30 de Enero. Domingo IV. Tiempo Ordinario
“Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo… Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.”
Con lo bien que había empezado todo… La semana pasada Jesús volvía con la fuerza del Espíritu y anunciaba una Buena Noticia. Y, además, nos decía que más que una noticia era una realidad, era nuestra realidad, pero veinte versículos después todo ha cambiado.
El clima ha dado un vuelco radical. Quienes “expresaban su aprobación y se admiraban” ahora están furiosos y quieren acabar con Jesús.
¿Qué ha pasado? Que Jesús nos ha dicho nuestra verdad, toda nuestra verdad, la imagen que somos, pero también las sombras que queremos ocultar. No se ha callado nuestra mediocridad. Nunca se calla. Y nuestro orgullo se revela.
Viene y despierta nuestros demonios, aquellos con los que ya nos hemos acostumbrado a vivir. A fin de cuentas no somos malas personas. Es más, para lo que se ve por ahí, somos de lo mejorcito que hay.
Este Jesús, ¿quién se cree que es?
Somos buena gente y acabamos pensando que tienen que pasarnos cosas buenas. ¿Por qué va a ser Jesús menos generoso con nosotras que somos buenas que con los de Cafarnaúm?
Queremos los milagros, queremos los dones y bueno, Jesús también se puede quedar… Pero que no nos falte la salud, ni tampoco a nuestros seres queridos. Que tengamos trabajo y un buen sueldo. Que gane mi equipo de futbol y ya de paso que el año que viene me toque la lotería de Navidad. A fin de cuentas, soy buena gente.
Pero ahora viene Jesús a decirnos lo que nos falta, a decir en voz alta aquello que tanto nos esforzamos por silenciar. ¿Quién se ha creído que es? Nos enfadamos, y con razón.
¿Quién se cree que es ese conductor para pitarme? ¿O esa dependienta para ponerme mala cara? ¿Quiénes se creen que son los funcionarios para hacerme esperar? ¿Quién se cree que es el crío ese para faltarme al respeto? Todos juntos y cada uno por separado son Jesús viniendo a despertar nuestros demonios, nuestras mediocridades. ¡Ah! Y también viene con la apariencia cercana de: marido, hijos, mujer, hermanos. En sus gestos más desagradables, precisamente en los que nos enfurecen.
Por eso también nosotros, más de una vez, queremos despeñarlo. Sacar a ese molesto Jesús de nuestro pueblo. Sí, también nos pasa. Pero tampoco es para asustarse. Jesús no se asusta. Solo se aleja para que podamos tomar la perspectiva necesaria.
Oración
Te presentamos, Trinidad Santa, nuestras oscuridades, esas que son el verdadero motivo de nuestros enfados. ¡Ilumínalas! y serán luz. Amén.
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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
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