significativos se hallaban aún latentes y necesitaban expresarse a través de una experiencia que le permitiera llegar hasta el fondo de sí mismo, escuchando y acogiendo la llamada de Dios. La mayoría de los historiadores y exegetas suponen que el bautismo en el Jordán, no fue un acontecimiento pasajero, sino marcó la “historia de su vida”, trazando una ruptura respecto a lo anterior y permitiendo que asumiera hasta el final (y superara) el juicio del Bautista, definiendo su opción profética y mesiánica al servicio del Reino de Dios [20].

El Cuarto Evangelio supone que, durante algún tiempo, Jesús fue no sólo discípulo de Juan Bautista, sino “colega” suyo, compartiendo su misión (su iglesia) e incluso creando un grupo propio, de tipo Bautista, de manera que puro haber incluso “competencia” entre los miembros de la iglesia de Juan y los de la iglesia de Jesús:

Después de esto, Jesús fue con sus discípulos al país de Judea; y allí permanecía con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba. Pues todavía Juan no había sido encarcelado. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación… (Jn 3, 22-25).

 Este pasaje supone que Jesús creó su propia escuela/iglesia de “bautistas” a cierta distancia de la de Juan (pero en el mismo río), después de haber sido bautizado por Juan, quizá para ampliar y universalizar su experiencia de conversión, anunciando y adelantando de esa manera el juicio de Dios. En esa línea, de un modo consecuente, el Cuarto Evangelio supone que los primeros discípulos de Jesús fueron (habían sido) antes discípulos del Bautista, de forma que compartieron con Jesús el camino que llevaba del bautismo de Juan a su anuncio posterior de Reino (cf. Jn 1, 19-51)

Frente a la visión más teológica de Mc 1, 16-20, donde Jesús llama directamente a unos discípulos ajenos al Bautista, para iniciar con él la pesca del Reino, en el entorno del lago de Galilea, el Cuarto Evangelio (Jn 1, 19-51) afirma que algunos discípulos de Jesús (Andrés, Felipe, otro que podría ser el “discípulo amado”, con Pedro y Natanael, cinco entre todos), habían sido antes discípulos de Juan, lo mismo que Jesús, de manera que compartieron con él una misma experiencia bautismal, vinculada a la confesión de los pecados y a la esperanza del juicio.

  Jesús buscó y halló sus primeros compañeros entre los discípulos de Juan, de manera que su “escuela” (su iglesia, su movimiento de Reino) empezó siendo una “escisión” o disidencia de la de Juan, con quien él había colaborado por un tiempo, tras haber sido bautizado. En este contexto, Jn 3, 25-30 habla de una discusión entre los discípulos de Juan (en la línea de su maestro) y un “judío”, que parece ser el mismo Jesús, como destacan algunos manuscritos (cf. Novum Testamentum Graece, DB, Stuttgart 1993, 254). Según eso, el mismo Jesús debió “enfrentarse” (=discutir) con otros discípulos de Juan sobre el sentido del bautismo y de la “nueva iglesia” o comunidad de Reino. Se trataba, sin duda, de disensiones necesarias y lógicas. Si Jesús no hubiera disentido del Bautista no habría creado su propio movimiento.

Quizá por ocultar esa relación (con la dependencia de Jesús respecto a Juan) y el posible enfrentamiento entre discípulos de Juan y de Jesús, el evangelio de Marcos supone que Jesús no estuvo ningún tiempo con Juan Bautista, sino que se limitó a buscarle junto al río, donde se dejó bautizar por Juan y se marchó inmediatamente (Mc 1, 9-11), tras una intensa experiencia de Dios y de su Espíritu, para ser tentado por el Diablo y comenzar su actividad tras la prisión del Bautista (cf. Mc 1, 14), diciendo así que Jesús fue su sucesor (y superador,(nunca colaborador) de Juan.

Según eso, en contra de Marcos, el cuarto evangelio (cf. Jn 1, 29-51; 3,22-30 y 4, 1-2) afirma categóricamente que la misión de Jesús (y sus discípulos) estuvo vinculada por un tiempo a la misión de Juan, de forma que tuvieron discípulos “comunes”, más aún, que el movimiento de Jesús fue una escisión/desviación del de Juan, de manera que utilizó incluso algunos discípulos suyos, para iniciar con ellos un camino compartido de Reino.

Cuando supo que los fariseos habían oído que hacía más discípulos que Juan y que bautizaba [ aunque no era Jesús quien bautizaba, sino que lo hacían sus discípulos], Jesús dejó Judea y fue de nuevo a Galilea (Jn 4, 1-2).

 Un texto anterior (Jn 3, 22-25) decía que Juan y Jesús bautizaban en lugares no muy distantes: Juan en Ainón, cerca de Salim, zona de la Decápolis. de donde pasó a Perea, territorio de Antipas, en cuyas manos le entregaron; Jesús en una zona de Judea, es decir, ya al otro lado del Jordán. En ese contexto, el redactor del Cuarto Evangelio supone que, en un momento dado, la misión bautismal de Jesús llegó a tener más importancia que la del Bautista (cf. también Jn 3, 30), aunque después (el mismo redactor o un glosador posterior añade un inciso (paréntesis) justificativo, afirmando que realmente Jesús no bautizaba, que lo hacían los discípulos (4, 2).

Ese “inciso” (aunque Jesús no bautizaba) parece probar lo contrario (Jesús bautizaba, lo mismo que Juan) y debe tomar como una “excusa o justificación”, propia de un cristiano posterior, que no quiere admitir que Jesús hubiera sido “bautista” y discípulo de Juan. Debemos suponer que esa “justificación” no tiene fondo histórico y que Jesús de hecho bautizaba, como Juan, aunque podía ser con unos rasgos o matices diferentes, como muestra el texto anterior de la disputa entre (discípulos de) Juan y Jesús (Jn 3, 22-25

A partir de aquí se deducen algunas consecuencias importantes para conocer el desarrollo de la conciencia o, mejor dicho, de la identidad y misión de Jesús, que no estuvo de paso con Juan Bautista, sino que formó parte de su escuela, recibió su bautismo y empezó realizando a su lado una tarea semejante: Proclamar e impartir junto al río un bautismo de penitencia para perdón de los pecados.

 Antes de iniciar su misión propia, Jesús era ya un hombre importante: Descubrió y “maduró” su doctrina bajo Juan y después a su lado, trazando un camino en el que, desde ua perspectiva cristiana, el discípulo acabó siendo mayor que el maestro, como Jn 3, 26-36 se ha esforzado por mostrar.

– Jesús fue durante un tiempo discípulo de Juan, de tal forma que no sólo recibió su bautismo (formó parte de su “iglesia”), sino que se sintió llamado a cooperar con él, aunque con variantes, buscando sus discípulos entre los de Juan, y bautizando con ellos. Eso significa que, en ese momento, a los ojos de Jesús, el movimiento de Juan no estaba exclusivamente vinculado a su persona, sino que podía ser asumido, compartido y expandido por otros, que proclamaran también la llegada del juicio, ofreciendo un bautismo más abierto a la liberación o salvación en este mismo mundo.

Entre Jesús Juan pudo (y debió) haber diferencias de matiz y de lugar, pues se dice que Jesús y sus discípulos estaban en Judea (Jn 3, 22), en la parte occidental del Jordán, que es ya tierra prometida, suponiendo así que habían “cruzado” el río de las promesas, bautizando ya “desde el otro lado”. Por el contrario, parece que Juan y sus discípulos seguían al otro lado, “en Ainón, cerca de Salim” (3, 23), entre Perea y Decápolis, sin entrar en la tierra prometida.

En ese contexto, mientras ambos bautizaban en lugares no lejanos, surgió una disputa sobre las purificaciones (bautismos) bautismos de Juan y de Jesús (según las variantes del texto: Jn 3, 22-25). Este pasaje puede recoger una disputa posterior entre judíos (quizá fariseos), discípulos de Juan y discípulos de Jesús (cristianos)…, pero todo nos hace pensar que en el fondo está el recuerdo de una discusión entre (discípulos de) Jesús y (de) Juan. Ese tema (sobre el signo e importancia del bautismo o los bautismos) se hallaba entonces en el centro de las discusiones proféticas y teológicos del judaísmo y del cristianismo, como recuerda, en un momento quizá posterior Hebreos 6, 1-2.

Comunidad de Jesús, una disidencia

En un momento dado, Jesús y sus discípulos dejan de bautizar. Parece que, en aquel momento, el “ministerio de Juan” resultaba públicamente más visible que el de Jesús (y el de otros bautistas y/o profetas escatológicos). Sea como fuere, Herodes Antipas sólo condena a muerte a Juan (Mc 6) y no a Jesús (aunque eso pueda deberse al hecho de que Juan bautizaba en territorio de Antipas, mientras Jesús lo haría en un territorio controlado por Pilato, procurador romano). Sea como fuere, Jesús y sus discípulos dejaron de bautizar, como supone no sólo Mc 1, 14-15, sino Jn 4,3, cuando afirma que Jesús dejó el Jordán y vino (volvió) a Galilea. Ese abandono del bautismo tuvo que deberse a un tipo de experiencia relacionada con Juan (que fue encarcelado) y con Jesús, que empezó a descubrir la novedad de su camino de Reino, superando así el bautismo.

Jesús parece haber empezado “reformando” el bautismo de Juan, pero acabó separándose de él, creando una poderosa disidencia teológica y eclesial de Dios, que se expresa en el fondo de Mc 1, 9-11 donde se afirma que el mimo Dios, la voz del cielo, dijo a Jesús (tú eres mi Hijo…), para crear así una comunidad o iglesia de “hijos de Dios”, no de penitentes bautismales.

 Hubo, como es lógico, otros discípulos de Juan que no aceptaron la “reforma” de Jesús y que siguieron actuando con los mismos rasgos de Juan cuando él estaba encarcelado y después, tras su muerte (cf. Mt 11, 2; Mc 2, 18 etc.). En ese contexto podemos añadir que sólo a partir de esa nueva experiencia post-bautismal “post-bautismal”, al separarse de Juan, Jesús puso en marcha un movimiento propio, que ya no se centra en el bautismo para perdón de los pecados, sino en el anuncio e irrupción del Reino de Dios, con un “bautismo” o signo de iniciación que no se centra ya en la confesión y perdón de los pecados, sino en la experiencia radical de acción y transformación divina de la vida humana..

Desde ese fondo se entiende la palabra de Mc 1, 14, donde dice que Jesús dejó el Jordán (tierra del bautismo), después que Juan fue “entregado” (quizá traicionado: paradothênai), cayendo en manos de Antipas. Marcos supone así que el mensaje propio de Jesús comenzó sólo después que Juan había culminado el suyo, siendo aprisionado.

Jesús pudo pensar que el juicio de Dios, anunciado por Juan como hacha-fuego-huracán, se había cumplido de otra forma, de manera que podía y debía proclamarse ya el perdón de Dios (¡llega el Reino!), precisamente después que Juan había sido ajusticiado. Jesús nunca rechazó al Bautista, sino que siguió vinculándose a él (cf. Mt 11, 2-18; Mc 1,30-32), pero pensó que su tiempo había terminado y su mensaje se había cumplido (cf. Lc 16, 16).

Ésta novedad de Jesús es comprensible: Cuando se llega al final de un proyecto suele descubrirse un proyecto nuevo, no por fracaso de lo anterior, sino por cumplimiento distinto. Jesús no “abandonó” a Juan porque lo que Juan hacía o decía fuera falso, sino al contrario: porque era verdadero y se había cumplido. En la línea de Juan se llegaba hasta el límite del juicio de Dios. Pues bien, precisamente en ese límite (donde tenía que llegar el juicio y la muerte) se descubre un nuevo nacimiento [21].

Según Marcos, los discípulos de Jesús no tenían ninguna misión o tarea especial antes que él les llamara. Por el contrario, según el evangelio de Juan ellos (los cinco) habían hecho un camino con el Bautista antes de encontrarse con Jesús; tenían pues sus ideas religiosas… De uno de ellos, en especial, se dice que era un “verdadero israelita” (Natanael), es decir, un judío radical y bueno (bajo la buena higuera de Israel, a diferencia de lo que supone de Mc 1, 12-14. Estos discípulos de Juan que se hacen discípulos de Jesús se sitúan en la línea de una larga tradición de discipulado israelita; Jesús no les hace “súbditos” suyos, sino compañeros de un camino de revelación de Dios.

Eso significa que Jesús no empezó llamando a unos discípulos sin preparación alguna, sino que asumió y reformó un camino de discipulado que había iniciado ya por Juan Bautista. Entre los seguidores de Jesús que surgieron al principio en el entorno del río Jordán hubo un tipo de comunidad o iglesia que pudo haber estado asociada en principio con Juan Bautista, pero que fue transformada por Jesús, siendo al fin remodela (tras la muerte de Jesús) por un misterioso Discípulo Amado, a quien a veces se identifica (de un modo menos probable) con Juan Zebedeo. Esa comunidad  del “discípulo amado” y (con) otras semejantes ha recorrido un camino muy especial, que no ha sido recogido por Lucas en el libro de los Hechos, ni por la tradición de Pablo y por los sinópticos).

  • Conforme a esta visión, que nos sitúa cerca de un cristianismo sapiencial posterior, la llamada de Jesús y de la Iglesia ha de entenderse como invitación de la Sabiduría de Dios que se expresa en Jesús, que convoca a sus discípulos, partiendo de la escuela de Juan Bautista, pero no para confesar los pecados y bautizarse, esperando la llegada final de un juicio destructor, sino para crear ya en este mundo una comunidad de perdonados, de curados, de hijos de Dios. En esta perspectiva se situará la nueva iglesia de Jesús, y en especial la comunidad del Discípulo Amado, alguien a quien se supone que Jesús ha manifestado los más hondos secretos de su conocimiento y de su vida, que culmina de forma pascual (como experiencia de muerte y resurrección), pero que ha de entenderse antes que nada en forma de encarnación. Los auténticos discípulos de Jesús son aquellos que descubren en su palabra y en su vida la presencia salvadora de Dios.

Notas

[1] Algunos, llevados más por curiosidad que por estudio de las fuentes, han llegado a decir que el «Maestro de justicia» era un personaje cristiano, como Santiago, hermano de Jesús, por sobrenombre «el Justo», añadiendo que el «hombre de mentira», el «sacerdote sacrílego», enemigo del Maestro de Justicia, era Pablo. Pero esas identificaciones y otras carecen de fundamento.

[2] Muchos judíos (como J. Klausner y G. Vermes) valoran a Hilel sobre Jesús por más realista y más humano, buscando aquello que los judíos podían y debían cumplir, para mantenerse como pueblo, dentro de la tradición israelita. Jesús no se opuso a Hilel, pero radicalizó algunos de sus presupuestos (propios del judaísmo nacional), anunciando la llegada del fin de los tiempos y ofreciendo el Reino de Dios a los excluidos y pecadores, superando así una visión de pureza nacional del pueblo.

[3] Así lo ha destacado R. Bauckham, Jude and the Relatives of Jesus en the Early Church, Clark, Edinburgh 1990; Se supone que al principio Santiago no creía en su hermano Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 7, 3-10), pero Pablo afirma expresamente que Jesús se le apareció tras la muerte (1 Cor 15, 7) y le presenta honrosamente como hermano del Kyrios (cf. Gal 1, 19).

[4] Cf. K. M. Campbell, What was Jesus’ occupation? J. of the Evan. Th. Society 48 (2005) 501-519

[5] Lucas y Juanpueden haber sentido embarazo de llamarle “tekton” o “hijo de tekton” y por eso cambian la expresión, diciendo: “¿No es éste el hijo de José?” (Lc 4, 22 y Jn 6, 42).Ciertamente, se podría afirmar que actúa así por un simple “ahorro verbal”: bastaría con decir que es “hijo de José”, no se necesita más información. Pero podemos recordar que Mc 6, 3 le llama “hijo de María” y, sin embargo, añade la otra información, llamándole “el tekton”. Todo nos permite suponer que Lucas (y Juan) han omitido el dato laboral porque, en el contexto donde escriben, les parece indigno definir a Jesús por un trabajo que le hace dependiente de los otros. Evidentemente, Jesús no tenía un currículo elevado.

[6] En el contexto agrícola, según la ideología clásica de Israel, reflejada en la ley del jubileo (Lev 25; cf. Num 26, 51-55), la identidad y nobleza de familia la ofrecía la posesión de una “heredad”, es decir, de una tierra propia. Ésta había sido la promesa de Dios, ésta la garantía de su presencia en el pueblo, a no ser en relación con los sacerdotes de la tribu de Leví que, en principio, no tenían tierra, sino que vivían de un trabajo sagrado, pues el mismo Dios era su herencia (cf. Num 18, 20-24). Cf. N. K. Gottwald, The Tribes of Yahweh, SCM, London 1980; H. G. Kippenberg, Religion und Klassenbildung im antiken Judaea, Vandehoeck & Ruprecht, Gottingen 1978; T. N. D. Mettinger, King and Messiah. The Civil and Sacral Legitimation of the Israelite Kings, Gleerup, Lund 1976.

[7] Cf, J. D. Crossan, El Nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002, 350-351. He tratado del “jubileo” israelita en Fiesta del Pan, Fiesta del Vino. Mesa común y Eucaristía, Verbo Divino, Estella 2006. Hace unos decenios, los investigadores se esforzaban por estudiar con más detalle las implicaciones políticas y militares de Jesús (su relación con el celotismo). Actualmente (2022), sin negar la importancia de esa perspectiva, se presta más atención a las condiciones laborales y sociales. Jesús no se encuentra directamente confrontado con la guerra, sino con la marginación y el hambre de los galileos y en esa situación apela al Dios de las promesas de Israel, buscando la trasformación social de su pueblo

[8] Sobre Nietzsche y el cristianismo, cf. G. Morel, Nietzsche. Introduction à une première lecture, Aubier, París 1985 ; P. Valadier, Nietzsche et la critique du christianisme, Cerf, Paris 1974.

[9] La marginación que, en un sentido, tiende a ser lugar de maldición y “estigma”, se vuelve para Jesús fuente de “carisma”: le capacita para plantear mejor las relaciones humanas y para formular la llegada del Reino de Dios. Jesús no quiere superar la marginalidad con una toma de poder económico, social, religioso o político, sino iniciando desde los mismos marginados un camino distinto de comunicación  afectiva y económica. Cf. H. Mödritzer, Stigma und Charisma im Neuen Testament und seiner Umwelt. Zur Soziologie des Urchristentums, Vandekhoeck, Göttingen 1994.

[10] Fue por tanto un obrero no especializado, artesano del ramo de la construcción, que quizá sirvió por un tiempo en el mercado laboral del rey Antipas, en sus nuevas ciudades (Séforis, Tiberíades), o ha estado al servicio de otros propietarios agrícolas. Ciertamente, ha podido tener más movilidad que un campesino con tierras y más necesidad de conocimiento que un propietario, pero ha carecido del poder y, sobre todo, de la seguridad que ofrece un campo propio, una herencia israelita. Y, sin embargo, esa misma condición de artesano pudo ofrecerle una visión distinta de la tradición israelita y de su esperanza de liberación.

[11] Parece que Jesús no tuvo tierras propias. De todas formas, pudo haber tenido parientes (incluso hermanos) propietarios. Eusebio, Historia Eclesiástica 3, 19-20, cita un texto de las Memorias de Hegesipo donde se dice que los nietos de Judas, hermano de Jesús, denunciados como pertenecientes a la familia de David, a finales del siglo I. d. C., seguían siendo agricultores, propietarios de una pequeña tierra, que apenas les daba para mantenerse. que eso implica para un judío que quería recrear las tradiciones igualitarias del antiguo Israel.

[12] Sobre el título y función de profeta, Gran Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015. Cf. J. L. Espinel, Profetismo cristiano, San Esteban, Salamanca 1989; D. Hill, NT Prophecy, Knox, Atlanta 1979; R. A. Horsley y J. S. Hanson, Bandits, Prophets and Messiahs, Harper, San Francisco 1988; E. Lupieri, Giovanni Battista nelle tradizioni sinottiche, Paideia, Brescia 1988; Ch Perrot, Jesús y la Historia, Cristiandad, Madrid 1982, 138-160;C. H. Preisker, Profeta: H. Stegemann, Los esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús, Trotta, Madrid 1996.

[13] Horsley y Borg, Cf. J. I. González Faus, La Humanidad Nueva, Sal Terrae, Santander 1981; E. Schillebeeckx, Jesús.

[14] Cf. B. L. Mack, El Evangelio Perdido. El Documento Q, M. Roca, Barcelona 1994. He presentado este esquema en Introducción a R. Bultmann, Historia de la Tradición Sinóptica, Sígueme, Salamanca 2000.

[15] Había también profetas oraculares, que adivinan o anuncian el futuro; Flavio Josefo les trata con respeto y les supone frecuentes entre los esenios (cf. Bell 2, 159), citando a Judas, que anunció la muerte de Antígono, hijo de Hircano (Ant 13, 311-312). El mismo Josefo se creyó profetas y predijo a Vespasiano, que sería emperador.

[16] Podemos suponer que Juan abandonó el sistema sagrado de Jerusalén; pensó que el orden actual del templo estaba acabando y que el sistema sacral no tiene futuro. Sobre Juan, cf. J. Ernst, Johannes der Täufer. Interpretation – Geschichte – Wirkungsgeschichte, BZNW 53, Berlin 1989; C. A. Evans, The Baptism of John in a Typological Context, en A. R. Cross y S. E. Porter (eds.), Dimensions of Baptism: Biblical and Theological Studies, JSNTSup 234; Sheffield 2002, 45-71;   J. Taylor, The Immerser: John the Baptist within Second Temple Judaism, Eerdmans, Grand Rapids 1997: W. B. Tatum,John the Baptist and Jesus. A report of the Jesus Seminar, Polebridge, Sonoma 1994.

[17] Juan no ha sido el único que se ha situado junto al río, esperando el juicio de Dios y la entrada en la tierra. Unos años más tarde, hacia el 44-45 d. C., según F. Josefo, se situó también junto al río “un impostor”, es decir, un profeta apocalíptico: “Siendo Fado procurador de Judea, un impostor de nombre Teudas persuadió a un gran número de personas que, llevando consigo sus bienes, lo siguieran hasta el río Jordán. Afirmaba que era profeta y que a su mando se abrirían las aguas del río y el tránsito les resultaría fácil. Con estas palabras engañó a muchos. Pero Fado no permitió que se llevara a cabo esta insensatez; envió una tropa de a caballo que los atacó de improvisto, mató a muchos y a otros muchos hizo prisioneros. Teudas fue también capturado y, habiéndole cortado la cabeza, la llevaron a Jerusalén” (F. Josefo, Ant XX, 97-98).

[18] Esta experiencia de fracaso tiene una larga prehistoria en la tradición israelita, desde los profetas más antiguos (cf. Is 6): ella ha definido la visión histórica de los autores vinculados al Deuteronomio (hemos citado ya a O. H. Steck, Israel und das gewaltsame Geschick der Propheten, Neukirchener Verlag, Neukirchen-Vluyn 1967) y marcará la teología de Pablo (Rom 1-3).

[19] Podemos suponer que Jesús estaba vinculado con tradiciones davídicas (propias de su familia) y que, buscando a Juan, quiso precisar su camino.

[20] Algunos exegetas han separado el bautismo de Jesús de una posible experiencia posterior en la que él habría descubierto su identidad mesiánica y que señalaría el comienzo de su actividad de mensajero del Reino (y no del juicio) de Dios es Galilea, como seguiré indicando Eso significa que entre su bautismo y el comienzo de su misión en Galilea habría existido un tiempo de maduración, pero nada impide que el bautismo fuera para él una experiencia desencadenante.

[21] «Uno de los mayores enigmas del evangelio de Jesús es cómo pudo darse esta inversión desde el mensaje del Bautista al de Jesús. Quizá puede explicarse de esta forma: aquel que espera que en cualquier momento llegue el juicio de aniquilación como consecuencia inexorable de la conducta humana equivocada, puede interpretar cada instante de la existencia del hombre y del mundo como una gracia inesperada. Más aún, en ese contexto, el simple hecho de que el sol salga y se ponga y que la tierra esté firme todavía pueden mostrarse como signos de la bondad de Dios, que hace brillar el sol de igual manera sobre malos y buenos y que ofrece a todos la posibilidad de convertirse. El hecho de que el fin del mundo, que se esperaba como algo inminente, no haya sucedido podría confirmar, a mi juicio, la certeza de que Dios es Totalmente-distinto: no es una amenaza para la vida, como el hacha que se eleva contra el árbol. Dios deja que la vida sea y la posibilita de nuevo, a pesar de que todos los vivientes hubieran merecido la muerte.

Esta es la experiencia fundamental de Jesús: la vida actual tiene un sentido. Dios es bueno. Por eso, este es un tiempo de alegría (Mc 2, 19). Por eso, esta generación experimenta aquello que habían deseado ver profetas y reyes (Lc 10, 23 ss). Por eso, empieza ya el Reino de Dios ‘en medio de nosotros’ (Lc 17, 20). Por eso está ya escondido en el momento actual, como semilla en la tierra (Mc 4, 26 ss)» (G. Theissen, La fe bíblica, Verbo Divino, Estella 2002, 152-153).

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