La índole de Dios.
Lc 15, 11-32
«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente».
Si queréis imaginar a Dios —nos dice el evangelio de hoy—, pensad en un padre abrazando al sinvergüenza de su hijo que ha vuelto a casa lleno de miseria después de dilapidar la mitad de su hacienda (la hacienda del padre, claro)…
Y lo primero que cabe resaltar es la genialidad de Jesús, que con una simple parábola es capaz de mostrarnos la índole de Dios, el corazón de Abbá, y de paso anunciar la mejor noticia que el ser humano haya podido recibir. Recuerdo haberle oído decir a Ruiz de Galarreta: «Si el hijo que vuelve fuese admitido en casa como peón, por pura bondad, podríamos hablar de un padre justo y misericordioso, pero el padre de la parábola es mucho más que eso y le restituye a la condición de hijo»…
Cabe también destacar el carácter paradójico de la parábola, porque el protagonista —un paterfamilias obligado a velar por la buena marcha de su heredad—, en lugar de ceñirse a su papel, adopta el papel de madre; es decir, manda al traste la hacienda y su dignidad por el amor incondicional que siente por su hijo.
Esta actitud del padre resulta especialmente desconcertante para los cristianos que concebimos a Dios en clave patriarcal, sin caer en la cuenta del serio inconveniente que ello supone para entender la esencia evangélica. Como dice Erich Fromm en su libro “El arte de amar”, el amor de una madre es incondicional, mientras que el amor del padre hay que ganarlo y se puede perder.
Cuando la religión tiene un carácter matriarcal, Dios se caracteriza por profesar un amor incondicional e igual para todos. El creyente sabe que su Madre no le quiere por ser justo, sino por ser hijo, y que aunque haya pecado, le amará y no amará a otro más que a él. Este amor propicia lo que ocurre entre la madre y el hijo, es decir, que el amor a Dios, y el amor de Dios hacia él, son inseparables.
En las religiones con acento patriarcal ocurre que el Padre tiene exigencias, establece principios y leyes, supedita su amor a la obediencia, tiene predilección por los más obedientes y capacitados, y las cosas se complican… Nada que ver con el protagonista del texto de hoy.
Pero esta parábola tiene otra cumbre que no tiene desperdicio, y es la conversación del padre con el hijo mayor exhortándole a trascender el mundo de la justicia fría y abrazar los dictados del corazón. Aparte del fondo del mensaje, llama la atención la sutileza del diálogo entre ellos. El hijo mayor le dice: «…y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas»… y el padre le contesta: «…porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado».
La buena noticia es que Jesús nos ha mostrado cómo es Dios para nosotros, y resulta que es mucho mejor que lo que nadie había sido capaz de imaginar.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Fuente Fe Adulta
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