6.7.22. Tansfiguración. Transfiguración. De la guerra de Dios a la curación del niño enfermo (Mc 9, 2-29)
Del blog de Xabier Pikaza:
Un oficial del ejército de Israel, me dijo un día (en un congreso de Fe y Secularidad, de Majadahonda): Yo veo a Jesús con frecuencia yme identifico con él, en el monte Tabor, que vosotros llamáis de la Transfiguración.
‒ Allí se me aparecen los dos personajes que hablaban con Jesús.Moisés, que es la Ley Elías que es la profecía. Se me aparecen con claridad, les veo con ojos cerrados, les siento con ojos abiertos, me llenan por dentro espíritu y escucho lavoz delInfinito que me dice, lo mismo que Jesús: ¡Tú eres mi Hijo, redime tú esta tierra, libérala de los poderes!
Recordando a ese oficial judío quiero evocar los dos elementos del “icono” de la transfiguraciòn: Ver a Jesús y curar al niño enfermo (no luchar en guerra de muerte), en un mundo lleno de visionarios de monte e inutiles de llano).
05.08.2022 | X Pikaza
1. LÍNEA DE GUERRA: LIBERAR LA TIERRA CON VIOLENCIA
Así me siguió diciendo el judío:Sobre el monte me elevo como Jesús y me siento enviado por Dios para cumplir la tarea de liberación de esta tierra, con la ley de Israel en la mano (Moisés), con la experiencias más alta de oración (Elías…), con razones y con armas…
Jesús retomó aquí en su tiempo el buen camino, pero no lo supo culminar… o no lo culminaron sus seguidores, los cristianos. Por eso, nosotros, los buenos judíos, herederos de Jesús, en la línea de Moisés y Elías, debemos culminarlo, liberando esta tierra con leyes, armas y oraciones
Sí, ya sé que Usted, cristiano, no quiere o puede reconocerlo, me dijo, pero el Tabor es el monte de Barac, el Rayo, el gran guerrero de Israel, con Débora, la Abeja, la profetisa más grande. Allí subieron los soldados escogidos, como sabe Jueces 4, y de allí bajaron, con la ayuda del Dios de Moisés y de Elías (aunque Elías sea posterior), para vencer en la gran batalla a todos los cananeos y palestinos enemigos. No hace falta que se lo recuerde, Usted lee la Biblia, y sabe que este monte, antes de lo que llaman Transfiguración de Jesús, era y sigue siendo la Montaña de la Transfiguración militar y victoriosa de Israel, con Barac y Débora.
No quise argumentar, guardé silencio. Pero, en un momento dado, me preguntó: Y usted, cristiano ¿ve a Jesús con Moisés y con Elías, como el judío eterno, el hombre universal de la libertad israelita? ¿No habrá espiritualizado a Jesús y convertido esta imagen poderosa de la Transfiguración, que es una especie de “jura de bandera” de Israel, en evocación puramente estética de un cielo superior “sin carne” y sin historia, para evadirse del mundo real, mientras los hombres, mujeres y niños reales siguen oprimidos?
INTERMEDIO
Soy de respuestas retardadas, quizá retrasadas. No quise entrar en polémica con el judeo-argentino, oficial del Ejército de Israel. No dije nada al buen porteño-israelita, que interpretaba con armas de guerra el relato de la Transfiguración y que subía a Tabor para retomar la experiencia de Jesús, con signos de Barac/Débora y para así cumplirla liberando toda la tierra de Israel, el mundo entero, e iniciando la era mesiánica anunciada por Moisés y Elías?
No le dije entonces nada, pero he seguido pensando en ello, año tras año he llegado a la conclusiòn de que al Tabor se sube para ver a Dios en Cristo y del Tabor se baja para liberar la tierra,pero no como creía este oficial israelí, sino curando a los niños enfermos de todos los pueblos
- Mi dialogante judío leía el evangelio en plano mesiánico-militar, partiendo de Barac/Débora,a quienes unía con Jesús, deseando reiniciar y culminar desde el Tabor la Gran Guerra de la reconquista judía y de la culminación mesiánica del Gran Israel… Jesús estaba en el buen camino, pero no supo culminarlo.
- Los exegetas profesionales suelen leeer este pasaje desde una perspectiva de Pascua cristiana y de fiesta judía de los Tabernáculos. La tradición cristiana anterior a Marcos habría “creado” simbólicamente este pasaje para presentar a Jesús Resucitado, Hijo de Dios, introduciendo su figura pascual en un momento de su historia anterior, con Moisés y Elías… De esa forma se habría cumplido, por otra parte, la fiesta judía de los Tabernáculos, es decir, de la plenitud del descanso futuro del Pueblo.
- La Iglesia Católica ha querido aplicar esta escena a la vida es`piritual de los creyentes. Eso es importante, pero el signo de la Transfiguración (ver a Jesús) va unido a la curación del niño enfermo, como he mostrado en evangelio de Marcos.
2. FE SANADORA, CURAR AL NIÑO ENFERMO
Mi “compañero” soldado quería bajar del Tabor para luchar contra los enemigos malos, imponiendo su buena “ley” judía en el llano. A diferencia de eso, Jesús bajó con sus tres elegidos para expulsar al “demonio mudo” y violento de un niño enfermo:
Éste es el mensaje del evangelio de la transfiguración.No es bajar del monte para luchar contra los enemigos, sino para curar al niño enfermo:
(a. Situación) 14 Cuando llegaron al llano la gente quedó sorprendida y corrió a saludarlo. 16 y Jesús les preguntó: ¿De qué estáis discutiendo? 17 Uno de entre la gente le contestó: Maestro, te he traído a mi hijo, pues tiene un espíritu mudo. 18 Cada vez que se apodera de él, lo tira por tierra, y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes hasta quedarse rígido. He pedido a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.
(b. Fe del padre) 19 Jesús dijo: Traédmelo. 20 Se lo llevaron y, en cuanto el espíritu le vio, sacudió violentamente al muchacho, que cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos. 21 Entonces le preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? El padre contestó: Desde pequeño. 22 Y muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos.23 Jesús le dijo: (Dices si puedo. Todo es posible a quien cree).24 El padre del niño gritó al instante: ¡Creo, pero ayuda mi incredulidad!
(c. Milagro: acción de Jesús) 25 Jesús, viendo que se aglomeraba la gente, increpó al espíritu impuro, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él. 26 Y el espíritu salió entre gritos y violentas convulsiones. El niño quedó como muerto, de forma que muchos decían que había muerto. 27 Pero Jesús, tomándole de la mano, lo levantó, y él se puso en pie (Mc 9).
Este niño lunático (seleniakos, dice el evangelio ), dominado por la “mala luna” (Selene)de su padre violento, forma parte de la granprocesión de pobres que recorren la trama del evangelio: locos y leprosos, publicanos y ciegos, cojos, mancos, paralíticos, mujeres impedidas y sobre todo hambrientos, hombres que buscan un poco de pan en el desierto o descampado.
Visionarios de monte, inútiles de llano
En el monte se hallaba Jesús transfigurado; abajo está el padre impotente con el hijo enfermo, rodeado de escribas, con nueve discípulos inútiles del Cristo (pues no pueden curar al niño enfermo).
Los visionarios de arriba piensan que han hallado a Dios, que han visto su misterio; por eso quieren quedarse allí, haciendo tres tabernáculos sagrados donde pueden descansar ya para siempre con el Cristo transfigurado, sin introducirse en la pasión del mundo, sin pasar por la complejidad de la historia, olvidando todos los problemas (disputas, locuras) de este mundo viejo.
Por su parte, los inútiles de abajo disputan y razonan con todos los escribas de la historia, pero sus razones y gritos no consiguen curar al niño enfermo.
Este es el divorcio de la historia, la ruptura entre una oración sin vida (los de arriba se despreocupan del niño) y un esfuerzo humano sin oración (los discípulos de abajo quieren curarle pero no lo consiguen). Los de arriba desean una casa de recogimiento particular, tabernáculos santos dónde solo se escucha una oración sin compromiso con el mundo. Los de abajo disputan con escribas sobre el niño enfermo, pero no pueden curarale.
En medio de esa escisión de los discípulos se extiende la tragedia de la historia representada por el padre y el niño enfermo. Sólo Jesús puede superarla, bajando con los discípulos orantes hasta el valle de locura y discusión, para curar al niño y decir a los discípulos de abajo que este tipo de demonios sólo pueden expulsarse con oración (9,29), es decir, subiendo a la montaña de la pascua para recibir allí la fuerza de Dios y traducirla en gesto de servicio hacia los pobres. En la unión de esos planos se mantiene Jesús, uniendo de esa forma cielo y tierra, contemplación y acción liberadora, en gesto que Mc vincula con su muerte. Así ha pintado la escena Rafael Sanzio:
Ahora expande esa palabra en forma abierta, para que la iglesia entera lo reciba y actúa en consecuencia: ¡Este es mi Hijo amado, escuchadle! (9,7). Esto significa que el misterio de la transfiguración debe expandirse, de forma que todos acogen y escuchen a Jesús, conforme a la voz de Dios. Esta revelación superior (voz de la nube) desvela, al mismo tiempo, la paternidad bondadosa de Dios y el poder creador (salvador) de la palabra de Jesús, a quien constituye Hijo querido. Dios aparece de esa forma como Padre que confía en Jesús, diciéndonos que confiemos en el y le escuchemos, porque es su agapêtos, Hijo entrañable.
– Abajo, en cambio, hay un padre impotente: un hombre que no puede creer en el hijo, ni transmitirle su palabra (cf. 9,17-24). La tragedia de la escena está en el hecho de que el padre humano no consigue decir a su hijo enfermo lo que el Padre Dios dice a Jesús al llamarle mi Hijo amado. Por eso, toda la actuación de Jesús ha de entenderse como terapia paterna: quiere que el padre confíe, acepte a su hijo y le quiera (le crea), llamándole agapêtos, querido, traduciendo así en la tierra el misterio del Dios del reino de Jesús .Este es el tema: un padre incrédulo, un hijo loco, incomunicados entre sí, en medio de unos profesionales de la religión (escribas, discípulos inútiles del Cristo) que no saben más que discutir entre sí.
En el centro de la tierra queda una familia rota, una sociedad impotente, entregada a las disputas estériles. Este es el entorno de una iglesia mundanizada (los nueve de abajo), mientras la iglesia sacralizada del Tabor (los tres de arriba) sueña de forma egoísta en su propia tranquilidad celeste, olvidándose del mundo, olvidándose del Cristo que ha venido a dar la vida en medio de la fuerte locura e injusticia de la tierra.
Es evidente que Marcos sabe que en el mundo existen otros hombres y mujeres oprimidos, hay otros problemas (de lepra y locura, de impureza y hambre, de opresión y ceguera…) como señala con toda nitidez su texto, mostrando que el Cristo de Dios se identifica con los necesitados de la tierra, en gesto de compasión activa (cf 3,7-12; 6,53-56). Pero esa miseria universal ha venido a condensarse luego en ciertas figuras emblemáticas, que la resumen y explicitan.
– Todo es profano en el Valle del Enfermo (autista, epiléptico), dominado por la disputa religiosa y la impotencia del padre angustiado, con un hijo que habla solamente con los gestos de su soledad destructora. Bellamente ha vinculado nuestro texto ambos aspectos, en forma literaria y teológica.
Demonio mudo, una enfermedad sangrante
Frente al Dios que abre en Jesús un espacio de palabra (¡escuchadle!) se sitúa ahora un niño que no quiere o no puede hablar (no tiene acceso a la palabra). La hija de Jairo sufría un problema de alimentación (posible anorexia), de forma que Jesús terminaba diciendo a sus padres le dieran de (le enseñaran a) comer (5,43). Ahora estamos ante un caso de autismo violento, que quizá podría interpretarse como epilepsia autodestructora. Así le define el mismo padre, que ofrece un buen diagnóstico de la enfermedad, pero luego es incapaz de curarla:
– ¡Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu (=demonio) mudo! (9,17). Está encerrado en su propio vacío, sin acceso a la comunicación personal. Por razones que el texto no aclara, el niño no puede o no quiere hablar con nadie, viviendo así en un tipo de aislamiento que rompe todos los lazos de familia. No ha escuchado jamás una voz, jamás le han hablado de verdad. En diversas ocasiones se ha especulado peligrosamente acerca del silencio: ciertos monjes cristianos han exaltado el santo silencio, condenándose a veces a una vida de falta de comunicación; filósofos y místicos han insistido también en la exigencia del silencio religioso, que nos vincula a Dios más allá de la palabra. Pues bien, este niño está atrapado en las cadenas de un silencio demoníaco: malvive en un mundo hecho de falta de comunicación, sufre y se agita en un espacio y tiempo pervertido donde no existe palabra que vincula al padre con el hijo, ni al hijo con los otros seres humanos. Su enfermedad le aloja en el silencio de su vida vacía y violenta, muda y destructora, cercana ya a la muerte.
Y cada vez que el espíritu le agarra le arrastra, le hace echar espuma y golpear los dientes y le seca (9,18). Es un niño que vive en el nivel de la violencia corporalizada. Su silencio interior y exterior viene a convertirse en una especie de agresividad integral. No escucha a nadie, en nadie puede confiar, nunca le han dicho o no ha sentido que le dicen: ¡tú eres mi hijo, yo te quiero! . Por eso, descubre y realiza su vida como un deseo de muerte que se enrosca en sí misma, en círculo incesante de violencia. El padre lo sabe y se siente impotente. No puede ofrecer a su hijo , enfermo desde la infancia (9,21), una palabra creadora de afiramción personal y de cariño.
El espíritu le arroja muchas veces al fuego y al agua, para perderle (9,22). El niño vive en el centro de un conflicto que parece connatural a su existencia hecha de muerte. Difícilmente se podría interpretar mejor esta situación, trenzada en lazos de agresividad ostentosa, destructiva. Es evidente que se mata sin querer matarse, para hacer sufrir al padre, para decirle que tenga atención, para pedirle ayuda. Así vive este niño, en el borde de una vida hecha de muerte, en relación de violencia frente al padre, a quien quiere matar en el fondo haciendo que se mata a sí mismo.
La misma enfermedad es un lenguaje pervertido, una forma de expresar su falta de fe, su carencia de cariño. La primera forma de oponerse al padre (y quizá al resto de familiares y al conjunto de la sociedad) es el silencio; el niño se aísla, creando un mundo resguardado, fuera de las decepciones que le puede ofrecer el ambiente. La segunda forma de oponerse al padre es su auto- agresividad, su amenaza de muerte. Los gestos ya indicados (silencio, arrastrarse por el suelo con espuma en la boca, intentos de suicidio) son síntomas de una enfermedad más honda, hecha de impotencia personal y falta de comunicación con el padre.
Se trata, sin duda, de una enfermedad psicosomática, de un trastorno radical de la comunicación. Este niño sobrevive porque se ha introducido en la noche de su propia enfermedad, entre el fuego y el agua, en una especie de temblor incesante de muerte. Quizá pudiéramos añadir que esos síntomas de la enfermedad son ambivalentes: por un lado le apartan de los otros (de la familia); por otro han de entenderse como signo de dolor y petición de ayuda.
Curar al padre, para que el hijo sane Jesús sabe entender la enfermedad, haciendo que el mismo padre del niño se la explique. Después no cura al niño sino al padre, abriéndole al campo de la fe, al lugar donde se puede amar en forma gratuita y creadora, diciendo: ¡Tú eres mi hijo querido!. Sólo así, cambiando al padre, Jesús puede llegar hasta el principio de locura de su hijo, en gesto fuerte de clarificación y ayuda. Desde una perspectiva humana, todo lo que hace Jesús es terapia de tipo antropológico (en plano de humanización y transparencia de lenguaje). Pero en otra perspectiva su gesto aparece como descubrimiento y despliegue religioso. Dios mismo se vuelve presente y transforma estas relaciones rotas (recreadas) del padre con el hijo. Es ahí donde Jesús viene a mostrarse como verdadero mesías, enseñándole al padre enfermo (del enfermo) a darle vida al hijo dividido (autista, epiléptico).
Por un lado, el padre aparece como responsable de la enfermedad del niño. Por eso debe iniciar un camino de fe, con la ayuda de Jesús, aceptando a Dios como señor de la vida y redescubriendo la exigencia y gracia de su paternidad en clave de confianza. Convertir al padre para que el niño se cure: esa es la estrategia de Jesús.
– Este padre es enfermo, pero está dispuesto a colaborar. Por eso ha buscado la ayuda de los discípulos, por eso viene a Jesús. No se empeña en mantener su posible razón, no se defiende a sí mismo, no echa la culpa al niño enfermo. Sabe observar, asume su propia responsabilidad en relación al niño, se compromete a creer con la ayuda de Jesús.
Jesús penetra en ese abismo de ruptura familiar y opresión del niño. Viene de la montaña del encuentro con Dios, donde ha escuchado en forma nueva, en gesto de servicio liberador, la voz de la nube divina que dice ¡Tú eres mi Hijo (1,11; cf 9, 7). Por eso puede actuar y actúa como hermano de los hombres, llegando hasta el lugar de la máxima disociación y ruptura familiar, hasta el abismo donde la falta de comunicación entre el padre y el hijo se convierte en principio de locura para el más débil de los dos (el niño).
Estos demonios se expulsan sólo con oración. Desde este fondo pueden entenderse algo mejor las actitudes y gestos de los diversos personajes del drama. Marcos los ha situado estratégicamente, al principio y fin del texto de la curación: – Los escribas no pueden expulsar a estos demonios, porque ponen la estructura de la ley por encima de la experiencia de fragilidad del ser humano, conforme ha mostrado en otros pasajes el mismo evangelio (cf Mc 2,1-12; 2,23-3,6; 3,22-30; 7,1-23). Para los escribas existe un orden de Dios, una legalidad sacral que parece encontrarse por encima del sufrimiento y locura de la historia. Conforme a esa postura, la curación de unos endemoniados resulta secundaria. Dios habita en el cumplimiento de la ley, no en el dolor de la humanidad. Dios se expresa en la estructura sacral, sacramental, del conjunto de la nación israelita; por eso es secundario que algunos padezcan.
- Los discípulos normales de Jesús (los nueve que han quedado en la llanura) son incapaces de curar a estos enfermos (cf. 9,14-18). Ciertamente, ellos reconocen el valor de las curaciones; saben que Dios sufre en los necesitados, pero no pueden ayudarles de verdad porque no tienen auténtica fe (cf 9,19) y porque no saben orar (9,29), es decir, no han subido a la montaña de la transfiguración.
Sólo Jesús puede curar, porque ha hecho un camino de la fe, en gesto de oración auténtica, descendiendo del Tabor en actitud de entrega de la vida. Sólo él puede penetrar y penetra en el abismo de dolor de niño enfermo, haciendo que el padre sea capaz de curarle con su gesto de fe.
Entendida así, la oración de Jesús y de sus verdaderos discípulos vienea interpretarse como poder de creatividad humana integral. Quien ora de verdad desciende del Tabor para identificarse con los necesitados de la historia humana, en gesto de curación total, de transformación humana. Esto es lo que Jesús ha querido indicar, subiendo a la montaña con los tres discípulos orantes (signo de todos los cristianos), para iniciar con ellos un camino de curación (de transformación humana). Sólo la oración (experiencia fundante de fe) permite alcanza la hondura del sufrimiento humano, en el lugar de la injusticia, para introducir allí la palabra creadora de Jesús. Sólo la oración, entendida como palabra de trasparencia que nos vincula con Dios Padre, nos hace capaces de descubrir a Cristo en la hondura del sufrimiento humano. Por eso, la frase final del relato podría decirse de dos formas:
– Este género de demonios no pueden expulsarse sino es con oración. – Este tipo de oración sólo despliega su verdad expulsando a los demonios (cf. 9,29). La misma oración nos conduce al lugar de la miseria y destrucción humana, haciéndonos capaces de ofrecer a los pobres el supremo testimonio de la paternidad creadora de Dios. Se ha identificado Jesús con los sufrientes (los oprimidos, los impuros, los locos, los hambrientos) de la historia. Transforma Jesús a los que deben actuar como padres, haciéndoles capaces de creer y de ayudar de esa manera a los sufrientes. En este doble sentido, la expulsión de los demonios viene a expresarse como despliegue de oración. Por eso, podemos añadir que sin identificación con los sufrientes y sin compromiso liberador dentro de la historia, no existe oración cristiana, conforme al modelo y camino de Jesús.
– La oración es en sí misma un gesto de diálogo con Dios, en actitud de fe profunda y de total entrega en manos del misterio (es decir, de la paternidad de Dios). Diálogo absoluto, en plena transparencia, con aquel que nos hace ser personas y nos ama, eso es la oración. Para que puedan descubrirlo ha llevado Jesús a los tres escogidos de su iglesia a la montaña de su encuentro con Dios. Ha querido que le vean desde el otro lado de la experiencia pascual, escuchando la voz de Dios que le sostiene y fundamenta como Hijo.
Expulsar a los demonios parece que es tarea diferente y separada de la oración. Sin embargo, conforme a la visión total del texto, el descubrimiento de Dios en la miseria de los hombres (en el niño enfermo) y el gesto de ayuda liberadora (asumido en fe por el padre) son una consecuencia de la oración. Quien llega a la hondura de Dios puede penetrar en el mundo de la más fuerte locura, hasta el lugar donde se generan las injusticias sociales y las destrucciones familiares, las faltas de comunicación personal, la lucha intrafamiliar. Por eso, descubrir al Cristo sufriente en los pobres y ayudarles a curarse (expulsar sus demonios) es una consecuencia de la misma fe.
Sabiamente dice el pasaje que estos demonios sólo se expulsan con oración, es decir, desde un proceso fuerte de transformación personal. El padre del niño enfermo no ha subido al Tabor en forma externa, pero ha hecho con Jesús la fuerte travesía de la fe. Por eso puede colaborar con él en el proceso de la curación. Este padre viene a presentarse ya en el fondo del pasaje como verdadero liberador, padre verdadero que ayuda a los demás crecer en la fe y ofrece a sus hijos (enfermos y oprimidos) un espacio de existencia liberada.
La locura del niño (poseído por un pneuma alalon o espíritu mudo) era su propia falta de comunicación, que provenía precisamente de la ausencia de diálogo (religioso, humano) del padre carente de fe. La conversión del padre es conversión a la oración creadora y paterna, es decir, a la fe y a la palabra, a la comunicación y al gozo que dar vida a los demás. Difícilmente podría haberse dicho algo más hermoso acerca del valor de la palabra y la confianza entre los hombres, en clave de creación de familia. Esto es un padre verdadero: alguien que cree y abre espacio de fe (confianza orante) para sus hijos. Esto es un cristiano: un hombre que convierte su oración en experiencia de justicia sanadora.
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