Exageraciones.
Lc 6, 39-45
¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?
El sermón del Monte de Mateo, o del Llano de Lucas, son en realidad recopilaciones de dichos de Jesús que configuran los fundamentos del Reino, o dicho de otro modo, que condensan su propuesta de vida. Junto a las parábolas, constituyen el núcleo esencial del evangelio, pero hoy no queremos centrarnos en el fondo del mensaje —ya lo hacemos a lo largo del año—, sino en la forma peculiar que tenía Jesús de decir las cosas.
Jesús era un semita, y los semitas no emplean conceptos para expresar sus ideas, sino que recurren a imágenes y analogías que resultan mucho más ricas y rotundas para hablar de lo trascendente. Por ejemplo, cuando uno de nosotros dice que una persona es “hospitalaria”, todos entendemos lo que quiere decir, pero su expresión carece de la fuerza y la riqueza que en el fondo encierra el concepto. En cambio, un semita probablemente lo diría de esta forma: «La puerta de su casa está siempre abierta»… y esta expresión tiene una fuerza muy superior a la del concepto seco con que nosotros la expresamos.
Dentro de esta cultura, Jesús era un orador genial que arrastraba con su palabra a unas multitudes que hasta se olvidaban de comer por escucharle. Buena muestra de ello es el episodio que narra Juan en el capítulo séptimo de su evangelio, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos envían alguaciles a prenderle y estos vuelven con las manos vacías. «¿Por qué no le habéis traído?», les preguntan. Y ellos responden: «Jamás hombre alguno habló como éste».
Lo más característico de su estilo son las parábolas —cuentos sencillos y al alcance de todos con los que hace la mejor teología de la historia—, pero también son de resaltar sus exageraciones. Cuando quería poner el énfasis en algo, inventaba una gran exageración y ya nunca se olvidaba.
Y así, nos habla de la viga en el ojo, o de colar el mosquito y tragarnos el camello… y nos sentimos interpelados porque nos vemos fielmente reflejados en ello. O del camello que pasa por el ojo de la aguja… y nos planteamos si es compatible nuestra mentalidad de ricos con el Reino. O de poner la otra mejilla… y entendemos mejor los planteamientos de vida propios de los seguidores de Jesús. O de sacarnos un ojo o cortarnos una mano… y comprendemos la radicalidad con la que Jesús nos anima a tomarnos en serio la vida y no echarla a perder por culpa de las pasiones…
Jesús es un extraordinario conocedor de la naturaleza humana, sabe que tenemos propensión a equivocarnos y se vale de estas exageraciones inverosímiles para señalarnos el camino. El problema es que las tomemos como norma de conducta, y vivamos angustiados por no estar a la altura de moral tan exigente.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Fuente Fe Adulta
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