Resurrección: El amor es más fuerte que la muerte
Del blog de Jesús Espeja La Iglesia se hace diálogo:
“Si la vivimos de verdad podemos ser signos de esperanza también para los que ya no esperan”
“El amor brota en nosotros sin saber cómo, gratuita y espontáneamente. Y en su entraña puja un reclamo de eternidad. El que ama de verdad está diciendo a la persona amada: quiero que vivas siempre, que nunca mueras”
“En los sentimientos y acciones de personas compasivas. En los empeños por lograr una mejora de vida para todos. En los que siguen mirando confiadamente al porvenir cuando aparentemente no hay razones para esperar”
Hay en el interior del ser humano cierto desajuste: su anhelo de vida sin sombras no cede mientras sufre que sus días se acaban. Ya en el atardecer de la existencia humana, el desajuste se hace más palpable y fácilmente entra en crisis la esperanza: ¿nuestro destino último será la muerte? No hay argumentos racionales apodícticos para decir lo contrario.
Nos cuesta resignarnos a la muerte y quizás esta inconformidad sea un indicio de que no todo acaba en el sepulcro. Tal ver por eso antiguas religiones iraníes prometían la supervivencia o continuidad en la existencia después de la muerte. Ya en el pensamiento griego se propuso la inmortalidad del alma: prisionera y limitada en el cuerpo, la muerte supone quedar libre de su prisión.
Gracias a la ciencia y a los cuidados estamos viendo la posibilidad de alargar el tiempo de nuestra existencia. Pero hay formas de vida que ya no merecen la pena y una pervivencia o continuidad después de la muerte sin cambio cualitativo, tampoco satisface nuestro anhelo insaciable de felicidad. Por otro lado, la teoría platónica sobre la inmortalidad del alma es totalmente gratuita y tampoco saciaría dicho anhelo.
El amor brota en nosotros sin saber cómo, gratuita y espontáneamente. Y en su entraña puja un reclamo de eternidad. El que ama de verdad está diciendo a la persona amada: quiero que vivas siempre, que nunca mueras. Es posible concluir que el verdadero amor al otro es participación de esa Presencia inagotable de amor que llamamos Dios. En esa Presencia se fundamenta mi confianza en la victoria sobre la muerte. Si nos ha sostenido y animado a lo largo de nuestra vida ¿cómo nos abandonará en ese trance?
Esta confianza no es imaginación más o menos calenturienta. Se apoya en el encuentro con Jesucristo a quien experimentamos vencedor de la muerte mientras pasó por este mundo siendo totalmente para los demás. Cuando entregó finalmente por amor su propia vida en la muerte injusta, tuvo lugar esa victoria definitiva que llamamos resurrección. No es pervivencia o continuidad en el tiempo. Tampoco inmortalidad del alma. Es la humanidad que ha madurado desde el amor; a este Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien y curando heridas, Dios, Presencia de amor, no me podía abandonarlo en el sepulcro. La victoria de Jesús sobre la muerte es una puerta abierta que nunca se cerrará. Una luz que inspira confianza y nos libera del miedo a no ser.
Nada tiene que ver esta fe o experiencia cristiana con la minusvaloración o menosprecio de este mundo que pasa. El crecimiento en humanidad, la resurrección o victoria sobre la muerte tiene lugar a lo largo de la existencia siempre que amamos de verdad saliendo de nuestro egocentrismo. El que se verdad cree en Jesús, trata de re-crear su conducta en la propia historia: dar vida donde hay muerte. Por eso el que de verdad cree y práctica el evangelio del amor, aunque muera y cuando muera, entra en la plenitud de vida. Queda sumergido en esa Presencia de amor donde habitó mientras estuvo en el tiempo. Si de verdad caminamos en la vida sostenidos e impulsados por esa Presencia, no quedaremos aniquilados en la muerte.
Esta visión cristiana permite atisbar esta victoria sobre la muerte en muchos brotes de trascendencia que pujan en nuestro tiempo. En los sentimientos y acciones de personas compasivas. En los empeños por lograr una mejora de vida para todos. En los que siguen mirando confiadamente al porvenir cuando aparentemente no hay razones para esperar. En quienes siguen trabajando por la fraternidad entre todos y gastan su tiempo apasionados por esa causa. Es la experiencia que los cristianos celebramos en la resurrección de Jesús. Si la vivimos de verdad podemos ser signos de esperanza también para los que ya no esperan.
Fuente Religión Digital
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