16.10.22. Grito de asesinados; rebelión de viudas contras jueces (Lc 18, 1-8; Dom 29 TO
Del blog de Xabier Pikaza:
Henry Dumery escribió un famoso libro titulado “la fe no es un grito”; es conocimiento razonado, elevación del “alma”, razón clara, justicia. Por su parte, J. de Dios Martin Velasco comentó ese libro en una tesis doctoral fuerte sobre Dumery.
Pero, a pesar de las razones de Dumery y M. Velasco, la fe es también (y sobre todo) grito ante la sangre de los asesinados.rebelión de viudas, protesta contra jueces de falsa justicia que desoyen por sistema a los pobres y excluídos de su des-orden social.
Más allá de un tipo de razón judicial que quiere arreglarlo todo con justicia insuficiente y partidista (opresora), está el grito de Jesús en la Cruz (Mc 14, 34), el rugido apocalíptico de los asesinados (Ap 6, 9) la rebelión de la viuda de este evangelio de hoy, que quiere pegar en la cara al juez injusto.
| X.Pikaza
Texto. Lc 18 1, 8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.
Y el Señor añadió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18, 1-8)
Introducción
En el principio era la palabra, dice Jn 1,1. Pero esa palabra puede tener muchos tonos y matices: Puede ser palabra de amor, razonamiento filosófico, parlamente político, imposición dogmática… Pero, en un momento dado, la primera palabra puede y debe ser el grito de dolor y de protesta, en contra de las malas razones, de jueces y manipuladores de la razón (sin-razón) a su servicio. La fe es un grito en contra de todos los asesinatos de la historia. En esa línea, el evangelio de hoy concede la palabra de una viuda que no tiene “juez” que la defienda (en su vida) fe y que protesta, pidiendo justicia, dispuesta a pegar en la cara al mismo juez.
Esta viuda está en la línea de otras que van aparecido en el evangelio de Lucas: (a) La del nacimiento de Jesús (Lc 2, 37). (b) La viuda y madre del niñomuerto de Naím (Lc 7, 12). (c) La viuda que da todo lo que tiene, la mejor cristiana (Lc 21, 2-3).
Primer desarrollo
En contra de los que piensan que no merece la pena salir a la calle y gritar (en plano social y religioso, político o eclesial) nos pone este evangelio ante el ejemplo de la fe y del grito de protesta (de rebelión) de la viuda, capaz de cambiar el orden injusto del sistema. Muchas veces queda más respuesta y propuesta que el grito de protesta, en contra de las instituciones de injusticia de la tierra (incluso dentro de la Iglesia).
Ciertamente, es necesaria la justicia, con el buen pensamiento, con el compromiso de instituciones e iglesias, pero hay muchos jueces (políticos, poderosos, eclesiásticos) que ponen su pretendida justicia al servicio de su opresión. En contra de ellos no existe más solución que el grito, la protesta, incluyendo el gesto de la viuda que quiere pegar en la cara al juez del sistema opresor.
Por eso es importante la rebelión y el grito insistente de las viudas, que claman ante Dios y ante los hombres. Para que el mundo cambie sigue siendo también ese grito de las viudas, la voz de todos los oprimidos del mundo, a los que el mismo Jesús dice: Juntaos y gritad al Dios omnipotente…
En esa línea se sitúa la pregunta final de este evangelio: El Hijo del Hombre, cuando vuelva ¿encontrará esta fe en la tierra? ¿Qué fe?
La de la viuda que insiste pidiendo justicia. Ésta sigue siendo la fe-oración que mueve, la fe-oración que cura, fe que se mantiene tensa, en búsqueda de justicia, hasta que llegue el Hijo del Hombre.
La viuda “cree” (tiene fe) en el valor de su insistencia:e stá convencida de que el juez le atenderá, si se mantiene firme y pide, una y otra vez, con actitud que puede llegar a ser “desagradable” para el mismo juez (¡puede acabar pegándole en la cara!). La súplica de la viuda (¡que no tiene más recurso que su insistencia!) puede transformar al mismo juez.
Se trata, pues, de no resignarse, de no aceptar sin más el mundo tal como ahora como está, de protestar… Ésta viuda es el signo de las voces de todos los que gritan y protestan… ¡Si todos los pobres gritaran, como esa viuda, el sistema de poder tendría que cambiar (que destruirse). Un sistema que se dice “democrático” no puede gobernar en contra del grito de la mayoría.
Ésta parábola no es una palabra particular (circunstancial) de Jesús, sino que ella recoge la experiencia más honda de la Biblia, desde los hebreos de Egipto que gritan y Dios les escucha (Ex 2). En contra de lo que se dice, al final de todo no está el triunfo militar de los más fuertes, ni el poder del dinero, sino el poder más alto, la omnipotencia del grito, un grito incesante, de no-violencia activa.
Muchos se resignan, diciendo que es mejor callar, someterse al orden legal establecido con injusticia. En contra de eso, está la viuda grita, en gesto de rebelión radical. No se resigna, no quiere ser esclava. ¡Una y otra vez se eleva ante el juez!, que controla los grandes poderes del mundo (tiene a su servicio el ejército, la policía, la cárcel y el dinero) y se enfrenta con él, siendo capaz de pegarle en la cara.
Este juez (que tiene el poder, el ejército y el dinero…) acaba temblando, pues ella, la viuda del grito, es más fuerte que todos los jueces. Si todas las viudas del mundo gritaran, si todos los que están engañados por esta sociedad elevaran la voz y se plantaran, los grandes jueces tendrían que decir, pues no se pude vivir en este mundo enfrentándose a todos.
Vivimos en un orden legal injusto, que se define a sí mismo “estado de ley”, pero que es, en muchos casos, un “estado” legalizado en contra de la verdadera justicia. Por eso es necesario que los asesinados y las vidas sigan gritando, sigan rebelándose.
Acabará pegándome en la cara…
Ciertamente, el sistema puede acallar las voces de los asesinados y las viuda. Pero si acalla del todo esas voces, si no deja un lugar para el grito y la rebelión acaba destruyéndose a sí mismo. Los jueces del mundo necesitan de las viudas y los pobres, pues sin ellos no son nada.
Por eso, allí donde todas las viudas del mundo se junten y griten, negándose a colaborar con el sistema, allí donde miles y miles de hombres y mujeres protesten (¡sin necesidad de armas!) el sistema de injustifia acabará cayendo. Ésta es la fuerza de presión popular, la revolución de todas las viudas del mundo, es decir, de todos los pobres, una revolución que tiene que empezar, según el Apocalipsis desde los asesinados..
Sólo esta protesta de las viudas y los pobres, con los asesinados, pidiendo justicia, hará que el sistema de injusticia acabe… porque los jueces del mundo tienen miedo de que los pobres que pueden “pegarles”, sin necesidad de armas: dejando de trabajar para ellos, dejando de obedecerles, dejando de respetarles como si ellos fueran signo de Dios. Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra? Éste es el tema, ésta la pregunta. — Ésta es la fe fundamental, la fe de la viuda que grita y que pide justicia. — Ésta es la fe en el poder de la protesta… Ésta es la fe que se eleva y se opone al sistema, al servicio de la viuda, la fe protestante, en el sentido radical de la palaba.
APÉNDICE. EL GRITO (ORACIÓN) DE LOS ASESINADOS (Apocalipsis 6, 9-11)
Texto: 9 Cuando rompió el quinto sello, vi debajo del altar las vidas (=almas) de los degollados por la Palabra de Dios y por el Testimonio que dieron. 10 Y gritaban con voz potente, diciendo: -Señor Santo y Verdadero, ¿hasta cuándo estarás sin hacernos justicia y sin vengar nuestra sangre que han derramado los habitantes de la tierra? 11 Se les entregó entonces un vestido blanco a cada uno y se les dijo que aguardaran un poco todavía, hasta que culminara (se completara) el número de sus consiervos y hermanos, asesinado como ellos.
Comentario
Claman los muertos, como en otros textos apocalípticos (cf. 4 Esdras 4, 33-37; 1 Henoc 22, 5.7; 48, 1-2), grita la sangre pidiendo venganza (cf. Gén 4, 10; 2 Mac 6-7). Sobre la violencia de los asesinos (cf. Mt 23, 35; Heb 11, 4; 12, 24) se alza la voz de los mártires:
– Vi debajo del Altar… (6, 9). Estamosen el salón del Trono de Dios, con Vivientes y Ancianos rodeando al Dios supremo y al Cordero. Ahora vemos el Altar.
– Vi las Vidas (almas) de los degollados por la Palabra de Dios y por el Testimonio que dieron (6, 9). Ellos van unidos al Cordero degollado (5, 6): han muerto por la espada imperial de la guerra (6, 4: con el mismo verbo sphadso, degollar). El vidente descubre sus Vidas (phichê no es alma inmaterial, sino vida personal): por un lado, los muertos están bajo el altar del cielo, esperando la consumación; por otro lado viven y gritan al Dios que les escucha.
Los judíos pensaban que la sangre de los justos se hallaba protegida, bajo el altar o trono de Dios. Pues bien, desde allí claman a Dios: son los degollados por la Palabra y Testimonio de Dios, la verdad más honda de la historia.
– Y oí una voz grande diciendo…: ¿Cuándo vengarás nuestra sangre de los habitantes de la tierra? ¿hasta cuándo, Señor, quedarás sin juzgar y tomar venganza…? (6, 10-11).
Así gritan los asesinados, con palabras tradicionales (cf. Dt 32, 43; 2 Rey 9, 7) que parecen de justicia, con un fondo de violencia y venganza (alguien diría resentimiento). La Vida (psichê) de los asesinados es Sangre que clama: su mismo sacrificio se vuelve palabra elevada ante el trono. La historia fuerte la han hecho los otros, los habitantes de la tierra, los jinetes vencedores.
Frente a ellos se eleva el auténtico Despotes (Señor) a quien llaman los vencidos. Claman con fe, no se dejan acallar por el sistema que una y otra vez ha querido destruirles. Algunos piadosos exegetas dicen que esta voz y petición resulta anticristiana: no responde al agravio con perdón, a la violencia con amor, como pide el Sermón de la Montaña.
Ciertamente, esta voz de los mártires pide venganza (en la línea de Lc 18, 7-8) y no podemos esconderla, ignorarla o camuflarla. En un sentido es una voz poco “cristiana”, en el sentido convencional del término: su ira sacral no ha sido todavía “bautizada” y superada desde el puro de amor de Cristo. Pero es voz humana y muy cristiana, en el sentido más profundo. Este es el momento final. Tras el despliegue destructor de los jinetes se eleva la pregunta de los asesinados. Superando la racionalidad cartesiana de las ideas claras y los esquemas de un sistema que quiere acallarles, gritan a Dios; son la última razón de la historia.
El Apocalipsis no es un discurso erudito, escrito desde un despacho burgués por un piadoso teólogo que condena a los otros, ni es oración de un diletante que llama a Dios desde su tranquilidad asegurada. Quien grita aquí pidiendo venganza está al borde de la muerte, perseguido, aplastado por los grandes caballos triunfadores de la historia. Resulta cruel pedirle serenidad estoica: en nombre de los asesinados tiene que alzar ante Dios la voz de su sangre y pedir una respuesta.
El Ap hace suya la oración de la Biblia: salmos de lamentación, súplicas de los perseguidos. Son ellos, los justos y mártires de la alianza de Israel, quienes siguen pidiendo justicia, desde el altar del cielo, con la voz de su sangre hecha súplica. Allí donde la oración de los mártires israelitas y cristianos (la sangre de todos los asesinados) se eleva ante el trono de Dios, desde el altar de la historia, han de escucharse sus palabras.
Esta oración de justicia y venganza va unida al drama catártico y purificador del Apocalipsis, que no es texto de piedad intimista, sino drama que va desplegando las voces más duras de la historia. Estos, los asesinados que piden venganza, tienen razón ante Dios y Dios ha de escucharles, identificándose de algún modo con ellos.
– Dios escucha esta oración de venganza (cf. 18, 20; 19, 2), pero eso no significa que la ratifique al mismo plano. A la luz del Cordero degollado deberíamos afirmar que Dios se ha “vengado” de una forma no vindicativa, en gesto de amor que supera el odio y violencia de la historia. Pero ese Dios no vengador asume (eleva, cumple, transfigura) el grito fuerte de los sacrificados por la historia. Sólo a la luz de la escena final de las Bodas puede entenderse esta palabra de venganza escuchada.
– El Apocalipsis quiebra y supera la pura racionalidad humana. Normalmente, quienes condenan este tipo de venganza asumen de manera precrítica la razón de los vencedores ( los jinetes del imperio) e interpretan el grito de los sacrificados como algo marginal para el orden del conjunto.
Pues bien, si esta petición angustiosa de quienes exigen justicia no se escucha, si al final fuera la misma la suerte de asesinos y víctimas, la historia no habría tenido sentido, sería vano el Ap. Por eso ella debe conservarse en la Biblia como memorial de dolor, como razón de los asesinados, cuya vida importa más que todas las razones imperiales de la historia, rasgando así la racionalidad impositiva de las filosofías y teologías sacralizadoras de nuestros sistemas sociales, económicos, culturales.
– Esta voz desborda el nivel de la verdad intra-cósmica. Desde la impotencia humana, donde pierden razón las razones, el asesinado eleva ante Dios su pregunta. Sólo bajo el altar de los degollaros de la historia, alcanza su intensidad la pregunta por Dios. Sólo quien asume su grito asesinados puede entender el Ap. Esta no es la última voz; por encima de ella está la palabra de amor del Cordero. Pero sin ella carecería de sentido nuestra historia. Por eso, el Ap puede y debe conservarla, poniéndola ante el Trono de Dios, desde el Altar donde siguen muriendo los sacrificados de la historia.
La “razón” de la venganza
El Ap puede interpretarse como catarsis creadora (cristianizadora) de la venganza.El deseo de venganza está en el texto y no se puede eliminar por medios exegéticos (diciendo que es un residuo de judaísmo) ni por psicológicos (diciendo que es un estado inferior de la mente).
La venganza forma parte del proceso de la historia cristiana y debe ser asumida para transcenderla a través del mismo camino dramático del texto (de la historia) tal como se expresa en Jesús. Así ha interpretado esta plegaria de los asesinados” K. Wengst 1987, 124-129.Cf. también W. Klassen, Vengeance in the Ap of John, CBQ 27 (1963) 16-34; A. Feuillet, Les martyrs de l’humanité et l’Agneau égorgé. Une interprétation nouvelle de la prière des égorgés en Ap 6, 9-11, NRT 99 (1977) 189-207
La respuesta de Dios (6, 11) incluye un gesto (vestidura blanca) y dos palabras (de descanso y esperanza). Dios se dirige a los que han muerto que claman como sangre no vengada bajo el altar de la historia y, a través de ellos, a todos los que siguen sufriendo en nuestra historia. Frente a los habitantes de la tierra, que 6, 10 vinculaba a los jinetes de la muerte, aparecen los consiervos y hermanos de los asesinados:
– Gesto: se les dieron vestidos de color blanco, que en Ap (excepto en 6, 2) es signo de pureza y victoria. La sangre de Jesús les ha lavado (cf. 7, 13-14) y se visten de gloria, como los Ancianos de 4, 4. Sólo allí donde el hombre entrega su vida a favor de la vida de los demás queda blanco para la alabanza y gozo.
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